Wednesday, January 12, 2022

Modorra del viernes. Roma


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

 

Sigo con Diario del divorcio, cuaderno de viaje. Catarsis después de 30 años de odisea alegre y de gris zozobra. El texto de hoy está entre Madrid y Roma; me alejo un tanto de las estepas del este, de sus mujeres ojos de tártaro azules y retorno a occidente, supuestamente menos salvaje o mejor mimetizado. Divorcio de mí mismo, que esas santas que fueron mis esposas no merecen martirologio. No son ni Jan Hus ni Gonzalo Pizarro, aunque de profetas y guerrilleras tenían al menos un poco.

 

Madrid se aleja por el camino que la acerca, cuando llegaba de Porto. Miguel (Sánchez-Ostiz) me había dicho que no se hallaba alojamiento ni en barrio de putas, que fuera a su casa, la suya y de Dominique, y de tótems negros que elucubran aquelarres en la noche. Están acostumbrados; y yo también. Me he adecuado a los gritos espectrales de los monigotes indios del Orinoco, a la sonrisa inhóspita de las muertas del Gabón, a quienes al quitarles las máscaras enviaron a universos de espanto. Pero decido que ya hablaré en extenso de estos santos, el escritor y su esposa, y que me subo al avión hoy para ir de Madrid a Roma.

 

No estaba la ciudad imperial entre mis planes. Pensaba en salir de España hacia Francia. Visitar en Lyon a mi sobrina Zara, eludir París, dejar una flor a Borges en Ginebra, quizá Basilea, y luego Berlín. En un cuaderno de notas tengo viajes con nombres y números, circunloquios geográficos de borrones y letras superpuestas. El salto desde Alemania hasta Polonia, primero a la Polonia que fue Alemania: Wroclaw, Poznan; Breslau, Posen. Luego Cracovia, Varsovia y la fértil frontera de Bielorrusia y Ucrania. Largo viaje plagado de historia, de obsesiones, de Elke y Agnieszka. En la tumba de Chopin, en Père Lachaise, hallé senos varsovianos, y la otra, germana, escribía, y yo a ella, en mentira desmedida y desbocada. Fue relación furiosa como color expresionista, tuvo estertores de orgasmo, arañó la supervivencia y murió en acumulación de años cuando ella matrimonió a un anciano y el hombre tuvo soponcios de celos y me alejé. Dolor expresionista. Pero décadas habían pasado y las carnes se cayeron; solo quedó la vergüenza. De Agnieszka Wokroj no supe nunca más. Quedaría de sirvienta de ricos a orillas del río. Era una mujer del tiempo de George Sand, vestía de negro y besaba como si tomara expreso amargo. Cuando se juntan el Oise y el Sena, en Pontoise, aprovecho para sentarme en las orillas y saber que ese sol pintan los impresionistas por la eternidad. Remojo los pies, los dedos, y por un instante la Galia deja de ser la lata de cuscús de diez francos, la tajada de gruyere; entra en la piel con sensación de bello desgano. El sueño se irá, igual a Versalles difuminado en las luces. Así ellas; les he colocado un velo de santas sobre la cabeza loca, un halo que las libere del falo.

 

Fiumicino. Me recordó la juventud, las fotos que vi del atentado en el aeropuerto. Era uno de mis iconos de la desgracia. Hacia allí me dirigía. Ir a Roma fue respuesta a una invitación de Marcela Filippi, traductora chileno-italiana.  

 

Desciendo en Fiumicino. Dominique y Miguel me despidieron en el metro. El último día gozamos del dadaísmo ruso en el Reina Sofía; cociné un fricasé cochabambino, aunque lo llamarán paceño, y entre Osip Brik y la patasqa, remojados en ají panca colorado, Madrid llegó a su fin.

 

Tengo una maleta bastante grande y una de mano. Hubiese preferido viajar con mochila pero hubiera tenido que seleccionar demasiado, decidir entre dejar relatos del café El Perro Vagabundo, de San Petersburgo, y la colorida ropa interior que encargaron mis amigas ucranias. Al fin lo traje todo: Ajmátova y calzones.

 

Tengo conocidos que dividen al género humano entre iluminatis y reptilianos, soles y lagartijas para mayor precisión. Me considerarán caimán, o dragón komodo, por la baba que me cae ante unas piernas largas sin medias o ante Van Gogh. Lo usaré hoy, valga, porque Marcela sí es un ser de luz. Sin conocerme me abrió su departamento, muy arriba, cerca del cielo, y paseó Roma por sobre mí poniéndome una corona de espinas hechas de jazmín. Compartimos el Café Greco, la Roma y la fama. Hablamos de Donatello, o era de otro, vida real imaginaria. Había un rostro desencajado, anuncio de una exhibición. La ciudad despertaba y habíamos caminado toda la noche, desde Trajano hasta Tito, pasando por los Dioscuros guardianes de la subida hacia Marco Aurelio.

