Thursday, March 31, 2022

Comala siempre

ROBERTO BURGOS CANTOR


Debo a Claudio Ferrufino-Coqueugniot la buena noticia de los documentales de Juan Carlos Rulfo, el hijo del autor de Pedro Páramo.


Conocí a Claudio en La Habana donde fue premiada por Casa de las Américas su espléndida novela, EL exilio voluntario. Desde esa vez aún no terminamos de beber la cerveza Bucanero que acompaña las hondas conversaciones de amistad que se retoman de viaje en viaje sin vacíos.


Claudio, quien vive en los Estados Unidos, escribe para un periódico norteamericano, hace el cierre nocturno, y para otro de Bolivia donde nació, en Cochabamba. Su novela se entrega al reto y el riesgo contemporáneos de indagar las transformaciones de la lengua y del alma de los personajes en la franja de límites difusos, viva, que constituye un país, unos países, incubados en la entraña de otro.


Las dos veces que lo he visto arribar a Cuba, llega con sus camisas a cuadros de leñador de altura y una sonrisa de discreta ternura que se derrama por sus mostachos de charro y contrasta con sus ojos traviesos de catador de antigüedades a los cuales no escapa nada.


Una vez asistimos a una conferencia de Álvaro García Linera, el Vicepresidente de Bolivia. Claudio ha escrito críticas tremendas al gobierno de Evo Morales.


Al novelista boliviano le resulta inadmisible que en los procesos de revolución o cambio se reproduzcan las conductas cuyo reproche condujo a la transformación y se permita la instalación de castas que enriquecen a la sombra. Esto le revuelve las tripas a Ferrufino-Coqueugniot.


Así, aplaudimos y nos acercamos al ritual cortés de la firma de libros. García Linera presentó El poder de lo plebeyo, la edición cubana. Y resultó que la madre del Vice era una amiga de años de la tía de Claudio. A pesar de la lupa no pudimos descifrar la dedicatoria. Algún jeroglífico de una lengua extinta.


Este recuerdo me vino al ver En el hoyo, el reciente documental de Rulfo que entusiasma a Claudio y a Laura Esquivel. Uno de los albañiles que tira mezcla en el puente del “segundo piso” responde a la pregunta de si él cree que hay que quitarle dinero a los ricos, así: No, hay que darle más dinero a los pobres para que todos seamos ricos.


Las películas de J.C Rulfo, con su mérito propio, son partícipes del secreto de la poesía que guardan las narraciones de su padre. Revelar el poder de la vida y la fuerza de la dignidad que anida en los seres del común, en medio de un mundo dislocado en el que ellos esperan sin pedir. Da la impresión que los fantasmas que recorren la tierra sin sosiego, en una Comala eterna, con el motivo noble de encontrar al padre, de recordarle algo que adeuda, que suben o bajan entre murmullos, que tienen palabras para ser oídas en la muerte, están todavía más acá de los desiertos y del campo, como tatuajes del alma definiendo una manera de ser, un anhelo, una resignación, una esperanza.


En el hueco está, como una fusión que no produce chirridos, el complejo mundo de América Latina, las mujeres, hombres y niños que hacen el tejido entre el territorio de la prosperidad y la tierra baldía. Como Abundio cada día irán a Comala y verán derrumbarse todo como un montón de piedras.


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Publicado en EL UNIVERSAL (Cartagena de Indias, Colombia), 31 de marzo, 2011

Publicado en Revista Eje21, Caldas, Risaralda, Quindío, COLOMBIA, 13/04/2011


Foto: Roberto Burgos Cantor, Martín Kohan, Stefano Varese y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, en La Habana, 2011 

Tuesday, March 29, 2022

On the Road, Again


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Ayer domingo, mi hija Aly me pidió acompañarla a parchar la llanta de su auto. “Tú conoces”, dijo. Claro, si conoceré, más de treinta años de inmigrante. 

 

La llevo a llanteros tailandeses. Los de la otra cuadra, mexicanos, son demasiado rateros. Nay Nay, el joven thai, me llama “Papa”; esta barba blanca tiene un precio, supongo. Hace un trabajo estupendo, rápido. Le alcanzo un billete de veinte dólares. Todo en efectivo, acá no existen tarjetas ni el drama norteamericano del crédito. Aquí no construyes “crédito”, pagas en papel por una buena labor porque tienes que seguir viviendo. No es el caso de Aly; lo fue el mío, cuando dependes de tu vehículo para comer. O no comes, aunque al frente un mercado al aire libre presente una sinfonía de colores en fruta y verdura, rojas cebollas y marrones cantalupes. Sandías de la sierra de Durango y melones en cajas con la foto del Centauro, mi general Villa.

 

La hija me devuelve a casa. Todo el trayecto de ida y vuelta es por la avenida Colfax, East Colfax. Entramos a mi barrio, Capitol Hill, y vemos que están demoliendo la antigua lavandería Smiley's. Dice la leyenda que en los departamentos de arriba vivió Jack Kerouac. Pasó por allí, seguro, con Cassady Y Ginsberg. Su presencia se marca con stenciles de su rostro. Poemas en las paredes, dibujos, un par de complejos habitacionales llevan su nombre. Banderas en las ventanas, multicolores del poder gay, alguna azul amarilla de Ucrania. Capitol Hill es un hermoso barrio que fue de élites en los años 20 y que a partir de los 30, al menos sobre la Colfax, fue transformándose en región de comercio. Después vicio y miseria. El laundromat es del año 32; era, porque ahora yace derribado al pie de monstruosas grúas. Todavía, en Denver, hay sesiones de poesía nocturna en las lavanderías, casi siempre regentadas por chinos, donde se leen versos al ruido de secadoras.

