Friday, April 29, 2022

Viernes con ahorcada


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

 

Viento de Huracán. Barre Denver, Capitol Hill, antiguo barrio rico. Caen ramas. Las viejas casas se estremecen, ululan, parecen búhos encerrados. Pongo el sillón contra la puerta de la sala, mis siempre listas maletas para la puerta de mi dormitorio atrás, la que da a maltrechas gradas de ladrillo donde me siento y veo hormigas caminar por un desierto larguísimo, más extenso que el Takamaklán. Florestas serán los pastos que apenas se elevan un centímetro del piso. Habrá monos, serpientes colgantes, un espacio que desconozco y está ahí, al que aplasto día a día, sin saber si debajo hay arroyos, peces de oro y de plata. He visto zorros brincar en medio de la noche, sin motivo, tan alto como un metro. Veo conejos, menores que los zorros, pero también un metro arriba y chasqueando los dientes. Ritos de qué, de dónde, no hay ciencia que pueda penetrarlos. ¿Qué hace a la zorra realizar una carambola aérea como en un show? No está comiendo, no hay macho alrededor que quiera conquistar, solo mis ojos marrones, cafeses, que observan, contemplan, sueñan. Pasa un coyote volando.

 

La noche y tú, tan trillado este romance, pero a esas horas son la noche y tú e incluso con la muchedumbre de ruidos prima el silencio. Escuchas el motor ronronear o toser. El termómetro marca cincuenta pero se siente frío. Tus ojos están acostumbrados. Tus dos matrimonios conjuntos duraron treinta años, veintitrés y siete, números impares de una tómbola bella y siniestra. Pero el trabajo duró más, no tanto pero bastante, y cuando crees que te aliviaste de ello retorna con saña. Lo digo porque cuando la mente se acostumbró a la idea del ocio, esto implica un ataque.

 

No he tenido energía ni ganas de ponerme los pantalones. Devoro, si se puede decir, un tallarín con cecina. De tres días ya, no importa. Quiero animarme a una botella de tinto argentina que dice “tenaz”. Cincuenta por ciento cabernet sauvignon y la otra mitad malbec. Me gustan estas mezclas, en vino y en personas. Gime la puerta del salón, el viento quiere violar este espacio donde suena quedamente Caballo viejo en versión desconocida. Pienso en Colombia. ¿Qué será de mi amigo don Juan? Negro de la secreta en Barranquilla, que contaba que en Venezuela tiraban las monedas a la calle como inservibles. Años de petróleo, dinero, lavadoras en las calles, autos a medio uso para quien los quisiera tomar. Vendrá tiempo de vacas flacas, aconsejaban, pero igual la gente arrojaba monedas a las bocas de tormenta. Andaba Juan de espía. Mientras comíamos un rib eye envuelto en tocino que yo había freído, en el tercer piso de mi apartamento en la Peoria, detallaba cómo perseguían a los falsificadores de billetes, cómo los blanqueaban al agarrarlos luego de secuestrarles el dinero. Era un hombre interesante. Ya habrá muerto. La última vez lo vi tocando la puerta del K24, donde yo vivía. Lo miraba desde el automóvil parqueado. Me dio pereza, dormitaba, y agaché la cabeza para esconderme. Se fue alejando por el parque, dobló en la piscina comunal, y nunca más lo vi. Por las noches repartía diarios en el Club Valencia, a donde habían ido a parar los rusos. Han pasado quince años al menos. Como hace diez, la señora Mireya y sus hijas repartían otros diarios a las tres de la mañana en el mismo lúgubre edificio. Quedaban rusos, pocos ya; subieron en el escalafón social. Es penumbroso, escaleras aquí y detrás y enfrente. Rincones donde no sabes qué acecha. Colgaba lo que creyeron piñata descomunal, entre el ascensor y una de las puertas batientes. Era una eslava ahorcada; la lengua quiso ser rosa y se tornaba morada. Un ojo azul; otro gris. Corrieron hasta la salida del 1300, no pararon hasta encender el auto y subir por la avenida Florida. No llamaron a la policía. Alguien encontraría a la mujer antes de salir al trabajo. Suena Caballo viejo, ritmo de porro lento. Los zorros bailan en el aire, algún cuervo grita nunca más, nevermore, jamás jamás. Huyen tres mujeres de Chihuahua. Si estuviéramos en la Sierra Madre… ojalá estuviéramos. No hay aire en los pasadizos del Club Valencia, cuatro pisos y algunos penthouses en el quinto. El cadáver no se mece, está quieto, aguarda.

 

Don Juan se refería a su hija como “águila”. Era astuta para conseguir préstamos de la gente y no pagarlos. Me pidió varias veces y siempre pretexté algo. La esposa de Tito lloraba por cinco mil. Esa perra me engañó, Claudio; le creí porque éramos paisanas y se lamentaba. Tito, colombiano pequeño y calvo, estuvo en la cárcel de Utica, en Nueva York. Reclamaba haber tenido conversaciones con el Hijo de Sam que lo saludaba: “hola, colombiano”. Lo metieron por medirle el aceite a un prieto acelerado en la calle, con un lápiz de veinte centímetros. Narraba, mientras tronaban los tostones entre los dientes, en una calle 14, de Aurora, que se gentrificó y alberga doctores hoy, ya no exconvictos. Otro que desapareció. La vida es como la policía secreta de mi amigo Juan. Tuve problemas con el hermano de Tito, Gustavo, alcohólico que se emborrachaba en el mítico Hangar Bar. Su mayor insulto hacia mí era llamarme “pastuso”, por lo indio. Así les dicen a los de Pasto, departamento de Nariño, fundada por el conquistador Sebastián de Belalcázar.

 

Qué mejor melancolía que Roy Orbison. El primo Waldo. El bar racista en la esquina de Clarendon Bulevar. Cucarachitas que pasean por la alfombra húmeda. Cerveza en el lavadero de ropa. Metro de medianoche, metro de mediodía, baba sobre el pecho, cansancio, dólares, sexo eventual con negras de callejón. Repollos, aguacates, papa roja y papa púrpura. Dream, dream baby. Cuchillos arrojados en medio del invierno del 89, las manos en el fuego, hasta que olieran a asado para combatir la helada. Conservo mis primeros guantes. Les faltan dedos, están maltrechos, forman un amasijo. Tela expuesta al esfuerzo, al dolor, a sollozar por un mundo abandonado que no retornó.

