Thursday, July 27, 2023

Let it Be


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

 

A Alicita hija

 

Abriré, en el treinta aniversario de mi amada y admirada hija Aly, una botella de vino que guardé treinta años. La primera de tu edad, la última de mi tiempo acá. Le dije: nunca me fui en tres décadas y tiempo es. Ya vuelan solas, hace mucho, tú y Emily. Iré, desvencijado y roto, a las conquistas que todavía puedo lograr. Me he cargado de misiles contra las asechanzas y, escondida por ahí, hay todavía una rama de palma. La guerra ha sido eterna, el sueño en el sentido práctico de dormir estuvo ausente. No sé cómo se llamaría en las mitologías diversas el dios del sueño pero alguno existirá. Morfeo, morfina que aseguran da descanso. El nombre del dios o la diosa de las batallas sí los tengo claros. Minerva y Huichilobos, Huitzilopochtli, más cercano a mí en piel y fisonomía que la rubia espadachina.

 

Let it Be. She is standing right in front of me, speaking words of wisdom. Escribí cierta vez a un amigo místico: de revolucionarios nos hicimos padres. Les dejo a ustedes, a ti, Aly querida, la revuelta que en mí fue derrota. Desilusión. Me abandoné en el vértigo del desenfreno, isla desolación, y allí me alimenté de cuerpos humanos para no morir. Salí gordo y caminando a trancos cortos pero jamás me aburguesé. Si el tiempo trae vinos finos y una mujer bella como pecado veremos si sucumbo. En realidad será desidia si perezco, no soy Lucifer para hundirme en el abismo ¿De qué le sirvieron las alas? ¿Para escaparse del dios?

 

Suena una canción a las tres cuarenta de la tarde. Es julio veinticuatro del veintitrés. Se abre el Libro del Esplendor. La madre echada sobre sus polluelos del Zohar. La escuché en un cuarto compartido con mi hermano algún día de los años setenta. Armando estaba con los Beatles en grabadora de carrete, yo leía a Verne. Los padres resonaban como canciones por el resto de la casa, las hermanas parecían ilusiones a través de los cubos de cristal. Vuelvo a aquellas ruinas, sobre ellas se ha levantado un castillo de promesas. Two of Us. Desaparecieron los molles hembra y macho del patio de atrás, los k’uyus que quedaron de ellos y donde se sentaba a leer papá. El cometa Kohoutek se hundió hacia occidente. Sin su luz quedamos a oscuras. He visto otros, por meses, al amanecer de largas épocas, como una raya malcriada sobre un horizonte ébano. Fue el tiempo cuando los aviones cayeron porque los golpeaban las torres, creo. Malhado había traído aquello. Conducía por la avenida Alameda hacia la ciudad de Aurora. El cometa y yo, tan solos siempre, a ratos un muerto salía a pasear. Otros gritaban imitando a zorros en el cementerio de Fairmount. Un hombre desnudo leía a oscuras el Denver Post en un balcón cuajado de plantas. Otro cubierto de momia bajaba por la Forest Street y se escondía en los vanos de tristes edificios de apartamentos donde habitaban los rusos. Abría la puerta de casa, me sacaba las botas y a mirar si dormían, hijas, que padre había traído pan y huevos y el desayuno sería caliente y cálido y los piececitos descalzos sonreirían casi como cupidos.

 

Let it Be.

 

