Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En la ciudad en que me sentí mejor fue en Sarajevo, descartando Betanzos y La Coruña que era como estar en casa. Ya a partir de Lyon, a pesar de que en esta estaban Renata, Zara y Pedro, el viaje en sí comenzó. Todavía un poco de frío. Largas caminatas de kilómetros por el Ródano y el Saona. Puente Masaryk, librerías con joyas literarias que compraría todas pero no es posible cargando maleta y mochila. No diría que disfruté del café y otras supuestas delicias. Me parece que las décadas en Norteamérica me hicieron práctico y dinámico, acostumbrado a otro tipo de existencia ajeno a la hermosa vetustez europea. Lo que hace la costumbre.
El Este ha
sido diferente, a ratos hasta distinto. Eslovenia, casi una transición gradual
de occidente a oriente, más tirando hacia el primero. He aprendido muchas cosas
acerca de viajar solo. Este viaje difiere del de 2018 por muchas circunstancias,
además de la ausencia de mis bellísimas amigas ucranianas. Aventura pospuesta hasta
el momento de una mejor opción que puede ser pronta. Entonces retornará Odesa
en su gloria, ya sin la estatua de Ekaterina la Grande en el proceso de
desrusificación que sobrevendrá al fin de la guerra. Ansío verlo, por encima de
todo Odesa, ir a mi hotel en la esquina de las putas, por llamar así a ciertas
magníficas princesas que trepaban a los autos. Camino de la Moldavanka, solo
unas cuadras en línea recta y ya el barrio mítico, mafioso, con tiendas de
electrodomésticos y música a todo volumen. Penumbral de noche, muy poca
iluminación municipal. Solitarios tranvías amarillos doblan, el chofer
desciende, corre al centro de la calle, manipula unas palancas para cambiar la
dirección del vehículo y vamos. Me gustaría saber fumar en este momento,
entregarle un poco de bohemia al asunto, encuadre ideal. Entonces era muy
feliz, acercándose el tiempo de la jubilación en unos años.
Hoy cambió,
ya jubilado, pleno de vida y salud de hierro. Mucho de lo necesario para vivir
bien ya está logrado. Falta el sujeto aromático y misterioso de la mujer al
lado. Independiente, inteligente, no temerosa del cielo. Alguien con garra para
adentrarse en el río de la Gambia o la ciudad medieval de Tambov. Aguas de
Yerevan, Armenia, pasadizos montañosos que hacen referencia a Sergo Ordzhonikidze
entre caudal de otros temas.
Aguantar la
tormenta de arena a orillas del Takamaklan, acariciar ladrillos de las
milenarias ciudades turcomanas que hoy pertenecen a China. Quién sabe si con
los aires bélicos despertados en Cachemira ayer no se revuelva todo. Siempre ha
sido zona de conflicto. Largas caravanas en la Ruta de la Seda, ruinas
cubiertas de polvo que presumiblemente viera Heródoto. El veneciano nota una nube de polvo, son los
soldados del Gran Khan. Comienza la nueva historia europea y yo trashumo por
sus remanentes en cualquier lado.
Estoy en la
calle Meade y afuera se arrastra una borrasca invernal. En Denver muchas veces
nieva hasta fin de mayo. Se podría considerar como zona de riesgo de invierno
desde octubre hasta mayo. Mucho tiempo. Antes era también el país de las
pieles, similar a la Bahía de Hudson, hoy ropaje chino adecuado reemplaza a martas
y castores, enhorabuena. Recuerdo Sarajevo y me pregunto qué tuvo de especial
para hacerla favorita. No se puede, ni debe, negar el peso de la memoria
torturada, la guerra de vecinos que ensangrentó esta tierra. Sarajevo, ciudad
sitiada, a fines del siglo XX una odisea obsoleta y cruel. Recuerdo la gran
lectura de Ciudad tomada, de Víctor
Serge, en la Petrogrado revolucionaria con caballería bashkir sobre los adoquines
antiguos. He leído crónica y literatura de este medioevo moderno pero nada se
iguala a la soltura y prosa de Victor Lvovich Kibalchich, poeta e historiador.
Ya no se escriben libros similares. Soberbia opinión cuando no se ha leído, ni
es posible leer, lo que se produce incesante.
Reflexiono
acerca de cuánto pesó el Islam para que esta villa fuera tan acogedora y
preciosa. Me sentí muy a gusto entre mezquitas. Muchachas con el cabello
cubierto con un pañuelo, sin la obligatoriedad macabra de los radicales.
Granadas cubiertas de chocolate turco ayudaron, no lo dudo, y platos
sofisticados de comida bosnia. Yo que he visto Ucrania y sus beldades quedé
impactado por la profusión de hermosas mujeres en Bosnia Herzegovina, también
en Serbia con la salvedad de que estas carecen de esa gota que viene desde
oriente para ensombrecer ojos y tez. Altas, altísimas, de metro setenta y cinco
a metro ochenta y creciendo. Mis amigos bosnios de Denver eran muy altos, los
hombres, pero acá ambos géneros semejan torres de carne única esplendorosa.
Bajaba de
una de las colinas en donde se situaba mi hotel y caminaba mañana y tarde hacia
el centro por kilómetro y medio. Disfruté. Vi sitios históricos sin ánimo
turístico pero dediqué mi tiempo a sentir la ciudad, los efluvios que de Joseph
Roth venían y de autores de la época, Zweig, von Hofmannsthal. Balcanes, sí,
pero Centroeuropa. Vetustos edificios con más vetustos parques alrededor.
Podían ser Kiev o Kharkiv, podían ser los alrededores del teatro griego de Poltava,
con Irina mirando hacia la estepa por donde llegarían los rusos. Lo mismo en
Belgrado y en Ljubljana, espectros del pasado soviético. Dormitorios que
espeluznan por lo breves, herrumbrados sistemas de aire acondicionado, niños mugrientos,
arena de sospechoso color, resbalines de tinte ido.
Por
Belgrado, barrio de Zemun, gitanos con carromatos tirados por caballo recogen
desechos metálicos, pepenadores del nuevo siglo con todavía costumbres
ancestrales y cabello renegrido. Extrañaré no haber ido a las pequeñas ciudades
moldavas, con dinastías de reyes rom y muchachas danzantes de rojo vestido
cantando Selen Selen. No pude seguir
la huella de Leonard Cohen y retratarme con una amiga rumana de gloriosas tetas
mientras escribe. Bueno, cada uno tuvo ya lo suyo en vida y ni siquiera el
fabuloso Apolo puede obtener lo que ansía en su totalidad. Tetas van y vienen
en elocuentes o desgraciados movimientos del reloj.
Sarajevo,
aquí sí he de retornar. Café otomano y sofisticada repostería de sabores
milenarios. Ese polvo que se acerca son los guerreros del khan Kublai. El
desierto de Gobi como manta marrón inamovible y plácida. Giro de izquierda a
derecha la cucharilla para derretir el azúcar morena. Observo, largas piernas
cruzan enfrente y me digo de la ineptitud de Dios de hacer las cosas sin tanta complicación.
07/05/2025
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Imagen: Sarajevo/Claudio Ferrufino-Coqueugniot, 2025
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