Tuesday, August 31, 2021

Cosas de negros


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

 

Que negros aquí, negros allá. Lo escucho a diario, lo he dicho también en momento de ira. Hoy, ayer y anteayer que putos negros, flojos, basura. Incluso entre negros hay “niggers” y los otros, se lo echan en cara con vehemencia. Mis compañeros estibadores diferenciaban entre ellos y los “negros” de Jamaica o los “africanos”. Matices de un mismo color, del Congo y el siguiente de las Carolinas. Si a uno lo someten a la ignominia eterna, al estupro, si no se convierte en asesino maníaco se hundirá. El lodo es más pesado cuando está encima que cuando se camina sobre él. No hablo de “comprensión”, ni de la empatía del ser humano que pocas trazas de ello hay. Ni soy Defensor del Pueblo. He visto; he vivido.

 

A las 10:55, Aretha Franklin canta Don't Play that Song (You Lied) y me arrebata el pensamiento a cuando era trabajador de mercado, uno entre todos tostados y jefes blancos. Pelar la achicoria de trazas oscuras de podredumbre, limpiar con papel toalla la berenjena, escoger hongos de tipo A o B, quitar viscosidad de los que estén más viejos, hacer a un lado los blancos gusanos que pululan en el tomate romano para venderlos en balde, deshechos, a los restaurantes elegantes de la capital de USA. Que la salsa con uno que otro gusano molido sabe mejor.

 

“Negro” describe a la plebe en Argentina, no porque vengan del Senegal sino porque el nombre trae a colación taras y disfunciones, crimen y vicio. Pienso en los “negros” de Washington Cucurto y la bailanta. Modestos bolivianos en Virginia, de vida y aspiraciones de sirviente, eran muy vocales a tiempo de denigrar al que estaba debajo.

 

Monjas de la Madre Teresa vienen a pedir donaciones a Keany Produce Co. Denles mierda, es la instructiva; total, sirve para criar negros. Pero, tapada por la mierda, escondo costales de reluciente papa roja de Idaho, naranjas tipo Valencia, tomates 4x4, que se dividen por tamaños, y precio.

 

Tyronne, ya de alrededor 60, presume de su larga verga en los baños, le dice a otro que él sí haría feliz a su novia, no como el nigger verga chica que eres tú. Joe Day se levanta desde la silla, agarra la cremallera y dice a los cargadores que si no se apuran les meterá la negra verga en el negro orto. Textual. Para eso pone su gran mano debajo de los testículos y los levanta como sostén levanta teta. Reímos. Fuck, Joe, que no puedes ni con tu tía, motherfucker. Shit! Cuando se van los camiones llega la calma, barrer masacradas hojas de lechuga, pedazos de sandía rota, ciruelos negros de Chile que llegaron por mar. Los vehículos salen y a la vuelta del mercado de abasto se detienen para dotarse de crack, cisco o cerveza malteada de alto grado alcohólico. De ahí a DC y Maryland, Alexandria y Arlington, al salón rutilante del Club de la Prensa y a la CIA de Langley donde a los espías les gusta el aguacate mezclado con picante serrano. Volverán en la tarde, a tiempo de morir el sol, agotados, hastiados de cargar bultos y meterse droga. Si estoy allí, algunos nos quedaremos cerca, entre basurales y maleza saliendo de las paredes. Más alcohol y otra vuelta de crack, hashish, hasta casi la hora de volver a trabajar, al “tráeme veinte cajas de pepinos”, con lo que pesan. Nos acostamos en sillones desparramados por los callejones; arden turriles con restos de madera arrancada a las ruinas. Los clavos se calientan y explotan, suenan al chocar con las paredes del barril. Roberta Flack y Donny Hathaway cantan You've Got a Friend. La cantó James Taylor. La escribió Carole King. Los amigos morimos en colectivo. Alguien pide amor. En Gallaudet la mamada cuesta cincuenta centavos y dólar el tiro. Esqueléticas muchachas vagan por la penumbra vendiendo lo único que les queda ya por poco tiempo. Si hubo alguna vez poder de las flores no pasó por aquí, que ni la alegría alcanza para todos, menos para negro. Y si Dios pasó… No pasó.

 

Brilla el blanco de tus ojos en la noche. Tú encima de mí. Y tus dientes brillan. A este callejón no llega la luz de las estrellas. Yes, babe. Si moriré de sida lo dirán los años, de todos modos he de morir. Mi extraña relación con la muerte. Afiebrado por semanas, en Buenos Aires a mis quince, en casa de Chocha y el tío judío odesita, solo me pesa una cosa: morir sin haber visto el zoológico. Y sé que en el de Buenos Aires hay una pantera negra, igualita a la de la portada del libro de Verne Las Indias negras. Qué pena, morir así.

 

Sé que a mis amigos se los llevó la desgracia sin necesidad de pandemia. Condenados negros. Negros condenados. Sweet Pea murió cuando yo todavía estaba allí. Nadie asistió a su entierro. Ya entonces Rosselle Houston caminaba con dificultad; Ernst y Wayne eran jóvenes y reían, pero el crack los volvió silentes y nerviosos. Big Mike era demasiado hombre para morirse pero quién sabe. Si yo tengo 61 ahora, Joe Day tendría casi 100. Al ritmo que llevaba, de good y bad coke, dudo que llegara a 70. Cuando agradecí la premiación del Casa de las Américas el año 2009, por El exilio voluntario, los recordé en una breve lectura. Ambrosio Fornet se me acercó y me dijo: “sabes que nos has conmovido”. Arthur… Tyronne… Frank, uno de los pocos blancos. Pollard…

 

Que no me digan que es cosa de negros (así titula ese gran texto de Cucurto). Que se los lleve la verga.

31/08/2021

 

 

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