 

La antigua mansión en que vivo es de alrededor de esa época, 1920. Es tan grande que tiene 12 departamentos en alquiler. El mío es el 1, a la izquierda de la puerta de entrada, del vitral que brillaría en las fiestas mineras de ayer. Estoy a cinco cuadras del Charlie Brown's donde todavía hoy elegantes mujeres beben martinis recordando a Kerouac. Por un año lo frecuenté, hasta que la peste lo cerró. Nikki, la bella bartender checa, se fue. Subía a un banquillo para sacar botellas de Fireball sabiendo que mostraba las hermosas piernas tatuadas a quienes estábamos en la barra. Pelo negrísimo, sostenes azabache con floreados, senos que agachada parecían blancas lunas para hambrientos gitanos. Íbamos con el Arcángel y cuando reconocíamos a quienes estaban en la “transa” conversábamos con ellos. Nosotros, de cerca y lejos, parecíamos de la transa. Un día una muchacha me dijo lo raros que éramos, que de seguro estábamos de incógnito en la lista de testigos protegidos. Aura que no desmentí. Un grandote ebrio me abrazó y en alta voz afirmó que conmigo no se jugaba. Pobre, si las mujeres, gatas, siempre me tuvieron de ratón. No extraño sus garras sino sus aromas. Las heridas cerradas valen tanto como un buen libro. Cicatrices del cuerpo, tatuajes del alma, como canta el vallenato.

 

Llego a las tres de la mañana del trabajo y me siento en la terraza con seis sillas rosadas y ajadas. A veces con un ron, un Plantation de Barbados XO, entonces la noche se llena de perfume mientras el disco gira con Águas de março en voz de Rosa Passos. Cuatro años ya. He sido feliz en esta cueva soleada. He dormido bien y mucho y desnudo y vestido con un pensativo Jorge Zabala en la pared de la sala y un kusillo que parece volar.

 

Formalmente ya estoy jubilado. El 13 de marzo (día aciago para Austria, reza su historia), domingo, cumplí 62. Si hago números ganaré un montón de dinero hasta cumplir 67, año de jubilación completa y no parcial como la mía. Si vivo estoy; con el trabajo físico seré un adobe colonial perdido en la modernidad. Me niego a hacerlo. ¿Que si me acuerdo de ella? Cada día la recuerdo, a ella y cada otra, unas de amor mayor, menor y carne jugosa. Una cosa no niega la otra. La cuíca suena extraña, como suenan el banjo y la concertina (igual a aquella que tenía en mano Cayo Salamanca en el mural del Bocaisapo).

 

He dejado regadas mis cosas por todo rincón. A mi manera he sido cíngaro en carromato leyendo la suerte. Cuanto he perdido es más que lo que tengo. Pero de lo perdido se tiene memoria y eso es un tesoro. Beth Carvalho canta sobre la soledad. Não esqueço. Je me souviens, yo y el escudo de armas de Québec.

 

Recordaré la calle Clarkson Norte. Y cómo. Escribiré mucho sobre ella, sobre el barro que se formaba con la lluvia en el patio que da a mi puerta de atrás. Rojos ladrillos, humos de calor en el polo invernal que dobla los árboles. Pero ha llegado el tiempo de partir. O me convierto en dinosaurio. Hay guerra hoy, orcos de toda especie en los túneles inolvidables de Tolkien. No importa, todos los caminos conducen a Poltava. Allí yacen los muertos contemporáneos y los de Pedro I, Carlos XII y Mazepa. Allí aguarda mi vida, con labios de tulipán rojo.

 

Cuando dormía Kerouac, los ruidos de la lavandería le tornarían la cabeza. Casi un viaje espacial, gira y gira, un tiovivo, carrusel dramático que comienza y termina con electricidad. No basta la fuerza de los brazos sino una moneda que incrustada agite las aspas del futuro y las mezcle con el recuerdo como fabricando panqueques. Marimbas de Usula. De Quetzaltenango.

29/03/2022

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Imagen: El viejo Hotel Colburn, encima del Charlie Brown's  

Friday, March 25, 2022

Colinas de Kiev


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Bombas han reemplazado el ritmo del pop. Pop pop, rifles francotiradores. Sonido de tostado.

 

Subía por la calle Lva Tolstoho hasta la Nazarivska, bordeando el parque de la universidad. Hacia la izquierda. De ahí a la derecha y luego cruzar por un paso a nivel el bulevar Taras Shevchenko. Kiev.

 

Al restaurante georgiano Chachapuri llegó la bella Viktoriia. Aguardiente y deliciosa comida plena de especias. El otoño me había puesto encima un abrigo como el de Maigret, negro, que compré en mi juventud en Washington DC. Hablamos de Bolivia y de tantas cosas. Nos acompañaba Irina, no la mía, que contaba desastres de su antiguo marido español.

 

Pienso en mí bajando las calles hasta el viejo edificio soviético en el número 22. Olor a café casero que se vende en la vereda. Al frente, la florista arreglando rosas con afán de peluquera. No entro aún, camino hasta el mercado de la esquina y compro chorizos rosados para el desayuno de mañana. Los mezclaré con huevos. Amenaza lluvia en Kiev. Una hermosa mujer vino acompañada a verme. Llevaba sombrero negro para dar penumbra a los brillantes ojos grises. Vive en las afueras de la capital. No hablo por más de un año con ella. Le pregunto, días atrás, si está bien. Tengo miedo, responde, vemos la posibilidad de huir hacia los Cárpatos. Dijo que le gustaba bailar salsa. Hoy hay ritmo de cañones. El Enfermo ha decidido invadir. Tiene la triste mente llena de falsas historias, de grandezas mal contadas que lo drogaron con deleites proféticos. Criticó a Lenin respecto a Ucrania, desdibujando la época, obviando las características de los días. Redujo la complejidad de una tierra inmensa, que aunque políticamente y dadas las circunstancias de guerra permanente tenía reducida geografía alrededor de lo que se llamó el Hetmanato, era sin embargo extendida, casi sin límites. Cierto que hoy los cosacos del Don y los del Kubán reconocen a Rusia como patria; entonces era sociedad de hombres libres, a caballo, que fue aglutinándose de a poco dentro de límites para preservarse. Pero tampoco Ucrania es toda cosaca.

