Thursday, May 1, 2025

Primero de Mayo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Winston Churchill me mira desde la pared del Londoner en Belgrado. Café con leche de mediodía. Marchábamos los Primero de Mayo, ufano gritaba mostrándole a mi amor, en la esquina del mercado, que era hombre de guerra. Pregunto dónde están los muertos, no los veo aquí a mi lado asoleándose en un balcón de Serbia. Dónde los caídos cuya suerte los decidió por la mala. Podría haber sido yo, o Julio, o tú, pero fueron ellos y no gozan de esta delicada sensación, no tanta como la de los adobes recalentados sin embargo.

 

Mi amor envejeció, el rostro se le tornó mustio, las gradas de la oficina que subía de a dos se le alargaron. Hubo muertes alrededor, ya separados, por ambos lados. La vida siguió. Ahora me abraza y llora. O llueve. O llueve y llora. Un botoncito verde de las redes sociales me dice que otro amor está activo. ¿Es paradoja? Y también Primero de Mayo hoy, puño en alto protestan los trabajadores de Hungría en 1919, puño en alto los de la república de trabajadores de Ilia Ehrenburg en España. Vuelvo a preguntar y por qué aquí, ahora, primero, mayo, primavera, no han asistido los muertos. La bala del capitán Galindo hace caer la cabeza de un amigo. Se terminaron las pichangas de fútbol, la kajcha de pelotas de cuero y liga durísimas. Sorbo el mediodía, el árbol de café con leche la luna. Hombre de guerra, ja, ni de guerrilla. Poco ha quedado, alguien que escribe bonito, que mira con casi desolación a las muchachas serbias, y bosnias, que pasean sus piernas de metro ochenta y avasallan con una vida que no se ha ido todavía pero que no se supo emplear. A qué quejarse, dime, Claudio, de qué sirve aquello. Cierra el último botón de la camisa azul oscuro, agarra un libro y decídete que es bueno el calor sobre las piernas, que tienes una espalda de fierro y que veinte horas de viaje en autobús son para ti como otra pichanga de barrio, con vecinos, con el que fue alcalde, con el que fue ministro. Nada ha cambiado, fumando espero, el tango entona, y yo que no fumo, espero con la venia de la sombra y el regocijo de la luz. Espero a la que tanto quiero y eso huele dulce, casi un ankuku infantil o no sé cómo escribir esta palabra, pero conozco las sensaciones, el olor de la chancaca. Bienvenida, vida, siempre, y me pongo a marchar solo por calles extrañas por un mayo uno en compañía de mis fantasmas.

 

Con Rosa Luxemburgo, no con Béla Kun.

 

Adiós Lugano bella, París 1986. La Varsoviana, Washington DC, 1989.

 

Nueva Órleans, parque Audubon. Corres con pantalón corto y el cabello amarrado atrás hacia el gran río. Se mueve tu trenza, péndulo de pasión. Ya he dejado de ser artillero de obús, me he hecho novelista y el bar penumbroso te trae en carne, en piel de mi recuerdo ¡Salud!

 

Las horas, el libro de horas, no puedo librarme del espectro de Rilke. La vejez, mi amada que agitaba banderas para festejarme y la revolución de paso. Te beso después de cien años, bajo la lluvia y con tus párpados caídos color de terciopelo.

 

Así pasen cien años me acostaré contigo. Sabrás el por qué a los árboles les crecen hojas.

 

En un rincón de Alemania, donde Goethe tiene colgante una pierna calavera, vives tú. Me lo has contado sin comprobarlo yo. Mis sendas no pasan en esta época por Germania pero sin embargo no guardes debajo de la chompa tus soberbias tetas, haz que se concentren en el punto memorioso. Marrones y puntiagudas, cuchillos de gitana.

 

Hoy, a veinticinco kilómetros de Belgrado cantaba Goran Bregović acompañado por vocalistas rom. Hacía poco que había visto la fotografía de una gitana y un niño hacia un fondo amarillo tirando a... Foto que se sumó a lo que estaba viviendo entonces, bebiendo rakia de ciruela muy fuerte. En Betanzos la toma, supongo, pero el cielo detrás era sin límites, llegaba hasta las estribaciones montañosas y navegaba por el Danubio como ornitorrinco perdido. Platypus de los rápidos, agua sonora incolora, mi amor tal vez duerme dormida, quizá despierta con el lápiz trazando un sueño. Si confundo los años y las personas, no, claros los tengo pero pretérito es ayer y hoy crea el mañana. Separaré lo que habita la intemperie de este día, de banderas y manifestaciones en contra de Aleksandar Vučić. La vieja gloria se desvaneció, los mártires de Chicago y demás patraña sentimental. Otra es la lucha, aseguran, y a mí no me queda más que asimilar la rakia y prepararme para salir a donde me han dicho hay baile de gitanos. Veré si Ligia razón tenía al decir que yo debí haber nacido allí, enterrando botellas de whisky en los enterramientos fraternos.

 

Tus labios de hojas decadentes saben a bourbon.

 

Luego de un rato contemplando pequeños grupos que iban a sumarse a la multitud enfilé para el campo. Dichoso yo, afortunado, en estar viéndolo.

 

Lou Reed. Dirty Boulevard. Amanecía en los muelles de Gallaudet. Karen día me sube a su automóvil y dejamos los campos de ajos, de verdes manzanas de Kazajistán. Viajamos rumbo a Karen noche, elegante saco rojo, perfume caro. Me digo, fortuna esta para un pobre cargador de naranjas. Y conversamos de ellas y de mandarinas mientras desnudas el soutien de cien dólares. La cima de tus pechos, mis botas obreras. Has puesto a los Stones de fondo y abierto la ventana. La brisa de la capital de los Estados Unidos tiene sutil aroma de frambuesa. En el entreacto de tus hombros te poseo y no sabemos qué ha ocurrido después. Ojos entrecerrados, ojos chinos, aroma superior al de frambuesa, aroma de paraíso.

 

Ojos chinos. Ojos chinos.

 

Viva la revolución mundial.

01/05/2025

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