Sunday, August 7, 2011

Pierre Loti en Pekín


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Bertolucci logra un abrumador escenario en su multipremiada película El último emperador (1987), gracias al permiso especial recibido por primera vez para filmar dentro de la Ciudad Prohibida.

Pierre Loti estuvo allí, casi a fines de 1900, inmediatamente después de la Rebelión de los Boxers, y lo que se presume en Bertolucci de magnífico, grandioso, sublime, monstruoso, inconcebible, de la cultura china, abunda en esta especie de diarios escritos por el autor-aventurero francés para las páginas de Le Figaro, y compilados en un volumen (Pekín/Editorial Cervantes, Barcelona, 1923).

Loti es un extraño personaje de la literatura en general, de la francesa singularmente. Su inteligencia y sensibilidad hacen que el África que describe, Persia, o la China en este caso, impliquen un viaje no solo de detalles, sino de pensamientos, digresiones, que van desde la básica reflexión filosófica hasta cuestiones de geopolítica o economía. Percibe, a pesar de su muy profundo espíritu francés, que aunque vienen los ocho aliados a pacificar China, librarla de una secta sangrienta e infame, detrás se esconde la realidad de la incomprensión occidental hacia una sociedad altamente desarrollada, con la que alucina y se asombra, desde el mismo hecho de la existencia de esta ciudad misteriosa, sombría, crecida en medio del yermo más temible, con vientos que arrasan desde Mongolia, y el polvo que se acumula por encima de todas las cosas prestándoles opacidad.

Si bien la Gran Muralla desafía la credulidad, y es tanto monumento a la voluntad de los hombres como a un férreo e implacable dominio, la villa también lo es. Haber vencido la febril altiplanicie para instalarla, cubrirla con muros majestuosos, y fundar una corte que maneja su grey desde las protegidas inmensidades de una ciudad dentro de otra, emula el trabajo de los antiguos titanes, superando toda la opulencia europea, cuya riqueza y parafernalia se ofuscan ante lo que se presenta a ojos de los expedicionarios.

Se aloja en un palacio de cristal, en las murallas internas, sitios antes siempre vedados, únicamente permitidos a los herederos del cielo, cuyos ojos que jamás nadie vio, contemplan la vida y accionar de sus súbditos desde horrísonas torres recubiertas de lacas, oros, dragones, pájaros, leones y demonios sin fin -y sin par- de una desbordante mitología. Claro que el éxtasis, la suerte de lograrlo, se conjuga con los tristes remanentes de la cruel lucha recién sostenida. En los lagos y rincones de las ciudades rojas, violetas, amarillas, cada una parte de la Ciudad Prohibida (nunca nombrada así por él), se pudren cadáveres de los boxers con trajes azules, juramentados a la emperatriz madre. Antes de atravesar los puentes que lo llevan al resguardado Pekín, el panorama es de desolación, de espanto, con gordos perros hastiados de devorar carne humana, y terribles resabios de las torturas sufridas por pacíficos habitantes a manos de la furia fanática de los alzados, cuya ira se esboza justa, a ratos, cuando el escritor menciona los abusos de las potencias occidentales en una China inmensa y rica.

“(…) Es la ‘Ciudad violeta’, encerrada en el seno impenetrable de la ‘Ciudad imperial’, en que nos encontramos, y más impenetrable aun que ésta. Es la residencia del Invisible, del Hijo del Cielo… ¡Dios mío! ¡Cuán fúnebre, cuán hostil, cuán feroz es este lugar, bajo el cielo sombrío! Continuamos avanzando por entre los viejos árboles, en una soledad absoluta, cual si éste fuera el parque de la Muerte”. A impresiones así, de los primeros días de una estadía de meses, Loti permitirá que el hechizo de una cultura milenaria, sofisticada, extraña, se le introduzca. De pronto halla la paz, y en una visita posterior a su alojamiento de la etapa inicial hablará incluso de sus compañeros, los cadáveres que se pudrían entre los juncos, y que ya para entonces se habrían hundido en el lodo. Cómplices de una calma tal vez inalcanzable en otro lugar, de poética y sutileza únicas en su palacio fabricado de cristal, todo de cristal, transparente, con mullidas alfombras oscuras y ventanas de papel, rodeado de porcelanas, jarrones, duendes, juntos en la increíble fragilidad de esta morada que se hace tan suya, tan íntima. La guerra cede lugar al pensamiento, y maravillarse es cosa de cada día. Imagina al emperador, la emperatriz, observando ajenos la extensión de Pekín desde almenas elevadas en medio de bosques de cedros, invisibles para los demás.