 

Cuento mis años, todavía con diez dedos, los cuento seis veces y recuento porque creo que me equivoco. Quiero mentirme. No que me sienta acabado pero me niego a creerlo. Años pasaron, individuos, mujeres, la muerte cosechó y la vida sembró. ¿Pretty Woman, dónde estás? O lo inventé y sigue el Arca flotando a ver si un día encuentra un mundo.

 

Duerme. Al despertar olerás membrillos que cuecen para jalea. Sabrás que todo fue nada.

29/04/2022

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Imagen: Alfred Kubin, 1901

Thursday, April 28, 2022

De héroes y tumbas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

 

Cada mañana despierto y leo para saber si Kherson fue retomada. Grandes aguas de Ucrania: Nikopol, Kremenchuk, Zaporizhzhia, Mykolaiv. Hoy no retornó Kherson; pronto. Con olas carmesíes de sangre que ahogarán al putín cabezón, monstruo de testa bamboleante que quiso ser la hidra de Lerna y quedó como muñeco de rostro bobalicón con palillos de Pascua a medio encender. Al jefe de la mafia, el fascista al que adora la izquierda (es puta barata, la izquierda), le quedó grande el traje histórico. Le faltó enjundia (infundia, Bolivia dixit), coraje; no cualquier ratero puede ser el terrible Iván, aunque sea el más ladrón. Y la cáfila de delincuentes segundones que le llevaba la cola del vestido a Putin tendrá que saber que toda cosa tiene fin y que a veces reinos intocables –Qadaffi- terminan en la punta de un palo de escoba; triste basura innoble. Cuando la cuerda estiró a Saddam Hussein, en un golpe de dados se extinguió el espejismo. Sus hijos, duchos en secuestrar mujeres y torturarlas en palacio, terminaron como picadillo; no hay tumba para pingajos. Al primo, Químico Alí lo llamaban por sus hazañas kurdas, la cuerda le arrancó la cabeza para espanto de testigos. Guillotina de esparto a quien se creyó Nimrod.

 

¡Tanta violencia!, han de alegar. Nunca dejó de estar presente. Los muñecos de goma que retrataban guerreros medievales con ametralladoras de fin de siglo, que juntaban supuestamente dos épocas, no hacían más que pintar el destino inmutable. Aparecieron como dos décadas atrás, con el boom tecnológico. Los escritores de cómics tuvieron a bien reunir mundos y crear personajes espantosos y atractivos. Guerras brutales del pasado con armas de futuro. Sin el decorado extraordinario de aquellos caracteres, hoy estamos en lo mismo. Sabemos que esto se vive en África desde hace mucho ¿A quién le importa África? La diferencia de Ucrania es que el mundo observa lo que pasará al lado de casa, con gente similar a ellos. Se prefiguró en Bosnia, pero eran todavía albores de un tiempo que prometía ser mejor. Esa careta cayó, espejo roto de mala suerte, y la realidad fue expuesta por un pequeño tirano de pervertidas ideas que no solo trajo dolor sino hambre. Las izquierdas que se relamen con escoria seudo ideológica, mientras acarician monedas en el bolsillo, no mencionan para nada la crisis alimentaria que ya empieza a sentirse en el continente “negro”. Y muchas otras cosas: armamentismo en carrera, reavivar nacionalismos que se habían escondido: Alemania y Japón poderosos de nuevo. El sonriente chino de Beijing lo sabe y observa. El caprichoso putín ha destapado la olla. Recién empieza.

 

Su “desnazificación” en Ucrania ha creado héroes. El Batallón o Regimiento del Azov, compuesto por muchos neonazis, será recordado como el heroico grupo de defensores de Mariupol que resistió hasta el fin. Sobre ellos se escribirán historietas, serán ejemplo y sueño para miles o millones de niños. Su emblema se ha grabado en la historia y de ellos se tendrá que hablar del día de la victoria en adelante. Cualquier extremismo se ha de olvidar; el valor ha de cubrir el oprobio, y mientras el putito se pudra en una fosa (si tiene la suerte) esta gente habrá alcanzado la gloria. Que de poco sirve, cierto, pero de la que mucho se habla.

 

Mencionan la palabra retroceso histórico. Creo que no, nada cambió sino que fue mimetizado. Leo un parte de guerra ucraniano. Debiera decir: se eliminaron tantos enemigos. Pero dice: asamos vivos en sus tanques a muchos invasores. Otra vez Tamerlán; otra vez la Pax Mongolica sobre millones de muertos; la Pax Augusta.

 

¿Quién pintará el Guernica de Mariupol? Si un día lo hacen, tendrán que detallar, diga lo que diga la razón, los emblemas de los azovitas de extrema derecha que se sacrificaron allí.

 

Escucho el tango Destellos, favorito de mi padre. Canta Carlos Roldán, orquesta de Francisco Canaro. Hoy no cayó Kherson. Hablamos con una amiga del tango ucraniano, mucho venido de las orquestas judías. Aguas grandes de Ucrania; Dniéper, río de sueños.

 

El putín se ahoga con palabras grandilocuentes sobre Rusia. Pero él, solo él, destruyó la casa de Tchaikovsky en Trostyanets, la bombardeó hasta el olvido. Disparó sobre el Mirgorod de Gogol. Poco le importa al maleante lo que está en los muros. Liberó Mariupol, dice, con 92 por ciento de población de habla rusa. Libertad por la muerte, redención por la tortura. El traidor ha encargado a los chechenos ejecutar desertores. Esa es su misión de combate. Kadyrov se ufana de haber matado a su “primer ruso” a los dieciséis. Puede solazarse hoy con muchos más, entregados a su orgía por el inmundo cabezón. 


Hay que enterrarlo cabeza abajo, bien clavado con estaca de madera su corazoncito tirano, y un par de sólidas balas de plata en cada orificio de ojo. Por si acaso. Lo ideal, muy difícil, sería agarrarlo vivo y entregarlo a los pobladores de Bucha. Tal vez, después de meses de amor, lo harán parir un crío en los sótanos. Uno nunca sabe con la naturaleza, pero debieran tratar mientras lo decoran con bombachas rosas. Que la venganza no soluciona, tal vez, pero tiene sabor de cognac.

