Monday, April 21, 2025

Ciudad del drago


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Órdenes monásticas. Música de Dhafer Youssef, el Réquiem de los pájaros. Soñé, porque imaginar lo es, un monasterio en el Sinaí, aislado, en donde los monjes aguardan como los soldados de El desierto de los tártaros pero esta vez por espectros santos. Huertos de especias, hierbas que el  hermano cocinero corta con mesura para hervir el sustento de los hombres. Barro cocido, mixtura con roca, cascajo, arena, esbozos de plantas y cielo de universo. Huellas de ajonjolí, el claro y el oscuro; cardamomo, raro que crezca aquí, para preparar masala como la que yo hacía en Denver. Más extraño aún, en la tierra de la sed, largas vainas ácidas de tamarindo, fruto de las guerras de Santa Rosa, según relataba mi amigo Darwin Pinto, en un mítico oriente nutrido de la Guerra de Secesión como de la Guerra del Chaco. Ilusión alucinada, que implica un doble peligro tanto como doble belleza.

 

He caminado al borde de los canales de Ljubljana. Todo estaría de maravilla si no hubiese tantos turistas. Escucho hablar en lenguas, sin que de ángeles ni creyentes se trate, pero me doy cuenta que mucho hay de movimiento local. País tan breve en gente y semejantes multitudes alrededor. Dragones verdes en el puente principal que atraviesa el canal. Dragón el símbolo de la ciudad. Deduzco que de las montañas bajarían raudos regando de fuego cultivos y razas. Llegarían con la brisa fría de las tres, la que arriba desde las faldas de los Alpes. Algo, mucho de medieval, dorado y escondido el horror por la modernidad capitalista. En una disquera, a precios inflados, reviso volúmenes de mayormente música norteamericana, rock inglés y jazz. Uriah Heep. Ritmos latinos, de Cuba tradicional a los salseros de siempre. No veo Ray Barreto: Watusi, el hombre más guapo de La Habana. Me puse a recordar y bien tengo presente que en abril de 1989 compré en Tower Records de Washington DC el primer y único disco compacto que tuve de él. Perdido, por supuesto, como tanto otro. Como un tomo de filosofía política de Bakunin, como, en Visor, poemas de Mallarmé. ¿A qué mortificarse? Cosas van cosas vienen. Tiempos de amores muertos, nuevos tiempos de amores vivos. Escribe Severo Sarduy: "...Entrando en ti, cabeza con cabeza, pelo con pelo, boca contra boca...". Monjes esperan sombras, gendarmes pierden las pupilas al simún aguardando en vano por lo que no vendrá. Simplemente no existe y ellos no lo saben. Severo Sarduy escribe:

“El hombre está solo frente a la luz soñada por Dios.

Los gritos de las bestias del cielo, las extrañas voces de los ángeles, las aguas de la tierra por él han sido nombradas.

He aquí que él descubre soñado y acepta su señal: la furia de los ángeles, la nada, el olvido de Dios”.

 

Bandadas de pájaros apenas rozan los ríos. Abrevan mientras vuelan. De a ratos uno atrapa una espuela de plata. Brilla, magnífica, ante la luz, de Dios la luz afirma el poeta. Reluce, de argento, el sol. De luna. Atardecer y crepúsculo. Naranjas colores, feria de mercado en la lontananza del fin del mundo.

 

Col crecida como flor. Alimenta cuerpo y alma, hermosura y nutriente. Viejitas chinas andan con paquetes escondidos debajo del brazo. Llevan vegetales desconocidos, secretos, saber que nos está vedado. Grandes tilapias observan con ojos condenados. Un mazo de madera acaba con sus gentiles pensamientos. Secas anchoas, parecidas a boquerones, se ofrecen en turriles al por mayor. Patos enteros y patos mitad cuelgan de garfios coloridos, vaya paradoja.

 

Muchachas rusas y dominicanas se apresuran a anular el tramo desde el taxi hasta el cabaret cercano. La ciudad se relaja en las afueras, el centro permanece activo. Cada tanto a rebato las campanas. Me encanta. Las de mediodía suenan gracias a Juan Capistrano festejando notable triunfo ante los turcos. El nombre me retrae a California, a un automóvil con tres nosotros ebrios, deteniéndonos en bares de San Juan Capistrano para beber Michelob helada u otra cerveza más popular y barata. Después el camino de la costa, casamatas abandonadas, páginas de John Steinbeck y Henry Miller. Y bares, Milwaukee Best, bastante mala pero embriagadora. Campanas de Ljubljana, política municipal, debo pensar, que presta aura divina a la urbe del drago

 

Haciendo una mala lectura del serbocroata, dejándome llevar por la raíz latina de ciertas palabras, entré a un edificio creyéndolo correo. Esperaba encontrar sellos para mi colección de estampillas que debe vivir debajo de una tonelada de libros y enseres en el depósito de la avenida Peoria. No, era estación de tren, que, valga decirlo, me gusta igual a los correos. Ambas tienen dejos obsoletos, de cuando el mundo giraba distinto. Yo enviaba a mis padres, durante la década de los noventa, cartas a mano. Utilizaba el sello postal conmemorativo de Hemingway; era entonces de 25 centavos. En treinta años subió a 45, si no yerro. Poca gente visita ya estos lugares, inmigrantes sí. Los otros, la multitud, depende de Amazon. Lo sé porque trabajaba allí por dos años en zonas urbanas y también en la inmensidad de la pradera que se difumina en Kansas o en las montañas que suben a las Rocallosas. En uno u otro rincón no hay señal de teléfono y hay que manejarse a tientas. Dramático en las noches, cuando no sabes si desde la oscuridad un cowboy te está apuntado a la cabeza con un fusil de asalto. A medianoche conducía con todas las luces posibles encendidas, las de emergencia más que nada. Parecía un tiovivo a ciento veinte kilómetros por otra, calesita de niños que se niegan a dormir.

 

Hoy ha sido mágico. Día con voz especial, algo que giraba entre los árboles del parque, que hacía piruetas en torno a los edificios soviéticos del inicio de la ciudad. Me vino el fin del homo soviéticus a la memoria pero no estaban la claridad, la sutil brisa, para pesares. Después de décadas sin probar helado pedí un vasito de vainilla y lo derretí con intenso placer. Ya tengo ojeados otros para comerlos antes de que los buses me lleven hacia el sur de los Balcanes, a la Bosnia que conocí en voz de refugiados amigos el 92-93-95; en su magnífico, algo escaso, cine de guerra. Período ese que ha producido filmes de gran calidad entre los países participantes del conflicto. Ciudades mártires de Vukovar y Srebenica. Corren el Neretva y el Drina, los fogones se abastecen de pimiento rojo en diversas variedades, albahaca, rábano picante, menta y verduras frescas.

 

Comí un burek en extremo grasoso ayer, mientras miraba construcciones de la modernidad comunista, aberraciones de comisarios ahogados en vodka. Trago de rakija. A la vista platos llamativos; no tanto el sabor. Alforfón, trigo sarraceno. Veré si abro una botella de vino rojo hoy, dependerá de la comida. Repollo fresco, shtruklji y gachas de avena. Me tira el deseo de subir hacia Moldavia, ahí sí que hay buen vino. Las páginas de mi novela reclaman seriedad y no un turista alucinado. Razón por sobre sinrazones, elegiré.

 

“Mi luz de la luna”, dice Danilo Kiš. La última que vi se ocultaba detrás de murallones nevados en Austria. Desde entonces no apareció y la extraño. Ríes y el panorama se transforma: cielo de lunas multiplicadas, de estrellas manuscritas…

21/04/2025 

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