 

Lo dicho, sociedad compleja que los opinadores lameculos de Vladimir Putin arrancan de los cabellos en la Wikipedia y se enseñorean de la verdad sin saber nada. Por ahí leí que rescataban a Stepan Bandera, líder nacionalista ucraniano, simpatizante de los nazis a los que sin embargo también combatió, para aceptar la patraña de la “desnazificación” en la narrativa del Enfermo. Son quienes prefieren picotear migajas históricas aquí y allá, que no tienen temple para revisar si lo que rebuznan es cierto. El nacionalismo ucraniano es de larga cronología, y de triste memoria. Yo vivía en Kiev en la calle de León Tolstoi; la calle paralela era la de Semyon Petliura, atamán nacionalista de quien afirman que fue, después de Hitler, el mayor exterminador de judíos. El que haya estatuas de Bandera, y calles de Petliura no es motivo para invadir un país desconociendo sus raíces. Si marxistos y masistos chillan excitados ante el pecho lampiño de Vladimiro a caballo, será que se excedieron con el viagra para marimachos, ya que otra cosa no entiendo, o hay un desfase ideológico mayor o solo mierda en la cabeza.

 

Decirles a estos, y si se pudiera a la escoria de Putin y sus gorilas, que los que lo combaten ahora son los ucranianos del este, aquellos que hablan ruso y que debieran sentirse afines con sus vecinos. Dudo que los rusos avancen más, la guerra ya está perdida para ellos, así se ensañen con pasión de matarifes con mujeres y niños. Si lograran conquistar Kiev y llegar al oeste tropezarían con el corazón del nacionalismo ucraniano, el que en guerra de guerrillas excedió incluso la muerte de Stalin, en los Cárpatos, en Volinia y en Galitzia. Allí donde el ejército rebelde de Bandera y otros, responsables de “limpieza étnica” contra habitantes polacos, llegó a tener seiscientos mil adeptos. Eso no ha cambiado. Si llegaran al oeste será el fin de la madrecita Rusia. Ni todo el poderío soviético triunfante de la guerra, rodeado de países acólitos, pudo vencer la resistencia ucraniana allí. Que prueben. Y lástima, porque con el triunfo de los invadidos se despertarán pasiones extremas que al menos se habían mimetizado. Putin, el hitleriano, ha azotado la frazada de la historia y el polvo se ha de levantar no con buenos augurios. La hez de la edad contemporánea: los supremacistas blancos y los izquierdistas engordados, harina del mismo costal, blanca y morena, alcanzarán la cima o se hundirán en el abismo con violencia.

 

El Oeste juega desde su cómodo poder. Entrega armas, sí, con peros; no son armas de ataque, solo defensa. Con maquinaria ofensiva, los ucranianos sacarán a patadas a los invasores de Kherson, liberarán la destruida Mariupol, de cuyos cafés hablaba yo hace semanas. El olor de café tendrá que ser reemplazado por el sebo tibio en las cuerdas de ahorcamiento que tienen que levantarse en las calles. Toda la oficialidad putinesca al patíbulo. Aunque en el mundo, Bolivia incluida, chillen putinas y putones. Ese cuento del “Nunca más”, del buen Sábato, no debe creerse. Será como hoy, ahora y siempre, y la única manera no de evitarlo pero de amedrentarlo es a través del castigo. Digamos que es hasta bíblico.

 

Fukuyama opina; hay que escucharlo. Y muchos otros. Como siempre, triste decirlo, es la derecha la más realista sino la única en sus aproximaciones al conflicto. En la reunión de la OTAN se ha despertado curiosidad de si Biden quiere la victoria ucraniana o prefiere paz a medias. No cuesta mucho sacrificar pueblos que no son los propios y aquí, dado el sufrimiento de esta gente, se debía plantear de entrada el fin de Vladimir Putin y responder a sus amenazas nucleares con otras de mayor potencia. ¿El fin del mundo? Quizá, aunque dudo que los ricos arriesguen fortunas por cierta vanidad populista. Arrear al Enfermo a un fin dramático o permitirle morir de viejo en prisión lamentándose por cuánto tenía y perdió. Su fin, por el momento, será un duro golpe a los populismos. Soñar que un día arreemos a todos ellos al trabajo forzado es irreal, lo sé. Al menos comencemos con este cabecilla, que habla de nazis y limpiezas bien cubierto del frío con una chamarra de lujo de trece mil dólares.

 

Viktoriia envía una foto con su hijo en la nieve de los Cárpatos. Logró salir. Anna y Ekaterina están en muchedumbre en la frontera polaca. Irina no se ha movido de Poltava. Milana, en Rusia, dice que debieran ahorcar a Putin porque les trajo de regalo diez años de miseria.

 

Ando por las colinas de Kiev, admirado por la hermosura de las casas viejas. Colores verdes, cremas, amarillos y naranjas, como opacos helados que en Quillacollo se vendían en la infancia. Estatuas y placas de quienes estuvieron en las edificaciones: poetas y pintores. Ciudad llena de árboles, más extendida que la propia Nueva York. El Enfermo quiere arrasarla, así se llene la boca de ancianidad rusa y de patria. Ha ordenado a los chechenes de Kadyrov de matar soldados rusos que se replieguen. La Gran Mentira. Ha ordenado matar a todos, niños incluidos. Lo dije antes, un buen palo de abedul entre las piernas del maníaco le enseñará lo que duele, con cuidado, lentamente, con pausado martillo, a la manera que contaba Ivo Andric en el puente del Drina. Ha desatado el medioevo, pues démosle medioevo público. No sé si aprenderán pero por un tiempo al menos quedarán aterrados.