 

Fuente de Trevi. Piazza Navona, apuntalada por los muertos de Domiciano. Roma valdrá varios textos de esta fuga, el viaje al fin del divorcio. Vino tinto de sangre, con burbujas. Tiré monedas según costumbre. No pedí nada específico porque deseo el absoluto. Me retraté con Giordano Bruno. Foto oscura, esa, que arreglaría la técnica pero que dejé así, no porque sea premonición, lo dudo, sino de homenaje a la tristeza.

 

Aparcamos el auto cerca de supongo el Tíber. Añosos árboles en las bandas. Un agua que brilla al compás de los faroles. Ni ancho, pero era el río de la historia, el que mandó a la humanidad camino de la laguna Estigia, y que dio tanto en arte y pensamiento. Pedí ver la loba. Desde niño me corroía la obsesión de Rómulo y Remo, en mala producción Hollywood. Encima de una columna de piedra amamantaba a los niños, Caín y Abel del nuevo mundo. Más bien pequeña, opacada entre los monumentos. Pero la veía, toqué el frío de la piel de roca en la base. Cerré los ojos teniéndolos muy abiertos, vino una ventana de sol, un norte cochabambino, un niño que distrae la mente entre Francisco Villa y los hermanos romanos. Cincuenta años idos, la loba sigue en madriguera. Roma devoró a los niños del mundo, los Borgia cortaban con sierra larga manejada por dos a desventurados que habían hurtado un pan. Cocodrilos nadan en escasas aguas coloreadas de sangre debajo del coliseo. En el horror queda belleza, la imaginación, por cruel que fuera, de quienes trasladaban mundos para entretener. Lagartos gigantes no creo del Zambeze, pero del Níger al menos, o del Congo. Leones que mastican cabezas, trompetas de un fin del mundo que se alarga por cinco mil años ya y parece nunca venir. Búfalos cafres bajo el cielo del mediodía, y largos etíopes que no sonríen. Loba de Roma. Hace poco vi un filme contemporáneo, El primer rey. Sin la invención angelina de mundos idílicos muestra a Remo, y a Rómulo, en estado casi primitivo, cubiertos de pieles como seguro fue. Sobre ese cuero crudo nos levantamos todos, los oradores del foro y las fauces de antropofagia de Germania boscosa.

 

Lo dicho, Roma vendrá con otros detalles. Hay mucho que decir de días intensos. Aparcamos en el Tíber el automóvil y lo dejamos flotando a la deriva. ¿Medianoche? Por ahí. Por Roma caminamos seis horas sin parar. Marcela parecía oficial japonés de infantería. Aguanté entre el dolor de espalda y la magnificencia. Me sorprendí al ver una ciudad peatonal. Pocos vehículos. Me fotografié a entradas del Vaticano. El Papa estaría en onanistas oraciones a vírgenes que abundan. El Dios de los Papas tiene tetas o largos atuendos de guardia suizo. Lo que no se ve no se dice, pero sabemos. Fuera de ello, la plaza de San Pedro marcaba la noche. Tenía lo suyo y podría contarlo después. ¿Viste al santo padre?, preguntaron. Mi santo padre, respondí, duerme su vozarrón de tigre en el suelo. Era un justo.

 

Luego, desde aquel piso elevado, vi otra Roma. Vendría el desayuno, pan y salame, pan y queso. O huevos con jamón, no lo anoté. Leí un par de páginas de la amplia decoración libresca del departamento de mi anfitriona. Londres, Oporto, Madrid… Ahora Roma. Vendrían Kiev y Estambul. Recién comenzaba el incendio de los compromisos, el juramento de fidelidad a mí mismo. Las lágrimas que inundaron sábanas comenzaron a drenarse, cayeron como lluvia en el lavabo, se iban con pasta de dientes rosada y se archivaban en hemeroteca que sirve para escribir pero no, ¡no señor!, para penar. Roma o Morte, Garibaldi, la lectura se mezcla con alucinaciones que acoge el cansancio. Abandono las páginas, abro los ojos cerrándolos, y pienso en mis hijas.

20/12/2021

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Publicado en REVISTA NÓMADAS, 12/01/2022

 

 

2 comments:

  1. Sí. Las hijas, los escritos, las photografías, los animales, los amigos, los viajes, los hermanos, la cocina, el vino, la vida!

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