Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Llegando a la gare Perrache, en Lyon, me crucé con un acordeonista gitano en un banco. Recordé que ayer hablábamos con Papillon y Mamina del festival de música gitana a fines de abril en Tarbes, en la Occitania. Cómo me gustaría ir pero la dirección esta vez va al Este, justamente al centro del universo rom, posiblemente incluso a Moldavia y sus jerarquías gitanas, sus reyes y ciudadelas. De allí salió alguna de la mejor música de principios del siglo XX, cuando ricos judíos contrataban gitanos para interpretar sus canciones en las fiestas que hacían. Se produjo una simbiosis tal que los márgenes de diferenciación entre una y otra se hicieron tenues. Sutiles velos que aparecen en la música perdida de los judíos de Transilvania, en la mixtura en el klezmer de melodías supuestamente ajenas a ellos, aparte de rusas, turcas, tártaras y un montón en general. Lo mismo hacia el otro lado, la adquisición por parte de los romaní de contrapartes hebreas. El yugo nazi vino a destruir mucho de ello, acabar con la base humana que permitía este arte. Sobrevivió.
Eugene
Hütz, vocalista de Gogol Bordello, banda punk rock del Lower East Side de
Manhattan, nacido en Ucrania y con ancestros gitanos y judíos al mismo tiempo,
partió en una expedición en busca de sus raíces musicales. La directora de cine
Pavla Fleischer, “cautivada por su energía”, se enamoró de él y decidió hacer
un filme de la odisea: The Pied Piper of
Hützovina, 2007. La vi poco antes de emigrar de vuelta, en la bella solitud
de mi casa victoriana en North Clarkson Street, con su fantasma femenino en el
balcón de atrás, según corroboró Daniel Averanga al ver la foto, y el silencio
de los escalones que llevaban a los departamentos de arriba y quién sabe a
dónde más. Allí, con una copa de cabernet-sauvignon español, lo hice, con la
buenaventura de que el primer escalón del viaje se detenía en Uzhhorod, en los
Cárpatos orientales ucranianos, ciudad a la que siempre quise ir y donde, me
contaron, más de la mitad de la población vivía del crimen. No wonder, al otro
lado de las montañas estaban Hungría, Eslovaquia, Polonia y Rumania. Bosque
inmenso, osos, de seguro urogallos y ciervos que gritan aterradores en celo.
Ideal para contrabandistas. Hombres, en su mayoría. Las mujeres cocinando y
llorando al futuro convicto. Estigma de ciudades fronterizas. Pesado ambiente
en el Paraguay colindante con Argentina y Brasil. No tanto, aunque cercano, en
Villazón y Bermejo. Cuando llegué al gran río todavía el narco no había
plantado señales fijas y decisivas en el país. Entonces se cruzaba en bote
hasta Aguas Blancas, provincia de Salta; de allí nos fuimos hacia Embarcación. He
leído que hoy hasta de muros se habla, de alambrados y guardia pretoriana. No
sé si el rumbo me llevará por allí otra vez. No sé si veré Padcaya de nuevo.
Sin embargo queda. En Desaguadero los comerciantes hacían multitud. En Tijuana
iban por el mismo cauce. Hoy, en mi barrio lionés cuya esquina de Gambetta
divide África del Oriente Medio, puedo olisquear remanentes de aquella
historia. Observo, mientras bebo un café express en un bar argelino. Me miran,
pero al azar, pensarán que vengo del Maghreb si es que les interesa un pito. No
pensarán nada otro que vender cigarrillos gringos, alguna droga, muchachas de
ojos negros calcáreos y tiznados al mismo tiempo. El kofte sabe casi como
hamburguesa regular. Le faltan especias que lo diferencien de las cadenas de carne
molida. En la mesa contigua hay un hombre que me recuerda al amigo pintor Ivo
Ríos, barba blanca y anteojos. Me sorprendí al entrar, de cómo estaba él
presente ya no siendo. Se deshoja un trébol de cuatro hojas; cuatro líneas
tiene el horizonte, una a cada lado. Pizarro en la Isla del Gallo. Tal vez, o
algo menos dramático, igual posible.
Ha habido
conversaciones hoy trascendentes. Se ha hablado de Jonathan Swift, diríase
olvidado. Horas después de Rudyard Kipling, en otro contexto. De fotografía, de
Rodchenko. No mencionamos a Vargas Llosa que fue un fabuloso escritor, digan lo
que digan. Ninguna obra es pareja, montañas rusas pululan alrededor. Permanece
sólida una base que es la que los hace grandes. No olvido lo que escribió sobre
la zorra y el erizo, siguiendo la línea trazada por Isaiah Berlin. Mente
lúcida, si de derecha o izquierda no tiene importancia. Había un detestable Ferrufino
en uno de sus libros, me acuerdo. Cochabambino además. Pariente, tal vez
incluso.
Partes del
Ródano siguen transparentes, se observan las rocas del fondo. Algunos cenotes
mayas comparten esta característica a pesar de su mayor profundidad. Ojos de
dioses, faros hacia las estrellas, para guiarlas en su devenir por la tremenda noche americana.
Quisiera
aquellos caminos rurales que suben desde la desembocadura del Dniester. Los he
leído, ideado, soñado, contado a mis padres cuando ellos hacían la siesta y yo niño
necesitaba trasmitirles las emociones que Gogol me había causado. Con Leaño
Martinet sugerimos a Bulgakov esta tarde. Me habló de una película casi
imposible de conseguir sobre El maestro y
Margarita. Guardias blancos. Tumbas de princesas en los cementerios de
Francia. El detalle de la primera emigración de la guerra de Ucrania que fue la
de los ricos, con automóviles difíciles de creer y mujeres que encima de la
blanca piel cremosa cargaban diamantes albos. Los pobres estaban siendo
carneados, quemadas vivas las violadas muchachas de Bucha.
Bulgakov… Hará
un año que conseguí otro libro suyo que no he abierto. De muchos tantos. Está
la necesaria relectura de Dostoievski. Vi en La Coruña la publicación de cartas
a Anna Grigorievna, 1867-1880. Hay una excelente película rusa, en mi opinión,
sobre esta extraña relación entre la transcriptora y el genio. Demasiado por
leer, la corta vida que suele alargarse sin fin a veces, con gran contento,
claro.
Idílicamente
debiese encontrar a los rom apenas baje del bus en Eslovenia. Dudo que sea así.
Son grupos en ostracismo en su mayor parte. Me encargaré de averiguar. Ligia me
decía que bien podía ella hacerse a la imagen mía bailando entre gitanos. Danza
de botellas vacías y sugerentes mujeres de manos en permanente arabesco, como
si fuesen egipcias, lengua de áspid. Añadía la expresión “meu Deus” y volcaba
los ojos como Morgan le Fay. Era en el contexto de una película que veíamos,
donde una muchacha rumana embrujaba con su baile a un ingenuo musicólogo
francés. Bellísima cinta: Gadjo dilo,
1997, de Tony Gatlif.
Sonido de
violines. El acordeonista de la estación de Lyon seguía tocando mientras me
alejaba camino del puente. Le dejé dos euros que servirían para un pan.
Sonreía. Hacía sol y sonreía. Llovía y sonreía.
14/04/2025
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Imagen: Bailes
gitanos en Uzhhorod
Wonderful Claudio!
ReplyDelete¡Gracias, querida!
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