Claudio Ferrufino-Coqueugniot
La fábula de la goma toca de cerca la historia nacional. El novelista Hugo Ferrufino Murillo imaginaba una obra que tuviera como personaje a Nicolás Suárez, emperador de la siringa, quien desde el fondo de su imperio vegetal enviaba cargas de lencería para ser lavadas en París. Werner Herzog, en Fitzcarraldo, enfiebra la mente de los espectadores con escenas de barcos que ascienden montañas a hombro en busca del agua, para lanzarse luego a los míticos bosques gomeros que traerán oro -y ópera- a la inercia del mundo nuevo.
Fuera de la
lírica, World Business publica un artículo sobre las utilidades que Tailandia
recibe, hoy, del comercio de goma, gracias en gran parte a la "inacabable
demanda de automóviles de la China". El caucho sintético pierde terreno ante
su rival natural porque su elasticidad es mucho menor. El transporte pesado, el
aeronáutico, dependen casi exclusivamente de la goma vegetal. La distancia de
Tailandia, o Malasia, productores de caucho, a la China es sin duda menor que
la nuestra en Sudamérica. Pero, a pesar de que China ha resultado ser el mayor
importador de caucho, aunque también lo produce, Estados Unidos acrecienta su
demanda. En un supuesto escenario, China tendría que proveerse de sus vecinos
asiáticos y Europa, con los Estados Unidos, de nosotros, incluidos Bolivia,
Brasil, Perú y Colombia. Sé de monografías que indican al caucho como una de
las alternativas a la exportación del gas. Sin embargo, según los economistas
internacionales, hay que ser puntual al respecto. Hay un margen de siete u ocho
años desde ahora para que la demanda de goma natural, debido a la poca oferta,
mantenga precios altos; eso, hasta que crezcan las nuevas plantaciones que
serán productivas al fin de tal período.
La posible
idea para Bolivia es invertir en el desarrollo productivo de plantaciones ya
existentes, con un soporte de otras nuevas para el porvenir. El texto indica
que la mayoría de la producción tailandesa, que dejó este año un saldo positivo
de 714 millones de dólares en manos directas de los agricultores, proviene de
terrenos no mayores a 5 hectáreas. El producto se vende a rescatadores que lo
lanzan al mercado mundial.
Cierto que
implica un proceso serio de mercadeo. Pero la accesibilidad de las nuevas
200.000 hectáreas de goma de Tailandia es menor a la del trópico local.
Gobierno, bancos, compañías tendrían que envolverse en proyectos conjuntos con
los agricultores, en un negocio que -parece- beneficia a todos.
06/03/04
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Publicado en Opinión (Cochabamba), marzo, 2004
Imagen: Hevea brasiliensis

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