Wednesday, May 7, 2025

Bitácora


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

En la ciudad en que me sentí mejor fue en Sarajevo, descartando Betanzos y La Coruña que era como estar en casa. Ya a partir de Lyon, a pesar de que en esta estaban Renata, Zara y Pedro, el viaje en sí comenzó. Todavía un poco de frío. Largas caminatas de kilómetros por el Ródano y el Saona. Puente Masaryk, librerías con joyas literarias que compraría todas pero no es posible cargando maleta y mochila. No diría que disfruté del café y otras supuestas delicias. Me parece que las décadas en Norteamérica me hicieron práctico y dinámico, acostumbrado a otro tipo de existencia ajeno a la hermosa vetustez europea. Lo que hace la costumbre.

 

El Este ha sido diferente, a ratos hasta distinto. Eslovenia, casi una transición gradual de occidente a oriente, más tirando hacia el primero. He aprendido muchas cosas acerca de viajar solo. Este viaje difiere del de 2018 por muchas circunstancias, además de la ausencia de mis bellísimas amigas ucranianas. Aventura pospuesta hasta el momento de una mejor opción que puede ser pronta. Entonces retornará Odesa en su gloria, ya sin la estatua de Ekaterina la Grande en el proceso de desrusificación que sobrevendrá al fin de la guerra. Ansío verlo, por encima de todo Odesa, ir a mi hotel en la esquina de las putas, por llamar así a ciertas magníficas princesas que trepaban a los autos. Camino de la Moldavanka, solo unas cuadras en línea recta y ya el barrio mítico, mafioso, con tiendas de electrodomésticos y música a todo volumen. Penumbral de noche, muy poca iluminación municipal. Solitarios tranvías amarillos doblan, el chofer desciende, corre al centro de la calle, manipula unas palancas para cambiar la dirección del vehículo y vamos. Me gustaría saber fumar en este momento, entregarle un poco de bohemia al asunto, encuadre ideal. Entonces era muy feliz, acercándose el tiempo de la jubilación en unos años.

 

Hoy cambió, ya jubilado, pleno de vida y salud de hierro. Mucho de lo necesario para vivir bien ya está logrado. Falta el sujeto aromático y misterioso de la mujer al lado. Independiente, inteligente, no temerosa del cielo. Alguien con garra para adentrarse en el río de la Gambia o la ciudad medieval de Tambov. Aguas de Yerevan, Armenia, pasadizos montañosos que hacen referencia a Sergo Ordzhonikidze entre caudal de otros temas.

 

Aguantar la tormenta de arena a orillas del Takamaklan, acariciar ladrillos de las milenarias ciudades turcomanas que hoy pertenecen a China. Quién sabe si con los aires bélicos despertados en Cachemira ayer no se revuelva todo. Siempre ha sido zona de conflicto. Largas caravanas en la Ruta de la Seda, ruinas cubiertas de polvo que presumiblemente viera Heródoto.  El veneciano nota una nube de polvo, son los soldados del Gran Khan. Comienza la nueva historia europea y yo trashumo por sus remanentes en cualquier lado.

 

Estoy en la calle Meade y afuera se arrastra una borrasca invernal. En Denver muchas veces nieva hasta fin de mayo. Se podría considerar como zona de riesgo de invierno desde octubre hasta mayo. Mucho tiempo. Antes era también el país de las pieles, similar a la Bahía de Hudson, hoy ropaje chino adecuado reemplaza a martas y castores, enhorabuena. Recuerdo Sarajevo y me pregunto qué tuvo de especial para hacerla favorita. No se puede, ni debe, negar el peso de la memoria torturada, la guerra de vecinos que ensangrentó esta tierra. Sarajevo, ciudad sitiada, a fines del siglo XX una odisea obsoleta y cruel. Recuerdo la gran lectura de Ciudad tomada, de Víctor Serge, en la Petrogrado revolucionaria con caballería bashkir sobre los adoquines antiguos. He leído crónica y literatura de este medioevo moderno pero nada se iguala a la soltura y prosa de Victor Lvovich Kibalchich, poeta e historiador. Ya no se escriben libros similares. Soberbia opinión cuando no se ha leído, ni es posible leer, lo que se produce incesante.

 

Reflexiono acerca de cuánto pesó el Islam para que esta villa fuera tan acogedora y preciosa. Me sentí muy a gusto entre mezquitas. Muchachas con el cabello cubierto con un pañuelo, sin la obligatoriedad macabra de los radicales. Granadas cubiertas de chocolate turco ayudaron, no lo dudo, y platos sofisticados de comida bosnia. Yo que he visto Ucrania y sus beldades quedé impactado por la profusión de hermosas mujeres en Bosnia Herzegovina, también en Serbia con la salvedad de que estas carecen de esa gota que viene desde oriente para ensombrecer ojos y tez. Altas, altísimas, de metro setenta y cinco a metro ochenta y creciendo. Mis amigos bosnios de Denver eran muy altos, los hombres, pero acá ambos géneros semejan torres de carne única esplendorosa.

 

Bajaba de una de las colinas en donde se situaba mi hotel y caminaba mañana y tarde hacia el centro por kilómetro y medio. Disfruté. Vi sitios históricos sin ánimo turístico pero dediqué mi tiempo a sentir la ciudad, los efluvios que de Joseph Roth venían y de autores de la época, Zweig, von Hofmannsthal. Balcanes, sí, pero Centroeuropa. Vetustos edificios con más vetustos parques alrededor. Podían ser Kiev o Kharkiv, podían ser los alrededores del teatro griego de Poltava, con Irina mirando hacia la estepa por donde llegarían los rusos. Lo mismo en Belgrado y en Ljubljana, espectros del pasado soviético. Dormitorios que espeluznan por lo breves, herrumbrados sistemas de aire acondicionado, niños mugrientos, arena de sospechoso color, resbalines de tinte ido.

 

Por Belgrado, barrio de Zemun, gitanos con carromatos tirados por caballo recogen desechos metálicos, pepenadores del nuevo siglo con todavía costumbres ancestrales y cabello renegrido. Extrañaré no haber ido a las pequeñas ciudades moldavas, con dinastías de reyes rom y muchachas danzantes de rojo vestido cantando Selen Selen. No pude seguir la huella de Leonard Cohen y retratarme con una amiga rumana de gloriosas tetas mientras escribe. Bueno, cada uno tuvo ya lo suyo en vida y ni siquiera el fabuloso Apolo puede obtener lo que ansía en su totalidad. Tetas van y vienen en elocuentes o desgraciados movimientos del reloj.

 

Sarajevo, aquí sí he de retornar. Café otomano y sofisticada repostería de sabores milenarios. Ese polvo que se acerca son los guerreros del khan Kublai. El desierto de Gobi como manta marrón inamovible y plácida. Giro de izquierda a derecha la cucharilla para derretir el azúcar morena. Observo, largas piernas cruzan enfrente y me digo de la ineptitud de Dios de hacer las cosas sin tanta complicación.

07/05/2025

 

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Imagen: Sarajevo/Claudio Ferrufino-Coqueugniot, 2025

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