Voy sacando los papelitos que marcan notas en las páginas del Pekín de Pierre Loti. Necesitaría infinidad de cuartillas para desarrollar cada una. Hay que comprimir, tratar de escurrir lo esencial, exprimir grises y estrambóticas murallas como si fueran limones. Tarea difícil. Para entonces, a partir del momento en que el narrador asienta el pie en la ciudad, después de las descripciones del horror, de la valentía de los sitiados en las legaciones extranjeras, de la marcha, donaire, y también atrocidades de los soldados de la alianza de las Ocho Naciones (Rusia, Japón, Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Alemania, Austria-Hungría y Francia), se insume en lo extraordinario del país, que no ha dejado su tinte sombrío pero que lo hace reflexionar acerca de las diferencias culturales, la incomprensión, la tristeza por haber penetrado un universo antes vedado, que al horadarse va a perecer. El artista pena en el presente por lo futuro ausente.

Hay un postrer cotillón, en el palacio imperial, que a Loti le parece insulso, hasta irracional. Mira la estatua de una diosa que parece sonreírse de la tontería europea. Y termina, premonitorio y acertado:

“(…) Pekín ha muerto; su prestigio ha terminado; su misterio ha desaparecido…
Porque esta ‘Ciudad imperial’, era uno de los últimos refugios de lo desconocido y de lo maravilloso sobre la tierra; uno de los últimos baluartes de las antiquísimas humanidades, incomprensibles para nosotros y casi un tanto fabulosas…”. FIN.
02/08/11

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 7/08/2011
Publicado en Semanario Uno 422 (Santa Cruz de la Sierra), 12/08/2011

Imagen: Pierre Loti, retratado por el Aduanero Rousseau, 1891

Friday, August 5, 2011

¡Pobres mujeres!/MONOCULO


Evo Morales tocó fondo al sugerir a sus bases el “enamoramiento” de las mujeres yuracarés para tomar el Tipnis. Recrea y refuerza con ello la retórica y prácticas empleadas por Pizarro y por Cortés; remueve el dolor de los conflictos indio-pakistanos, desde la época de Gandhi hasta entrados los 70, donde la violación, que no otra cosa aconseja, se utilizó como práctica de colonización y conquista.

Lo vimos en Bosnia, en campos de esclavitud sexual inaugurados por Serbia para destrozar el espíritu musulmán. En Vukovar, Croacia, con la misma finalidad. Apellidar Morales siendo indígena y en un país de alta población india nos remite justamente a aquello. ¿O no se da cuenta?

No es la primera vez que emplea connotaciones sexuales en sus habladas. Es antológica (de forma negativa) la de “Evo cumple”, lema al parecer, según él, de febril preferencia de las embarazadas. El patriarca, el amo, el patrón, el esclavista, el presidente, dando imagen de verraco, semental, el que hace parir a las hembras para fundar naciones, al mejor estilo de Rafael Leónidas Trujillo y de Benito Mussolini, para quienes, e incluido el gobernante boliviano, lo que se arrastra entre las piernas es de por sí bastón de mando.

Semejante necedad debiera bastar para destruir cualquier falsa imagen que se haya creado del individuo en cuestión, y de su fraudulento “proceso de cambio”. Patentes son las muestras de lo que se entiende por política en Bolivia, hoy peor que nunca, muy por arriba de Bánzer y García Meza, querubines del Purgatorio en comparación con las hordas plurinacionales, y el séquito de intelectuales que olvidó análisis y arte para convertirse en adoratriz del becerro de coca.

Enamorar a las mujeres es la mitad de una propuesta. La otra -en simple lógica- tiene que ser eliminar a los hombres. Retorno a Srebrenica, a ejecutar a unos y violar a otras, para que nunca más se ose cuestionar lo que la divina providencia dispone: que los serbios imperen sobre pueblos de segunda, o los alemanes sobre razas impropias y degeneradas, o los aymaras igual. Fascismo puro, ni Reinhard Heydrich lo hubiese dicho mejor.

Ya vienen sin duda las disculpas del niño travieso, por sus palabras que encierran terribles visiones. Apocalípticas. Y el pueblo boliviano sonríe, no ha madurado, flota en un limbo de crónica idiotez, festejando ocurrencias semejantes, que nos hacen únicos dentro de la especie.

