Tuesday, September 7, 2021

El mural del Café Fragmentos


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Estará en mis libros, el Fragmentos. Ya está en mis textos, en ojos, memoria y corazón. Chico Buarque y David Bowie. Ariano Suassuna desde no hace mucho, también. Firmes, Miriam y César, desde siempre y para siempre si aceptamos que el recuerdo no tiene fin.

 

Acaban de pintar un mural exterior. Dos afiches representativos en él, de los tiempos duros, y buenos, del año de 1996. Sodade, Cesária Évora cantaba; lo hacía Raimón. Se lo dije, en Denver, a la diva de los pies descalzos, que en un lugar lejos su música era salmo de Dios. Un par de fotografías lo atestiguan, aunque las palabras las borró la cámara siendo transparentes.

 

Allí Ligia aprendió a sambar. Dijo que no sabía, pero lo hacía mejor que Cartola y callé. No hay que desmentir a una bella cuyos pasos se marcan hasta en la escalera caracol al segundo piso. Dos afiches, decía, uno de la Revolución Rusa, de los grandes del avant-garde, con una mujer beligerante, belicosa, seductora y peligrosa. La imagen es de entonces, pero el poster en sí es de Rage Against the Machine, pieza de arte gráfico ya imposible de conseguir. La he visto en la entrada del Fragmentos, iracunda bajo llovizna. Quizá anunciando, como en Hesse, que la entrada cuesta la razón. Me costó, nos costó, a mucha gente; cabe aclarar que la sinrazón fue lo más dulce de esas horas tan antiguas y ambiguas hoy a la distancia, si se quiere tener lucidez en algo que jamás la necesitó. No lúcidos, pero brillantes, amantes, lúbricos y sin embargo terrestres.

 

En otro, la figura de Malcolm X, la misma que tenía yo colgada en la puerta de entrada de mi primer apartamento en Arlington, en la Calle Monroe, donde termina y se curva. Dos de tantos, del ulular del Normandie partiendo de Le Havre, de Mark Twain, mientras la figura enana del gran Lautrec parece un cliente más del paraíso de la cachaza y el vodka, de los fantásticos emparedados Baurú y el sabor del orégano, las alitas picantes, primeras en Cochabamba, la hamburguesa, las pastas, y el kebob de pollo cuya receta hizo fortuna de otros en Nueva York.

 

Pasaron Humberto Quino y Víctor Hugo Viscarra, entre tantos. Aldo Cardoso y sus modelos. Con Aldo, en la cocina, bajábamos de golpe un seco de aguardiente. La mejor caipirinha del mundo, las mejores sonrisas. Ramón Rocha Monroy escribió sobre la simpatía de las dueñas. Wilson García Mérida entraba apresurado y desaparecía. Jimmy Bermúdez le indicaba a Luis Bredow el camino de la huida. José Manuel bebía la mitad de los vasos que servía. Había baile hasta las cuatro de la mañana. A su modo, era el amanecer del mundo. Luego crecimos, maduramos hasta el aburrimiento y, como buenos adultos entramos a la brega marital, inane e interminable. Claire dejaba caer un lado del cabello para confirmar sus dotes de mujer fatal. Año Nuevo de 1997, me acuerdo. Me atrincheras detrás de una puerta y me besas. Camisa blanca un poco abierta que deja ver tu blanco seno. “La Oficina”, le decían ustedes, a ese rincón del beso… I Wish You Were Here, suena Pink Floyd, y un parroquiano ofrece un par de botellas de Huari para escuchar Shine On You Crazy Diamond. De allí partimos hacia el kilómetro 7, tal vez, cerca de Colcapirhua era, al rito de la chicha en cueca. Volvió la noche y no habíamos dormido. Debimos quedarnos despiertos hasta ayer.

 

Hay tantos nombres que mejor no hablar porque el olvido parece desaire y es solo tiempo pasado de treinta años entre insomnio y letargia. Magda y Huáscar. Mi hermana Picha con su eterno café, maestra de los dados en la cancha, y en Mallarmé. Cristina, que vive en Turín, el de Béla Tarr, de los piamonteses que me antecedieron en la osadía de los Ferrufino. Cristina, con quien dos décadas después hemos retomado la charla, casi el “como decíamos ayer” de Fray Luis de León, que, a su modo, cárceles también las sufrimos.

 

Ligia, de la eterna guerrilla, del ataque febril inesperado y lo silente clandestino.

 

Angélica, Edwin, la ahijada, el concilio del comino y la papa frita. La esencia del café está en su cocina, en ollas van y vienen y órdenes y confusión que siempre acaban en arreglada satisfacción de todos y el retorno, impresionante y sin pausa, de los clientes por tanto tiempo ya; más ahora, según Miriam, que el mural ha recordado lo que fue el Café Fragmentos para Cochabamba, lo que siempre será.

07/09/2021

 

Café Fragmentos. Calle Chuquisaca 501, entre El Prado y Antezana. De la gloria y la fanfarria.

 

  

1 comment:

  1. Estimado Claudio: Todos guardamos en la chistera un paquete de sitios emblemáticos, aquellos donde se vivieron emociones fuertes, unas sensaciones ya cubiertas por el polvo de los años, a los que accedíamos con tal de cruzar con ciertos personajes que, en nuestra memoria, todavía se asocian directamente a esos espacios que quizás no podrían cambiar, pues las imágenes que llevamos guardadas son inmutables.
    No hace mucho hablaba con alguien que antaño nos visitaba con cierta frecuencia, una señora que, en esa charla que tuvimos, se acordaba de que en esta casa había varias publicidades de cafés existentes en ciertas ciudades en que estuve en el pasado, como son Lisboa, Montevideo, Barcelona o Buenos Aires, y precisamente en esa ocasión comentábamos que puede que los cafés que estas paredes evocan sigan allí, pero ya no somos los mismos y que si retornáramos a aquellos lugares la impresión que pudiéramos tener no sería jamás la que yo mismo llevo conmigo de un Bar-O-Bar de la calle Tres Sargentos de Buenos Aires, solo por traer un ejemplo.
    Y precisamente dicha persona me lo confirmó, no en relación con los mismos sitios que ahora mismo me vienen a la memoria, sino con otros, casi del mismo carácter, de esta capital. Pues que aquellas personas «de antes» ya no van allí, no solamente a causa de la pandemia, ese parteaguas que ha provocado una desbandada en la bohemia de un «entonces» idealizado, sino también porque esos seres ya se ocupan de otras cosas y, por ende, ciertas referencias, casi cotidianas, van cambiándose.
    Ah, pues si retornaras al Havre normando, allí donde viven mis dos hijos, no dejes de prevenirme, pues que un café con calvados se te reversa en aquellos pagos.
    Con un cordial saludo,

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