Sunday, March 28, 2021

El Cruce Taquiña


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El Sixty Nine, por ahí cerca, putero en que jóvenes íbamos a perder tiempo, 10 de nosotros metidos en el jeep UAZ de Chino Murillo. Penumbra, muchachas de acento camba, alguna brasilera, chilenas, streep tease, enclavado en un barrio mugroso, lejos de cualquier modernidad y cerca de lo rural pesado, en transformación. Cerca también del infame, y famoso, Bombo Huasi, llamado así porque embarazar en la jerga local es “poner en bombo”, y de la chichería aquella salían las empleadas domésticas, de asueto en domingo, embarazadas y con los rostros destrozados por la golpiza. Violación a puñetes, “desfile”, como en también la jerga se dice cuando más de uno hace fila para penetrar y eyacular fuera de cualquier contexto erótico. Sexo color marrón, de adobe, revolcado en polvo de sequía y excremento. La Casa del Bombo, el Bombo Huasi de falsas victorias masculinas, de hombres que necesitaban paredón para solucionar una presencia innecesaria.

Cuento en El señor don Rómulo las vigilias de los hombres de familia para abusar de la novel empleada. Sigo, en el siglo XXI, escuchando que tipejos infectos “se chantaban” a las empleadas el primer día. Si por desgracia había embarazo, la expulsión de la casa patronal por ignominia, “por puta”; qué común era eso. Y debe seguir.  

En el cruce, dentro del bosque que ha muerto, la Ciudad de los Niños. Padre Berta el creador. No sé los detalles y no apologizo a nadie. Pero estaba ahí. En un momento de crisis amorosa (qué malas parecen las mujeres siendo cobardes los machos) me acerqué a ofrecer voluntariado. Berta exclamó: ¡é que viva la juventude!, algo similar venido del italiano. Hice fichas en la biblioteca de la casa hasta que me arrastró el jugo de la garapiña, y el amor retornó con cincuenta por ciento de goce y cincuenta de dolor. Tanto hemos sufrido que no importa lo que venga. Más que eso, la muerte, dichoso descanso. De voluntario a voluntarioso amante, dolido ebrio sin nave ni timón.

Motel Paradiso. No he sido conocedor de moteles sino de pastizales y zanjas, acostados sobre bosta de vacas por accidente, acariciados por sol y alfalfa. Cuestión de principios; y de dinero. Pues al Paradiso me llevaron, a cama blanca con sábana abajo y arriba. Fantasía tropical, nombres estrambóticos señalaban las puertas de garaje donde se escondía el placer. Hasta una concha que emulaba a Botticelli, de burdo concreto gris y que helaba el trasero, para supuestamente dar sofisticación a la cópula traviesa, engañera, nochera y borrachera.

En este momento canta Nina Simone un danzón. Mecánicamente pongo mis brazos a bailar, casi sin moverse, pasos breves, sensuales. Hasta hace un momento cantaba sobre los cuerpos negros mecidos en los robles, en Mississippí, en frutos que se llaman ahorcado. Espectros que atormentaron a Billie Holiday y que todavía habitan la psiquis de blancos y afroamericanos. Un mundo que pareció haberse superado y estaba escondido. Universo del delincuente Donald Trump, del llamado a las turbas trabajadoras y otras bajo el llamado del miedo. El retorno del mal; si nunca se fue.

Del Cruce que ya se secaba entonces, se bajaba a Linde, todavía un vergel. No he ido más. Un querido amigo de mi padre, Pepe González, tenía una granja allí. Pollos y gladiolos, bulbos de tulipán que le trajeron de Holanda. Verdes impresionistas. Cebolla de cabellos verdes y cebolla florecida para semilla. Colinas de la “cama” que se ponía en los galpones para criar aves, aserrín que mezclado con el despojo animal hacían el perfecto abono. Lo sé porque con Julio trabajamos para mi hermano Armando. Miles de muertes de gallinas en nuestro haber. Y hasta tuve mis trescientos “machitos” personales que crié, amé, sacrifiqué, vendí y devoré. Vida esta…

Corría el agua. Ahora creo que solo riachos secos. El río de la caca por donde bajábamos sunchu para arderlo en San Juan. Chorizos a la brasa, con mostaza y pan largo. El recuerdo es tiempo de muchos tiempos.

