Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Winston Churchill me mira desde la pared del Londoner en Belgrado. Café con leche de mediodía. Marchábamos los Primero de Mayo, ufano gritaba mostrándole a mi amor, en la esquina del mercado, que era hombre de guerra. Pregunto dónde están los muertos, no los veo aquí a mi lado asoleándose en un balcón de Serbia. Dónde los caídos cuya suerte los decidió por la mala. Podría haber sido yo, o Julio, o tú, pero fueron ellos y no gozan de esta delicada sensación, no tanta como la de los adobes recalentados sin embargo.
Mi amor
envejeció, el rostro se le tornó mustio, las gradas de la oficina que subía de
a dos se le alargaron. Hubo muertes alrededor, ya separados, por ambos lados.
La vida siguió. Ahora me abraza y llora. O llueve. O llueve y llora. Un
botoncito verde de las redes sociales me dice que otro amor está activo. ¿Es paradoja?
Y también Primero de Mayo hoy, puño en alto protestan los trabajadores de
Hungría en 1919, puño en alto los de la república de trabajadores de Ilia
Ehrenburg en España. Vuelvo a preguntar y por qué aquí, ahora, primero, mayo,
primavera, no han asistido los muertos. La bala del capitán Galindo hace caer
la cabeza de un amigo. Se terminaron las pichangas de fútbol, la kajcha de
pelotas de cuero y liga durísimas. Sorbo el mediodía, el árbol de café con
leche la luna. Hombre de guerra, ja, ni de guerrilla. Poco ha quedado, alguien
que escribe bonito, que mira con casi desolación a las muchachas serbias, y
bosnias, que pasean sus piernas de metro ochenta y avasallan con una vida que
no se ha ido todavía pero que no se supo emplear. A qué quejarse, dime,
Claudio, de qué sirve aquello. Cierra el último botón de la camisa azul oscuro,
agarra un libro y decídete que es bueno el calor sobre las piernas, que tienes
una espalda de fierro y que veinte horas de viaje en autobús son para ti como
otra pichanga de barrio, con vecinos, con el que fue alcalde, con el que fue
ministro. Nada ha cambiado, fumando espero, el tango entona, y yo que no fumo,
espero con la venia de la sombra y el regocijo de la luz. Espero a la que tanto
quiero y eso huele dulce, casi un ankuku infantil o no sé cómo escribir esta
palabra, pero conozco las sensaciones, el olor de la chancaca. Bienvenida,
vida, siempre, y me pongo a marchar solo por calles extrañas por un mayo uno en
compañía de mis fantasmas.
Con Rosa
Luxemburgo, no con Béla Kun.
Adiós Lugano bella, París 1986. La Varsoviana, Washington DC, 1989.
Nueva
Órleans, parque Audubon. Corres con pantalón corto y el cabello amarrado atrás
hacia el gran río. Se mueve tu trenza, péndulo de pasión. Ya he dejado de ser
artillero de obús, me he hecho novelista y el bar penumbroso te trae en carne,
en piel de mi recuerdo ¡Salud!
Las horas,
el libro de horas, no puedo librarme del espectro de Rilke. La vejez, mi amada
que agitaba banderas para festejarme y la revolución de paso. Te beso después
de cien años, bajo la lluvia y con tus párpados caídos color de terciopelo.
Así pasen
cien años me acostaré contigo. Sabrás el por qué a los árboles les crecen
hojas.
En un
rincón de Alemania, donde Goethe tiene colgante una pierna calavera, vives tú.
Me lo has contado sin comprobarlo yo. Mis sendas no pasan en esta época por
Germania pero sin embargo no guardes debajo de la chompa tus soberbias tetas,
haz que se concentren en el punto memorioso. Marrones y puntiagudas, cuchillos
de gitana.
Hoy, a
veinticinco kilómetros de Belgrado cantaba Goran Bregović acompañado por
vocalistas rom. Hacía poco que había visto la fotografía de una gitana y un
niño hacia un fondo amarillo tirando a... Foto que se sumó a lo que estaba
viviendo entonces, bebiendo rakia de ciruela muy fuerte. En Betanzos la toma,
supongo, pero el cielo detrás era sin límites, llegaba hasta las estribaciones
montañosas y navegaba por el Danubio como ornitorrinco perdido. Platypus de los
rápidos, agua sonora incolora, mi amor tal vez duerme dormida, quizá despierta
con el lápiz trazando un sueño. Si confundo los años y las personas, no, claros
los tengo pero pretérito es ayer y hoy crea el mañana. Separaré lo que habita
la intemperie de este día, de banderas y manifestaciones en contra de Aleksandar
Vučić. La vieja gloria se desvaneció, los mártires de Chicago y demás patraña
sentimental. Otra es la lucha, aseguran, y a mí no me queda más que asimilar la
rakia y prepararme para salir a donde me han dicho hay baile de gitanos. Veré
si Ligia razón tenía al decir que yo debí haber nacido allí, enterrando
botellas de whisky en los enterramientos fraternos.
Tus labios
de hojas decadentes saben a bourbon.
Luego de un
rato contemplando pequeños grupos que iban a sumarse a la multitud enfilé para
el campo. Dichoso yo, afortunado, en estar viéndolo.
Lou Reed. Dirty Boulevard. Amanecía en los muelles
de Gallaudet. Karen día me sube a su automóvil y dejamos los campos de ajos, de
verdes manzanas de Kazajistán. Viajamos rumbo a Karen noche, elegante saco
rojo, perfume caro. Me digo, fortuna esta para un pobre cargador de naranjas. Y
conversamos de ellas y de mandarinas mientras desnudas el soutien de cien
dólares. La cima de tus pechos, mis botas obreras. Has puesto a los Stones de
fondo y abierto la ventana. La brisa de la capital de los Estados Unidos tiene
sutil aroma de frambuesa. En el entreacto de tus hombros te poseo y no sabemos
qué ha ocurrido después. Ojos entrecerrados, ojos chinos, aroma superior al de
frambuesa, aroma de paraíso.
Ojos
chinos. Ojos chinos.
Viva la
revolución mundial.
01/05/2025
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