Pero el presidente no es siempre así, sabe con quien usar sus propuestas, con los que no pueden defenderse, con los indios pobres que decía proteger. Y si miento ¿Por qué no propone en conferencia de prensa, a los hombres bolivianos, que la única manera de reconquistar el mar pasa por imponer cópula a las mujeres chilenas? Eso no, porque le mandarán unos aviones de veras, no sus avioncitos chinos, y le harán volar el palacio. A los fuertes no; a los de abajo, siempre a los de abajo. Palo.

¿Qué sentiría si le aconsejo que para sacar de su letargo a las muchachas de Orinoca, saltarlas a la modernidad, hay que importar una camada de rubios y macizos lituanos? Algunos le llaman “mejorar la raza”, cuando en sí es “obligar la raza”. O machos coreanos, si las comunidades potosinas se niegan a industrializar el litio.

¿Quiere decir, usted, presidente, que se debe golpear en el eslabón más frágil, el que nos da vida, el que más amamos y más nos duele? ¿En la madre, la hija, la hermana, la esposa para doblegar al hijo, al padre, al hermano, al esposo? Vergüenza debiera darle.
4/8/11

Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 5/08/2011
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 9/08/2011

Thursday, August 4, 2011

El exilio y otras cosas de Isabel/MIRANDO DE ARRIBA


Un periódico británico publica un reportaje acerca de Isabel Allende. La pone a la par de García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes. Quizá tengan en común cosas que son usuales entre famosos pero no creo justo, ni correcto, ubicar su seudo literatura con ellos.

Isabel tuvo un acertado momento para surgir. Un nombre, un martirologio personal y colectivo, el de Salvador Allende y el de un Chile que no menciona en sus textos, dándole -en apariencia- un toque misterioso y mágico a la tierra donde se desenvuelven sus más que mediocres personajes.

Isabel escribe melodramas que apuntan al romanticismo de la gente, de las mujeres en especial, un erotismo, eroticismo, de cocina, lejos de Wilhelm Reich. Intenta, en una falaz aunque exitosa moda, sazonar el sexo con especias o comida, siguiendo la triste huella de Como agua para chocolate y otros relatos livianos, mixtura de composiciones ajenas, lugares comunes e historias de mi abuelita. Una moda que actualmente crea escuela de cómo escribir basura. Y no es la literatura femenina la
criticada, pero una cosa es María Luisa Valenzuela y otra Carmen Serrano, como Jorge Amado era uno y Paolo Coelho el de abajo.

Otro drama isabelino es que Allende se ha agringado y en las charlas prefiere, norteamericanamente, hablar de cuantas veces hace el amor, su frecuencia matrimonial y necedades semejantes. Claro que siempre presente vive Salvador, tío o primo trágico, disponible para serias circunstancias.

Isabel comenzó a escribir a los 40, algo que la acercaría a Conrad, pero el polaco vivía mientras ella imaginaba. Afirma que la fatídica fecha del 11 de septiembre le quitó un país y le dio otro. Su Chile murió con el golpe -ella emigró dos años después- y su Estados Unidos nació con el ataque a las torres gemelas. Extraño concepto de patria o sólo más noveleras palabras con intenciones interesantes. Por supuesto nunca dejará este país con una creciente población latina de escaso nivel educativo aún y que se deleita, cuando tiene veleidades intelectuales, con sus llorosas erotosas latosas novelas. Un público similar la leerá en inglés.

Supongo que viene una novela sobre el terror de septiembre, plena de angustias pasionales, cuerpos frotados en hierbas, una mujer pobre de Sudamérica, un inversor de Nueva York, y la dicha del amor que se desnuda sin ver la muerte escondida. Se abrazarán al caer las torres y entre el asfixiante polvo tendrán la valentía de susurrarse un último te quiero.
26/10/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), octubre, 2003

Imagen: Pintura de Fernando Vicente

Coleccionando Simón Bolívar/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cincuenta mil sellos postales, o estampillas si prefieren, posibilitan intentar variantes dentro de una colección filatélica, especializarse en tópicos, separar por temas, formas y cualquier deseo imaginable.

Con el tiempo, aparte de los álbumes dedicados a países, opté por juntar aves, mamíferos, reptiles y batracios; insectos, pintura y pintores; escritores y obras, dando como resultado excepcionales muestras de arte gráfico y multitud de referencias biológicas, literarias, geográficas, etcétera, posibilitando hallar mucho en esos minúsculos universos que vuelan por carta sin concepción de espacio, distancia o divisiones políticas. Como si en la filatelia se hubiese resguardado, más que escondido, la utopía.

