Friday, February 24, 2023

Invierno con Thomas De Quincey


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

¿Dónde estabas, Thomas De Quincey, con tu hirviente té y cerca del fuego de leña? ¿No mirabas que mi automóvil corría sobre el hielo a veinte y siete grados bajo cero mientras las zorras gemían como niños en el arbusto? Las ramas forman figuras goyescas. Los grises conejos se refugian en las hoyadas del camino para atrapar calor. En la radio tocan sonatas de Purcell. Solitaria viola da gamba entre los arabescos de la nieve en polvo de la tormenta. Esa que con el viento inventa formas, sílfides y monstruos, y trae de retorno el terror medieval a lo que se desconoce. Tú redactando tus estepas de Tartaria, o al señor Kant con las manos en los bolsillos en la hoy Kaliningrado, otrora Königsberg, joya de ciudad. El coche resbala, desciende la colina de la calle Holly con riesgo de estrellarse. Miro el objeto delante de mí: Ilse, bar alpino. Purcell y el clavecín, Purcell y el violón. Finalmente no me estrello, el auto se detiene bruscamente en la vereda. La noche pare edificios  en silencio, una lechuza que pasa rasante con algo con cola entre las garras. En los basureros de la Harvard corren ratas grandes como perros chihuahua. Otra vez grita una madre zorra su espantoso lamento. Noche sueño de pesadillas. Blanca nieve que ofusca.

 

Una línea vertical se yergue en el horizonte. La vemos negros sudados en el muelle de carga de los mercados de Gallaudet. Sudados y congelados, paradoja de la angustia. El tren de Nueva York se arrastra del otro lado del alambrado. Primer destino Baltimore, bares africanos de un naciente rap. Poe. Una sombra se descuelga del muro y un gorila devora mendigas viejas en la estación. Lomo de plata no es, oscuro como el tío Tom, como el mayoral Joe Day. Segunda estación Fidadelfia. Tercera Nueva York aunque esta barriada es más Jersey. Pienso mientras los parcialmente iluminados vagones desaparecen. La línea vertical se ha doblado. Dicen que es tornado, más bien creo reflector de luces magras. Purcell en mi bemol, en sol menor.

 

Francine se acicala y cae rendida en manos de un irlandés. Gloria sucumbe a un folklorista. Elke a quién no sé. Cuento los dedos y más mujeres tengo que dedos. Mis guantes rotos, faltan algunos. Cabizbajo, retorno de estación de metro a otra de bus. Camino el último kilómetro de las afueras de Alexandria bien mojado, perro de aguas. Me secaré, pasaré la toalla por la entrepierna al estilo de Madonna y sacudiré el jergón del sofá destartalado. Tiemblo. ¿Del frío, Thomas De Quincey? Del hambre. Se tiembla de hambre más que de frío. De amor más que de hambre. Se me acumularon todos, castigo capital por los pecados. The Yardbirds tocan una lúgubre canción. Duermo. Me despierta el maullido de un gato en algún lugar del ramaje del molle macho en casa. El colchón huele a rancio, unos helados fideos ramen en el sartén. Abro los poemas completos de la Dickinson. Cochabamba estará con sol; los amigos tirando al sapo con tejos de plomo. Los cañaverales crían serpientes, no te acerques. Cortando las cañas jóvenes y soplando en un extremo suenan pífanos. El pífano de Manet; dime, De Quincey, en dónde está mi infancia.

 

Tus ojos. Te miraba y eran celestes, los cerraba y eran marrones. Negros tus ojos, blancos de ciega que no me ves. Rosas tus pezones, marrones, negros, color de zanahoria, de betarraga, Beta vulgaris. Tengo sed de desierto; las fuentes se han secado. Hay un tren que retorna desde la tierra de Lovecraft. Va cargado de escarcha y chirria como el fatídico carruaje de Selma Ottilia Lovisa Lagerlöf. Leo lo que aparece, el carruaje de la muerte, Mishima, Thorfinn Karlsefni Thórdarson, sagas de Sturluson y Borges. Frío islandés. Me pica la nariz y al querer rascarla se cae, igual a un dedo congelado, color púrpura, de Jaipur. Es hasta hermoso y no duele. Después desgrano los dedos como maíz para mote. Un recipiente los tendrá rojos, azules, patascas (¿patasqa?).

 

Finalmente nos sentamos, Thomas De Quincey, y te pido que me enseñes a escribir. Ansias de iletrado. Comparto ahora tu té y desde dentro de casa el invierno se ve distinto. Por ahí pasa un auto y resbalando se estrella contra el Ilse Bar. Estoy conversando con el maestro, pero ese sujeto que corre ardiendo como fogata me parece yo, parece que soy yo; soy yo.

24/02/2023

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Imagen: Somerset House from the River Thames, JMW Turner, 1798–1802


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