Wednesday, November 10, 2021

Angélica


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

1996, año del ave fénix, de las cenizas recalentadas. Café Fragmentos. Calle Ecuador casi España. Un cuarto breve, una puerta al patio, luego la cocina. Y altos al fin de la escalera de caracol. A mediodía le da el sol de pleno, entre edificios cuasi modernos y casas coloniales cortadas en dos.

 

Cesária Évora, Sodade. Larga historia que tuvo término veinte y cinco años después. Angélica trabajaba en la cocina y yo le enseñaba a hacer alitas picantes, las únicas de Cochabamba, y mi toque personal en la hamburguesa que todavía está. Reíamos, Angélica era mujer risueña, y si yo tenía 36 ella tendría 20, supongo; nunca se lo pregunté. Aprendió, porque no es difícil hacerlo para quien tiene el sabor en los dedos. Ella lo tenía. Ya ni recuerdo el listado de platos pero siempre solícita me preparaba algo cuando me sentaba en el patio con una cerveza contemplando el fin del mundo, que era su inicio.

 

Nos hicimos amigos. En los momentos color sepia o goya oscuro, hasta confidentes, diría. Infinidad de veces la llamé por teléfono desde los Estados Unidos. Solidaria, optimista, contaba su vida que no era de rosas, y alguna vez la llevamos a su casa, arriba, en el cerro, Ticti o San Miguel, subiendo desde la mítica, y pútrida, laguna Alalay. Así como mis penas soportaba en lloroso verbo, supe un poco de las suyas. Mi hermana Picha la quiso sobremanera y conversaban cada noche en la mesa del fondo, de café y cigarrillos.

 

Cuando su hermano Edwin me envió un mensaje de voz esta mañana supe que era de tragedia. Lo ha sido; Angélica falleció hoy y en la mortecina luz de tanta historia la acompañarán sus amigos y parientes, los hijos que habrán crecido. Miriam llora y Ligia llorará, parte íntima suya de la aventura de vivir, esa de despegar sin alas hacia un cielo tormentoso.

 

Angélica ríe, ríe y ríe del doble sentido de las palabras, del exceso de sal y del aceite hirviendo. Gente así no debiera morir, nunca debiera morir porque la carcajada mata a la tristeza. Chau, querida.

 

Angélica Gómez Anconi.

10/11/2021

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