Reunir escritores exigió más tiempo. Es fácil diferenciar a un cóndor de una foca, pero no tan simple decidir si el retrato impreso es el de un escritor, un presidente, quizá un músico. Hay casos obvios como Shakespeare y Tolstoi; otros como Camões y Senghor todavía eran fáciles, pero cómo adivinar que Camilla Collett, en sello noruego, escribía o si Bastos Tigre y Hugo Foscolo hacían poemas. Detalles resueltos hoy pero que se renuevan ante la aparición de alguna otra misteriosa imagen con apariencia escritora.

Hubo posibilidades truncas como hacer una colección de historia latinoamericana y la disyuntiva de poner a Luis Somoza junto a Mariano Moreno o a Bánzer con Belzu. Además de la impresionante cantidad de sellos que llevaría una vida clasificar, aparte de aprender detalles de cada personaje. Me decidí por uno: Simón Bolívar.

Los correos de las naciones bolivarianas crearon el mayor número de emisiones con la imagen del Libertador. Venezuela continúa siendo la más prolífica. Colombia tiene a Bolívar en muchísimos sellos pero, despertando pasiones y rivalidades antiguas, también a Santander. Sin negar la grandeza del venezolano, Colombia aclara su aporte "nacional" a la independencia. Panamá, en vano intento de desligarse de Colombia, a instancias, favor y presión de Norteamérica, no ha sido dadivosa con el hombre. Ecuador, Bolivia y el Perú cuentan con algunas estampillas, no tantas como debieran, por razones diversas. Ecuador fue apéndice de la gran Colombia, Perú se divide con el aporte de San Martín y Bolivia apenas debió su creación a un exceso de vanidad de Bolívar, lo que nunca quedó bien entre altoperuanos.

A tiempo del bicentenario de su nacimiento el mundo entero se sintió en el deber de honrarlo, o, en su figura, honrar las naciones que lo reclaman como su representante. Estados Unidos no, aunque en la sede de la OEA, en su capital, hay una estatua ecuestre del caudillo. Cuba, Rusia, España, Argentina, México, Brasil y hasta la India emitieron sellos conmemorativos. Su país, Venezuela, toda una serie que incluye su infancia, su familia, maestros, amigos, camaradas, preciosos cuadros de las batallas de Boyacá y Carabobo, el Congreso de Angostura y Simón Bolívar en la cumbre del Potosí.

21/10/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2003

Imágenes: Emisiones diversas de Simón Bolívar/Unión Soviética, Perú, Bolivia, Venezuela

Caricatura de Aliaga, Cochabamba, 2011

Wednesday, August 3, 2011

Día de muertos/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Los muertos forman parte del folklore nacional. Matanzas que no sólo nos legó España sino que también vienen de más antiguo, de una historia repetida.


Los que ponen los cuerpos son siempre los pobres, los débiles, los que en apariencia no tienen más que perder y sin embargo lo hacen: dejan huérfanos y viudos, estelas de tragedia por venir. Hay títulos rimbombantes como patria, nación, revolución, orgullo, tradición en cuyos nombres unos echan a morir a otros, los diestros a los siniestros, los claros a los oscuros.


Hoy que Bolivia se deshace de un extranjero, que en apariencia fue elegido libremente y que posee más fortuna que el país, un presidente cuyas intenciones se escondían bajo los intereses del capital mundial, el panorama debiera presentarse límpido, promisorio -como para hipócritamente afirmar que los muertos sirvieron para algo cuando abono son- y sucede lo contrario.


Los juegos de cartas de la historia se remozan pero en estructura permanecen fijos. La reinvención del cerco de Julián Apaza prueba ser efectiva pero jamás será contundente. No hay instante en el paso de la humanidad por los años donde el pobre triunfe, ni los diggers ingleses, ni los marinos de Kronstadt, menos los mineros del 52. Hay ambición de mejorar la vida, de ver a los hijos crecer con igualdad de oportunidades, pero hay ambiciones mayores, de oro y dominio, que se superponen a las más febles y que terminan manejando los movimientos sociales a su favor. No estamos ante la disyuntiva de lo que haría o noharía cierto candidato en el gobierno. Un estado, incluso el de Luis XIV, no es feudo personal sino parte de un proyecto, coherente o descabezado pero proyecto al fin, de una comunidad de gentes ideológicamente disímiles, tan sólo hermanadas por un lugar común: el robo y la perpetuación del robo; a eso se reducen las ideas.


