Monday, March 7, 2022

Eisenstein bajo las bombas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Quiero ver la escalinata del Potemkin, dije. Cruzamos la Ópera, la estatua de Catalina la Grande rodeada de machos diminutos. Casi crepúsculo entonces. Luego fui, en repetidas ocasiones, me senté en el Parque Griego, a la izquierda, caminé a orillas del mar. Cuando los sueños se hacen realidad la atmósfera tamborilea en el cerebro como leve borrachera.

 

Odessa.

 

¿Cuándo leí a Isaak Babel por primera vez? Caballería roja estaba en la vitrina, oferta de 10 pesos. Lo compré y lo terminé en la tarde. He quedado embobado desde entonces. Diez, quince veces, a lo largo de los años, y cada vez me asombra. Me interesó Babel gracias a lo que de él intensamente habla Ilya Ehrenburg en Los dos polos, Tercer Libro de Memorias. Con Ehrenburg nunca se pierde; por sus escritos conocí a tantos autores: Istrati, Tuwim, Nezval, Roth, Babel…

 

Con ese antecedente me puse a buscar y recibí en edición de Bruguera Cuentos de Odessa. Fue el fin, me ha atrapado el sortilegio. Odessa para mí está antes que París, que Roma o Atenas, o Nueva York. Luego de pasar un tiempo allí siempre repetí, y anuncié a todos, que esa era ciudad donde me gustaría vivir. ¿Dónde viviré si llega su apocalipsis?

 

Deseo conocer la Moldavanka, pedí.

 

La joya de la Corona, la perla de Rusia, y hoy, alguien que se dice ruso, va a terminar con esas calles arboladas y pobres, con edificios de cien, doscientos años cayéndose de a poco. La belleza de la arquitectura que se va poniendo vieja como las cosas con alma. No puedo imaginar bombas en esos patios interiores gigantescos donde en racimo crecen conventillos y asoman mujeres hermosas. Ya no están los bandidos de la Moldavanka para defenderla. Mishka Yaponchik, Benia Krik en Isaak Babel, fue ejecutado por los comisarios, padres de estas crías que hoy atacan, contratando chechenos y sirios, para acabar no solo con Ucrania sino con Rusia. Vladimir Putin no es un nuevo zar; es financiero ladrón, mafioso con ínfulas de eterno, trillonario dispuesto a todo, a hundir incluso la seudohistoria que pregona, en aras de su arca y vanidad. No es Pedro el Grande sino un esperpento; ni Catalina ni Suvorov, Kutuzov, Bagration; ni Frunze ni Chapayev sino un garabato de Gogol, el Uriah Heep de Dickens.

 

Las escalinatas de Odessa, requerí. Ahí estaban. El mar Negro ese día vestía azul. Me senté. Anastasia me abrazó. Tenía el cabello rojo amarrado atrás oliendo a moscatel. En una salita de juventud pasaban El acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein, en Cochabamba, cuarenta años atrás. El coche del bebé rodando por las interminables gradas. Carne podrida con gusanos cayendo para alimento de marinos. En el último escalón compré de un vendedor de recuerdos una medalla soviética. Conversamos de Nazim Hikmet, de Cochabamba. Disfruta Odessa, sugirió, pecado y belleza, flores sobre las ruinas.

 

Pero encima de los escombros humeantes que ansía Putin, supuesto defensor de Rusia, solo crecerá odio. Ante la masacre civil que ha desatado, las fuerzas ucranianas anuncian que artilleros y todos los relacionados con los bombardeos serán carneados. No prisioneros. Una unidad de extrema derecha que combate en el mar de Azov, unta las balas en grasa de cerdo para meterla en el cuerpo de los chechenos, así la muerte será espantosa y no habrá paraíso para los asesinos que ha enviado Ramzan Kadyrov, traidor de su pueblo. Pienso en eso y recuerdo las soleadas calles de Odessa, llenas de flores, de hierbajos nunca cortados y árboles caducos. Café con repostería de lujo; el rojo de la sangre reemplazará el carmesí borsch de cada día. Mi restaurante “Kazán”, enfrente de la catedral; el parque central entre los edificios oníricos de una grandeza que fue pero dejó aroma.

 

Un payaso criminal, asociado con los narcotraficantes del mundo, alabado y distraído por y con los jerarcas del hampa latinoamericana, meneándose con los chinos, ha decidido que Odessa nunca más. Comenzó a bombardear Mykolaiv y luego avanzará hacia el este, tratando de cortar el mar. El mercado estará vacío, los rodaballos secos, escondidos. La roja granada cuarteada y vendida por las calles no ya. Pero Ucrania resiste. Destruidos howitzer rusos lo muestran, justo cerca de Mykolaiv.

 

Asalto anfibio, se comenta, y el empuje por tierra. Kharkiv está en ruinas; ayer miraba en televisión, todavía intactos, los muros colorados de la universidad de Kiev, el parque añejo apenas cruzando la calle. Tengo algunas fotos allí, con las paredes amarillas de un ministerio. Llevaba chamarra negra, casi un luto antecediendo la debacle. Solo una bala de plata detendrá al espectro, una cuña de dura madera que le atraviese las costillas hasta un corazón para que nunca reviva.

 

Voces de bajo profundo salen de las penumbrosas iglesias, iconos de Andrei Rublev o de quien fueran. Toda Ucrania y buena parte de Rusia murmuran deseos de muerte: que desaparezca, se esfume, hunda en el cieno que trae la primavera, el que atormentó a Napoleón y a Hitler, y que comienza a meterse entre las ruedas de la invasión. Le llaman la “Rasputitsa”, el mar de lodo que pintara Alexei Savrasov y que se ve en noticieros desde India hasta Bruselas hundiendo tanques de guerra, desmintiendo al tirano que intenta difundir que sobre Ucrania se ha desplegado un velo de azahar. Con barro y con bala, Ucrania ha de persistir; el espía de la RDA, no.

 

A mi lado hay tres botellas de vino tinto que desearía terminar. Saludar a Odessa desde este sol montañés con hielo decorando. Me cansé del frío, ya navegaba en mente hacia el Ponto Euxino. Incluso tengo melancolía del feo aeropuerto de la ciudad. Nostalgia que uno comienza a acumular cuando sabe que ha llegado la muerte. Últimas palabras, aliento que se escapa de las manos que desean conservarlo. ¿Tendrán alma las ciudades? Nosotros carecemos de ella pero las calles tal vez no. Imagino que un mortero hará impacto sobre el monumento a Babel, que una riada de misiles destrozará las gradas por las que descendía Eisenstein cámara en mano. ¿No era que el déspota añoraba una inmensa madrecita Rusia? Podría ser una acción caníbal pero no lo es. Vladimiro Putin es una cosa pelada y temerosa, lombriz ni para alimento de anguilas.

07/03/2022

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Imagen: Graffiti en la Moldavanka, 2018  

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