Wednesday, January 15, 2025

Viaje por un mapa extendido sobre el piso


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Cierto que prometí a Emilio Losada que iríamos a Tánger. Lo haremos. Sucede que ahora me toca un viaje imprevisto, burocrático, por asuntos de jubilación, seguro de salud, etcétera, cosas que se han convertido en vitales a esta altura. Denver, destino inicial. Mis hijas, la colina de la calle Meade, casa de Aly, el café Dazbog a una cuadra del departamento de Emily. En medio tantos menesteres, visitas a tiendas de antigüedades, ventas de garaje, lugares de segunda mano, a comer dumplings chinos, fritos y hervidos, pierogis polacos, hamburguesas baratas que me encantan y tacos al pastor en la calle, cubiertos de chile rojo. Esta vez iré solo con un par de camisas y otro de pantalones. Liviano, sin contar los regalos. Allí compraré, en la aunque uno no quiera magia de la sociedad de consumo, el resto a precios irrisorios.

 

Aliso el papel que comienza en el Atlántico y termina cerca de Jarkov, de Voronezh en el lado ruso, cortándose hacia el sur, hacia la cuenca del río Don y los Campos Salvajes, Azov y Crimea. Inmenso mapa que compré el 2018, justo antes del Diario del divorcio. La meta es ingresar a Ucrania, lo más profundamente posible. Sé que se puede después de firmar consentimientos y reconocer que si algo trágico ocurre la culpa recae en mí. Está por verse. Las opciones cercanas son sobre todo Polonia y Rumania. En esta última me gustaría afincarme unas semanas en Brăila, pequeña ciudad que fue cuna de Panait Istrati. Delta del Danubio, uno de los lugares más alucinantes del planeta. Navegar a Izmail y quizá ascender hasta Moldavia. Podría oler la bella Odesa desde su distancia, lugar que en mi memoria se ha convertido en edén. Rodaballo asado y slivovitz, licor de ciruela. Botes buscando su destino entre elevados juncos, peces que hablan, noches de aves zancudas, lentas y sutiles como muertos vivos, el sonido de la historia en oleajes muy suaves, casi imperceptibles, dando ánimo al sueño, a oníricos pasos de fantásticas hembras hechas de ventisca.

 

Iași, que se llamaba Jassy en Curzio Malaparte, quedó en mi mente en su macabro y espléndido capítulo de Kaputt: Las ratas de Jassy. Ciudad bombardeada por bravas mujeres soviéticas que al ser derribadas enfrentaban el horror de los soldados rumanos y alemanes sedientos de odio y lujuria. Moldavia, cuenta el autor italiano, a pesar de no ser hoy parte de aquel país. Quién sabe si para marzo el conflicto haya terminado. Mi tren me llevará a Leópolis (Lviv) entonces, centro operativo de la Horda de Oro y de los hetmans ucranios que destruían el poder de la rica Polonia. Retroceder en mis lecturas hasta el inicio. No sé por qué he recordado cuando en bus atravesaba Lubny camino de Poltava. Seguro que hay un libro o una película por allí en los cuales Lubny tenía protagonismo. O es melancolía por los edificios de piedra que han visto más historia de la que debían ver, que han llorado por diez siglos y que ni al despertar Merlín de su sueño de mil años (Mark Twain, en Un yanqui en la corte del rey Arturo) se arreglará pena semejante. Viajes del tiempo…

 

Londres primero, supongo, como antes. Es usual que saliendo de Colorado, quizá deteniéndonos en New York, derive allí. El salto no será a Portugal esta vez sino a Galicia, a Coruña y Betanzos en el fondo del agua. No hay Santiago apóstol para mí pero me gustará dormir en algún monasterio, trashumar por el pretérito tan vivo en tales rumbos; pensar, cómo no, en las maravillas escritas por Álvaro Cunqueiro. Imagino un ferrocarril enfilando haca Lyon, a ver a mi sobrina nieta Renata, combativa y magnífica. Me hará bien una semana en sus viejos pasadizos, comida tunecina y reanimar imágenes que de la Revolución Francesa tenía de la ciudad y región. Mi familia no es de muy lejos y tal vez siga huellas que no había aún considerado. Ya que en Francia, he de subir en mi viaje al oriente por Besançon. Otra vez, literatura, Dumas, Hugo, De Vigny…

 

Tréveris y Ratisbona (Trier, Regensburg) en la adusta Alemania del lodo eterno de la guerra de los Treinta Años, saltimbanquis de Grimmelshausen, en su obra misma y en la de Günter Grass. Hasta me marea pensar en todo ello. Hace solo unos días veía una serie acerca de Wallenstein, el líder militar bohemio; miré, a su vez, semana atrás, la milenaria y dolorosa historia de Pomerania. No subiré tan al norte, a pesar de desear sobremanera caminar por el sufriente polvo que hollaron las casacas azules del ejército imperial sueco; visitar Stettin (Szczecin), Danzig (Gdańsk), cruzar Masuria, pisar los adoquines de Kant, la maravilla del Báltico, Helsingfors (Helsinki), Narva y Vyborg.

 

Después viene el este y el universo se abre en múltiples sendas que conducen sin duda al cielo pero también al infierno. La aurora boreal adquiere inusitadas formas, impredecibles, así la vida y sus claroscuros. Suena el klezmer en casa, intensa alegría y baile de hebreos que semejan ser tan serios, que esconden sus trenzas en el laberinto de la Torah. Hojeaba a Irène Némirovsky y me cuesta creer que andaré por allí. Miraba el 2018 en el aeropuerto de Fiumicino a rabinos cuyo destino era Kiev. ¿Qué van a hacer los judíos a Kiev?, me pregunté. Detrás del estuco de las paredes de Drohobych, se escondían dibujos de Bruno Schulz.

 

Dónde está la granada, se preguntaba el poeta Iwaszkiewicz. Está, le respondo, por aquellas calles apenas doblando la de Lva Tolstoho en Kiev. En Brăila y dispersas por Azerbaiján, en la grisácea Bakú que despreciara Knut Hamsun. Las he comido en Odesa y untaré carmesíes mis labios mirando la desembocadura del gran río en Kherson. Todavía tengo el sabor persa del khoresh-e fesenjān, pollo a la granada y la nuez. Lo tuve en una terraza desde la que podía ver la escalinata de Eisenstein, a Catalina emperatriz, sí, en la perla del mar Negro, ciudad que no nombro hasta que la transite de nuevo.

 

Lo cociné en la calle Clarkson, en mi mansión victoriana de Denver. No conseguí granada y la reemplacé con cerezas. Sin ser un éxito estuvo bien, con preámbulo de ron y sobremesa de vino tinto, solo yo conmigo, la mejor y única conversación posible alrededor de la eternidad y la transición.

 

Dejaré el mapa en el suelo el día entero. Me acercaré a él como a un relicario. Me ha despertado impulsos en demasía agradables, vinieren como vinieren las fondas, los platos y enseres de este próximo futuro. Cuando termine, se inicie otro intervalo debiera decir, pasaré por Denver a despedir a Emily y Aly, de ahí ya sea a Panamá o por la detestable Miami, de vuelta hacia el refugio del quinto piso desde donde veo si se acercan en contra mío las huestes de la indignidad y alisto balas de plata para deshacerme de ángeles y demonios por igual.

15/01/2025

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