Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Al fin un
ensayo serio sobre la obra de Jorge Zabala, olvidada en gran medida en su letra
u opacada por el individuo mismo en su actuar diario. Muchos quieren dorarse de
su sombra, por supuesto. Sucede cuando los grandes hombres se extinguen, pero
ese es detalle nimio.
Fino como Oscar Wilde, incisivo como Lytton Strachey, Jorge fue un perdido caballero inglés que optó por quedarse en la isla de los salvajes, de manera figurativa, entiéndase. Erudito personaje que con su presencia llenaba las charlas del café cochabambino. Hablaba de Auden, su favorito, a la vez que sugería a unas muchachas alemanas de intercambio que a las suizas les gustaba hacer el amor con calcetines. Recuerdo sus noches de visita en la casa de la José Quintín Mendoza, siempre acompañado de Mike, veterano israelita de las guerras del Oriente Medio. De dos retratos que le hizo Jenny Gubrud, queda uno, muy íntimo en la captación de aquel profundo pensador y divertido interlocutor.
Visionario. Debiera penetrarse en las sutiles aproximaciones que hace Zabala al asunto racial en Bolivia. Hay tanto por extraer de allí, cuando ni siquiera se elucubraba sobre el porvenir. Murió solo, tristes últimos tiempos que comentó su enfermera, cuando ya lejos de sí y un mundo que conocía pero sin embargo ajeno a él, decidió marcharse como lo que fue, un dandy del pensamiento que no pertenecía a un derredor marchito.
Denver,
septiembre del 2024
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Preámbulo a Jorge Zabala: un análisis histórico de su legado en la Crítica Cultural de Bolivia, de Sergio León Lozano, 2024
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