Claudio Ferrufino-Coqueugniot
No estaba en los cálculos, Bulgaria. Pero cuestiones prácticas de distancia y tiempo hacen que la ruta enfile hacia allí y luego a Varna, la vieja ciudad de mar. Recuerdo de la biblioteca de casa solo unas líneas de La hora veinticinco, de Constantin Virgil Gheorghiu, esas que decían, en boca de algún protagonista, que esa estrella roja que brillaba alta en un poste de la noche balcánica señalaba “el suelo esclavizado de Bulgaria”. No se borró de mi memoria, como tampoco cuando en 1989, en Washington DC, conocí a las folkloristas que sacaron un disco icónico entonces: El misterio de las voces búlgaras. Se hicieron mundialmente famosas. Espero tener el disco compacto por algún lado en Cochabamba o Denver por lo valioso.
Mi esposa
Jenny, madre de mis hijas, hablaba cinco idiomas y cantaba en búlgaro, húngaro,
serbocroata, ruso. Incluso llegó a participar al menos en un disco con música
de los Balcanes. Cada año asistía a un evento especial en Bulgaria que reunía
músicos y aficionados a este género de todo el mundo. Inmensa riqueza cultural.
De ahí que en casa siempre había trombones, gaitas, acordeones, música eslava y
gitana, judía. Con ella crecieron mis hijas e incluso asistieron a una de las
reuniones musicales arriba mencionadas. Emir Kusturica era fílmica exigida para
nosotros. Ayer, caminando por Belgrado, compré un disco de Goran Bregović, de
quien escuchamos el día antes, veinte kilómetros en las afueras de la capital
serbia, bebiendo rakia, sus tradicionales éxitos y otros fantásticos con cantantes
rom. De Bosnia Herzegovina llevo un disco doble de música tradicional y de aquí
a este maestro. Ya me haré de otros en Bulgaria, Rumania y Moldavia si el plan
no se ve alterado. El mes correrá como infiernillo. En un cerrar de ojos estaré
conduciendo automóvil en mi amada Denver y pronto en la no menos amada Cochabamba.
Lleno de ideas y templado en la fuerza de las caídas brutales e inesperadas. Lo
bueno de tocar fondo es que la única salida posible aparte de la muerte es el
ascenso, epifanía casi de mirar el cielo arriba. Por el momento perece el
tiempo de lujuria y da paso a la sensatez. De la explosión de las bandas
balcánicas a la paz de los violines clásicos. La alternancia entre ambos
produce riqueza pero necesito un alto de refresco, breve y sustancioso.
Ríos de
Babilonia. Tenía, entre mis joyas de colección, un pedazo de arcilla de sus
muros, con sello de autenticidad. Hay un edificio en Chicago con las paredes
cubiertas, en la construcción misma, con piezas arqueológicas, cada una con la
explicación detallada de su origen. En pleno centro de esa urbe cuyo río corre
entre los rascacielos y Batman salta de un lado a otro debajo de los armazones
metálicos del metropolitano. Magnífica. ¿Por qué Babilonia? Explicando la
debacle parcial de mi vida tal vez. La solidez y belleza que no aguantan el
embate de una tormenta de arena. Toca ahora lavarse de encima el polvo de la
historia. El Arca no se hundió sino en tierra firme, indicando que no existe
lugar seguro, que lo único que cuenta y prima es la fortaleza personal. Siempre
las manos podrán levantar nuevas Babilonias, noveles Chicagos. Que se hinchen
las venas y la sangre fluya guinda hacia el crepúsculo.
No quiero
ver lo que un turista quisiera ver en Sofía. Pasearé sus calles, nada más, me
sentaré en cafés y comeré comida de calle, si la hay. He visto que en las
ciudades va desapareciendo. No así en Estados Unidos donde crece en auge. La
comida popular debiera ser insustituible, además de ser la base de la
sofisticación posterior que suele asomar bajo manos creativas. Son Bach y Bartók
nutriéndose de las fuentes. Arvo Pärt.
Siete horas
aguardan. Siete más preveo para Varna y unas tres o cuatro a Constanza. Imagino
que será más agreste que la hermosa campiña eslovena y la monumental belleza
bosnia que cedió a la modestia en Serbia. Vamos al sur, hacia el monte Olimpo,
pero no cada vez más cerca de los dioses sino más lejos. Elías Canetti habla de
“la nostalgia que Dios tiene”. Esa, hacia ellos, la perdí hace mucho. Respeto
la mitología pero no oro a la divinidad. Leo a Séneca y a Plinio el Viejo, miro
los cuadros de Soutine y Ensor. Amo a mujeres sensuales de cabellos revueltos y
ojos pintados de púrpura. Muero por ellas y renazco como capullo sombrío.
Mañana a
esta hora dejaré Belgrado para siempre. Literaturas y recuerdos. Me persigue
por todo lado la sombra de una imagen todavía fresca, puntillista como en
Signac, de innúmeras facetas y colores, variable y controversial. De la luna
hablo, brillosa y febril, ora completa ora parcial. Julia Roig postea una
canción de Leonard Cohen en sus redes sociales. Trae a Francine entre morena y
pelirroja, baila para mí. Baila Dalia en la tarde del dormitorio rojo, voz de
The Doors esta vez. El tiempo parece confundirse y los rostros de igual manera.
Los muslos y las caderas, las medias con portaligas y los calzones a rayas.
Especie de narcóticos fumados dentro de manzanas verdes. O anteojos de sol
oscuro en la noche sin sol.
Sofía. No
pensé pero es. El viaje semeja interminable, ya van cientos o miles de
kilómetros. Gigantes las moles heladas de Lausanne, lucecitas que anuncian villorrios
sin pausa ni descanso. Parto de Lyon, una hermosa bosnia sube en Ginebra,
conversamos de Borges, Danilo Kiš e Ivo Andrić. Vive en Belgrado pero no habrá
tiempo para otro café. Escribió hace dos días. Alta, fumando en las paradas
nocturnas de aquel viaje de diecisiete horas. Todos fuman, las mujeres
muchísimo, impresionante. Y los vaporizadores con olor a frutas, o no sé cómo
se llamen.
Pues, el
domingo se arrastra como se arrastran los domingos. Día de descanso, lo llaman.
A veces es como una cárcel de Piranesi y desearía que termine pronto. Debo
continuar, hay ruta trazada, a pesar del deseo de volver a casa y olvidar por
un momento algunas cosas, la inutilidad de ser hombre y no comportarse como tal,
la inhabilidad de la memoria. Flores
negras de la canción colombiana. La cantó Gardel, antes de arder Medellín.
La gloria es efímera; la soberbia peor. Los hombres pasan, y las mujeres. Sofía
permanece, piedra sobre piedra, luz con sombra, claroscuro y agudas voces
femeninas que cantan a los cultivos.
04/05/2025
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Imagen:
Boyan Dimitrov
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