Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cierto que prometí a Emilio Losada que iríamos a Tánger. Lo haremos. Sucede que ahora me toca un viaje imprevisto, burocrático, por asuntos de jubilación, seguro de salud, etcétera, cosas que se han convertido en vitales a esta altura. Denver, destino inicial. Mis hijas, la colina de la calle Meade, casa de Aly, el café Dazbog a una cuadra del departamento de Emily. En medio tantos menesteres, visitas a tiendas de antigüedades, ventas de garaje, lugares de segunda mano, a comer dumplings chinos, fritos y hervidos, pierogis polacos, hamburguesas baratas que me encantan y tacos al pastor en la calle, cubiertos de chile rojo. Esta vez iré solo con un par de camisas y otro de pantalones. Liviano, sin contar los regalos. Allí compraré, en la aunque uno no quiera magia de la sociedad de consumo, el resto a precios irrisorios.
Aliso el
papel que comienza en el Atlántico y termina cerca de Jarkov, de Voronezh en el
lado ruso, cortándose hacia el sur, hacia la cuenca del río Don y los Campos
Salvajes, Azov y Crimea. Inmenso mapa que compré el 2018, justo antes del Diario del divorcio. La meta es ingresar
a Ucrania, lo más profundamente posible. Sé que se puede después de firmar
consentimientos y reconocer que si algo trágico ocurre la culpa recae en mí.
Está por verse. Las opciones cercanas son sobre todo Polonia y Rumania. En esta
última me gustaría afincarme unas semanas en Brăila, pequeña ciudad que fue
cuna de Panait Istrati. Delta del Danubio, uno de los lugares más alucinantes
del planeta. Navegar a Izmail y quizá ascender hasta Moldavia. Podría oler la
bella Odesa desde su distancia, lugar que en mi memoria se ha convertido en
edén. Rodaballo asado y slivovitz, licor de ciruela. Botes buscando su destino
entre elevados juncos, peces que hablan, noches de aves zancudas, lentas y
sutiles como muertos vivos, el sonido de la historia en oleajes muy suaves,
casi imperceptibles, dando ánimo al sueño, a oníricos pasos de fantásticas
hembras hechas de ventisca.
Iași, que
se llamaba Jassy en Curzio Malaparte, quedó en mi mente en su macabro y
espléndido capítulo de Kaputt: Las ratas de Jassy. Ciudad bombardeada
por bravas mujeres soviéticas que al ser derribadas enfrentaban el horror de
los soldados rumanos y alemanes sedientos de odio y lujuria. Moldavia, cuenta
el autor italiano, a pesar de no ser hoy parte de aquel país. Quién sabe si
para marzo el conflicto haya terminado. Mi tren me llevará a Leópolis (Lviv)
entonces, centro operativo de la Horda de Oro y de los hetmans ucranios que
destruían el poder de la rica Polonia. Retroceder en mis lecturas hasta el
inicio. No sé por qué he recordado cuando en bus atravesaba Lubny camino de
Poltava. Seguro que hay un libro o una película por allí en los cuales Lubny
tenía protagonismo. O es melancolía por los edificios de piedra que han visto
más historia de la que debían ver, que han llorado por diez siglos y que ni al
despertar Merlín de su sueño de mil años (Mark Twain, en Un yanqui en la corte del rey Arturo) se arreglará pena semejante.
Viajes del tiempo…
Londres primero,
supongo, como antes. Es usual que saliendo de Colorado, quizá deteniéndonos en
New York, derive allí. El salto no será a Portugal esta vez sino a Galicia, a
Coruña y Betanzos en el fondo del agua. No hay Santiago apóstol para mí pero me
gustará dormir en algún monasterio, trashumar por el pretérito tan vivo en
tales rumbos; pensar, cómo no, en las maravillas escritas por Álvaro Cunqueiro.
Imagino un ferrocarril enfilando haca Lyon, a ver a mi sobrina nieta Renata,
combativa y magnífica. Me hará bien una semana en sus viejos pasadizos, comida
tunecina y reanimar imágenes que de la Revolución Francesa tenía de la ciudad y
región. Mi familia no es de muy lejos y tal vez siga huellas que no había aún
considerado. Ya que en Francia, he de subir en mi viaje al oriente por Besançon.
Otra vez, literatura, Dumas, Hugo, De Vigny…
Tréveris y
Ratisbona (Trier, Regensburg) en la adusta Alemania del lodo eterno de la
guerra de los Treinta Años, saltimbanquis de Grimmelshausen, en su obra misma y
en la de Günter Grass. Hasta me marea pensar en todo ello. Hace solo unos días
veía una serie acerca de Wallenstein, el líder militar bohemio; miré, a su vez,
semana atrás, la milenaria y dolorosa historia de Pomerania. No subiré tan al
norte, a pesar de desear sobremanera caminar por el sufriente polvo que
hollaron las casacas azules del ejército imperial sueco; visitar Stettin (Szczecin),
Danzig (Gdańsk), cruzar Masuria, pisar los adoquines de Kant, la maravilla del
Báltico, Helsingfors (Helsinki), Narva y Vyborg.
Después
viene el este y el universo se abre en múltiples sendas que conducen sin duda
al cielo pero también al infierno. La aurora boreal adquiere inusitadas formas,
impredecibles, así la vida y sus claroscuros. Suena el klezmer en casa, intensa
alegría y baile de hebreos que semejan ser tan serios, que esconden sus trenzas
en el laberinto de la Torah. Hojeaba a Irène Némirovsky y me cuesta creer que
andaré por allí. Miraba el 2018 en el aeropuerto de Fiumicino a rabinos cuyo
destino era Kiev. ¿Qué van a hacer los judíos a Kiev?, me pregunté. Detrás del
estuco de las paredes de Drohobych, se escondían dibujos de Bruno Schulz.
Dónde está
la granada, se preguntaba el poeta Iwaszkiewicz. Está, le respondo, por
aquellas calles apenas doblando la de Lva Tolstoho en Kiev. En Brăila y
dispersas por Azerbaiján, en la grisácea Bakú que despreciara Knut Hamsun. Las
he comido en Odesa y untaré carmesíes mis labios mirando la desembocadura del
gran río en Kherson. Todavía tengo el sabor persa del khoresh-e fesenjān, pollo
a la granada y la nuez. Lo tuve en una terraza desde la que podía ver la
escalinata de Eisenstein, a Catalina emperatriz, sí, en la perla del mar Negro,
ciudad que no nombro hasta que la transite de nuevo.
Lo cociné
en la calle Clarkson, en mi mansión victoriana de Denver. No conseguí granada y
la reemplacé con cerezas. Sin ser un éxito estuvo bien, con preámbulo de ron y
sobremesa de vino tinto, solo yo conmigo, la mejor y única conversación posible
alrededor de la eternidad y la transición.
Dejaré el
mapa en el suelo el día entero. Me acercaré a él como a un relicario. Me ha
despertado impulsos en demasía agradables, vinieren como vinieren las fondas,
los platos y enseres de este próximo futuro. Cuando termine, se inicie otro
intervalo debiera decir, pasaré por Denver a despedir a Emily y Aly, de ahí ya
sea a Panamá o por la detestable Miami, de vuelta hacia el refugio del quinto
piso desde donde veo si se acercan en contra mío las huestes de la indignidad y
alisto balas de plata para deshacerme de ángeles y demonios por igual.
15/01/2025
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