Wednesday, May 10, 2023

Las brujas de Tlahualilo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Mi aproximación a México ha sido largamente histórica. La admiración de mi padre por ese pueblo se me transmitió desde muy niño. Mis compañeros de clase se burlaban de mí porque hablaba de Francisco Villa a los diez años, y de Maclovio Herrera o de la toma de Zacatecas. No se malinterprete, que abusado no era. Aquellos burlones lo pagaron con llanto, bastante mal, que también a pelear en la calle me enseñó papá. Recuerdo cuando en la plaza Cobija dos gemelos pelirrojos que aterrorizaban el barrio comenzaron a molestar. Hermosa plaza era esa, no sé si sigue así. La última vez que me senté en sus bancos fue alrededor de 1988 cuando Elizabeth A. me ofreció el panorama de sus pechos, ahogado yo dentro de su camisa. Ya no era la infancia entonces sino el desenfreno. Pregunté a mi padre qué hacer con los gemelos y me dijo que los derrotara a golpes. Aparte de las campañas de la División del Norte, él nos había introducido a la legendaria historia del boxeo. Pues a lo bestia, a la brutal manera de Jim Braddock, lavé las baldosas del piso con lágrimas pelirrojas. Me sentí Jack Johnson, el gran negro, habiendo destrozado iconos de la barbarie blanca. No saben lo bien que se siente aquello y que Joaquín Ferrufino Murillo contara orgullosamente a sus amigos la escena. No nos faltó pelea, incluidas derrotas. A mi hermano mayor, Armando, de tan valiente le decían “Riesgo”. Estos ojos lo han visto saltar de la Chevrolet roja modelo 50 que teníamos y lanzarse en medio de un grupo de tipos a repartir puñetes. Casi como Mariano Necochea en la batalla de Junín, si es que mi recuerdo no falla, sable el mano, montado, entre un grupo de godos.

 

Siempre me gusta girar en torno al tema, zafarme en cosas que parecen no tener relación con lo que quiero decir. Una alumna mía de español me decía que así lo hacían los japoneses. No sé. El tornado tiene un centro y un gran vacío alrededor. Seamos viento así, pues.

 

Partimos en México y aterrizamos en sangre y arena de un seis de agosto del ochocientos veinticuatro en un lugar del Perú. Sitio, valga la digresión, de los indomables indios del Mantaro de los que hablaba con embeleso José María Arguedas. Si todo se relaciona de una manera u otra. Si se desea, claro.

 

Mi amigo Jesús, resucitado por empeño propio de tres muertes de corazón, nació en Tlahualilo de Zaragoza, también llamado Bermejillo, parte del estado de Durango, casi colindante con Coahuila y Chihuahua. Anoche hablamos del bolsón de Mapimí, de Ciudad Lerdo, Gómez Palacio (en la nueva nomenclatura del narco, Gómez Balazo). Tierra de Villa, digo. Torreón está cruzando el río seco, en Coahuila. Me explica que Lerdo, Gómez y Torreón son casi como una misma ciudad. Me remonto a las lecturas de la Revolución: Martín Luis Guzmán, Edgcumb Pinchon, John Reed, Jesús Silva-Herzog y tantos más. Cuánto habré leído sobre ello, una vez y otra, y otra.

 

Luis Pérez Meza canta en este instante Por una mujer casada (me dicen que he de morir…). Me gusta más la versión del Charro Avitia. Canción que me dedicaba mi amigo el mariachi Renán “Nano” Tarifa en las borracheras de la avenida Oquendo. Y sigue con la ley del monte… El mote de los de Durango es el de alacrán. “Yo soy de la tierra de los alacranes, yo soy de Durango palabra de honor, donde los hombres son hombres formales y son sus mujeres puro corazón. En esta tierra sagrada y bendita nació Pancho Villa caudillo inmortal”, en voz del Charro Avitia.

 

Jesús me muestra el puente colgante de Mapimí; cuenta del oro que dejó alrededor el Centauro, ahí nomás, debajo de los mezquites de madera olorosa. Luego derivamos a las características  de su rancho. Una gigantesca empresa cárnica, la mayor de México, dice, y brujas. Pueblo de hechiceras. No lejos hay un villorrio de setenta personas, todas brujas y brujos: Las Lechuzas. No tanto como en Tabasco y Veracruz donde está la “mata” grande, la matriz del encantamiento. Será porque en ese lar también está la herencia negra y la santería se junta a la magia nativa.

 

A medianoche caminan por el panteón. Panteonean por horas, haciendo sobre todo mal aunque también de amores y besos tratan sus hierbas y pócimas. Nada malo en hablar con los muertos. En las revisterías cochabambinas de la infancia había revistas de la editorial Novaro que trataban de misterio y brujería, de leyendas y terror mexicanos. No a colores sino en sepia o negro, siempre. Mucho de la antigüedad pero sobre todo historias de la Colonia. Tal vez solo el Perú, en textos populares como en las notables Tradiciones peruanas de don Ricardo Palma, iguala a México y su rico como espeluznante trajinar. Otra vez los españoles, porque gracias a ellos el diablo se aparece con barba. Razones no faltaban.

 

Danzón sobre Culiacán señorial, Sinaloa…

 

Se abalanza la lluvia primaveral sobre Inverness. Jesús y yo somos los únicos que estamos en la bodega. La noche norteamericana viene larga triste y oscura. Como a las seis, clarea. Enfilo hacia abajo por la avenida Ocho, en diez minutos estaré en casa. Café caliente, pan amargo que me apasiona. Contesto a Ekaterina y escribo a Irina. Continuaré con la película sobre Artigas, en realidad una miniserie del año 2019. El primer episodio, que es donde estoy, me gusta: El señor que resplandece, traducción de cómo llamaban los guaraníes a José Gervasio Artigas en su exilio paraguayo: “Oevara Karaí”.

 

Tierra roja de Asunción, 1986. Inicio de sueños truncos: Madrid, París, Estrasburgo, Zürich. Terminó en París, Castellón de la Plana, Valencia, Madrid, Asunción, Santa Cruz, Cochabamba, con pantalones militares, Joseph Roth y Marcel Schwob en la mochila, Julius Fučík. Sin un peso. Desamor. Debí viajar a las brujas, pasearme entre los nichos con ellas, quemar incienso y hierbas tarascas. El yatiri que extrajo de mi cabeza un líquido negro que parecía alquitrán corrió hacia el horizonte del poblado de Sarco, corrió hasta Condebamba y desapareció. Quedaron hojas quemadas de eucalipto, destrozados vidrios de plomo. Por las noches me observan las lechuzas, caminan erectos los búhos grises. Los únicos encantamientos que tengo se llaman literatura y música; no hay nombres de mujer.

10/05/2023

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Imagen: Graciela Iturbide 

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