28/04/2022


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Imagen: Jan Van Eyck

 

 

 

Tuesday, April 19, 2022

Prólogo a la nueva edición de El señor don Rómulo


MAURIZIO BAGATIN 

 

“El escritor auténtico osa hacer aquello que contraviene las leyes fundamentales de la sociedad activa. La literatura compromete los principios de una regularidad, de una prudencia esenciales. El escritor sabe que es culpable” -Georges Bataille-


¿Por qué prólogo y no promythos? ¿No es antes de la palabra, el étimo que la define? ¿Y acaso mythos no está más relacionado a la narración, al relato, al cuento, a la ficción? Logos y mythos significan, ambos, palabra y, mientras el primero fue delineándose como palabra ordenada, palabra de la ciencia, del intelecto, del razonamiento, de la metafísica, el segundo se identificó con el cuento, la fábula, la palabra originaria de los ritos, de los misterios, de la poesía…

El mythos está en El señor don Rómulo como existencia del epos y como preservación del logos, mythos, epos y logos son el amor por la palabra. Mythos, epos y logos son el dominio intemporal de la escritura. Porque escribimos cuando ya no podemos dialogar; escribimos cuando hay ausencia de un destinatario; escribimos cuando no hay diálogo. Los libros que se escriben, y los que leemos, nos explican cosas, ya que escribir y leer nos enseñan cómo vivir. La escritura devuelve algo al inmenso placer de la lectura. Somos los críticos de nosotros mismos y también nuestros propios legisladores: todo esto durará hasta la muerte y se dispersará con nuestro ego… se escribe, y se lee, por necesidad de afecto, y nuestro amor por los demás es la escritura. De este laberinto nos alejamos solamente desaficionados, por lo tanto, vale la pena vivir en él. Se hace literatura cuando el extrañamiento llega al límite de la incomprensibilidad, y es ahí que el arte tiene mayores posibilidades de realizarse, sobre todo en un tiempo como el nuestro. Así la obra de Claudio se identifica con la realidad descrita por Claudio, pero inversamente, la realidad no es la obra de Claudio, ya que queda una brecha incolmable entre el mundo y nuestra capacidad para describir el mundo. El lenguaje es una deformación inevitable de lo real, un espejo necesariamente alterado. Engendrar una obra significa experiencia, mucha experiencia y miles de palabras absorbidas, roídas hasta el núcleo y luego obras leídas, y aún más, vidas observadas y vidas vividas. Escribir un epos, en la ausencia del terruño, es tener el coraje de enfrentarse con toda la complejidad de la Historia. El señor don Rómulo es para Claudio la epopeya necesaria, la que desafía las raíces primordiales, los orígenes inciertos, el mestizaje ambiguo y la inevitable choledad; es someterse a más preguntas, en lugar de ofrecer unas respuestas; ésta también es literatura. El señor don Rómulo está donde el pasado es un presente momificado, donde el señor don Rómulo es el último patriarca, con su gen dado por las cicatrices de la Historia, por las funambulescas aventuras del hombre: un viaje de Capitán Fracaso, un Aureliano que funde pececitos de oro, el inmenso Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina o el incorruptible príncipe Nikolái Andréievich. En un hipotético diccionario romancesco, el Señor Don Rómulo reconocería que la hipocresía es parte de la educación y que es mejor manejar el burro que burrear; entre melancolía y nostalgia admitiría que los hombres son inferiores a sus ideas: obnubilados, imperfectos y simples, por eso, y por todo lo demás, vale la pena la aventura. La del hombre.

En Claudio Ferrufino-Coqueugniot la poesía es prosa y la prosa es poesía, todo eso cuando sentimos el calor que el sol regala a los ladrillos de adobe, cuando admiramos el color de los higos maduros o el tamaño del durazno partido, otra vez cuando nos maravillamos del diseñado culo de una imilla de Arani o de la carnosa silueta de una chota de Punata, siempre cuando nos aturde la tristeza que podemos encontrar, sin buscarla, en los ojos sin fondo del assum preto.

Así nos inebria la novela de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, de poesía y de prosa fuertes y violentas, fuerzas de la naturaleza y violencias del hombre, como es violenta la historia de Bolivia, “Los pueblos felices no tienen historia. La historia es la ciencia de la infelicidad de los hombres”, así Raymond Queneau parece introducirnos al epos de toda la violencia de la historia boliviana, de todo lo que muchísima sangre y mucho esperma han moldeado en castas señoriales, hipócritas y fariseas, en una burguesía que vendería hasta su madre; y en pueblos, indios, esclavos y campesinos sumisos y sin vergüenza al mismo tiempo: desde siempre Urinsaya y Anansaya.                        

En Claudio, como sostuvo Gadamer, todo lo que es literatura adquiere una simultaneidad propia con todo otro presente; él y Rómulo viven una yuxtaposición literaria, paralelos caminos de una saga familiar que lucha entre la mimesis y la obra de arte: Epopeya en la cual parece ser Mnemosine en llevar la narración. Mnemosine, protectora de la memoria y madre de las musas, acompaña la historia de un país, de un periodo histórico, las gestas de una familia. La lectura de El señor don Rómulo nos conduce a la esencia prometeica de un país que llegó siempre tarde a las citas con la Historia, a través de una novela que es la síntesis de la historia boliviana.

“Mi horizonte y el horizonte de la obra se fusionan y de ahí nace la comprensión, en la escritura hay siempre un potencial de significado ideal, en la lectura está la demanda de verdad. Ad infinitum… quizás, el viaje haya sido largo, como todo viaje verdadero, una fuga de la miseria, de uno de los miles dominios del hombre sobre el hombre, Borbones o papado, una dictadura o una diáspora, un no reencuentro con la Historia, con todos los nombres posibles… todo experimentado en sus propias pieles y luego encontrarse con las titánicas vidas en una tierra para titanes”.                                                                                                                                         

Así, reconocemos que en la base está el mythos, la fábula, la necesidad de la poesía. 