El Cruce hacía de suerte de frontera entre lo urbano y el campo. Tiquipaya era un pueblo blanco y lejano, con su tonto particular que hacía muecas en la plaza principal y que envejeció casi igual a mí, hasta veinte años atrás. Si sigue contorneándose por las veredas, tal vez. Su imagen bamboleante, calle abajo, nunca se ha ido. Tiquipaya y la bifurcación apenas salidos del pueblo con un camino que llevaba a El Paso y otro a la falda del cerro donde había una hermosa línea de ceibos floridos plantados por los gamonales Salamanca y que ya habrán sido pasto de los hornos campesinos. No hago valoraciones morales, recuerdo…

Cuando Maurizio Bagatin escribió sobre este lugar, hito fronterizo, se agolparon muchas cosas y épocas en mi cerebro. Los mezclo, como uno rememora por cierto el pasado, donde la cronología no importa tanto como la imagen. Hay mucho más pero aquí me quedo, robándole el nombre a otra chichería que de antológica no tenía nada pero es memoria: Aquí me quedo… muerto o vivo quién sabe.

Domingo de Ramos. Cómo me gustaban los verdes tejidos de plantas en la plaza Colón.

28/03/2021 

Algunos argumentos para leer MUERTA CIUDAD VIVA de Claudio Ferrufino


CARLOS CRESPO FLORES

Principios de los 80’s, la UDP está en el gobierno, ideologías revolucionarias en alza en un país que se destruye con la hiperinflación y la incompetencia gubernamental. La juventud, en incertidumbre y en búsqueda de sensaciones. Como hoy. Es en ese contexto que se ubica la novela Muerta ciudad viva, del escritor cochabambino Claudio Ferrufino. De entrada, esta es una razón para leer la seductora novela: nos conecta con la Cochabamba de hoy, el país de hoy; sus continuidades y transformaciones, como ciudad y país. La racialización de nuestras relaciones sociales, la servidumbre voluntaria, la ideología del resentimiento, el Estado corrupto, aparecen en toda su violencia descarnada.

Muerta ciudad viva es la historia de un joven universitario de clase media (y sus amigos), durante los primeros años de los 80 en la ciudad de Cochabamba (en pleno proceso UDP y su régimen “revolucionario”), sus intensos (des)amores y excesos etílicos, que lo llevan a una caída hacia las oscuridades de la marginalidad alcohólica.

En ese trajín, el protagonista nos guía, con pasión y humor, por la ciudad y valle cochabambino, sus paisajes, naturales y construidos; la fisiografía y flora valluna. Las escenas eróticas, alcohólicas, festivas, aún las violentas, tienen el fondo del “mágico encanto” de la “hermosa tierra valluna”. Advierte, o está consciente, sobre detalles de la forma, organización y transformaciones del espacio urbano, incluyendo la destrucción ecológica y memoria de la ciudad, así como la emergente segregación espacial de la zona sur a partir de los 80.

¿Qué significa ser cochabambino? Leyendo la novela encontramos algunos tejidos para la respuesta. No es solo la sensibilidad con el entorno ambiental y construido, lo que leemos en los sentidos del héroe de la novela, sino también con la cultura valluna, urbana y rural, popular y de la élite. Por ello, cada historia de la novela es un recorrido por la ciudad de Cochabamba durante este periodo “democrático y popular”, y apreciarla demanda los cinco sentidos: olores, lugares (sendas, bordes, nodos, hitos, barrios y distritos), la Cancha y sus chicherías, la variada y multicolor gastronomía local, los cochabambinismos en el lenguaje, los juicios y prejuicios, ritos, usos y costumbres, durante este periodo. A pesar de su universalidad, en Muerta ciudad viva, Claudio nos habla desde su “ser” valluno.

Finalmente, la novela permite inscribir a Claudio dentro una honorable tradición intelectual local, de pinceladas más bien individualistas y autónomas, libertarias y naturalistas/ecologistas, de las cuales son parte Man Césped, Adela Zamudio, Cesáreo Capriles, Jorge Zabala, Juan Cristóbal Mac Lean, entre otros. Este carácter, sin duda, se halla conectado con la cuenta larga biorregional de mestizaje e individualismo en el valle de Cochabamba.

http://anarquiacochabamba.blogspot.com/.../algunos...

Cochabamba, marzo 2021

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Del blog ANARQUÍACOCHABAMBA, marzo del 2021

Imagen: Batik de Raquel Velasco

 

Friday, March 19, 2021

Raúl necesita una compañera


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Serían casi las tres de oscuridad. Muy poco bajo cero, no lo trágico de la semana anterior, pero hielo, mucho hielo. Se quiebra cuando las llantas del auto le pasan por encima; suena como cristales rotos. Ulular de grandes búhos grises. Eso y vidrios quebrados en la noche de Englewood.