Alex, tu esposo, prepara la fiesta. Yo apareceré con diez kilos de puerco al horno, cocido en jerez. Y ensalada rusa, mi ya famosa que vendía por kilos cuando tuve empresas de comida. Además del vino de treinta, un ron guyanés de dieciséis añejado, cerveza bávara de trigo del rey loco, Ludwig. Dos salsas picantes, la que mis sobrinos bautizaron “morsa” porque es mi invención y los bigotes. Se alinean en el refrigerador cebollines, apio, perejil, tomates, pimentón, huevos. Afuera papa, cebolla y ajo, arveja y zanahoria enlatadas. Pimienta negra, comino, sal marina, mejorana y algo más. Achiote y cúrcuma para el color. Fiesta de cuchillos, desarreglo que antecede a la belleza, al sabor. La segunda salsa es un pique colombiano, no la haré picante para que contraste con la furia de los serrano/habaneros de la morsa. Mis fiestas iban diluyéndose en la memoria de los amigos pero las renovaré este sábado. Fanfarria de muchedumbre popular, como me gusta, callejera, diversa, colorida, con ritmo de bailanta y de a ratos nostalgia de bolero: Bienvenido Granda, Daniel Santos, a quienes ya nadie escucha. “Perdón, vida de mi vida…”. “Por alto está el cielo en el mundo…”. Pero alegría, Cali, música pachuca, taquirari, litoraleña, soca, reggae, ska, R &B, tango, folk y rock and roll. Punk de los falsos profetas: Bad Roaches y Fat Vultures entre otros mayor famosos. Mientras tanto, mientras escribo, me baño en santidad con misas de Johann Nepomuk Hummel siendo que peco tanto en verbo. Las papas de piel roja hierven, añado un poco de sal y pruebo la cocción con filo. Me hace frío en las piernas porque suelo escribir en calzones, sin esposa que ordene vestirse, izquierda derecha march. Encima de la mesa volúmenes de Viaje alrededor de mi cuarto de mi querido Miguel Sánchez-Ostiz, y La tumba de Lenin, de David Remnik, que recomendaba hace poco a un  amigo. Monumental disección del sovietismo ruso. En la portada del libro de Miguel estoy yo en marcapáginas en el escritorio del infinito universo del autor, colgando de un alfiler.

 

Pues, Alicita, treinta años juntos, a pesar de tu rápida y pronta independencia porque eres mujer de armas tomar, como tu abuela y las que te antecedieron en nuestra sangre, tres décadas sumando al futuro que para lloriqueos sentimentales tendremos el gélido nicho un día en que Dios descansó. Te veo jovencita, con David Bowie en el ipod, camino de Lyon, buscando huellas de los Coqueugniot, en Lisboa absorta de fado y Pessoa. Tuyo el mundo. Lisboa vio a Emily también, como Quetzaltenango (Xela) y Ojinaga, las cuevas tarahumaras y la Barranca del Cobre. Eso me causa alivio, me da alas para volar como el ángel que soy, cargando trompetas de Jericó.

 

Déjalo ser, Let it Be. Nos dejamos ser el uno al otro sin interferencias, con llanto pero sin nunca qué haré sin ti, porque con ti o sin ti nos manejamos. Sangra el corazón pero resiste. Valor. Ahora vienen siete minutos de King Crimson, el alma vuela por la ventana y deja el acero descansar.

 

Los dedos escritores huelen a cebolla de verdeo picada. La polera se ha impregnado de ajo. Vida; la vida es vasta estando ebrio de ausencia decía Paul Valéry. Siempre caminé entre la ausencia y la muerte, escribía mi hermana Elena ante mis recuerdos de París y de Québec. ¿Dónde está la mujer por la que lloré? El martillo le ha machacado la cabeza para transformarla en viejita que ríe, casi como una pesadilla nórdica. Río, viejo también, no he perdido el don de la burla.

 

Demasiado devaneo para un simple cocinero. Calza el mandil y a trabajar, deja la transfiguración del verbo a Cioran, oye a Kerouac leyendo sus poemas mientras trozas los tallos de celery. En la pared detrás de mí festeja un kusiyo y en el refrigerador entre el conjunto de magnetos de ciudades visitadas sonríe un charro bigotón de excelente dentadura y guitarra; bienvenidos a Houston, la rica.

 

Pizca de sal, apenas estragón para que no desequilibre el resto. Agua amarilla de pimientos jamaiquinos. Tiene mi hija que tener la mejor comida que jamás tuvo, pondré grande amor en ello. Sin remordimiento ni melancolía pienso que con gusto volvería a mis treinta, no para solucionar nada sino para cometer los mismos errores y pecar lo mismo, en la repetición está el gusto. Repete, repete…

27/07/2023 

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