Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El catorce, mayo, se esfumó. Poltava. Irina. Nunca más supe de ella. Un detective amigo de Kiev colaboró y envió fotos de algunas muchachas similares, una que hasta vivía en la misma calle y edificio, con igual nombre. Nada resultó. El hombre de cuando en cuando me escribe para preguntarme si supe más. Nada. Poltava sola, el viento corre como galgo desmadrado, tiene extraño color húmedo, enharinado de carnaval sangriento. Se pierden las volutas de aire en los meandros del Vorskla, en donde mojabas los largos dedos del pie. Un año atrás. El calendario muestra fotos de los perros, del 17 hasta ahora. Putin, Kaganovich, Beria… galería de muertos, hasta que llegue ella, la de traje oscuro, a tomar en brazos al enano y quizá algo termine, o comience de nuevo.
Quiero
creer que tomaste las armas. Te negabas a vivir como animal, me decías. En tu frágil
hermosura tenías el temple de tu raza. Indómitas mujeres que resistieron
violadores mongoles por trescientos años. Si es así, deseo que tu lista de
enemigos sacrificados crezca como serpentina de colores. Jóvenes, viejos, qué
importa, enemigo es enemigo y los que causan dolor pagarlo tendrán que, sean
buriatos o yakuzes, que pocos rusos envían al frente. La limpieza étnica
aprovecha en grande los conflictos. Carne de cañón asesina y bajas de las
minorías según lo planean. Te mando balas virtuales, grandes, puntiagudas, con
cruces fabricadas a cuchillo para que se hagan dumdum. Mortíferos obuses que
recitan poemas de Guillaume Apollinaire, obras maestras de escultura metálica
si logramos no pensar en su destino.
Llega el
tiempo, la hora de entonces, la noche estrellada y ladran los perros. Este
mayo, el año ha, estaré seguramente en los Balcanes, no lejos, aunque lejos, de
ti. Olor a leña quemada.
Unas líneas
de carta, luego cientos de días de silencio. No quiero creer que Irina se fue a
los cielos y menos que esté a la diestra de quien dicen Creador. Hay humo desde
el Luhansk hasta el norte de Sumy; trincheras y fuego, bombas constantes.
Ekaterina me cuenta, ayer, el incesante bombardeo de Jarkov. Pero, no
olvidemos, ellos resistieron a mongoles, turcos, tártaros, lituanos, polacos,
alemanes y rusos. Mil años de guerra forman guerreros. Y a ellas también. Igual
a las kurdas y a las irlandesas, fusil en mano, cazan invasores como pollos de
feria.
Primeras
horas de la mañana en Belgrado. Trazo el mapa futuro del viaje: Sofía, Varna,
Constanza y Braila. Cuando navegue las enroscadas aguas del delta del Danubio
estaré tentado de penetrar a Ucrania por Izmail, haciendo de lado, a mano,
minas flotantes de brutal color negro y púas. Pero no. O salgo a combatir
decidido o me siento en una fonda con muebles de mimbre del agua cercana a
escribir. ¿A esperar el tiempo? No, a conquistarlo. No creo en el destino ni lo
acepto. Por algún motivo Irina ya no está, con sus largos metro setenta y ocho
de belleza pura, cabellos negros y sonrisa fiel de quien se sabe única.
Varios meses
te busqué, más que varios e infructuosos. Alguna que otra pista. Tengo unas
botas hermosas que te compré en Denver y que esperabas. Ya ni las traje, sabía
que lo de Ucrania era por hoy un sueño no a cumplir. No he fallado, para nada,
faltaría sí, tal vez, irme en campaña. El riesgo de morir es cosa común, ya
morían los compadritos de Borges como si mascaran tabaco. Ya el general Pancho
Murguía, durante México revolucionario, elogiaba a los valientes prisioneros,
hablaba de su hombría y los ahorcaba. Costumbres de morir y matar. La muerte
sería la menos interesante de las cosas si fuera otra vez por el oblast de
Poltava, saltando de claro en claro, de bosque en enramada, buscando un
diamante en medio de tierra yerma, de explosiones que cubren de polvo insalubre
hasta el más bello brillo. Irina.
Entre Lubny
y Kharkiv se halla tu ciudad. Paré allí en noviembre del dieciocho aunque
posible era octubre. No vale pensar ni redactar lo onírico. Lo concreto es que
el señor de la guerra se ha hecho con todo, incluida tú. Pero Ucrania ha
sobrevivido en cuevas de lobo, comunicándose bajo el ronco grito del urogallo,
con el cuello alargado, la cresta inclinada y la certeza de que morir enteros todos
peca de ridículo más que de mentiroso. A nosotros nadie nos puede matar. Y no
te matan, mujer querida, a lo sumo te esconden de la historia, pero entre la
hojarasca siguen caminando los escarabajos, nada consigue la metralla ante la
fortaleza de su perfecta armadura. Nada contra ti porque la belleza no se mata
y tú no puedes morir así te pongan en su gólgota creado a fuego.
Una semana ya;
escribe el detective. ¿Priviat, Claudio, sin noticias? Priviat, ninguna. La
casa que visitaste en donde ella vivió y vive otra muchacha del mismo nombre
permanece ajena a las balas. Su verde opaco, color de bosque en crepúsculo, la
aisló de la guerra. Eso me hace pensar que de allí saliste armada, granadas en
los bolsillos, sin llanto ni mortificaciones mayores a las de saber defenderse.
Las mujeres de Ucrania que quedaron se han privado de llorar, colgaron este
nombre por el momento prohibido colgando detrás de la puerta, cerca de donde se
seca el pan.
“Miré hacia
atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata”, escribe Wisława Szymborska. Continúa con el poema a
la mujer de Lot:
Miré hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo.
Miré hacia atrás preocupada por el siguiente paso.
En mi camino aparecieron serpientes,
arañas, ratones de campo y polluelos de buitre.
Ni buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo,
brincaba y se arrastraba en un temor colectivo.
Miré hacia atrás por soledad.
Por la vergüenza de huir a escondidas.
Por las ganas de gritar, de regresar.
O porque justo entonces se soltó el viento,
desató mi pelo y me levantó el vestido.
Sentí que me veían desde los muros de Sodoma
y se morían de risa, una y otra vez.
Miré hacia atrás llena de rabia.
Para gozar plenamente su ruina.
Miré hacia atrás por todas las razones mencionadas.
Miré hacia atrás sin querer.
Si miras atrás, te mueres. En sal convertida estarías y no va contigo. La
sal rebota contra tu acero, jamás he visto que semejante sonrisa pudiera
arredrarse ante la muerte, no lo creería. No mires por sobre tu hombro, ni
siquiera por mi sombra, ni siquiera por mi sombra.
02/05/2025
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Imagen: David Burliuk
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