 

Mientras Vladimiro se seca en el palo como maltrecho charque, Kiev florecerá de nuevo. En Mariupol los carpinteros construirán muebles a la usanza tradicional y el aroma de café chocará con los efluvios remozados del mar de Azov. Bíblico y nunca comprendido: nadie se levanta tan alto como para permanecer. Aquiles duerme en un túmulo en algún lado. Y de Atila no sabemos siquiera. Luto para los hombres, degollina para estos.

24/03/2022

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Imagen: Catedral de Santa Sofía, Kiev, 2018

 

Friday, March 18, 2022

De si todavía es posible la aventura


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Mi amigo Miguel recuerda a Mateo Alemán. Se le ha hecho casi obsesivo. Aquel fantasma machaca sobre la inercia de nuestras vidas, el prurito de la fama, la ya escasa presencia del amor y el gran desasosiego.

 

La lotería de las horas, que a veces uno cree malhado y resulta beneficio, me ha puesto ante la circunstancia de hacer maletas y partir. Cendrars y MacOrlan alistarían kakis, botines, sobaqueras, dagas y se lanzarían por los caminos del norte de África o donde fuere. Pero aunque todavía hay desiertos y tártaros y demás dispersos por los territorios: el Otro avasallando al Nosotros (dicen), ya difícil imaginar una fortaleza en medio del vacío, donde todo se espera y nada sucede. Esa parodia de guerra se ha hecho íntima: contemplarnos dentro, agasajarnos con champaña y mentiras y mirar por las ventanas afuera esperando sin apariciones, sin misterio. ¿Nos tornamos aburridos o simplemente viejos?

 

Ahí el enemigo. No en los muyajedines de Túnez, en los califatistas de Siria sino en nosotros, en la modorra de los días, auspiciada, compartida y entusiasmada por las respectivas parejas a quienes también el tiempo ha azotado.

 

Observo a los zorros rojos que corretean leves con la cabeza gacha, puntiagudo el hocico marcando la meta. Lloran como niños en los pastizales y corretean de vuelta con conejos y tembleques ratones que terminaron saltos y carreras de manera terrible y precoz. La enseñanza quizá es lo efímero, porque si el cazador no come tampoco vive. Y he visto flacunchos zorros, tornados negros muchas veces, que apuestan apenas por vivir y aguardan la noche para morir sin esconderse. A esos los devoran coyotes, u osos negros si bajan de los bosques. O el gran búho gris que te mira sin saber tú que te está mirando.

 

¿A los 58 lanzarme al avión es aventura? Habrá que decorarla así, total somos acólitos de Robert Louis Stevenson y lectores de Robert Kaplan. Aventura marcada por la billetera, sin embargo, lo que ya le quita la esencia salvaje. Quisiera, pero no puedo (según reza la cueca), adentrarme en el Takamaklan, el desierto más misterioso del mundo y entre la polvareda encontrar las ciudades perdidas de Alejandro. Habrá que conformarse con Fez, Rabat, Tánger, con los incondicionales amigos que son a la vez notables escribanos, y también escritores. Bueno, por ahí, nos entra la mosca de Conrad y nos ponemos a remar en las turbias aguas del Congo, el río más temible del mundo, el más triste y asesino.

 

Comenzar decente en la ciudad vieja de Porto. De algún modo eludir la gigantesca sombra de Pessoa, no sea que al maestro no le guste la adicción al vicio de la carne en descontrol y se ponga cansino y beato. Mejor ocultarse, entre las callejas arabescas bajo la profunda voz del fado y la sangre vinícola del Duero.

 

Supongo que de allí, evitando Francia y con un alto en las Españas para abrevar, el tren irá al este. El itinerario pasa por París, Berlín y Varsovia. Bastarían las tres para colmar expectativas. Pero el destino es Kiev, con sus edificios de cucuruchos y helado. Como base para buscar el Dniester y el Dnieper, y los brutales campos entre medio. Qué habrá hoy, desechos metales y químicos, pero yo espero escuchar en el crepúsculo a los trescientos mil cosacos que Taras Bulba ha convocado para asolar la frontera polaca. Y un pasaje, ya premeditado, desde Vinnitsia hasta Zamosc, en Polonia, pero no por Belzec sino por la majestuosidad de su plaza. Luego al Lublín de los Wisnowieski y de Bashevis Singer. Por último al bosque penumbroso de Bialowieza, a los arcanos del mundo y a monstruos cornudos que se pasean en el vaho harinoso de la niebla.

 

Es todavía aventura. Acompañan un café, una cerveza, una mujer, un beso, una sábana, un sexo. Pero por sobre todas las cosas cabalga la historia, a pelo, entre los atamanes del siglo XVII y los del XX. Esto es tierra de nadie y de todos, y sus nombres cambian como estaciones de lluvia. Vamos.

24/09/18

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Imagen: Pierre Loti

Friday, March 11, 2022

UN MILLÓN CUATROCIENTAS CINCUENTA MIL VISITAS A MIS BLOGS


Desde noviembre 2009, a pesar de la censura de la "izquierda" millonaria. Gracias a todos.

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Wednesday, March 9, 2022

Cabaret de Lviv


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Nieva.

 

Aliona Antonova lee un poema de Marina Tsvétaeva, escrito en 1934. En francés. Antonova, cantante de Les Musiciens de Lviv, activos en París en este disco del 2002 (Cabaret Slave). “Romances rusos, baladas gitanas, músicas judías de Odessa, canciones de los cosacos ucranianos, doïnas moldavas, khoras serbias, he aquí un florilegio alegre y triste a la vez, endiablado y melancólico, que hace revivir la gran tradición del Slavianski Bazar, el más famoso music-hall de Moscú en época de los zares”, reza el texto interior.