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El señor don Rómulo, Editorial 3600, Volumen 7 Obra Completa, La Paz, 2022

Sunday, April 17, 2022

Los matarifes


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Carta de amor para mi Irina cubierta de bombas. Para las noches en vela de sirenas y explosiones. Como consuelo, quinientos marinos rusos festejan en el fondo del mar con panzas llenas de agua negra. Bichos ciegos devoran los ojos del capitán para quedar iguales. Falta echar a la fanfarria la cabecita hinchada del que quiere ser último zar. El que desnudo montaba caballos aparece en las fotos hoy como un viejito inflado incapaz de mal. Hasta sonríe la Bestia asesina ¿Dónde está el Miguel Romanov para hacerlo devorar con perros como hizo con el boyardo Shuisky? Porque estos son tiempos de espanto y si queremos sobrevivir hay que montar el horror y guiarlo con implacable espada. Las mujeres de Ucrania que callan, y lloran a escondidas los mil años de guerra, lo saben. Eso viene; eso siempre estuvo. Ahora hay que domarlo, alimentar los rodaballos con fresca carne rusa. Nada en el tiempo ha cambiado, permanecen sultanes y zares y se siguen escribiendo cartas de amor mientras rebotan los obuses por los peldaños de Odessa. Estamos tan acostumbrados; la sangre no nos es ajena. Por eso no pueden vencer. Nunca más tomaremos café en los cafetines del 900 en Mariupol sobre el Azov. Pero podremos construir más, y, a la manera autóctona, asegurar los cimientos de las nuevas construcciones con pedazos distribuidos del Putín: una mano aquí, la cadera allá, la testa de marioneta inmunda para apuntalar el muelle.

 

No sé si vale la pena continuar leyendo historia. Donde la abramos, así aparezca Hernando de Soto en el Mississippí para destruir una paz que nunca existió; así Pizarro y el griego Candía en lo mismo. Culpan a la Biblia en Cajamarca por no ser una radio pero son pretextos. Cualquier página, en Vietnam o en Tangañyka, igual. ¿Qué diferencia al imbécil del Kremlin de la locura napoleónica en Rusia? ¿Qué de Mykolaiv hoy, sobre el río Bug que hundió a los alemanes y hundirá a estos? Más festín de peces y cuervos, esa corona hay que ponerle a Vladimiro en la cabeza, y asegurarla con clavos. Brilla la calva nunca insigne y por los agujeros se escurren rojas lágrimas de dolor muy merecido.

 

El Carnicero de Siria; el Carnicero de Mariupol; el Carnicero de Bucha. Ejército de mañazos, criminales que también destruyeron Aleppo y sueñan arrasar Kiev, cuna suya según reclaman, y Kharkiv, la ciudad más rusa de Ucrania donde rusos de allí proclaman odio eterno a Moscú. Y la odalisca baile que baile, Mata Hari pelona y fea, hasta que sienta frío detrás, en el muro de su postrero lamento. Miraba cine, Budapest el 44, Eichmann y su meliflua muerte. ¿Cambió algo? Nada. Ni cambiará. Solo tétricos protagonistas de un drama sin fin, por todo y de todo lado.

 

Escribir por ejemplo, decía Neruda: “la noche está estrellada”. Claro, misiles van y vienen, ráfagas de luz de balas trazadoras, fuegos naranjas y amarillos, a ratos rojos como sandía partida; azules, púrpuras, llamas de Sodoma y Gomorra. Te escribo cartas de amor mientras suenan los tiros, a la vez que afilo los cuchillos del fin del mundo para el pronto retorno a la caverna. No pudo el hombre, con todo lo que logró, deshacerse de lo básico, de su canibalismo atávico. A ser comido, prefiero comer. Los itinerantes afiladores de cuchillos de la infancia tocaban una única melodía en una armónica de plástico. La gente se congregaba alrededor y el pedal de la bicicleta hacía girar el esmeril. Bellas chispas, esas. Las de hoy no se parecen. Si hubo infancia ¿dónde está? No podemos distraernos, mi amor. Pascua de Resurrección...

17/04/2022

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Imagen: William-Adolphe Bouguereau, Dante y Virgilio, 1850 

Saturday, April 16, 2022

Los jardines del Edén


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

 

En Caldea, a orillas del Indo, en el Golfo de Paria o en la Tierra Firme del almirante Colón situaron el Jardín del Edén, donde Eva, el eterno femenino de pecado y traición (así no sea cierto, para alegrarlas), sedujo al tonto de Adán y nos trajo desventura.

Algún criollo lo puso en Sorata bajo la sombra del Illampu.  Lo cierto es que nunca se encontró y a medida que pasa el tiempo y nos volvemos ambientalistas, este lujurioso y ficticio jardín se manifiesta como tierra de plantas y animales nuevos, o perdidos, ya no de humanos. La elegía de ser el dichoso lugar donde los hombres habrán de regocijarse con la naturaleza se ha transformado en el feliz entorno donde la naturaleza se festeja sola.


En diciembre pasado, diciembre del 2005 -año de guerra y desastre-, una expedición científica conjunta -norteamericanos, indonesios y australianos- exploraba la región de las montañas Foja, provincia de Papúa, parte indonesia de la gran isla de Nueva Guinea. A pesar de que las adversidades políticas para conseguir los permisos retrasaron el proyecto, finalmente se realizaba en un territorio plagado de lucha separatista y con una centena de miles de muertos en su haber. Ya en el terreno, el jefe expedicionario Bruce Beehler y sus acompañantes registraron la presencia de ignotas especies animales y vegetales, además de multitud mamífera que se consideraba ya en vísperas de extinción, como el caso de un amarillento canguro arbóreo muy raro.


En un área reducida, circundante al campamento, los expedicionarios anotaron una veintena de nuevas especies de ranas, cuatro de mariposas, algunas de plantas y otras de aves. Entre las últimas, multicolores pájaros meleros junto a aves del paraíso de seis crestas. La ausencia de insectos, según Beehler, fuera del reducido grupo de mariposas, se debe al tiempo de lluvia. Suponen abundancia de ellos en la temporada seca. La mayor parte de los dos millones de acres de este santuario natural de anciana selva tropical aún no ha sido explorada y quién sabe los prodigios que esconde. De allí la mención del Jardín del Edén, de un mundo perdido que excede la imaginación de Arthur Conan Doyle o la de Grisham y Spielberg.


Como aval expedicionario, miembros de las tribus locales Kwerba y Papasena participaron del descubrimiento. Existe la esperanza de que la magnitud del hallazgo lo preserve de la angurria de madera de los gigantes industriales de la región: China y Japón, pero también la superpoblada Indonesia.


