Sunday, July 20, 2025

Bombas en Kiev


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Retorno, décadas después, a Shklovski y los obuses sobre el empedrado de Kiev. En aquel autor era la Revolución Rusa; ahora es la invasión rusa.

 

Ayer, para salir de fiesta, calcé unos zapatos que usé por última vez cuando en Jarkov fuimos con Kate a almorzar a Panorama, en un altísimo piso. Ya no debe existir. Comí medallones de conejo con puré de papas. El vino blanco australiano costaba un montón, la misma botella que en Denver no alcanzaba ni diez dólares. Es lo que había y lo disfrutamos. Tanques en las calles ya el 2018, cómo no si en la cuenca del Don se combatía por años, cerca, bastante próximo para el terror.

 

Días atrás Anna escribe desde la capital ucraniana respondiendo a una pregunta mía acerca del incesante bombardeo de Kiev, donde se refugia siendo de Sumy, en pleno frente. Siete días de calma, responde. Procesiones de muertos, blancas mortajas, banderas amarillo azul. El nombre de la calma suele ser muerte. En la plaza del Maidan, la del largo obelisco con el ángel, la actividad es sin descanso. Es difícil conseguir comida pero la gente se niega a abandonar su ciudad. Muchos lo hicieron pero la mayoría decidió quedarse. Anna, abogada de profesión, retornó ella misma de su refugio polaco para enfrentar el peligro en Kiev. Su casa de Sumy ha sido arrasada, la memoria de sus padres, la infancia, la primera bicicleta. Tiene pesadillas con los kadirovitas en frenesí de violación durante las semanas iniciales del conflicto. Armados y barbados, sedientos, babosos, detrás del mito de la belleza ucrania, carta blanca del dictador enano: las mujeres son botín. Sucedió en Bucha. Horror del siglo en la supuesta educada Europa. Para los nazis hubo juicios en Minsk, en Jarkov, cuando cayeron. Tendrá que haberlos aquí, que cuelguen de los testículos como nidos de oropéndolas hasta que el sol los seque. Llamaron al medioevo, pues que lo tengan en piel propia. Justicia, pero inflexible.

 

Si pregunto a Anna qué haría si atrapara a un soldado del Kremlin, me da escalofríos. Pensar en cómo una inteligente abogada de mente occidental actuaría luego del dolor. No hay ni habrá pretextos. Lo triste es que a pesar de la alegría de un triunfo ucraniano quedará un continente militarizado. La línea Varsovia-Kiev será un muro inexpugnable de fuego. Muchos temen la historia, su repetición, y Alemania se rearma y coopera con Reino Unido y Francia en estrategia atómica. Los países chicos se sentirán vulnerables y tendrán que buscar padrinos. Todavía existen disputas territoriales muy antiguas que, teniendo un poder armado creerán políticos y militares se pueden dirimir por la fuerza. Hasta la victoria ha de resultar derrota para nosotros; triunfo de una manera u otra para el gran capital. Se arrojará ciertos miserables muñecos de trapo a la ira popular, Putin entre ellos, y con el circo sangriento parecerá que las cosas están resueltas. Error, aquí solo comienza. Recorriendo la cronología encontramos gente descreída. Así ardieron Berlín y París. Solo se puede especular sobre los límites y la extensión de lo que se viene al continente europeo. Auge de quienes invirtieron bien, inseguridad para el resto. Los corrillos intelectuales que suelen resolver todo desde sus poltronas han de verse abrumados por una realidad que desconocen. Ucrania, y Siria, Gaza, Daguestán, Irán y muchísimos etcéteras es y son el llamado a las armas. No será el Adiós a las armas de Hemingway, más bien el de pertrecharse hasta los dientes como hacía Hunter S. Thompson, el gran cronista. Sin ánimo, ni virulento ni malamente profético, pareciera que asoman tiempos bíblicos en los que el Verbo no correrá sobre las aguas; encima de ellas flotará sangre carmesí, roja como pétalos de rosa, naranja intenso del crepúsculo enterrándose en el mar.

 

Siete días de calma en Kiev, asegura Anna, tal vez calma significa en esta era el envío de unas docenas de drones Shahed y no centenas de ellos. Calma si únicamente aparecen un par de muertos y no grupos. El humo de los pequeños ataques semeja hasta poético, un vivac a la intemperie del principio del mundo, indiferencia del hombre primitivo porque las bestias salvajes devoraron a unos cuantos y no a todos.

 

Muchachas ciegas cantan canciones día y noche en la plaza 14 de Septiembre. Blondie aquí; Gloria, de Van Morrison, un poco más allá. Esta escuchaba en boca del vocalista de los Doors, Cochabamba de ayer. Caminando por la calle de Semyon Petliura, el asesino, en Kiev, escuché en un boliche en la acera de la izquierda sus líricas: “Come on baby/Here she is in my room, oh boy”. Seguí colina arriba, me esperaban en un conocido restaurante georgiano, sobre la avenida de Taras Shevchenko. Era difícil creer que esas noches de bar bebiendo Guinness y donde se acercaban muchachas a preguntar que de dónde venía, terminarían con explosiones de bombas pocos años más tarde. Aunque lo había predicho, no por sabio sino porque era obvio. Sin embargo la gente no quería creerlo, jamás invadirán, no es posible, deja de especular. Canción de ciegos. Esta vez del tiempo de la música disco. Boney M, saltando y cantando, hey hey Rasputín…

 

¿Por qué dejaste Szczecin, a orillas del Oder?, le pregunto. Porque no quería ser empleada doméstica. De abogada a sirvienta. En vano sus clases especiales en el instituto de abogacía de Odesa, en vano todo. Durmió en la calle, en el profundo foso del metropolitano de Kiev. Al menos me salvé de los chechenos, hijos de su reputa madre, el infierno los castigue. Se persigna Anna, rubia y de fina belleza. En tres años destruyeron su existencia, ni idea tiene cuáles de sus vecinos sobrevivieron. Cumplirá creo que treinta y seis el catorce de agosto, o un poco más. No le interesa cumplirlos, primero lavar con sangre los calendarios, que chorreen igual a pesadillas del Bosco, que los hombres del este se conviertan en cuervos de mal agüero para ellos mismos. Entonces, tal vez, arda una vela en la superficie de un pastel de crema.

 

Escribe las veces que puede en una aplicación especial para mensajes, muy poco para ir delineando con precisión sus pasos. Apenas hay para comer… Llevo tapones en los oídos y rezo que por si cae un explosivo cerca de mí me arranque la cabeza de cuajo. Testa de María Antonieta.

 

Busco el nombre de su calle en la ciudad de Sumy y no lo encuentro. Hasta aquí llegaron los rusos con sus tretas. Obligarnos a perder la memoria, todo para que el falso zar, el mujik de escasas dimensiones, sienta que lo que la naturaleza no le dio se lo prestó la guerra. Cuánta equivocación. Ya está condenado a la usual muerte brutal que se aplica cruzando las fronteras de Kursk y Belgorod, territorio de los crueles. Poco le importa a Anna cómo suceda, solo quiere ver al monigote descuartizado en picas de delgado abeto.

20/07/2025

 

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Imagen: Sumy en la guerra 

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