 

Recuerdo al vocalista del grupo Gogol Bordello buscando sus ancestros gitanos y ucranianos, desde los Cárpatos orientales, en Uzhhorod, hasta la profunda Rusia. Un veterano ucraniano de las guerras rusas, en Belgorod, arrestado por llevar una camisa que dice “No a la guerra” llora cuando lo entrevistan a tiempo de ser arrestado. Mis padres están enterrados allá en Ucrania, cuenta. De Belgorod salieron decenas de misiles hacia la enfrente hermana Kharkov. ¿Cómo es posible? De esos lanzacohetes que en tiempos de la invasión nazi llamaban “órganos de Stalin”. Y en el Café Eslavo de París bailaban todos juntos. He visto el año 92 llegar bosnios a Denver que eran tan rubios y de tan celestes ojos como sus enemigos serbios. Mi amigo Jamal Brakmić medía un metro noventa y nada tenía de turco. Si eligió al Profeta fue asunto suyo. Sus claros ojos no lo salvarían y tuvo que huir. Hoy es amigo aquí con otro empresario, como él, que viene de la extrema derecha croata de Ante Pavelić. Hablan el mismo idioma; aquí son uno, allá dos. ¿Cuál es la lógica del absurdo?

 

La Bestia apocalíptica, el judoka y modelo V. Putin, enrosca las pezuñas; debajo de sus pantalones hay patas de cabra, goyesco infernal, cobarde. Se escuda en el botón nuclear mientras los francotiradores descabezan a sus amedallados generales. En la desesperación de la derrota, en la vergüenza de haber mostrado que Rusia no es la aparente potencia militar, es capaz de azuzar el hongo maligno sobre Kiev o Kharkiv. La guerra no es entre él y Biden sino la del futuro en contra de la oscuridad. Casi como volver a la épica de Tolkien de héroes y demonios. Lástima que al final no quedará así: somos humanos, y como tales desataremos el fin.

 

Mi amiga Anna escapó de las ruinas de Sumy, casi fronteriza con Rusia. Era verde, arbolada y quieta, ciudad ucraniana con mucho de melancolía y un dejo de tristeza. Será la muerte que se enseñoreó allí por mil años, pero también las madres que nunca sucumbieron ante nadie, que soportaron tormento mientras amamantaban a los hijos de la guerra. Ella, Anna, bella e inteligente, huyó al oeste, a Lviv. Allí está y narra sus penurias en chats del gmail. Lo terrible de la huida, niños muertos, humo, hierro retorcido. Dice que en el refugio están “miles” en un solo cuarto, que no pueden salir, que los servicios higiénicos compartidos… Quiere ir a Varsovia. Yo que soy inmigrante sé lo que va a hacer: morir de sirvienta, matrimoniarse con un humilde como ella y entre dos ser mitad pobres, o doblemente pobres, nunca se sabe. A los 32, el mundo se lo extinguió un perro rabioso. Una niña pregunta dónde están mis amigos; el perro enfermo no responde, ofrece sesenta mil dólares a las madres de cada conscripto muerto. Si Rusia es la que siempre fue, lo arrastrarán en su momento al patio y lo colgarán sin pantalones, macho cabrío de escasa sangre.

 

Anna dice que está con gente de “diferentes naciones” de las que desconfía. “Los peores son los gitanos”, afirma. “Me gustan los gitanos”, respondo. “¿Por qué, porque arrastraron con caballos a su aldea un tanque ruso?” También por eso, digo. Volvemos a lo mismo, siempre.

 

Antes de Los músicos de Lviv escuchaba danzones tradicionales. Cienfuegos en el recuerdo, los negros ancianos haciendo arabescos con el cuerpo con lentitud, como si dibujaran. La Habana Vieja, húmedas calles de Veracruz. Antigua Lviv, Lvov, Lemberg, joya del imperio austrohúngaro, no muy lejos de otra belleza trágica, ya en Polonia, Zamość, a orillas del campo de exterminio de Bełżec, para no olvidar que a la belleza la acompaña el horror.

 

Los gitanos arrastran un vehículo de guerra con cansinos caballos. Festejan, harán violines con la chatarra, danzarán encima de las calaveras. El tímido Nosferatu se ha escondido en ataúd de hormigón porque no quiere ver. En esto, en la furia de Madame Putin, no hay arte gótica sino un realismo de desenfreno y locura. Ni ética ni estética, ni razón ni historia.

 

La gruesa voz de Aliona Antonova convierte el ucraniano en lengua dulce. Dicen que los chocolates de Lviv son los mejores del mundo. He visto fotografías de aquellas efímeras joyas. Pronto serán bañados con sangre para reemplazar a las cerezas. Y el mundo sigue aceptando tiranos, asesinos, pedófilos que despertarían otra vez la ira de Savonarola. Pero todavía hay sol en Ucrania, y lo habrá cuando el Can maldito sea polvo, el Dnieper seguirá corriendo cuando el hombre se haya esfumado con sombrías e inútiles vanidades. La tumba de Tolstoi es un montículo de tierra donde crecen hierbas y pasean hormigas…

09/03/2022

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Imagen: Carne y chocolate, Lviv, Ucrania 

Monday, March 7, 2022

Eisenstein bajo las bombas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
 

 

Quiero ver la escalinata del Potemkin, dije. Cruzamos la Ópera, la estatua de Catalina la Grande rodeada de machos diminutos. Casi crepúsculo entonces. Luego fui, en repetidas ocasiones, me senté en el Parque Griego, a la izquierda, caminé a orillas del mar. Cuando los sueños se hacen realidad la atmósfera tamborilea en el cerebro como leve borrachera.

 

Odessa.

 

¿Cuándo leí a Isaak Babel por primera vez? Caballería roja estaba en la vitrina, oferta de 10 pesos. Lo compré y lo terminé en la tarde. He quedado embobado desde entonces. Diez, quince veces, a lo largo de los años, y cada vez me asombra. Me interesó Babel gracias a lo que de él intensamente habla Ilya Ehrenburg en Los dos polos, Tercer Libro de Memorias. Con Ehrenburg nunca se pierde; por sus escritos conocí a tantos autores: Istrati, Tuwim, Nezval, Roth, Babel…

 

Con ese antecedente me puse a buscar y recibí en edición de Bruguera Cuentos de Odessa. Fue el fin, me ha atrapado el sortilegio. Odessa para mí está antes que París, que Roma o Atenas, o Nueva York. Luego de pasar un tiempo allí siempre repetí, y anuncié a todos, que esa era ciudad donde me gustaría vivir. ¿Dónde viviré si llega su apocalipsis?

