Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Ekaterina
Martinenko a veces escribe desde algún lugar del Metropolitano donde se esconde
la gente. A veces desde casa, en el baño que es el lugar más “seguro”. Ahora
que los rusos están utilizando bombas térmicas, ya no hay lugar seguro. Hoy
mataron a 70 ucranianos con una de ellas. A las tres de la mañana escribió que
la despertaron las bombas. Sus padres viven en un pequeño pueblo del Donetsk,
donde la casa paterna no tiene ventanas desde hace años por las explosiones.
Ahora, allí, trajeron a los chechenos de Ramzan Kadyrov, el pedófilo amigo de
Putin. Extremistas musulmanes contra la Ucrania ortodoxa ¿De qué siglo estamos
hablando? Sin duda que tienen carta blanca para la degollina, la violación ¡Ay,
de las mujeres que caigan en manos de los hijos del Profeta! El hinchado
asesino, Vladimir Putin, hará lo necesario para salir bien parado aunque ya
carece de pedestal. Su sueño era la gloria, pasar a la muerte con la grandeza
de Alexander Nevski. Si no lo eliminan sus generales, a la usanza de la cheka con
un tiro en la nuca, terminará como Milošević
en la cárcel, allí morirá desinflado, a falta de botox, y no necesitará mesas
largas para ocultar su miedo de la peste porque ya nadie ha de verlo. Maldita
sea su sombra. En realidad, ya que ha despertado al medioevo, le correspondería
una muerte acorde con la época, un afilado tronco de abedul.
Cuando
recuerdo las calles de Kharkiv, sus malogrados edificios soviéticos de
melancólicos jardines, arquitectura de grandeza, las recargadas mesas de
Sharikoff, la vista panorámica de la ciudad mirando desde un gran ventanal
donde almorzábamos con Kate, me pongo triste.
Ahora hay
ruinas. El nuevo Hitler se ha lanzado sobre ella; la defienden fuerzas menores
en mucho a los invasores, y civiles con armas, mujeres con Kalashnikovs. Han
muerto escritoras, futbolistas, atletas, enfrentándose a los tanques. Mil años
de guerra lleva esa tierra, y se creyó que treinta, desde su independencia,
había cambiado la máscara de la muerte roja. No ha sido así. Los imperialistas
rusos que, como siempre, envían a sus soldados campesinos ajenos a lo que
sucede al matadero, inventaron una patraña semihistórica para justificarlo.
Putin, cagado en los pantalones de miedo al virus, se encerró en los archivos a
llenarse la cabecita de basura. Salió con su propio Mein Kampf y ahora quiere
implementarlo. Ya ha sido derrotado, la batalla moral la ha perdido; incluso si
obtiene una victoria arrasando las dos ciudades grandes de Ucrania, Kharkiv y
Kiev, no conseguirá nada.
No me gusta
por lo general Thomas Friedman, columnista del New York Times, pero creo que
está en lo correcto al decir que la solución saldrá de las sombras del Kremlin,
de los militares que observarán la demencia del amo. Paul Krugman, premio Nóbel
de Economía, descarta que Rusia sea la potencia económica y militar que dice
ser. Lo explica muy bien en un texto. En realidad, interpretándolo, este podría
ser un castillo de naipes putiniano que se hundirá incendiando en derredor.
Siguiendo
con la intelectualidad norteamericana, Fiona Hill afirma que ya estamos en una
tercera guerra mundial; añade que el mundo como lo conocimos, con la aparente
modernidad y desarrollo se ha esfumado. Hay un retroceso histórico cuyo
principio está marcado por la invasión de Putin a Ucrania. Leía hace poco cómo
se está calentando el hervidero de la república serbia en Bosnia. Y podemos
saltar de un lugar a otro del mundo con focos de infección a punto de estallar.
Quizá es el Armagedón, tal vez se han soltado los jinetes de San Juan, que se
ha desempolvado el número de la Bestia y se han abierto los sellos. Poética de
la muerte, la inevitabilidad del destino. El hombre es, ha sido y será lo de
siempre, en su mala connotación. Ni incluso el sacrificio voluntario de los
pueblos, del ucraniano hoy, podrá revertir la trazada senda de desgracia.
Por supuesto
que de la simbología del Libro de las
Revelaciones, el Apocalipsis, se
pueden elucubrar muchas cosas. Entrar en la metafísica, en los arcanos de la
religión, en el Pecado Original, el destino, la grandeza y el pecado. Muchos
Anticristos precedieron a Vladimiro Putin, hasta se quiso encumbrar en este
ominoso cargo al imbécil de Donald Trump. Desconocemos si este será el último
nominado. La lógica y la historia señalan que todo ya está definido, que se
intentó en vano mimetizar lo que estaba ya dicho. No soy fatalista, para nada,
ni tampoco crédulo en la bondad humana, pero según debe obligar la rebeldía hay
que oponerse a los destinos señalados, si no de qué serviría vivir.
Hace tres
años pasé una etapa que fue feliz en mi vida, en una tierra extraña a la que
conocía de memoria por los libros, espacio donde pocos, o ninguno, hablaban mi
lengua. Recuerdo llegando al gris, pobre, aeropuerto de Odessa, las sombras de
parques que observaba desde el taxi aquella noche. Salí a caminar un par de
cuadras. Otoño del 2018; me encontraba en la ciudad de Isaac Babel. Luego
llegué a unos también pobres edificios de una planta que eran la parada de
buses de Kharkiv. Caminé por las colinas. Me senté con los ancianos soviéticos
a tomar la sombra en sus retiros de polvo. Llegué a Kiev y tomé un taxi hasta
la calle de León Tolstoi. Subí por una oscura gruta hasta el quinto piso de mi
libertad. Un café al paso, comprado a unos viejitos que tenían su cafetera en
una vereda de mi calle. La señora, cubierta la cabeza con un chal decorado de
flores, puso azúcar y revolvió el café para mí. El tirano de Moscú está
bombardeando aquello. No es Zelensky ni el nazismo lo que persigue en su
destrucción. Creyó hallar la redención matando y se ha suicidado. A un alto
costo para los demás, a riesgo de enviar todo hacia el tiempo perdido.
01/03/2022
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Imagen:
Kharkiv, 2018
TU , Señor que tienes la última palabra, hazte cargo de Ucrania y Rusia
ReplyDeleteYo que no soy creyente digo Amén.
Delete¡Muchas gracias!
ReplyDeletepaíses condenados a la desgracia, sin un momento de tranquilidad ni de paz, después del comunismo (y del hambre) la peor miseria, cientos de personas, generalmente mujeres, que venían a Europa a pelearse por las ancianas a cuidar con las demás naciones presentes.
ReplyDeleteno hay ritmo, los veo subirse a los buses, con niños y abuelas con nietos tirados al vacío cósmico que es un país desconocido, paria sin nada, sin fotoobjetos, nada.
y ¿cuándo terminarán las noticias y todos harán los cálculos? ¿quién los guardará? ellos lo saben, el tiempo de la piedad es corto.
Querido Ferrufino, Europa se hunde.
De acuerdo, Kikka, y el retrato que haces justo ese. He visto esa miseria y la falta de esperanza en la gente de esos países. Con esto más otra suerte de Holocausto, un vagar sin nombre ni destino. Trágico.
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