La Red nos permite apreciar desde cualquier rincón las nuevas especies y participar efusivamente de estos rastros de esperanza: flores de seis pulgadas de diámetro, seductoras aves en ritos amatorios, un sapo de escasa media pulgada y variedad de palmas. Felizmente no hay caminos; el gran depredador todavía mantiene distancia.


No sólo Papúa nos llena de emoción estos días. En las aguas de los ríos Lacantún y Usumacinta, en Chiapas, México, se ha descubierto no una especie sino una nueva familia de peces-gato antes desconocida (ya suman treinta y siete ahora). Esta familia -Lacantuniidae- remonta su antigüedad al tiempo de los dinosaurios y su largamente elusiva presencia le ha ganado el sugerente nombre científico de Lacantunia enigmatica. Enigmáticos son estos milagros de la naturaleza que a pesar de milenios de sinrazón continúa maravillando. No otra cosa es el minúsculo pez, cuyo descubrimiento se anunció hace una semana, nativo de las marismas de Indonesia, de 0.31 pulgadas de tamaño, lo que lo hace el más pequeño conocido, y que ha sido designado con el nombre de Paedocypris progenetica.


Para continuar con algo que ya parece mágico regalo de principio de año, el Canadá ha decidido preservar cinco millones de acres de selva lluviosa atemperada en su costa de la Columbia Británica, la mayor extensión en el mundo de este tipo de floresta original, con árboles de hasta mil años. Es el bosque del Gran Oso, donde habita la etnia Gitga que relata en forma de mito la presencia de osos blancos entre los osos negros. Se debe a un gene recesivo, "algo" que según los nativos hace que uno de cada diez osos negros sea albo, siendo éste un "oso espíritu" cuya presencia asegura la persistencia de la tribu y del entorno de fiordos, vegetación y abundancia.


La decisión proviene de un acuerdo entre el gobierno, líderes tribales y compañías madereras que han comprendido la importancia de no cortar en bosques semejantes, gracias al sabotaje realizado por consumidores adoctrinados por ambientalistas para no comprar productos del lugar.


De Papúa, Chiapas, el Gran Oso, Madidi, Manú, Darién, Isiboro-Sécure, nombres como invocación, emana un halo vivificante. No lo extingamos.

08/02//2006

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), febrero 2006
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), febrero 2006
Publicado en ECLÉCTICA, Volume 6 Obra Completa, Editorial 3600, 2019


Imagen: Smoky Honeyeater

Wednesday, April 13, 2022

Born to Be Wild


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

A Gabriel Acebedo

 

Estaba, a los 18, en la matanza. Preparada la pistola de la que salía un tubo, disparábamos a las vacas en la frente. Morían al instante. Les poníamos cadenas en las patas, las colgábamos, degollábamos y desollábamos. Superadas las 200 piezas, los patrones daban dos barriles de cerveza para festejar. Yo me encargaba de los pulmones y los estómagos. Se amontonaban las cabezas cortadas mientras pisteábamos. Miraban esos grandes ojos tristes. No dejaban de mirar.

 

San Marcos, Texas. En la radio, Steppenwolf, Born to Be Wild, que fue el himno de aquella generación de hispanos angloparlantes en los pueblos de frontera y esperanza. Canción que me recuerda a Fernando Vargas, manejando él, los dos borrachos, por la avenida Constitución de la capital norteamericana. Parábamos en bares con música en vivo: blues y country, y alcoholizábamos el conocimiento sabiéndonos parte de la odisea de la emigración.

 

Denver, ayer, las vísperas de la Nochebuena, Gabriel y yo, hombres solos, chingones y chingados, cargando el fracaso de las relaciones humanas, las pesadas sombras de mujeres que amamos. En un shop de segunda mano el disco de Steppenwolf, y a manejar. El Subaru Outback corre como caballo bronco. Gabriel se pone a cantar en alta voz, invoca los vientos muertos de San Marcos, los fantasmas del amor que son más oscuros y pesados que los del Necronomicón.

 

Simbiosis de dos mundos ajenos en su mayoría y hermanados por el vértice de la raza. Fraternos en la experiencia de un tiempo y una música que sugirieron posibilidades de épocas nuevas que fueron avasalladas por el capital. Nacidos para ser salvajes, claro, seguro, posible que sí. Pero el salvajismo, el cuchillo entre los dientes se herrumbran, los toma el orín. Las puntas se mochan, los filos se hacen romos. Nadie a quien degollar. Aunque las vacas, en un entorno de mayor sofisticación permanecen con los ojazos abiertos y tristones. Algunos irán a aumentar el variado y surreal mundo de los tacos; serán ofrecidos como tacos de ojo, pupilas que se derraman como huevos crudos por sobre la tortilla. Mientras por otras mejillas corren chapulines rojos tratando de escapar de otra grande matazón en menor escala. Si uno se alimenta de ojos tristes lo ataca la melancolía, y ese es problema tan antiguo como medieval. Yo, sin tacos de ojo, nacido para matar, arrastro mis tristezas por una Navidad que semeja domingo.

 

¿Dónde estamos y a dónde vamos? Pregunta superflua mientras devoramos hashbrowns con tabasco. Hay un límite para la conversación, uno más corto y estrecho para superar la congoja, si no lo haces entonces, ya no hay cura, viene a ser única la del final, el pabellón de desahuciados, el pabellón de cáncer del alma.

 

La matanza es lugar solitario. Hay gritos sangre, carreras, humeantes vísceras. De esa portentosa y terrible soledad se alimenta la gente; come y mientras come traga pupilas gigantes, negras, que miran como espejos dramáticos, que muestran el canibalismo entre nosotros mismos, que hacen del dolor alimento y del placer, muerte.

 

Nombres de mujeres. Los últimos; de su lado y el mío son Laureen y Ligia. Pero hay más que eso, que esa invocación casi sagrada hacia el amor. Existe el miedo, el que este gregarismo obligatorio del restaurante dé lugar al mundo de Mad Max, ese donde con suerte tengamos una motocicleta desvencijada para buscar el refugio del agua, para saciar el hambre aunque para ello dejemos pilas de cadáveres. Hay más que una invocación al amor en esos nombres de mujeres. Pesa el recuerdo del paraíso perdido, de todos los diarios paraísos perdidos por la estupidez humana. Por eso callo, no digo, no invoco, no imploro. Escribo cartas secretas que viven en la nube que abarca todo hoy. Letras de aire pero letras vivas, flotantes, que con la brisa, tarde o temprano, llegarán a sus oídos y la harán sonreír.

