Claudio Ferrufino-Coqueugniot
¿Autopropaganda al ser yo uno de los autores? Nada de eso.
Sucede que he recibido en mi refugio norteamericano los primeros ejemplares del
libro (Editorial 3600, La Paz, con prólogo de Miguel Sánchez-Ostiz, contratapa
de Willy Camacho y cubierta de Demian Ortiz) y me ha gustado. Ha pasado un año
desde que a instancias de Pablo Cerezal (autor español de Los cuadernos del
Hafa, obra de culto) iniciamos la aventura. Dos escritores acompañándose, no confrontados,
hablando de sus ciudades, Madrid y Cochabamba, en una perspectiva brumosa que
hermana a cualquier urbe. Tal vez por eso, Pablo lo subtituló Cartografía del
desastre, porque su interior aviva ruinas, que ni impávidas ni silenciosas
están o son, sino dinámicas, agonizantes, paridoras, plenas de emoción que no
aplaca la valeriana de las viejas brujas.
Preguntan si son crónicas. Respondo que literatura; no que
una desplace a la otra, pero carecen del meollo que las harían texto
periodístico, sin disminuir tampoco su existencia en un ámbito más personal e
íntimo, con las libertades artísticas y de estética (trabajo) que la literatura
permite. Sin embargo, son crónicas urbanas, algo rurales también en el caso
boliviano, donde ni el 52, ni la modernidad y peor la todavía presencia de
generaciones que vivieron el salto, alteraron el rostro nacional como una
simbiosis campo-ciudad, muy enraizado el campo en la idiosincracia boliviana,
fuera incluso de las diferencias sociales y hasta raciales.
Estas páginas abordan temas comunes: música, cine, muerte,
amor, putas, libros, vicios y aficiones; Vallecas, barrio madrileño y Cala
Cala, cochabambino, comparten esas minucias sobresaltadas del ser humano. El
entorno las decora, agría o endulza, pero a la larga un cuerpo es lo que es, y
un llanto lo mismo, sin importar el lugar ni cómo se llamaba ella (la
escribimos dos hombres). Así como todo se olvida, igual se recuerda.
Un punto de apoyo entre ambos estilos, naturalezas,
pasaporte y visión, un pivote, viene a ser que los protagonistas, casi casi
autobiografía, salen de una clase media trabajadora que se mece entre dos
mundos esperpénticos, el de arriba y el de abajo, el cielo y el infierno. En
este medio, aunque los anarquistas de la Fracción del Ejército Rojo Alemán
afirmarían que en medio no hay nada, es más sencillo manejarse e incursionar en
lo otro, en cualquier dirección, y retornar cabizbajos al abrigo del café con
leche, del pan con mermelada. Luego de las batallas, siempre las cortinas de la
madre se mecen con suavidad de arrullo. De ahí hasta la próxima, en esa
guerrilla insomne que es crecer y experimentar.
No confundamos, no es un texto “coming of age” para nada. No
hay maestros que regañan ni morales que abofetean. Refugio, sí, el ya nombrado,
pero fuera de eso la guerra, con consonacias terribles a veces y gratificantes
otras. No es libro de niños bien ni cagaleches; Dostoievski, Nietzsche, Lou
Reed, Rimbaud y Henry Miller desquiciados. El marqués, Sade, deambula escapado
de Charenton para asociarse en la bruma. No letra con sangre; letra de sangre y
esperma.
Desperté a las 4 de la mañana. Hasta las 8 había ya releído
las trescientas once páginas. Este libro no es nuestro, ya se escapó. Por eso
no puede creerse propaganda; sus autores ya no están, murieron, y, si viven,
caminarán por nuevas Troyas de humo y alarido.
Queda acomodar el libro en el estante. Sobrecogedor, cómo
explicarlo, una conjunción galáctica, un terremoto. Un tornado, mejor, de esos
que pasan y dejan nada, solo memoria.
27/07/15
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 28/07/2015