Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Retorno, décadas después, a Shklovski y los obuses sobre el empedrado de Kiev. En aquel autor era la Revolución Rusa; ahora es la invasión rusa.
Ayer, para
salir de fiesta, calcé unos zapatos que usé por última vez cuando en Jarkov
fuimos con Kate a almorzar a Panorama, en un altísimo piso. Ya no debe existir.
Comí medallones de conejo con puré de papas. El vino blanco australiano costaba
un montón, la misma botella que en Denver no alcanzaba ni diez dólares. Es lo
que había y lo disfrutamos. Tanques en las calles ya el 2018, cómo no si en la
cuenca del Don se combatía por años, cerca, bastante próximo para el terror.
Días atrás
Anna escribe desde la capital ucraniana respondiendo a una pregunta mía acerca
del incesante bombardeo de Kiev, donde se refugia siendo de Sumy, en pleno
frente. Siete días de calma, responde. Procesiones de muertos, blancas
mortajas, banderas amarillo azul. El nombre de la calma suele ser muerte. En la
plaza del Maidan, la del largo obelisco con el ángel, la actividad es sin
descanso. Es difícil conseguir comida pero la gente se niega a abandonar su
ciudad. Muchos lo hicieron pero la mayoría decidió quedarse. Anna, abogada de
profesión, retornó ella misma de su refugio polaco para enfrentar el peligro en
Kiev. Su casa de Sumy ha sido arrasada, la memoria de sus padres, la infancia,
la primera bicicleta. Tiene pesadillas con los kadirovitas en frenesí de
violación durante las semanas iniciales del conflicto. Armados y barbados,
sedientos, babosos, detrás del mito de la belleza ucrania, carta blanca del
dictador enano: las mujeres son botín. Sucedió en Bucha. Horror del siglo en la
supuesta educada Europa. Para los nazis hubo juicios en Minsk, en Jarkov,
cuando cayeron. Tendrá que haberlos aquí, que cuelguen de los testículos como
nidos de oropéndolas hasta que el sol los seque. Llamaron al medioevo, pues que
lo tengan en piel propia. Justicia, pero inflexible.
Si pregunto
a Anna qué haría si atrapara a un soldado del Kremlin, me da escalofríos. Pensar
en cómo una inteligente abogada de mente occidental actuaría luego del dolor.
No hay ni habrá pretextos. Lo triste es que a pesar de la alegría de un triunfo
ucraniano quedará un continente militarizado. La línea Varsovia-Kiev será un
muro inexpugnable de fuego. Muchos temen la historia, su repetición, y Alemania
se rearma y coopera con Reino Unido y Francia en estrategia atómica. Los países
chicos se sentirán vulnerables y tendrán que buscar padrinos. Todavía existen
disputas territoriales muy antiguas que, teniendo un poder armado creerán
políticos y militares se pueden dirimir por la fuerza. Hasta la victoria ha de
resultar derrota para nosotros; triunfo de una manera u otra para el gran
capital. Se arrojará ciertos miserables muñecos de trapo a la ira popular,
Putin entre ellos, y con el circo sangriento parecerá que las cosas están
resueltas. Error, aquí solo comienza. Recorriendo la cronología encontramos
gente descreída. Así ardieron Berlín y París. Solo se puede especular sobre los
límites y la extensión de lo que se viene al continente europeo. Auge de
quienes invirtieron bien, inseguridad para el resto. Los corrillos
intelectuales que suelen resolver todo desde sus poltronas han de verse
abrumados por una realidad que desconocen. Ucrania, y Siria, Gaza, Daguestán,
Irán y muchísimos etcéteras es y son el llamado a las armas. No será el Adiós a las armas de Hemingway, más bien
el de pertrecharse hasta los dientes como hacía Hunter S. Thompson, el gran
cronista. Sin ánimo, ni virulento ni malamente profético, pareciera que asoman
tiempos bíblicos en los que el Verbo no correrá sobre las aguas; encima de
ellas flotará sangre carmesí, roja como pétalos de rosa, naranja intenso del
crepúsculo enterrándose en el mar.
Siete días
de calma en Kiev, asegura Anna, tal vez calma significa en esta era el envío de
unas docenas de drones Shahed y no centenas de ellos. Calma si únicamente
aparecen un par de muertos y no grupos. El humo de los pequeños ataques semeja
hasta poético, un vivac a la intemperie del principio del mundo, indiferencia
del hombre primitivo porque las bestias salvajes devoraron a unos cuantos y no
a todos.
Muchachas
ciegas cantan canciones día y noche en la plaza 14 de Septiembre. Blondie aquí;
Gloria, de Van Morrison, un poco más
allá. Esta escuchaba en boca del vocalista de los Doors, Cochabamba de ayer.
Caminando por la calle de Semyon Petliura, el asesino, en Kiev, escuché en un
boliche en la acera de la izquierda sus líricas: “Come on baby/Here she is in
my room, oh boy”. Seguí colina arriba, me esperaban en un conocido restaurante
georgiano, sobre la avenida de Taras Shevchenko. Era difícil creer que esas
noches de bar bebiendo Guinness y donde se acercaban muchachas a preguntar que
de dónde venía, terminarían con explosiones de bombas pocos años más tarde.
Aunque lo había predicho, no por sabio sino porque era obvio. Sin embargo la
gente no quería creerlo, jamás invadirán, no es posible, deja de especular. Canción
de ciegos. Esta vez del tiempo de la música disco. Boney M, saltando y cantando,
hey hey Rasputín…
¿Por qué
dejaste Szczecin, a orillas del Oder?, le pregunto. Porque no quería ser
empleada doméstica. De abogada a sirvienta. En vano sus clases especiales en el
instituto de abogacía de Odesa, en vano todo. Durmió en la calle, en el
profundo foso del metropolitano de Kiev. Al menos me salvé de los chechenos,
hijos de su reputa madre, el infierno los castigue. Se persigna Anna, rubia y
de fina belleza. En tres años destruyeron su existencia, ni idea tiene cuáles
de sus vecinos sobrevivieron. Cumplirá creo que treinta y seis el catorce de
agosto, o un poco más. No le interesa cumplirlos, primero lavar con sangre los
calendarios, que chorreen igual a pesadillas del Bosco, que los hombres del
este se conviertan en cuervos de mal agüero para ellos mismos. Entonces, tal
vez, arda una vela en la superficie de un pastel de crema.
Escribe las
veces que puede en una aplicación especial para mensajes, muy poco para ir
delineando con precisión sus pasos. Apenas hay para comer… Llevo tapones en los
oídos y rezo que por si cae un explosivo cerca de mí me arranque la cabeza de
cuajo. Testa de María Antonieta.
Busco el
nombre de su calle en la ciudad de Sumy y no lo encuentro. Hasta aquí llegaron
los rusos con sus tretas. Obligarnos a perder la memoria, todo para que el
falso zar, el mujik de escasas dimensiones, sienta que lo que la naturaleza no
le dio se lo prestó la guerra. Cuánta equivocación. Ya está condenado a la usual
muerte brutal que se aplica cruzando las fronteras de Kursk y Belgorod,
territorio de los crueles. Poco le importa a Anna cómo suceda, solo quiere ver
al monigote descuartizado en picas de delgado abeto.
20/07/2025
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Imagen: Sumy en la guerra
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