La capacidad intelectual de los líderes no garantiza nada. Con lucidez, Miguel Bakunin repite desde su propia derrota que se nos libre del gobierno de los hombres "inteligentes y virtuosos", que son los que aparecen después de los muertos, detrás de los cadáveres. De izquierda o de derecha, de centro o ambidextros, se alzan sobre la sangre de los otros, como si les importara. La ramplonería del discurso político no resucita a nadie. Aquello de "Lázaro, levántate y anda" es mentira; morir por la argucia de los otros, inútil. Aunque el problema sea -lo es- más complejo que estas líneas.


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Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto, 2003


Imagen: Día de los muertos, México

Tuesday, August 2, 2011

Rinocerontes/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo, de 1911, un artículo de Theodore Roosevelt, ex-presidente de los Estados Unidos, acerca de la caza del rinoceronte, blanco y negro, en África, con objeto de obtener piezas para el museo Smithsonian. Este hombre, cuyas discutibles acciones en la Guerra Hispano-Norteamericana le valieron fama de valiente, no contaba con mi interés, hasta leer de su viaje por la selva amazónica buscando el Río de la Duda, en una terrible expedición conradiana.

Su texto africano no es contradictorio, y hasta resulta aleccionador. Como hombre de su época, y de su nacionalidad, TR no oculta su satisfacción con la gran caza, pero explica que adquieren sólo las piezas “justas” para las instituciones culturales, aclarando que no significa una expedición depredadora y cuya intencionalidad no está en eliminar especies.

Lo menciono porque me puse a pensar en la propuesta de acabar con el TIPNIS, que otra cosa no es, del gobierno plurinacional. La magnificencia del supuesto futuro y bonanza económicos que derivarían de la construcción de la carretera no pasa de fomentar otro mito, de los multitudinarios de nuestra identidad, como el gas, petróleo, litio, defensa de la tierra, igualdad de derechos, retóricas utilizadas para dorar la píldora del concesionalismo criminal de Evo Morales a las huestes cocaleras, retrógradas, fascistas en práctica, que habiendo masticado y saboreado el dinero fácil, desean ahora hacerse del país y ampliar sus dominios, con la más burda de las intenciones: mayores artículos suntuarios y porquerías semejantes, y ninguna planificación de crear infraestructura agrícola, industrial, y menos educativa. Los cocaleros quieren mansiones, autos, televisores, parabólicas (para ver fútbol) y nada más. Aquí no hay progreso, hay vicio, y extinguir especies animales y pueblos originarios no importa mientras se ceda al soporte presidencial lo que desee, con intento de perdurar eternamente.

Roosevelt habla del hábitat del rinoceronte negro, dándole una largueza perdida ha mucho. Si no se protegen los recursos, desaparecen. Simple. Y los cocaleros, cuyo único edén sobrevive en Evo Morales, tampoco perdurarán si siguen explotando de forma vil su alrededor. Ni la Pachamama los salva.

Ahora bien, ya se ha fundamentado un círculo de delincuencia con amplias e internacionales ramificaciones. Y, a diferencia de México que es tráfico de paso, en cuanto a la cocaína -y de producción en la marihuana-, hay una gigantesca masa humana en el Chapare involucrada en el narcotráfico y a quien habrá de combatirse también si se decide enfrentar el problema. Tal vez movimientos de masas, relocalizamiento al Ande, con porvenir de miseria, bien merecido porque no se supo levantar polos de desarrollo, producción orgánica de frutas y otras para un mundo de creciente demanda. Turismo, etc.

Evo Morales no es Prometeo sino el Prometedor. Y el único fuego que tiene en manos no se lo robó a los dioses, es el del fósforo, para encender el proceso de producción de narcóticos. Y por ello tiene que pagar. Ambicioso, destructor del medio ambiente, tirano, racista, fascistoide, blancoide, capitalista, imperialista (hay indios mejores y peores, y las tierras de unos deben ser de los otros).

¿Y los hummers, mármoles, y parabólicas de la arquitectura chicha? No sirven. Como sus dueños cocaleros… para nada.
01/08/11

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 02/08/2011

Imagen: Un jacuzzi en los alrededores de Chulumani (¡!)/Fotografía de Miguel Sánchez-Ostiz, 2011