Juego con el dial de la radio. Grandes orquestas clásicas, rock antiguo. Y… los Bukis en 92.1FM, Necesito una compañera. ¡Mira de dónde me viene a salir! Este silencio es de placidez o de terror, me pregunto. La noche norteamericana tan tranquila, amenaza. Lo viví 30 años atrás, en Virginia, en tormenta de nieve. Aquellas veces el sonido no era de auto. Yo iba cayéndome hacia el trabajo en bicicleta de un solo pedal que me había prestado mi primo Waldo. ¿Qué hago aquí, qué? Nunca me he respondido. ¿Tan vacío estaba, tan falto de futuro? Los límites cansaban, las mujeres de tanto hacerte llorar. Emigrar. Amigos lo habían hecho. Otra vida.

Los Bukis estaban de moda. Tocaban esta canción en la chichería del Osito, en El Libertador y el Bar Quito. ¿Calles Antezana y cuál? Me recuerda a Raúl, saltando enfebrecido por el amor de Lilian, enternecido por la letra: “porque he sufrido tanto y tanto, que no puedo detener mi llanto y no puedo callar mi soledad”, cantaba Raúl; cantábamos. Luego él se fue a España, yo a los Estados Unidos; Julio también. El tiempo nos trajo de vuelta a un café cochabambino donde corría vodka. Raúl cayó y se rompió una ceja, nada que no curara un chorro de vodka sobre la herida y una servilleta pegada a la frente con cinta adhesiva.  Así fuimos y seguimos, tristes, solos, irredentos. Malditos diría pero el adjetivo está tan manido que mejor guardarlo.

Al vodka, ya en sí poderoso, Raúl le añadía chorros de alcohol de farmacia, en botellitas plásticas con tapa azul. “Cascos azules”, los llamaba, como los soldados de las Naciones Unidas en zonas de conflicto. Pues los cascos azules avanzaban en las entrañas destrozando todo a su paso. Me enteré después de su fallecimiento. Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, escribía Malcolm Lowry. Y el Cónsul bebía hasta la muerte en otras páginas. Caballos desatados del apocalipsis. Seguro estoy que a esa tumba no va nadie, que la mujer que tuvo y las que amó tienen más que hacer que llevarle flores a un estuco mal pintado. Qué solo estás, tan solo te quedaste, sin necesidades supongo, que la compañera jamás vino o se fue anticipado. Los Bukis. Noche de Centennial. El hielo se quiebra y los zorros gimen en los barrancos como mujeres llorosas, a veces como niños, igual que los gatos. Hace mucho, más de veinte años, una medianoche en el trabajo, en el campo de enfrente sollozaban muy alto. Una mujer, que meses después se escapó con el jefe, se metió al pastizal, alegando que alguien había abandonado un bebé que lloraba. Le dijimos que no, que eran zorros, o conejos gritando con los dientes clavados en el lomo. Se metió igual, a pesar del ruido de cascabel de las serpientes en cacería.

Lloran zorros, chillan lechuzas. Majestuoso, el gran búho gris camina por la calle ajeno a mis luces, a la helada. Me mira, guiña, y me olvida. ¿Necesito una compañera, amigo Raúl, qué crees?

Apago la radio porque me he puesto a pensar. Raúl vivió en París. En francés recitaba a Rimbaud. La chicha corría como el Rocha desbordado en las inundaciones de los años sesenta, color café con leche, greda oscura y greda blanca. Céline, Raymond Radiguet. Hablaba del diablo en el cuerpo, de los endemoniados de Dostoievski. Todavía no destapaba cascos azules, la noticia de su solitud no había llegado a la ONU para que mandasen refuerzos. Cuando llegaron, lo hicieron para matar. No aliviaron nada, la noche siguió sola y fría, que cuando el vodka no quema, hiela.

Hay fosas en Cochabamba que no pueden ser muy profundas porque abajo hay un mar de barro, la qocha. Tal vez tu ataúd entró al cauce y te fue navegando hacia la Estigia. Mestizos que somos, entre la Hélade y la chicha.

Llegué a mi parqueo. Una muchacha está metida de cabeza en el basurero congelado. Tweakers, les dicen a los adictos a la metanfetamina, que además de buscar alguna sobra, cualquiera, ya masticada, escupida, recogen e idolatran inservibles objetos descartados del mundo.

Quité el pantalón y me metí en cama. Eran las cuatro. Toqué mis piernas y eran de muerto, frías. Como tus manos.

18/03/2021

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Fotografía: Claudio Ferrufino-Coqueugniot/La espera/2021

Monday, March 15, 2021

Un millón trescientas cincuenta mil visitas


A pesar de más de 1 año de censura a mi blog personal, LE COQ EN FER, y el intento de censurar también SUGIERO LEER, he llegado a más de un millón trescientas cincuenta mil visitas, 1353401 hasta hace una hora para ser exactos. La tozudez no es solo mía sino de los lectores. Seguiremos así. Ellos, de ambos lados, pasarán. Nosotros no. ¡Muchas gracias!