Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Olvidé cómo comenzar el texto. Entre Cochabamba y Trojes. Y de vuelta. Ayer llovió. Una larga nube cargada salía del pico Tunari y se extendía hasta por lo menos Chiñata hacia el este. El viaje me valió recuperar Isabel de Egipto o el primer amor de Carlos V, de Ludwig Achim von Arnim, amigo de Goethe, comprado en noviembre de 1986 en Valencia, según anotan en tinta verde mi letra y puño.
Valencia, del
Cid, subidos en el segundo piso de un edificio medieval quise creer, recinto de
la CNT. En la radio interna que tenían, hablamos Alain Labrousse y yo acerca de
Cuba, Fidel. Jóvenes punk leían revistas o conversaban. Más tarde en un bar en
la planta baja nos emborrachamos a puerta cerrada con agua de Valencia. Se
habló de poesía, de Durruti, de Negrín y la traición comunista, de Bolivia
desconocida. Con el tiempo vendría la ofuscación anarquista de la península
ibérica con el tema de Evo Morales, lo que me obligó a romper con ellos.
Ácratas defendiendo al rey del capitalismo salvaje y emperador de lo otro,
increíble. Allá ellos, hubo un tiempo para todo y el suyo terminó. Ceguera.
Pero no hay que permitir que muera la ilusión y que nuestra capacidad de
asombro, de descubrimiento, cese de extenderse. Hoy lo insospechado se
convierte en real, de crepúsculo a amanecer. Poca cuenta nos damos de nuestra
propia rápida transformación. Por ello, amo recuperar libros viejos, mirar de entrada
la cronología y la geografía que detalla mi mano en letra de imprenta. Luego,
revivir las circunstancias en que se los consiguió. Llegando al aeropuerto de
Santa Cruz con la mochila llena de volúmenes, leyendo El rey de la máscara de oro y dejando que su luminosa niebla me
obligara a no pensar en pasiones rezagadas ya, cerca de los Alpes, a digerir en
mente el postrero París, la novedosa España, los bosques de Québec.
Antes,
bastante antes, que la emigración a Estados Unidos, que Lou Reed en Dirty Blvd, mi canción receptora para el
nuevo país.
“Pedro lives out of the Wilshire Hotel
He looks out a window without glass
And the walls are made of cardboard, newspapers on his feet
And his father beats him because he's too tired to beg”
No pensaría
entonces que me casaría con una pintora de Nueva York, escucharía música jamás
imaginada. Arte, muchísimo, Kazimir Malevich, Rembrandt, Keith Haring, Rubén
Blades y Son del Solar, bluegrass, Rosalie Sorrells cantando Good Bye, Joe Hill. Emily y Aly, dos
hijas.
Casas
construidas en cartón, New York. Arica. Rusia narrada por Aleksandr Ivánovich
Herzen.
Negro es el
color del cabello de mi verdadero amor. Tonada escocesa con infinitas
versiones, desde Joan Baez a una, la mejor, que me hizo escuchar Hervé en su dormitorio
de la Sorbona. Negro el cabello de Irina, como la noche en que irradia su grito
el bursak. Vuelan largas cigüeñas, sábanas fantasmas. Irina Nesterrovich, Ирина Нестеррович, ya no despierta al ruido de las bombas. Las cree
campanadas del reloj del cielo. Mueve los brazos y arregla el pelo, oscurísimo
sobre la blanca almohada con bordados locales en rojo y azul. Me acerco a
Poltava, luces por el aire. Alisto el cañón antiaéreo y disparo con enfermiza
violencia. Si de cada uno caen tres enemigos pues me habré cargado trescientos;
no sembrarán más papa ni comerán col. Simple lógica, el repollo se deshará en
mi propio plato con cucharada de crema agria y esparcido eneldo. Me acerco y no
te despierto. Sentado, cierro los ojos con alguna desazón por no haber
eliminado quinientos. Black Is The Color Of My True Love's Hair, voz de Nina Simone.
