Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Soy los ojos de mi padre.
1939, él,
Joaquín, y Armando, el portentoso abuelo de casi dos metros, pintan con
delicadeza banderitas de color. Lo harán por los próximos seis años. En un mapa
adosado a la pared irán marcando con alfileres avances y retrocesos: la
imparable macabra cruz germánica, el rojo ruso, banderas menores, movimientos
partisanos, tropas húngaras, rumanas, españolas e italianas camino de la
estepa. La guerra se reduce a un casi juego infantil en donde Rommel,
Montgomery, von Manstein, Zhukov y Vatutin hacen de soldaditos de plomo. Luego
vendrán Bradley y Patton. Singapur martirizada, Bataan, sucia guerra de la
selva. Habrá guerra limpia, cabe la pregunta, o simplemente nos referimos al
sudor y las alimañas tropicales.
Mueven las manos
del niño las señales del camino de Bakú. Stalingrado es la piedra tropezante.
El mapa permanecerá en ese sector momificado. Triunfos y derrotas entre
edificios no cuentan para la perspectiva mayor. Trabaja el silencio. Me acomodo
contra la fría pared y leo a Henri Barbusse acerca de Stalin. Este segundo niño
de once años no acomoda emblemas ni en mapas ficticios pero se nutre de
conflictos: batalla del saliente de Kursk, las Ardenas, toma y retoma de
Jarkov. Ayer me sentaba en el banco húmedo de un parque en Sarajevo y recordé
Kharkiv, los asientos para jubilados asoleando su miseria, contándose interminables
cuitas de cincuenta años. Sorbo la cerveza ucrania ligera en vaso de plástico.
Dobro utra, saludan. Respondo. Spasiva. Respondo. Pongo los pies a caminar, que
me lleven por cualquier rumbo, botas de siete leguas que han comido polvo y
bebido lo que hubiera.
Café turco.
Pequeño, diría espeso. Rechazo el azúcar, mientras más amargo, mejor. En algún
lugar de Turquía central está muriendo el padre de mi cuñado. Podría ir,
aprovechar el trayecto para visitar Salónica, de la que hablábamos con Víctor
años atrás antes del final. De la hermosura de las mujeres armenias, la piel
más blanca debajo de los cabellos más negros. Casi bola coreana del destino, el
ying y el yang. El pez bueno y el pez malo de los piscianos, aunque esta
digresión va arrastrada de los pelos y no encaja bien.
Busco un
kilim para el departamento en Cochabamba. Pero los que toco son fabricados para
turistas, quizá incluso chinos. Y deseo uno tribal, hace falta allá, extraño
mis alfombras orientales. Aly se quedó con la afgana y Emily con la persa, como
correspondía. Sueño recurrente de una casona victoriana en la que el piso esté
totalmente recubierto de ellas, una al lado de la otra, armadas en rompecabezas
de magnífica presencia. Imágenes y tonos, enhebrados fantásticos como tejidos
por brujos. Gurdjieff conduce un tren hacia Europa con miles de ellas, su
fortuna. Escapa de combates y revolución. De esa que Shklovski narraba con
espantosa belleza. Katherine Mansfield, la gran cuentista y seguidora de
George Ivanovich Gurdjieff, sentenciaba: “Make it a rule of life never to
regret and never to look back”. Trenes
de nunca más, trenes de la ausencia en voz de Luis Aguilar. Humos que al igual
que las aguas, salidos ya de las torretas de las locomotoras, no vuelven nunca
jamás. Así hubo alfileres torcidos en los conflictos del mapa de Joaquín y
Armando, cuando los finlandeses aporrearon al ejército soviético y estos
inventaron monstruos míticos de los bosques escandinavos como la causa de su
derrota. Soldados rojos crucificados en el aire, casi símbolos rosacruces
congelados por encima de la nada. Alfileres que hubo que desechar, que
retornaron al neceser de Neptalí la impertérrita, abuela de la humanidad y
albacea de la calma, según las mujeres suelen ser para beneficio colectivo.
Entre
mechillas y carretes de hilo. Agujas de un palmo de largo y ojo de cerradura,
garfios mínimos y ganchos aun menores. Arsenal de otras guerras domésticas, la
del zurcido y el autoengaño, que pobres no somos si todo está bien cosido.
Pues sí,
parque de Sarajevo, cruzando el río por el Puente Latino, apenas curvado,
enfrente del lugar donde perecieron Francisco Fernando y Sofía de Austria en un
momento precario de la humanidad que aguardaba por el menor pretexto para
encender la bomba que ya ardía. Esquina donde la muerte se ha posado con
nombres propios. No implica que la tragedia se ciñera sobre Bosnia entonces.
Ello ya estaba marcado de mucho y su principio se perdía en el tiempo y el fin
anda igual. Mirada de Kharkiv, añadiría sobre mí, muy parecida a la de siete
años atrás, al amanecer real de las Europas del Este y Central.
Una mujer
musulmana me regala un rosario, especie de, oscuro; otra me entrega uno claro.
Con palmas elevadas hacia el cielo recitan jaculatorias que piden mi ingreso en
la gloria, me hace pensar. Los guardaré para mis hijas. Hechos de cuentas de
plástico barato, brillosos pero trascendentes. Fuera de cualquier desvanecimiento
religioso agradezco sus bendiciones con sonrisa y palmas hacia arriba para la
grandeza de Alá. Nada pierdo, mucho gano. Llovizna por el río turbio. Triste
sería morir en estas circunstancias, mojándose los hombros y la sangre
deslizándose hacia las bocas de tormenta. Dirán que no hay muertes mejores o
peores. Yo se lo preguntaría a Juan Rulfo.
Soy los
ojos de mi padre. Tendría él casi cien ya y estaría pegado al teléfono
escuchando mis historias. De mi madre también, por supuesto, pero me refiero a
él por su prurito geográfico-histórico, por lo que me enseñó y fui aprendiendo
bajo su guía continua y firme. Él me hizo conocer a Mustafá Kemal Atatürk,
añadiendo que lo que Bolivia necesitaba era un carácter de tal índole si quería
arrastrarse fuera del foso. A pesar de lo controvertido del líder turco ningún
político boliviano se asomó a sus canillas. Por cierto que las diferencias
culturales, las circunstancias pesan, pero también cosas como la solidez, la
visión, el compromiso.
Muchos
turcos alrededor. Supongo que el turismo en Bosnia es fructífero para ellos.
Viendo la opulencia del aeropuerto de Estambul puedo deducirlo.
Ojos de mi
padre soy, ojos de verde agua. Marrones los míos, no tan vivaces pero atentos.
El atlas extendido sobre la mesa hoy, en el muro del pasado, sigue dando lugar
al movimiento de alfileres, de alfiles y torres y caballos y reinas y reyes y
bufones saltimbanquis. Calzo para la lluvia un impermeable color de tierra, de
trinchera en Verdún, de greda que crea cerámica y pocillos de barro de donde
rebalsa el violeta de la dulce aloja.
26/04/2025
Gratificante lectura. Las letras danzan una geopolitica con fuerza y elegancia, mientras se nos obsequia a los lectores un innovador redescubrimiento, a través de la memoria familiar, de hechos y sucesos relevantes en las esferas de la historia, geografía y religión. Pasamos a ser parte de eventos astrales ocurridos en países remotos del nuestro, por los que se nos invita a pasear, mientras plegándonos al recuento biográfico, nos sorprendemos de encontrar tan cerca, casi palpándolos, lugares solemnes, cuya resonancia estábamos acostumbrados a percibir como lejana, abstracta, inasible.
ReplyDelete¡Muy agradecido por el comentario, Ramiro!
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