26/12/2018

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Publicado en EL ORO DE LAS ESTRELLAS EXTINGUIDAS, Editorial 3600, 2019 (Volumen 15 Obra Completa)

Monday, April 11, 2022

Fervor de Buenos Aires


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Alberto Arenas canta Sentimiento gaucho, de Francisco Canaro. Nada mejor para ponerle espíritu al texto que tiene a la ciudad del Plata como personaje. Continúa el tanguero con Tiempos viejos para arreciar el vaho de nostalgia que en sí misma carga la Gran Aldea. Y es que el tango, igual que sus calles, edificaciones y veleidosa idiosincrasia, acuna las penas de muchos pueblos. En su letra sufre el paisano, castellano e indio mixto, con raíces que el tiempo ha borrado, dejando solo, por encima, melancolía tanto por lo nuevo como por lo ido; llora el itálico ante la inerte pampa recordando el vergel natural de la tierra que no volverá a ver, lamento que no rompe el ávido impulso de riqueza que le produce el yermo. Rara y única paradoja de Buenos Aires, a quien se ha comparado a París sin serlo. Afrancesada sin duda, con los elementos que la cultura francesa, en boga entonces y por largos períodos, impronta en la arquitectura y las letras bonaerenses. Pero ahí están, tiesos ante el empuje extranjero, el gaucho Martín Fierro, de José Hernández, los textos de Echeverría, las excursiones a los pampas con un ya indudable acento propio.


No se puede negar a la capital argentina ser síntesis de Europa y América, y síntesis de la diversidad americana también. Nacida del deseo de poblar, visto que no había tesoros como en el Perú o el Alto Perú, la villa crece al impulso del trabajo, se transforma desde inicio en una semblanza de la madre patria. Su apertura al océano atlántico, la única hispánica de importancia, ya que el resto pertenecía al reino luso, le permite afianzarse como centro importante hasta que con el tiempo se le diera la estatura de virreinato, igual a la Lima imperial.


Tomo a Mujica Lainez como un glosario del Buenos Aires antiguo. Su libro Misteriosa Buenos Aires, aparte de un dechado de virtud literaria, ficcionaliza aspectos íntimos de su historia, desde el hambre de 1536 donde los ibéricos sitiados devoraban las piernas colgantes de los ahorcados mientras los indios afuera, hambrientos también, aguardaban. A través de las décadas, de los siglos, este autor retoma relatos platenses cuya veracidad ni interesa. Puede que a raíz de una leyenda popular, Manuel Mujica Lainez cree todo un argumento nuevo, o que simplemente invente lo sucedido. Así narra -entre 1816 y 1852- los avatares de un volumen de Pablo y Virginia, primera traducción castellana, con un inicio en una tienda de Perpignan pasando por oficiales ingleses, salteadores de caminos, marinos, negras, mulatas, el sabio Bonpland, amigo de Bolívar y causa -casi- de que el Libertador invadiese los territorios del dictador paraguayo Francia, de quien era cautivo el científico. Sus textos pintan un Buenos Aires viviente, no son retablos tristes del pasado ni augures futuristas. En las calles del escritor la vida tiene sentido porque hay cotidianeidad. Mujica Lainez no desmerece en sus páginas las huellas de Hugo ni tampoco las de Poe, autores ambos de textos urbanos, buscantes e indagantes de las vísceras de la ciudad.


Cómo mencionar Buenos Aires sin hablar de Borges, para quien, en 1934, y como guía del trágico Drieu La Rochelle, la búsqueda terminaba, comenzaba, al hallar los dos poetas un arroyuelo misterioso que corría entre la urbe, incólume con su presencia colonial. La Gran Aldea se perfila en nadie como en Borges, muchas veces no como elemento concreto sino como ambiente. Porque Borges se nutre en esa aristocracia aldeana plena de fantasmagorías y tintes épicos.


Roberto Arlt, sus sociedades secretas, puteríos que se inmortalizan en sus páginas y en el tango, apellidos criollos sumados a la ambigüedad del viejo mundo. La ciudad que bulle tratando de alcanzar alguna forma, mientras el trasfondo de carretas deja paso a las altas edificaciones, cuando Gardel interpreta mil canciones y la política prevé la sangre que va a caer como torrente en la nación argentina.


Claveles rojos sobre la tumba de Scarfó; Discepolín que se confiesa a Eva Perón y teme por su mortalidad porque inmortal ya era. Cafés que esconden a Witold Gombrowicz. Churrascos que humaredan la Costanera; el equipo de River Plate; Racing con Basile y Perfumo. Trenes que de Retiro suben al norte, camino de Catamarca, camino de Bolivia donde al otro lado de la línea horada el vacío andino.


Vamos por el subterráneo de Buenos Aires, con asientos aún de madera, igual que Borges el 34, cuando todavía por Palermo bailaban los cuchillos. Fervor, fervor de Buenos Aires.

27/07/2005


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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), julio, 2005


Imagen: Buenos Aires entre 1820 y 1840

 

Thursday, April 7, 2022

La guerra de Putín


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Nunca mejor puesto un apellido, el de este hijo de la gran putina. Pensé que su invasión era vanidad en exclusiva, demencia. Ambición, casi muerto, el hideputa quiere preservar y aumentar su dinero, sustentado por un país esclavizado, pobre, callado. En Ucrania vi, y no me gustó para ser sincero, que se festejaba Halloween; lo entendí como deseo juvenil de sacarse de encima el letargo, el aburrimiento sin fin de la sociedad comunista, el construir narrativas falsas para impresionar a quien se quiera, el levantar pueblos impecables de utilería y ponerlos al lado del camino por donde pasaría Ekaterina emperatriz, según cuenta Herzen. Salirse del engaño perpetuo, mentira generalizada, aceptada y hasta creída por la población, como en cierta película rumana que vi hace años: una villa preparando la bienvenida a algún jerarca; vale entonces, obligatorio, armar estrados que muestren un mundo paralelo, una realidad que no es. Putín, el incansable hijo de, es maestro en ese aspecto, así como en el envenenatorio, producto de su formación de mediocre agente de la KGB, porque nunca fue notable.

