Claudio Ferrufino-Coqueugniot
José Revueltas, escritor marxista mexicano, escribió a lo largo de la vida apasionadas cartas a su esposa María Teresa. Su condición de político no le impedía manifestar lo que básicamente era: un ser humano.
No quiero adentrarme en las cartas en particular sino tomarlas como ejemplo, representación del espíritu del artista en general. Dudas, temores y culpas de José Revueltas no son más que problemas por los que atraviesa toda persona dedicada al difícil oficio de crear.
El artista encuentra un grave escollo en la consecución de su pareja. Al no compartir en esencia límites formales con el resto, esta labor le resulta complicada. El arte vulnera al hombre que lo posee, peor si es espíritu frágil, propenso a no resistir los embates de un mundo cada vez más duro y artificioso. Así le cuesta mantenerse intacto. Busca en el otro un apéndice de la vida familiar, cierta nostalgia de la protección. Rara vez cuida de su pareja; por lo común se cobija egoísta en ese espacio de amor. Allí, solo allí, se siente capaz y valioso. No hay mejor motivo para crear. Sin amor no hay arte. Y sin protección tampoco. Revueltas, hombre fogueado en la vida, se quiebra y recurre a María Teresa, fiel compañera. Ella es la madre que soporta sus extraños caprichos, producto de un alma hipersensibilizada. Cierto que esos caprichos son pinceladas de genio. María Teresa lo socorre cuando más lo necesita.
Hay egoísmo en lo que escribo. Quizá mucho. Pero amo a las personas, hombres o mujeres, que tienen tal don de solidaridad, que son capaces de sostener e incluso avivar la desesperante llama del arte. José Revueltas tuvo una; Baudelaire no.
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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 08/11/1988
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