 

Deseo conocer la Moldavanka, pedí.

 

La joya de la Corona, la perla de Rusia, y hoy, alguien que se dice ruso, va a terminar con esas calles arboladas y pobres, con edificios de cien, doscientos años cayéndose de a poco. La belleza de la arquitectura que se va poniendo vieja como las cosas con alma. No puedo imaginar bombas en esos patios interiores gigantescos donde en racimo crecen conventillos y asoman mujeres hermosas. Ya no están los bandidos de la Moldavanka para defenderla. Mishka Yaponchik, Benia Krik en Isaak Babel, fue ejecutado por los comisarios, padres de estas crías que hoy atacan, contratando chechenos y sirios, para acabar no solo con Ucrania sino con Rusia. Vladimir Putin no es un nuevo zar; es financiero ladrón, mafioso con ínfulas de eterno, trillonario dispuesto a todo, a hundir incluso la seudohistoria que pregona, en aras de su arca y vanidad. No es Pedro el Grande sino un esperpento; ni Catalina ni Suvorov, Kutuzov, Bagration; ni Frunze ni Chapayev sino un garabato de Gogol, el Uriah Heep de Dickens.

 

Las escalinatas de Odessa, requerí. Ahí estaban. El mar Negro ese día vestía azul. Me senté. Anastasia me abrazó. Tenía el cabello rojo amarrado atrás oliendo a moscatel. En una salita de juventud pasaban El acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein, en Cochabamba, cuarenta años atrás. El coche del bebé rodando por las interminables gradas. Carne podrida con gusanos cayendo para alimento de marinos. En el último escalón compré de un vendedor de recuerdos una medalla soviética. Conversamos de Nazim Hikmet, de Cochabamba. Disfruta Odessa, sugirió, pecado y belleza, flores sobre las ruinas.

 

Pero encima de los escombros humeantes que ansía Putin, supuesto defensor de Rusia, solo crecerá odio. Ante la masacre civil que ha desatado, las fuerzas ucranianas anuncian que artilleros y todos los relacionados con los bombardeos serán carneados. No prisioneros. Una unidad de extrema derecha que combate en el mar de Azov, unta las balas en grasa de cerdo para meterla en el cuerpo de los chechenos, así la muerte será espantosa y no habrá paraíso para los asesinos que ha enviado Ramzan Kadyrov, traidor de su pueblo. Pienso en eso y recuerdo las soleadas calles de Odessa, llenas de flores, de hierbajos nunca cortados y árboles caducos. Café con repostería de lujo; el rojo de la sangre reemplazará el carmesí borsch de cada día. Mi restaurante “Kazán”, enfrente de la catedral; el parque central entre los edificios oníricos de una grandeza que fue pero dejó aroma.

 

Un payaso criminal, asociado con los narcotraficantes del mundo, alabado y distraído por y con los jerarcas del hampa latinoamericana, meneándose con los chinos, ha decidido que Odessa nunca más. Comenzó a bombardear Mykolaiv y luego avanzará hacia el este, tratando de cortar el mar. El mercado estará vacío, los rodaballos secos, escondidos. La roja granada cuarteada y vendida por las calles no ya. Pero Ucrania resiste. Destruidos howitzer rusos lo muestran, justo cerca de Mykolaiv.

 

Asalto anfibio, se comenta, y el empuje por tierra. Kharkiv está en ruinas; ayer miraba en televisión, todavía intactos, los muros colorados de la universidad de Kiev, el parque añejo apenas cruzando la calle. Tengo algunas fotos allí, con las paredes amarillas de un ministerio. Llevaba chamarra negra, casi un luto antecediendo la debacle. Solo una bala de plata detendrá al espectro, una cuña de dura madera que le atraviese las costillas hasta un corazón para que nunca reviva.

 

Voces de bajo profundo salen de las penumbrosas iglesias, iconos de Andrei Rublev o de quien fueran. Toda Ucrania y buena parte de Rusia murmuran deseos de muerte: que desaparezca, se esfume, hunda en el cieno que trae la primavera, el que atormentó a Napoleón y a Hitler, y que comienza a meterse entre las ruedas de la invasión. Le llaman la “Rasputitsa”, el mar de lodo que pintara Alexei Savrasov y que se ve en noticieros desde India hasta Bruselas hundiendo tanques de guerra, desmintiendo al tirano que intenta difundir que sobre Ucrania se ha desplegado un velo de azahar. Con barro y con bala, Ucrania ha de persistir; el espía de la RDA, no.

 

A mi lado hay tres botellas de vino tinto que desearía terminar. Saludar a Odessa desde este sol montañés con hielo decorando. Me cansé del frío, ya navegaba en mente hacia el Ponto Euxino. Incluso tengo melancolía del feo aeropuerto de la ciudad. Nostalgia que uno comienza a acumular cuando sabe que ha llegado la muerte. Últimas palabras, aliento que se escapa de las manos que desean conservarlo. ¿Tendrán alma las ciudades? Nosotros carecemos de ella pero las calles tal vez no. Imagino que un mortero hará impacto sobre el monumento a Babel, que una riada de misiles destrozará las gradas por las que descendía Eisenstein cámara en mano. ¿No era que el déspota añoraba una inmensa madrecita Rusia? Podría ser una acción caníbal pero no lo es. Vladimiro Putin es una cosa pelada y temerosa, lombriz ni para alimento de anguilas.

07/03/2022

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Imagen: Graffiti en la Moldavanka, 2018  

Friday, March 4, 2022

Cartas ucranias


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

Los muertos de Babi Yar se levantan con las explosiones, preguntan si Hitler ha retornado.

