Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Conversando anoche con mi hermano Armando, agrónomo que ha
trabajado en los campos de cultivo de diversos países, incluyendo Bolivia/Chapare
cuando dirigía el programa de cultivos alternativos, hasta las sierras
frijoleras de Guatemala donde los hombres juntan la azada con la pistola, nos
referimos al tema boliviano del racismo interno. El “nigger” del norte podría
compararse dentro de nuestras fronteras al “colla” (“coya” más al sur, en el
norte argentino), con la diferencia que la población afroamericana de los
Estados Unidos es porcentualmente mucho menor que la blanca mientras que en
Bolivia el indio siempre fue, y sigue siendo también en su condición mestiza,
mayoritario.
Recuerdo, casi diez años atrás, cuando Armando refiriéndose
al novel gobierno masista decía que le haría bien al país que se le sentara la
mano al racismo del oriente, él que de entrada admiró la pujanza de su gente y
de su industria. Era el momento en que Morales iniciaba su ataque desenfrenado
a Santa Cruz. El comentario nada tenía que ver con apoyo al régimen sino como
nota a un drama que atenazaba el futuro. Lo que no entendieron los padres de la
patria y sus hijos es que este, el futuro, pasaba por la inclusión de las
razas. Sigo en familia y parafraseo a mi padre, burlón, diciendo que la culpa
la tenían los abuelitos que no supieron leer la historia. Morales, el MAS y sus
desmanes eran producto de aquel error y llegaba el tiempo de pagar.
Conversamos sobre el tema a raíz de historias locales que
acaban de contarnos, donde el epíteto “colla” mantiene su connotación
despectiva. Eso no lo cambia ningún gobierno; saldrá de un largo proceso en
donde la educación sea prioritaria, pero, ya que hablamos en términos
inmediatos, hay que reconocer que lo sucedido, liberándolo de las brumas de
corruptela y tiranía, ha servido para al menos crear un esbozo de dignidad que
se le había negado al indio desde siempre. En medio de un gigantesco negativo,
hay que reconocer algo positivo. Lo he visto en bancos, en tiendas, en
supermercados. Es quizá el miedo al castigo por un ente superior lo que hace
que se muestre respeto por las etnias originarias. Vale incluso así, porque se
hará costumbre. El convivir con el Otro en condiciones de paridad, no ideales
sin embargo, fundará algo que ha de servirnos. El hecho de que en una
churrasquería “elegante” se tenga que servir a un grupo indígena en las mismas
condiciones que a cualquier otro tiene que ayudar, guste o no.
Hablamos de clases sociales pero en términos regionales el
problema se agranda. El oriente ha despreciado al occidente de antiguo. En el
siglo XXI sigue hablándose del determinante color de la piel. Y al oriente le
ha costado mucho vivir una realidad inesperada. Hasta el punto que el
pragmatismo de los poderosos de la región ha sucumbido por medio del dinero a
la sociedad con quienes consideraron inferiores. Poco dice de sus convicciones
y mucho de su vicio, felizmente en este caso.
No me refiero en este texto al racismo opuesto, el de la
aymarización a ultranza de todos. No, porque mi conversación con mi hermano
mayor se refería a la otra, y lo que en términos históricos ha significado este
quiebre en ese sentido. No hay vuelta atrás, así lo pregonen con bombos y
sonajas. Y eso está bien, por fin.
Jamás me he dedicado, menos ahora, a gloriar analectas del
masismo. Pero lo que me dijo Armando me ha hecho reflexionar y decidir
escribirlo. En el fondo persiste ese oprobio y se dice “colla” queriendo decir
todo lo malo, casi como Trump con los mexicanos. Pero si para algo ha de servir
el desastre que vivimos, que al menos sea para ello, porque los amos pasan,
pero los países crecen, o debieran.
13/07/2015
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 14/07/2015
Fotografía: Un joven aymara por Max T. Vargas, Bolivia, principios del siglo XX
Y ciertamente es muy positivo ver a indígenas o gente de pollera frecuentar restaurantes elegantes, usar aviones y otros sitios anteriormente restringidos. Aunque a la fuerza, por efecto de la acción coercitiva, que quizá consiga cambiar la mentalidad a marchas forzadas lo que mediante la educación no se corrigió paulatinamente. Si desde la revolución del 52 se hubiera incorporado a los campesinos e indios a formar parte activa de la realidad nacional, probablemente la historia hubiese sido distinta y Morales y compañía no se hubieran encaramado al poder.
ReplyDeleteTe doy la razón. Y siempre lo escuché en casa. Morales no es un fenómeno nacido por azar. hay una historia y hay una gran culpa detrás. Abrazos.
DeleteMuy buen artículo, querido Claudio. Me impulsa además a escribir sobre lo indígena en mi país, el racismo a todo nivel. Cada chileno encuentra alguien a quien discriminar.
ReplyDeleteAbrazos
Esperamos ese artículo tuyo, Jorge. Hazlo. Generalmente miramos al norte para hablar de racismo, y siempre hemos vivido en medio de esta lacra en la propia tierra. Abrazos.
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