 

El detestable Dmitry Peskov, vocero del Kremlin, en entrevista de la televisión australiana tiene el descaro de insistir en la falsedad de lo real, toda muerte en Ucrania es para él actuada, y la destruida Mariupol, que quizá nunca sea reconstruida, está siendo “liberada”. Cuando el periodista le pregunta que cómo puede dormir con semejantes crímenes encima, Peskov se va por las ramas. Sabemos que si dijera algo inconveniente para el amo de pronto se accidentaría y desaparecería de los retratos familiares de la casta, como Yezhov al lado de Stalin. Un día potentado, al día siguiente aire.

 

Me gustaba caminar por entre los edificios soviéticos de apartamentos, sobre todo en Kharkiv, esa desidia de sus sendas con bancos metálicos herrumbrados. Sentarse allí era entrar en convivencia con una historia triste, la masificación de la pobreza en aras de igualar a todos en tabla rasa; a todos no, a los mandamases no. Hoy en Kharkiv los viejos, hoy propietarios de esos modestos hogares, están siendo asesinados por el nuevo zar y sus tropas dispuestas al estupro y la tortura para mantener el estatus quo de los ricos mientras se extingue a los míseros de otro país. Los oligarcas se frotan las manos pensando en cuánto terreno tendrán para vender cuando desaparezca Ucrania. Vladimir Putín levantará complejos de departamentos, tantos que hasta en precio módico le darán gran fortuna, a él y a sus hijas, mal rayo las parió y mal rayo las acabe. Imagínense Mariupol, la de hermosos cafés mirando el mar de Azov. Ideal que no haya nada ya para que Vladimiro zar construya balnearios turísticos. Ni qué decir de Kharkiv, extendida y bella, en donde se llenarán de oro color de sangre. Poco importa eso a la perversa bola de botox, como si al infierno que se le aproxima raudo, fuera a llevarse algo.

 

Conocen muy bien la realidad pero sostienen otra para consumo de asnos, para fascistas de izquierda y los de Le Pen también, similar recua. Mientras tanto, sus contadores barajan números del beneficio personal que les va en el genocidio de Ucrania. Y el próximo, dada la cobardía del Oeste para enfrentarse al maldito con sus propias armas. ¿Que guerra nuclear? Venga, la primera va para ti y tus hijas, en retrato de familia de hijos de la gran puta. Venga, vamos, a ver si lo haces y pierdes tus manos de usurero en la debacle. Venga. Retórica de banquero, de impune mafioso que solo se achica ante el chicote.

 

Hay desesperación en el gobierno de Ucrania porque lo que se asoma, en términos geográficos, es otra guerra, la de estepa abierta donde ya no sirven, o poco, armas defensivas. Batallas de artillería, de aviones y tanques. Si perece Ucrania perece Europa occidental. No se dan cuenta los alemanes, que no quieren que su población se resfríe y no vote más por ellos, que cuando el rodillo ruso esté de nuevo a puertas de Berlín solo les quedará el llanto. Que Rusia es indisciplinada, miserable, sin recursos para continuar esto, vale a medias. La historia cuenta de su inagotable muchedumbre, de la carnicería, de los oponentes cansados de matar rusos y abrumados. Recuérdese la “picadora de carne” de Rzhev, con alrededor de cien mil soldados soviéticos muertos en una operación infructuosa, el 42.

 

Guerra de lucro, como todas ellas, guerra de ostentosos con ansias de mayor provecho. Con Ucrania muerta, Putín podrá ofrecer a su público un hato de posibilidades de supuesta mejor vida. Que se produzca en un suelo manchado de sangre, no interesa. Los norteamericanos lo hicieron con las tierras indias. Hoy los otrora gloriosos chiricahuas piden limosna en las esquinas, mientras que los descendientes de los ladrones gozan de inmensas propiedades rurales y manejan camionetas de grandes ruedas y gran ruido para manifestar su masculinidad y su poder. Ahí está la nueva “guerra patria”, para sencillo progreso de muchos, quizá, y para lujos orientales de los cabecillas disfrazados de guerreros. Así los cuelguen uno a uno, como espantajos, en los Campos Salvajes al norte de Crimea. Guerra ya sin cuartel, sin prisioneros, a muerte. La crueldad ha sido destapada. En ese caldo no se tejen discursos, vencerá el más despiadado. Muy triste, por cierto, pero no queda otra. Ya llegará el tiempo del sosiego y con la muerte vendrá el olvido. Hoy lo que cuenta está en el desenfreno, en la metódica aplicación del horror. Las cartas se han jugado y la que se muestra contiene una calavera. Ojalá que los civiles huyan; los que se queden que afilen las azadas que ya no siembran pero pueden cortar cabezas.

07/04/2022

 

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Imagen: La Muerte en el tarot de Marsella

 

 

 

 

Sunday, April 3, 2022

Rusia


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Escribí sobre el falso Dimitri, mencioné a Sologub, comento con Milana Seménova acerca de las murallas de Novgorod, si esa hermosa foto de sus bellas caderas se retrata en los lagos Peipus o Ilmen, muy cerca de su ciudad, tan cerca de la historia. Desde Alexander Nevsky hasta Mandelstam, Rusia se ha agazapado sobre mí, inmemorial. Acecha, hoy, la cuenca del Don. Desde Kharkiv, Ekaterina Martynenko me dice que no tendrá a dónde escapar si sucede la invasión. Ya lo hizo una vez el 2014, dejó padres y tierra atrás, su identidad cosaca; no quiere otra. Afirman que hay lógica en las ambiciones de Putin. Esa gente no sabe historia. Que si recurriéramos a la memoria veríamos que Ucrania está más cerca de Polonia que de Rusia, y que tanto hay por contar que o se entra de lleno en ello o mejor no. Pero la ignorancia es la hostia con la que se confiesa hoy el mundo, en todo lado, el tiempo de la inercia, del conocimiento deglutido, de la razón mancillada.

 

Leo que en Kulkinovo, cerca de Miykolaiv, han hecho retroceder a las fuerzas rusas. Sí, dejé este texto inconcluso que mucho ha cambiado. Mariupol no está, como si la hubiese tragado el mar. Trágica Ilión moderna, falta de héroes y llena de tumbas. Kulkinovo, suena a Stepanchikovo, la jocosa villa dostoievskiana. Nadie ríe ahora, misiles destrozan los opacos vidrios de las casas de Odessa que miran al ponto.