Abandono
las digresiones bélicas, negro es el cabello de mi verdadero amor, y acaricio
el lomo de Henry y June, rescatado
hoy, mimetizado entre piezas de teoría literaria. Anaïs, Anaïs, lectura de mis
veinte años en seis diarios que poseía. París, de nuevo, hogar de un anarquista
español y su pareja artista francesa, en Nanterre pero más seguro en Malakoff.
Mientras cocía la paella de conejo y mariscos, revisaba la biblioteca.
Volúmenes de Anaïs Nin, época muy marcada de mi vida, con Henry Miller, Alfred Perlès, Lawrence Durrell. Entre mis
veinte y veintitrés, más o menos. Pilar, Gloria, que iban cediendo paso al mundo
de Elisabeth, Elke y Francine. Confusión de muslos, pieles aferradas una a otra
que al despegarse descubrían chasquido de látigo. Quilt sensual. Extraños
sonidos guturales, suspiros de gruta, termales aguas de caverna, emanaciones de
tibio azufre, viaje al centro de la tierra; recordándolo, me retraté en faldas
del maestro Verne en la explanada de Vigo. Caminaba un bebé pulpo por el malecón
y un garfio lo arrebató de futuro. Delicado balance, me dije, lo que me dio
ánimos para no pensar en ellas que a todas perdí. Jules Verne, el pulpo gigante
y yo, listos para partir al incansable Orinoco.
La marcha de Radetzki, Joseph
Roth, libro favorito del maestro Jorge Muzam en su exilio de San Fabián de
Alico. La nota reza: Valencia, 12 de noviembre, 1986. Francine, bella y sexual,
puso su nombre al lado del mío en octubre del 87. Lou Reed, ahora: Good Evening Mr. Waldheim, una de
las canciones suyas más lindas para bailar a pesar de su contenido político.
Cómo eras tú, muchacha de Leeds, ligera de prejuicio en las notas de Walk on the Wild Side. He de deberte siempre
la alegría. A tiempo de morir pensaré en ti, un poco para no ser egoísta con
tanta mujer dadivosa. Joseph Roth no tuvo mi suerte, descorazonado olió la
penumbra nazi que asomaba, tomando los dedos de su esposa loca, sabedor que los
minutos llegaron a fin.
Моя любовь.
Моя любовь.
Entre la ciudad Sí y
la ciudad No. “Todo está muerto y asustado en la ciudad No”.
Cochabamba, 5 de mayo, 1986. “La vida, en cambio, en la ciudad Sí, es un canto
de mirlo”. Yevgueni Evtushenko me dedicó un libro de ensayos suyo, edición
norteamericana. Puso: "Para Claudio Ferrufino con mi amor por Bolivia,
2006, YE". Inolvidable. Ese libro sedujo a E, no yo. Tengo en vista hasta
el detalle. Se acojinaba la ciudad inane, había fallecido la Navidad del 85 y
entregaste tu amor para reponer la vida exterminada. Una y otra vez cantaron
sobrios horneros de paso militar; hacían chirp chirp los mukusuas café y
amarillo, ladrones de muku. Media botella de vino barato quedó en el mostrador
de la cama. Camino de casa me regalaste la más preciosa sonrisa y cuarenta años
pasaron. Rip Van Winkle despertó de su sueño y no encontró nada. Pero tengo tu
retrato en carbón, en tinta china, pezones marrones de mujer madura.
Sigo con la ciudad española y el año ochenta y seis. Retratos reales e imaginarios, del maestro Alfonso Reyes: Antonio
de Nebrija, Chateaubriand, Fray Servando Teresa de Mier. Líneas de trazo
efímero, debo volver a leer, no voy a negarme al placer. La noche comenzó hace
mucho y aguarda por mí una película sobre la Guerra de Secesión, en el sur de
las Carolinas. Lejos, hay jolgorio de fiesta, canta Leo Dan. ¿Han de
preguntarme del tiempo? No sabré responder.
18/05/2024
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Imagen: Kees van Dongen, 1912. Retrato de su esposa Augusta, llamada Guus, leyendo a Rabelais
Tengo que compartir esto...
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