Friday, May 2, 2025

Mayo del 24


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

El catorce, mayo, se esfumó. Poltava. Irina. Nunca más supe de ella. Un detective amigo de Kiev colaboró y envió fotos de algunas muchachas similares, una que hasta vivía en la misma calle y edificio, con igual nombre. Nada resultó. El hombre de cuando en cuando me escribe para preguntarme si supe más. Nada. Poltava sola, el viento corre como galgo desmadrado, tiene extraño color húmedo, enharinado de carnaval sangriento. Se pierden las volutas de aire en los meandros del Vorskla, en donde mojabas los largos dedos del pie. Un año atrás. El calendario muestra fotos de los perros, del 17 hasta ahora. Putin, Kaganovich, Beria… galería de muertos, hasta que llegue ella, la de traje oscuro, a tomar en brazos al enano y quizá algo termine, o comience de nuevo.

 

Quiero creer que tomaste las armas. Te negabas a vivir como animal, me decías. En tu frágil hermosura tenías el temple de tu raza. Indómitas mujeres que resistieron violadores mongoles por trescientos años. Si es así, deseo que tu lista de enemigos sacrificados crezca como serpentina de colores. Jóvenes, viejos, qué importa, enemigo es enemigo y los que causan dolor pagarlo tendrán que, sean buriatos o yakuzes, que pocos rusos envían al frente. La limpieza étnica aprovecha en grande los conflictos. Carne de cañón asesina y bajas de las minorías según lo planean. Te mando balas virtuales, grandes, puntiagudas, con cruces fabricadas a cuchillo para que se hagan dumdum. Mortíferos obuses que recitan poemas de Guillaume Apollinaire, obras maestras de escultura metálica si logramos no pensar en su destino.

 

Llega el tiempo, la hora de entonces, la noche estrellada y ladran los perros. Este mayo, el año ha, estaré seguramente en los Balcanes, no lejos, aunque lejos, de ti. Olor a leña quemada.

 

Unas líneas de carta, luego cientos de días de silencio. No quiero creer que Irina se fue a los cielos y menos que esté a la diestra de quien dicen Creador. Hay humo desde el Luhansk hasta el norte de Sumy; trincheras y fuego, bombas constantes. Ekaterina me cuenta, ayer, el incesante bombardeo de Jarkov. Pero, no olvidemos, ellos resistieron a mongoles, turcos, tártaros, lituanos, polacos, alemanes y rusos. Mil años de guerra forman guerreros. Y a ellas también. Igual a las kurdas y a las irlandesas, fusil en mano, cazan invasores como pollos de feria.

 

Primeras horas de la mañana en Belgrado. Trazo el mapa futuro del viaje: Sofía, Varna, Constanza y Braila. Cuando navegue las enroscadas aguas del delta del Danubio estaré tentado de penetrar a Ucrania por Izmail, haciendo de lado, a mano, minas flotantes de brutal color negro y púas. Pero no. O salgo a combatir decidido o me siento en una fonda con muebles de mimbre del agua cercana a escribir. ¿A esperar el tiempo? No, a conquistarlo. No creo en el destino ni lo acepto. Por algún motivo Irina ya no está, con sus largos metro setenta y ocho de belleza pura, cabellos negros y sonrisa fiel de quien se sabe única.

 

Varios meses te busqué, más que varios e infructuosos. Alguna que otra pista. Tengo unas botas hermosas que te compré en Denver y que esperabas. Ya ni las traje, sabía que lo de Ucrania era por hoy un sueño no a cumplir. No he fallado, para nada, faltaría sí, tal vez, irme en campaña. El riesgo de morir es cosa común, ya morían los compadritos de Borges como si mascaran tabaco. Ya el general Pancho Murguía, durante México revolucionario, elogiaba a los valientes prisioneros, hablaba de su hombría y los ahorcaba. Costumbres de morir y matar. La muerte sería la menos interesante de las cosas si fuera otra vez por el oblast de Poltava, saltando de claro en claro, de bosque en enramada, buscando un diamante en medio de tierra yerma, de explosiones que cubren de polvo insalubre hasta el más bello brillo. Irina.

 

Entre Lubny y Kharkiv se halla tu ciudad. Paré allí en noviembre del dieciocho aunque posible era octubre. No vale pensar ni redactar lo onírico. Lo concreto es que el señor de la guerra se ha hecho con todo, incluida tú. Pero Ucrania ha sobrevivido en cuevas de lobo, comunicándose bajo el ronco grito del urogallo, con el cuello alargado, la cresta inclinada y la certeza de que morir enteros todos peca de ridículo más que de mentiroso. A nosotros nadie nos puede matar. Y no te matan, mujer querida, a lo sumo te esconden de la historia, pero entre la hojarasca siguen caminando los escarabajos, nada consigue la metralla ante la fortaleza de su perfecta armadura. Nada contra ti porque la belleza no se mata y tú no puedes morir así te pongan en su gólgota creado a fuego.

 

Una semana ya; escribe el detective. ¿Priviat, Claudio, sin noticias? Priviat, ninguna. La casa que visitaste en donde ella vivió y vive otra muchacha del mismo nombre permanece ajena a las balas. Su verde opaco, color de bosque en crepúsculo, la aisló de la guerra. Eso me hace pensar que de allí saliste armada, granadas en los bolsillos, sin llanto ni mortificaciones mayores a las de saber defenderse. Las mujeres de Ucrania que quedaron se han privado de llorar, colgaron este nombre por el momento prohibido colgando detrás de la puerta, cerca de donde se seca el pan.

 

“Miré hacia atrás porque me dio tristeza la escudilla de plata”, escribe Wisława Szymborska. Continúa con el poema a la mujer de Lot:

Miré hacia atrás mientras ponía mi hatillo en el suelo.

Miré hacia atrás preocupada por el siguiente paso.

En mi camino aparecieron serpientes,

arañas, ratones de campo y polluelos de buitre.

Ni buenos, ni malos; simplemente lo vivo, todo,

brincaba y se arrastraba en un temor colectivo.

Miré hacia atrás por soledad.

Por la vergüenza de huir a escondidas.

Por las ganas de gritar, de regresar.

O porque justo entonces se soltó el viento,

desató mi pelo y me levantó el vestido.

Sentí que me veían desde los muros de Sodoma

y se morían de risa, una y otra vez.

Miré hacia atrás llena de rabia.

Para gozar plenamente su ruina.

Miré hacia atrás por todas las razones mencionadas.

Miré hacia atrás sin querer.

 

Si miras atrás, te mueres. En sal convertida estarías y no va contigo. La sal rebota contra tu acero, jamás he visto que semejante sonrisa pudiera arredrarse ante la muerte, no lo creería. No mires por sobre tu hombro, ni siquiera por mi sombra, ni siquiera por mi sombra.

02/05/2025

 

_____

Imagen: David Burliuk 

No comments:

Post a Comment