Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Leía La confusión de los sentimientos, de Zweig. Frío de mosaico en el culo pero estoy absorto. Tengo quince años y no he llegado a capitán, si me entiende Verne.
Despierto; domingo,
de octubre domingo, de día sin ti ahora que la noche pereció. He revisado viejos
comics argentinos, del maestro Robin Wood, Jackaroe
recordando a los guerreros de Victorio. He visto Texas y también Chihuahua y lo
he imaginado, sin la ornamentación del pow wow los apaches chiricahuas han
salido a matar. En Golden, Colorado, las mesas, como se llaman esas rocas
cuadradas elevadas a modo de hongos en la pradera, en el cañón de Chelly,
recuerdan los westerns de la niñez. Bravos, guerreros-perro, brujos, volaron
desde las cumbres al suicidio del olvido. Hoy suena el cascabel, nido de
víboras al sol, que se esconderán entre rocas cuando arrecie el terrible
invierno. Debajo, preciosas y prácticas casas de madera albergan a los descendientes
de los profanadores. Tierra de leones de montaña, anuncia un aviso en la
carretera. Aconsejan, en presencia de uno de estos felinos, abrir los brazos,
agitarlos, hacer que uno parezca más grande de lo que es; todo lo contrario
ante la aparición de un oso.
El Isuzu
Trooper recorre el camino entre Golden y Boulder, bordeando las faldas de la
montaña. La última vez, esa, íbamos con Daniela a beber cerveza a la ciudad
universitaria. Había venido por ocho días a visitarme desde Budapest, Eight Days a Week. Elegante saco rojo,
franela quizá, murientes días del 2008. Llena de libros de poemas en rumano,
viejas revistas del año 56 y antes con la figura de Stalin. Una colección de
exlibris maravillosos. Y su cuerpo, blanco pelirrojo, que acaparaba la lluvia de
mi ciudad y la entregaba húmeda, con fuerte acento su inglés, a medir la
paprika para el goulash, desnuda como debe ser la cocina, condimentada, pecosa.
Una familia
de ciegos musicantes cruza el campo de Alalay. Con un brazo tocan los
instrumentos, el otro lo tienen para aferrarse al padre que va delante para no
caerse. El hijo, al final del tríptico en fila, toca uno de esos organillos
pequeños, con teclas, que se soplan. Ni pensé en la tonada, fue como una
aparición pesarosa, los ojos solo líneas deformadas de mucho dolor. Libros en
la bolsa, literatura y ensayo, geografía y verso, inútiles cargas del fin de un
mundo. Como vinieron se fueron, agarrados a modo de soldados a la guerra peor
concebida, la de falta de luz. Mañana es quince de mes, cinco desde las líneas
que rezaban “no te preocupes”. Claro que me preocupo, me he quedado ciego
también sin ser instrumentista ni cantor. Mis libros me arrastran hacia el
fondo de la marisma, tan mojadas las páginas que ya ni se leen. Los ciegos,
cieguitos en el habla popular, van desvaneciéndose entre los pinos negros de
una especie muy rara que apenas se encuentra hoy en dos lugares de Cochabamba.
Escribo, esto es para mí una suerte de calendario, pared de prisión para anotar
tu nombre e inventar los mil y uno avatares que estarás encontrando. Corro para
sumarme a la fila de los no videntes, ni siquiera silbar puedo, pero una
vendedora de algodón dulce me indica que se metieron en medio de las totoras
del pantano y fueron hundiéndose hasta que la música se hizo burbujas y la
tarde noche. Los devoró una culebra larga de alba cabeza ovoide. De su
satisfecho eructo creció la luna y me obligó a rememorarte. Si estás por ahí,
debes saber que voy acercándome. El ruido de ramas quebradas soy yo; el silencio
yo.
Desgajados
días siempre plagados de triviales actividades. En la noche asistí a una
invitación. Folkloristas de antes usaron guitarras de hoy y gorjearon como
pájaros de antiguos agüeros canciones cuyo peso el tiempo fragilizó. Sin
embargo hay momentos, tú, Gloria, en el son de Ché Guevara, antes de
entregarnos a ser amantes en casa de Hernán Gamboa, cerca de Colcapirhua.
Olvidé el manual de la lucha de guerrillas pero no puedo olvidar la
circunferencia de tu cadera.
En esa
fiesta, cierta mujer se recostó sobre un diván. Llevaba sutil blusa que
permitía ver prohibidos nacimientos. En tal posición de maja vestida, notorios
sus senos de cartón piedra que al oír a Silvio Rodríguez temblaban igual a
medusas asesinas. Toqué más tarde mi cuerpo para saber si hubo trascendencia.
Me vino el sueño. Nada trascendente en la gelatinosa visión de un desnudo al
azar. Linda, sí, no esperpento de Grosz, pero hasta ahí. Fresa de los forever
fields.
Un afiche
de una retrospectiva de Kandinsky en el Centro Pompidou se apoya en mi máscara
guro. Pertenecería a algún danzante de zaouli. Le llegó la hora del
aburrimiento, no más trombas de polvo mientras los participantes semejan
flotar. Jesús Cristo de los zaoulis, así se lanzó sobre las aguas de un mar que
me he propuesto ver cuando entierren a todos los muertos. Galilea, nota de
importancia sin ápice de creencia, luego a por los nabateos, Petra, Palmyra.
Comento con
un amigo acerca de su camioneta Toyota Hilux, el carro de la guerra, versión
moderna de los carruajes de Ramsés. Prosigo: ISIS hizo de ellos arma
fundamental, ágil, despiadada. La utilizan en Ucrania y los rusos a los que
disparan saltan y caen como pipocas de maíz. Cine trágico, dramático, que no
esté muy fría la Coca Cola, por favor, me destempla los dientes.
Medusas
tembleques, ciegos sopladores de instrumentos de viento. La culebra de Alalay,
el lobo Fenrir. Época de monstruos. Con tus largos finos dedos de clavicordio
apenas cargas con tu compañera una bala de cañón de 155 milímetros. Cuarenta y
cinco kilos de destino. Cada munición tiene un toque de perfume que se ha de
evaporar. Pero, al salir, tendrá aroma de fiesta y al explotar de fanfarria.
Serpentinas y mixtura, los indios bailan en el socavón. Tenue línea que divide
lo bello de lo trágico, sutiles besos que envías al misil que vuela. Va con mis
mejores deseos, mi amor, que cause la mayor destrucción posible y que muchos no
retornen a Rusia. Te amo, no te preocupes, esta es la cuota de muerte que mi
país va poniendo desde el año 900. La noche está plácida y suena Charles
Aznavour. Que no retornen que no, que alimenten girasoles para que Victoria
pueda caminar sin ropa entre ellos. ¿Que quién es ella? Fotografías de la memoria.
The Cure: Pictures of You. “I've
been living so long with my pictures of you”.
14/10/2024
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Imagen: Leonor Fini, 1982