 

Los hambrientos del Holomodor (Голодомо́р) escuchan los cascos de la caballería roja y maldicen el comunismo. Madres devoran a sus hijos; una bella joven parece dormir en el campo de Poltava, pero de cerca es toda huesos.

 

Los habitantes de Mariupol miran el mar y tienen sed. “Sed con agua en la distancia, pero sed alrededor”, escribía Miguel Hernández. No es que el agua de mar se pueda beber, pero se ve y suena como agua. Vladimir Putin, idolatrado por la extrema derecha y la falsa izquierda latinoamericana, se esconde en un bunker de las montañas Altai, 300 metros bajo tierra. Dicen que es una ciudad entera. El gran macho había sido gran topo. Desde allí desea desencadenar la extinción. Tiene pánico de morir; por eso mata.

 

Hay gente hija de puta que lo defiende. No saben nada, viven el pensamiento primitivo: esto es caliente y esto frío, esto negro y lo otro albo. Básicos. Occidente teme, como siempre. Dejará que carneen a los ucranianos creyendo que eso va a aplacar al tirano. Lo decía Taras Bulba a los traidores en las últimas páginas del libro: no han de librarse de castigo por ello. En lugar de ubicar el escondite de la Bestia y arrojarle encima una bomba especial o concreto para que él y su corte queden enterrados para siempre comiéndose los dedos.

 

A la una de la mañana conversaba con Kharkiv. Noche de pesadilla, me cuenta K. Por la tarde sobrevolaban aviones. De pronto dice ¡bombas! Y desaparece hasta hoy. Disparan a buses con civiles. Te asustará verlo en las noticias. Me corto las uñas porque ya nunca habrá pedicuro. Cayó un misil en el centro. Jarkov era ciudad bella, industrial y universitaria. Al criminal de guerra se le ocurrió desvanecerla en el polvo. Una vecina fue a la tienda. No regresó porque ya no tenía piernas. Nuestra nación hará que Putin muera…

 

Sumy asediada. Las huestes de Kadyrov llevan cuchillos entre los dientes y la bragueta abierta. Para los niños unos; para las madres lo demás. A. musita que ojalá el perro muera en los próximos días, Ucrania ruega por ello. El Demonio deja infantes huérfanos. Les buscan padre y madre entre la gente que escapa por las ruinas.

 

En Rusia, en Novgorod la Grande, M. escribe con mayúsculas ¡CÓMO ODIO A PUTIN! Sin embargo hay gente que lo apoya, no puedo entenderlo. Cada día los salarios compran menos, mientras Vladimir perfuma genitales de Liliput. Andrógino o hermafrodita. Fellini lo hubiera utilizado en el Satiricón. Te envío un enlace para colaborar con las fuerzas combatientes ucranianas. Quiero salir a caminar, olvidar lo que sucede, prosigue M., pero hay tanta policía alrededor, tengo miedo. También los rusos han comenzado a emigrar. Hay el temor de que los convoquen para la guerra del fin del mundo. Trenes y buses están llenos. Si se cierra el oeste estará Turquía al sur, el Asia Central. No importa adónde, lejos…

 

Hace unos minutos veo un video: están bombardeando Zhitomir. A los talmudistas de esta joya arquitectónica hebreo-ucraniana se los llevaron los nazis. El nuevo Führer carga con el resto. Asesina a la gente, destruye la obra del hombre.

 

C. dice que en su vida había mucho estrés, pero que ahora quiere golpear. Maldice Rusia aunque perfecto ruso habla. Menciona el refugio del Altai. Recibe (Putin) a una persona a la vez, a gran distancia. Ha inundado todo de miedo, pero más miedo tiene de sí mismo, de lo que le vaya a ocurrir. Miro a los combatientes de mi patria y sé que su imagen es la del Valor.

 

Afirma I. que Putin no tiene suficientes recursos y medios para acaparar todo. Está loco y espero que la muerte lo esté acechando. Me tiemblan las manos por las noches; de día mejoro un poco. El atardecer tiene olor de sangre y color de orín.

 

Toda Ucrania ora por su muerte. Iconos caídos en casas campesinas. Lloran sus profundos ojos negros. ¿Quién canta ahora el ritual ortodoxo en las iglesias de dorados domos? Nadie canta, solloza.

 

Decían que los aqueos que sitiaban Ilión cultivaban el Quersoneso para alimentarse. Que de ahí viene el nombre de Kherson, ciudad tomada. No es tan cierto, más bien Homero o los historiadores se referían al Quersoneso tracio, pero igual, hablamos de tierras que de antiguo vivieron todo y sufrieron más. Combaten los monstruos del caos, Behemoth y Leviatán. Escribía Ezequiel: “La palabra de Yavé me fue dirigida en estos términos: Hijo de Hombre, vuelve tu rostro hacia Gog y el país de Magog, príncipe supremo de Mesech y Túbal, y profetiza contra él”. Gog está parado a la izquierda del falso profeta, Putin.

 

Los muertos desnudos de Babi Yar sacuden el polvo de sus escombros, dejan caer gusanos secos de los orificios de bala que cumplieron 80 años. Los despierta el estruendo de los misiles. Se miran entre ellos con ojos que no son y con voz que no existe preguntan si Hitler volvió.

 

Los cosacos llenan la estepa de tachankas, disparan. Que las balas del mundo se estrellen contra él. Papini comienza su libro con la cita. “Y saldrán a seducir a las naciones Gog y Magog”.

 

Suena el klezmer, canta viejas polkas ucranianas el Chango Spasiuk. Los asesinados de Babi Yar se ponen a bailar. La danza de la muerte.