 

Humeantes tanques por el camino del barro. La rasputitsa devora tropas, caballos y pesados howitzers vomitadores de lava. Si sobre los Campos Salvajes humeara el café, distinto sería todo. Los campos se llamaban así porque era tanta la guerra que nadie sentaba sitio allí. Mariupol está justo debajo de aquellos. En la bellísima A sangre y fuego, de Henryk Sienkiewicz, un cosaco venía de la estepa y gritaba “pugú, pugú”, anunciando que en la estepa hay movimiento, entre los altos pastos se mueven armas y se prepara algo grande. Ese “algo” sería la insurgencia cosaca de 1648 contra la República (reino) polaca, regida por un monarca de la sueca casa Vasa. Ese movimiento no solo produjo la más grande batalla del siglo XVII, Berestechko, sino que cambió la historia de Europa para siempre, cuando las fuerzas del atamán Bogdán Khmelnytsky, asediadas por el poderío de Polonia, tuvieron que acogerse a la protección de una fuerza mayor, fuera otomana o moscovita. De allí viene la ligazón histórico-política de Ucrania con Rusia, obviando los orígenes de la Rus de Kiev. Con esa gigantesca porción de tierra, que dominaban los castellanos polacos y que Ucrania reclamaba suya, Rusia se elevó a potencia. No olvidemos que la unidad polaco-lituana dominaba desde el mar Báltico hasta el mar Negro, estando tan cerca de Moscú como Smolensko. El personaje de la novela, Jan Kretuski, era portaestandarte de Orsha, villa que está en el centro mismo de Moscovia.

 

En 1612 los polacos tomaron Moscú. En 1647 un cometa brilló sobre Varsovia. Pugú, pugú, chilla como grajo un vagabundo. Traigo noticias de la estepa. En esta guerra nadie habla de eso. Saltan desde la tierra de Rurik hasta las cesiones que hiciera el calvo Lenin hasta 1924. No he escuchado a Vladimiro Putin, criminal de guerra, hablar de la rebelión cosaca de aquel año 48, el mil seiscientos, sin la cual Rusia jamás hubiera sido lo que es ahora.

 

Imágenes terribles de Bucha, cerca de Kiev. Civiles asesinados, mujeres violadas antes de ser asesinadas. El viejo Goya lo describió con saña en los Desastres de la guerra. El hombre no ha cambiado, ni cambiará; ninguna guerra terminará todas las guerras. Esto solo comienza. Alemania se rearma, ¿quién garantiza que no habrá otro Kaiser, otro Hitler? Japón también lo hará, arrumbará su juramento del nunca más. Las islas Kuriles valen más que cualquier horror pasado. Japón ya venció a Rusia una vez, era la primera en que “un pueblo de color” derrotaba el imperio blanco; tal vez lo haga de nuevo. Rusia es demasiado grande para protegerla de sus tiranos. Ahí radica su debilidad.

 

Nietzsche daría un sonoro “bienvenidos”. Serbia en guerra con Kosovo, pronto; los serbios de Bosnia afilan cuchillos para cuellos musulmanes. Srebenica, Sarajevo. Hasta hace poco creímos que tomaríamos un café en Sarajevo, hecho con misterios locales. Más valiera buscar un escondite. Que si Trump retorna será el fin de los Estados Unidos. Matanzas por las calles. El pueblo armado nunca será vencido ¡ja! Ni hablar de África, en Burkina Faso, en Uganda-Congo, en Malí. Esta perversa bolita de botox, Vladimir Putin, trae los tres 6 multiplicados por cinco. Abro el Apocalipsis; lo tengo al lado del Zohar. Anciano ciego, Borges, que enseñaste a leer. No habrá fiesta del Purim. Carnaval de sangre, a cual más cruel, que si me matas uno, te mato dos y la violencia del primer párrafo de La vorágine se reanima, se levanta con los muertos.

 

¿Estará Anna en Scezyn? Ekaterina escribe desde un cuartucho en Lviv; Victoria mira las nieves del Cárpato; por sus bosques siguen corriendo contrabandistas desde hace siglos. Quizá el contrabando hoy son seres humanos, mujeres que irán al bazar turco, a la esclavitud china.

 

Los millonarios discuten, las monedas cuentan, los cuerpos, no. ¿El yate de Putin? Háganlo volar, y con sus hijos adentro. Se ha destapado el horror; las estúpidas izquierdas hablan de soberanía, las derechas de nación.

 

Rusia era Joseph Brodsky hablando sobre Ajmátova. Tsvietáieva carga sus pobres bultos de estación en estación. Pasternak fue tierno y Mayakovski terrible. Fusilan a Simón Karetnik en Melitopol; asesinan a Kirov. Solzhenitsin describe la casa de Matriona, la sangre inunda el agua de Masuria. Leí una novela de Konstantin Fedin ¿La bandera? Era buena. Fedin impidió que se publicase una de las grandes novelas del arte contemporáneo, el Pabellón de cáncer. La invasión de Ucrania nunca será la guerra que termine las demás. Viene a ser el principio, así no lo entienda el elegante Macron que sigue llamando al perro asesino por teléfono.

 

Un tren corre por Ucrania, una mujer esconde una pizca de sal. Por un lado los chechenos de Kadyrov, criminales; por otro el batallón del Azov, sicarios. En medio la estupidez general. Babel escribe acerca de aquella sal, y de los iconos de una iglesia perdida donde los santos cargan el rostro de los campesinos locales. Fuego sobre Odessa, mi Odessa. Los monstruos han sido sueltos para matar nuestros sueños. O nos defendemos o nos acaban. La Ilíada de Homero nunca ha envejecido. Troya tiene más de dos mil años. Allí, en Ilión, el hijo de Aquiles, Neoptólemo, agarra por los pies al vástago de Héctor y le estrella la cabeza contra un muro; más tarde degüella a la hermosa Políxena en el túmulo de su padre. Le entregan a Andrómaca, la viuda de Héctor, para diaria violación. La historia será cruel y paradójica. Los hijos de Andrómaca engendrados por violencia serán futuros reyes griegos. El perverso forúnculo, Putin, no está ni por encima de su sombra. Quiso dejar un legado, deseó ser Júpiter Tonante; ha de morir como lo que es, miserable caníbal.

 

Rusia… La amé en Esenin, en Sergei Bondarchuk. No tengo ganas de arte ahora sino de venganza. Y eso suena a fin.

03/04/2022


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Imagen: Escena de Andrei Rublev (1966)