Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Cuesta ser
aguafiestas. Es el trabajo menos remunerado con sonrisas y aplausos. Pero sin
aguafiestas no existe la realidad. El subcomandante Marcos, en La Realidad,
Chiapas, siempre fue eso, desmitificando las aseveraciones del gobierno.
Eclipse de luna.
Queda un objeto muy grande, de color naranja casi rojo, en el primer tercio del
cielo.
Supongo que la
fiesta sigue en Bolivia, que ya muchos se bañaron en el mar, se secaron, y se
olvidaron del baño. Ni la salmuera sobre la piel les recuerda eso. Hay la
resaca del festejo, claro, y a seguir mamándole a la vida unos pesos y unas
pegas, sin importar quién esté arriba, aunque se viva al que lo está y se
venere su imagen porque implica supervivencia. Sin ídolos no hay efectivo, y
sin efectivo, pan. Que viva, entonces. Que muera, bien luego. Muera el antiguo
y viva el nuevo. Como contar centavos.
La “victoria” de
La Haya ha causado sorna en Chile. Zozobra, un poco, por supuesto, porque habrá
que sentarse en sesiones tediosas de décadas para llegar a lo mismo: no mar,
negocios. Unos viven un siglo y los rivales otro. Difícil conjugar espacios y
tiempos a pesar de Einstein, aunque el científico judío se quedó corto ante los
preclaros plurinacionales ya que estos últimos incluso tergiversaron el reloj
en uno de los tantos onanismos mediáticos a los que nos someten como tortura
psicológica.
Mesa y Rodriguez
Veltzé se deslenguaron, extendieron sus largas ansiosas lenguas en busca de un
actor, el bienamado Evo, hoy zafiro de medianoche y lucero de la mañana.
Después sombra, luna cubierta de oscuridad, oro sin brillo. Inevitable
desgracia que sobreviene a todos, hasta al romántico vicepresidente que se
aparece en pantalla con poemillas de flores para la esposa que diríamos juega
casi todo el año a las escondidas, o que exhorta a niños escolares con
estupideces acerca de la historia según él. Al menos sabemos que las lenguas
presidenciales sirven para mucho más que verborrea; tienen labor acariciante, tranquilizadora, crema para piel
ajena.
Alegrémonos de
cosas ciertas, de avances en educación, de aparición de escritores luego de
tremenda sequía, de atletas y hasta de coristas. No de ilusiones. Valen, pero
no sirven, y el supuesto triunfo en La Haya no sirve para otros fines que
personales, sesgados, fatídicos, ladrones intereses.
Me importa más
observar lo trágico de las edificaciones escolares en El Alto que toda esta
parafernalia política. Allí arriba las escuelas se caen, no hay baños ni
bancos. En alguna han instalado pilas justo encima de los urinarios para matar
dos pájaros de un tiro. Los estudiantes tienen que meter la nariz, la cara, la
cabeza en la meada colectiva para tomar un poco de líquido. Al lavarse las
manos el agua que cae limpia los desechos. ¿Es lo máximo a que alcanzan nuestra
inventiva e imaginación?
Nada va a cambiar
mientras festejemos lo inasible; de esta floripóndica muestra de inteligencia y
lameculismo intelectual obtuvimos cero, perder el tiempo como nos gusta,
imaginar que no lo perdimos, que somos lo que no somos y los que nos
representan son lo que no son. Nos gusta, carajo que sí, porque resulta
sencillo. Pensar complica la vida; trabajar, peor.
En Bolivia no hay
desempleo. Un pequeño con una caja de dulces que mientras trata de vender
mendiga es empleado a tiempo completo para la estadística del poder. El mar ya
es nuestro, así en cinco generaciones sigamos tirando piedras al río y no al
océano. Cuando tenía 16 recuerdo los encabezados de la prensa: BOLIVIA YA TIENE
MAR. Mis 16 se multiplicaron y a pesar que poco me importan las playas y mucho
las bañistas, no acabo de verlo, ni atisbarlo, menos olerlo y cocer mariscos en
leche con limón.
Más que cautos,
seamos honestos. No ganamos nada. Ni pensemos en Chile sino en nosotros porque,
como siempre, nos manipulan cabrones, que vistan como vistan, de rojo o de
azul, cabrones son.
28/09/15