04/03/2022

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Imagen: Beato de Facundo, manuscrito iluminado del siglo XI 

Tuesday, March 1, 2022

Kharkiv, ciudad mártir


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

 

Ekaterina Martinenko a veces escribe desde algún lugar del Metropolitano donde se esconde la gente. A veces desde casa, en el baño que es el lugar más “seguro”. Ahora que los rusos están utilizando bombas térmicas, ya no hay lugar seguro. Hoy mataron a 70 ucranianos con una de ellas. A las tres de la mañana escribió que la despertaron las bombas. Sus padres viven en un pequeño pueblo del Donetsk, donde la casa paterna no tiene ventanas desde hace años por las explosiones. Ahora, allí, trajeron a los chechenos de Ramzan Kadyrov, el pedófilo amigo de Putin. Extremistas musulmanes contra la Ucrania ortodoxa ¿De qué siglo estamos hablando? Sin duda que tienen carta blanca para la degollina, la violación ¡Ay, de las mujeres que caigan en manos de los hijos del Profeta! El hinchado asesino, Vladimir Putin, hará lo necesario para salir bien parado aunque ya carece de pedestal. Su sueño era la gloria, pasar a la muerte con la grandeza de Alexander Nevski. Si no lo eliminan sus generales, a la usanza de la cheka con un tiro en la nuca, terminará como Milošević en la cárcel, allí morirá desinflado, a falta de botox, y no necesitará mesas largas para ocultar su miedo de la peste porque ya nadie ha de verlo. Maldita sea su sombra. En realidad, ya que ha despertado al medioevo, le correspondería una muerte acorde con la época, un afilado tronco de abedul.

 

Cuando recuerdo las calles de Kharkiv, sus malogrados edificios soviéticos de melancólicos jardines, arquitectura de grandeza, las recargadas mesas de Sharikoff, la vista panorámica de la ciudad mirando desde un gran ventanal donde almorzábamos con Kate, me pongo triste.

 

Ahora hay ruinas. El nuevo Hitler se ha lanzado sobre ella; la defienden fuerzas menores en mucho a los invasores, y civiles con armas, mujeres con Kalashnikovs. Han muerto escritoras, futbolistas, atletas, enfrentándose a los tanques. Mil años de guerra lleva esa tierra, y se creyó que treinta, desde su independencia, había cambiado la máscara de la muerte roja. No ha sido así. Los imperialistas rusos que, como siempre, envían a sus soldados campesinos ajenos a lo que sucede al matadero, inventaron una patraña semihistórica para justificarlo. Putin, cagado en los pantalones de miedo al virus, se encerró en los archivos a llenarse la cabecita de basura. Salió con su propio Mein Kampf y ahora quiere implementarlo. Ya ha sido derrotado, la batalla moral la ha perdido; incluso si obtiene una victoria arrasando las dos ciudades grandes de Ucrania, Kharkiv y Kiev, no conseguirá nada.

 

No me gusta por lo general Thomas Friedman, columnista del New York Times, pero creo que está en lo correcto al decir que la solución saldrá de las sombras del Kremlin, de los militares que observarán la demencia del amo. Paul Krugman, premio Nóbel de Economía, descarta que Rusia sea la potencia económica y militar que dice ser. Lo explica muy bien en un texto. En realidad, interpretándolo, este podría ser un castillo de naipes putiniano que se hundirá incendiando en derredor.

 

Siguiendo con la intelectualidad norteamericana, Fiona Hill afirma que ya estamos en una tercera guerra mundial; añade que el mundo como lo conocimos, con la aparente modernidad y desarrollo se ha esfumado. Hay un retroceso histórico cuyo principio está marcado por la invasión de Putin a Ucrania. Leía hace poco cómo se está calentando el hervidero de la república serbia en Bosnia. Y podemos saltar de un lugar a otro del mundo con focos de infección a punto de estallar. Quizá es el Armagedón, tal vez se han soltado los jinetes de San Juan, que se ha desempolvado el número de la Bestia y se han abierto los sellos. Poética de la muerte, la inevitabilidad del destino. El hombre es, ha sido y será lo de siempre, en su mala connotación. Ni incluso el sacrificio voluntario de los pueblos, del ucraniano hoy, podrá revertir la trazada senda de desgracia.

 

Por supuesto que de la simbología del Libro de las Revelaciones, el Apocalipsis, se pueden elucubrar muchas cosas. Entrar en la metafísica, en los arcanos de la religión, en el Pecado Original, el destino, la grandeza y el pecado. Muchos Anticristos precedieron a Vladimiro Putin, hasta se quiso encumbrar en este ominoso cargo al imbécil de Donald Trump. Desconocemos si este será el último nominado. La lógica y la historia señalan que todo ya está definido, que se intentó en vano mimetizar lo que estaba ya dicho. No soy fatalista, para nada, ni tampoco crédulo en la bondad humana, pero según debe obligar la rebeldía hay que oponerse a los destinos señalados, si no de qué serviría vivir.

 

Hace tres años pasé una etapa que fue feliz en mi vida, en una tierra extraña a la que conocía de memoria por los libros, espacio donde pocos, o ninguno, hablaban mi lengua. Recuerdo llegando al gris, pobre, aeropuerto de Odessa, las sombras de parques que observaba desde el taxi aquella noche. Salí a caminar un par de cuadras. Otoño del 2018; me encontraba en la ciudad de Isaac Babel. Luego llegué a unos también pobres edificios de una planta que eran la parada de buses de Kharkiv. Caminé por las colinas. Me senté con los ancianos soviéticos a tomar la sombra en sus retiros de polvo. Llegué a Kiev y tomé un taxi hasta la calle de León Tolstoi. Subí por una oscura gruta hasta el quinto piso de mi libertad. Un café al paso, comprado a unos viejitos que tenían su cafetera en una vereda de mi calle. La señora, cubierta la cabeza con un chal decorado de flores, puso azúcar y revolvió el café para mí. El tirano de Moscú está bombardeando aquello. No es Zelensky ni el nazismo lo que persigue en su destrucción. Creyó hallar la redención matando y se ha suicidado. A un alto costo para los demás, a riesgo de enviar todo hacia el tiempo perdido.

01/03/2022

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Imagen: Kharkiv, 2018