Sunday, November 3, 2019

El Che Huevara, el castigo, la realidad, el destino y la esperanza

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Evaristo (alias Evo) escapa. No tiene problemas con dejar lo poco que guarda en el país. Afuera lo esperan billones. Al otro, al sirviente encorbatado, también. Pero hay tristeza: se acabó el reinado de Momo, se entierra el carnaval; terminaron los dólares y las niñas vírgenes y tanto que no sabemos.
Nunca más el reino eterno; de pronto no había sido verdad que era el elegido, el intocable, mesiánico. Sus acólitos se mimetizarán entre el público, y si para desgracia suya el tumulto entra en palacio, ellos serán los que se ensañen por encima de otros sobre el cuerpo mutilado del difunto presidente. Ellos, los que lo veneraron, demostrarán ser los furibundos. Total, acostumbrados están a linchar. El perro rabioso muerde al amo. Y lo van a morder.

Un individuo llamado el Che Huevara, versión boliviana de Ernesto Guevara, amenaza con convertir el país en Vietnam, y/o previene a los gringos no meterse en otra tragedia como aquella. Che Huevara no es el Viet Cong. Che Huevara es ladrón de camiones y chulo. Existe una gran diferencia. Verborrea de la hidrofobia. Ni le presten atención.

Sintomático el silencio del ejército (tal vez me equivoco). Puede ser que algunos ilustrados del montón entiendan que se juegan su existencia como institución. Va en serio. El dictador está solo. No es Víctor Hugo, escritor, que para su entierro reúne un millón de personas; ni Durruti. Creo que Huevara estará más interesado en escapar que en cuidar al fantoche. Solo, en palacio, con su pelota de fútbol y la mano en el miembro lo encontrará la historia, antes del sacrificio.

Nadie lo llorará, ni la Zapata, ni el zapato. Ni lo enterrarán en el museo de Orinoca. Ni siquiera lo van a embalsamar.

Si por suerte escapa, hay recursos legales, jurídicos para hacerlo retornar con grillos. A su musa, el Ñusto, también. Cuando suceda tendremos que hablar fuerte y pedir cambios en la Constitución bajo enseñanza suya. 30 años de cárcel no es convicción suficiente; es feroz pero no letal. Cambiar la ley para que delitos de Estado, mayores como sabemos, y que incluyen traición a la patria, tengan castigo ejemplificador, ese que manda al infierno sin escalas. Siguiendo una lista de jerarquías, sin distinción de género, para que no suceda otra vez.

El reloj de Choquehuanca marcha al revés. Se revierte la historia. La barracuda muere por su propia boca; el perro se mordió la cola. Adiós.
2019


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