Monday, April 14, 2025

De Lyon y los gitanos


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Llegando a la gare Perrache, en Lyon, me crucé con un acordeonista gitano en un banco. Recordé que ayer hablábamos con Papillon y Mamina del festival de música gitana a fines de abril en Tarbes, en la Occitania. Cómo me gustaría ir pero la dirección esta vez va al Este, justamente al centro del universo rom, posiblemente incluso a Moldavia y sus jerarquías gitanas, sus reyes y ciudadelas. De allí salió alguna de la mejor música de principios del siglo XX, cuando ricos judíos contrataban gitanos para interpretar sus canciones en las fiestas que hacían. Se produjo una simbiosis tal que los márgenes de diferenciación entre una y otra se hicieron tenues. Sutiles velos que aparecen en la música perdida de los judíos de Transilvania, en la mixtura en el klezmer de melodías supuestamente ajenas a ellos, aparte de rusas, turcas, tártaras y un montón en general. Lo mismo hacia el otro lado, la adquisición por parte de los romaní de contrapartes hebreas. El yugo nazi vino a destruir mucho de ello, acabar con la base humana que permitía este arte. Sobrevivió.

 

Eugene Hütz, vocalista de Gogol Bordello, banda punk rock del Lower East Side de Manhattan, nacido en Ucrania y con ancestros gitanos y judíos al mismo tiempo, partió en una expedición en busca de sus raíces musicales. La directora de cine Pavla Fleischer, “cautivada por su energía”, se enamoró de él y decidió hacer un filme de la odisea: The Pied Piper of Hützovina, 2007. La vi poco antes de emigrar de vuelta, en la bella solitud de mi casa victoriana en North Clarkson Street, con su fantasma femenino en el balcón de atrás, según corroboró Daniel Averanga al ver la foto, y el silencio de los escalones que llevaban a los departamentos de arriba y quién sabe a dónde más. Allí, con una copa de cabernet-sauvignon español, lo hice, con la buenaventura de que el primer escalón del viaje se detenía en Uzhhorod, en los Cárpatos orientales ucranianos, ciudad a la que siempre quise ir y donde, me contaron, más de la mitad de la población vivía del crimen. No wonder, al otro lado de las montañas estaban Hungría, Eslovaquia, Polonia y Rumania. Bosque inmenso, osos, de seguro urogallos y ciervos que gritan aterradores en celo. Ideal para contrabandistas. Hombres, en su mayoría. Las mujeres cocinando y llorando al futuro convicto. Estigma de ciudades fronterizas. Pesado ambiente en el Paraguay colindante con Argentina y Brasil. No tanto, aunque cercano, en Villazón y Bermejo. Cuando llegué al gran río todavía el narco no había plantado señales fijas y decisivas en el país. Entonces se cruzaba en bote hasta Aguas Blancas, provincia de Salta; de allí nos fuimos hacia Embarcación. He leído que hoy hasta de muros se habla, de alambrados y guardia pretoriana. No sé si el rumbo me llevará por allí otra vez. No sé si veré Padcaya de nuevo. Sin embargo queda. En Desaguadero los comerciantes hacían multitud. En Tijuana iban por el mismo cauce. Hoy, en mi barrio lionés cuya esquina de Gambetta divide África del Oriente Medio, puedo olisquear remanentes de aquella historia. Observo, mientras bebo un café express en un bar argelino. Me miran, pero al azar, pensarán que vengo del Maghreb si es que les interesa un pito. No pensarán nada otro que vender cigarrillos gringos, alguna droga, muchachas de ojos negros calcáreos y tiznados al mismo tiempo. El kofte sabe casi como hamburguesa regular. Le faltan especias que lo diferencien de las cadenas de carne molida. En la mesa contigua hay un hombre que me recuerda al amigo pintor Ivo Ríos, barba blanca y anteojos. Me sorprendí al entrar, de cómo estaba él presente ya no siendo. Se deshoja un trébol de cuatro hojas; cuatro líneas tiene el horizonte, una a cada lado. Pizarro en la Isla del Gallo. Tal vez, o algo menos dramático, igual posible.

 

Ha habido conversaciones hoy trascendentes. Se ha hablado de Jonathan Swift, diríase olvidado. Horas después de Rudyard Kipling, en otro contexto. De fotografía, de Rodchenko. No mencionamos a Vargas Llosa que fue un fabuloso escritor, digan lo que digan. Ninguna obra es pareja, montañas rusas pululan alrededor. Permanece sólida una base que es la que los hace grandes. No olvido lo que escribió sobre la zorra y el erizo, siguiendo la línea trazada por Isaiah Berlin. Mente lúcida, si de derecha o izquierda no tiene importancia. Había un detestable Ferrufino en uno de sus libros, me acuerdo. Cochabambino además. Pariente, tal vez incluso.

 

Partes del Ródano siguen transparentes, se observan las rocas del fondo. Algunos cenotes mayas comparten esta característica a pesar de su mayor profundidad. Ojos de dioses, faros hacia las estrellas, para guiarlas en  su devenir por la tremenda noche americana.

 

Quisiera aquellos caminos rurales que suben desde la desembocadura del Dniester. Los he leído, ideado, soñado, contado a mis padres cuando ellos hacían la siesta y yo niño necesitaba trasmitirles las emociones que Gogol me había causado. Con Leaño Martinet sugerimos a Bulgakov esta tarde. Me habló de una película casi imposible de conseguir sobre El maestro y Margarita. Guardias blancos. Tumbas de princesas en los cementerios de Francia. El detalle de la primera emigración de la guerra de Ucrania que fue la de los ricos, con automóviles difíciles de creer y mujeres que encima de la blanca piel cremosa cargaban diamantes albos. Los pobres estaban siendo carneados, quemadas vivas las violadas muchachas de Bucha.

 

Bulgakov… Hará un año que conseguí otro libro suyo que no he abierto. De muchos tantos. Está la necesaria relectura de Dostoievski. Vi en La Coruña la publicación de cartas a Anna Grigorievna, 1867-1880. Hay una excelente película rusa, en mi opinión, sobre esta extraña relación entre la transcriptora y el genio. Demasiado por leer, la corta vida que suele alargarse sin fin a veces, con gran contento, claro.

 

Idílicamente debiese encontrar a los rom apenas baje del bus en Eslovenia. Dudo que sea así. Son grupos en ostracismo en su mayor parte. Me encargaré de averiguar. Ligia me decía que bien podía ella hacerse a la imagen mía bailando entre gitanos. Danza de botellas vacías y sugerentes mujeres de manos en permanente arabesco, como si fuesen egipcias, lengua de áspid. Añadía la expresión “meu Deus” y volcaba los ojos como Morgan le Fay. Era en el contexto de una película que veíamos, donde una muchacha rumana embrujaba con su baile a un ingenuo musicólogo francés. Bellísima cinta: Gadjo dilo, 1997, de Tony Gatlif.

 

Sonido de violines. El acordeonista de la estación de Lyon seguía tocando mientras me alejaba camino del puente. Le dejé dos euros que servirían para un pan. Sonreía. Hacía sol y sonreía. Llovía y sonreía.

14/04/2025

 

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Imagen: Bailes gitanos en Uzhhorod

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