Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El inicio del Manifiesto Comunista es de antología. Está entre los grandes momentos de la palabra escrita. Es literatura. La pregunta, retornando a la realidad, es si ese fantasma del comunismo continúa trashumando la tierra.
El inicio del Manifiesto Comunista es de antología. Está entre los grandes momentos de la palabra escrita. Es literatura. La pregunta, retornando a la realidad, es si ese fantasma del comunismo continúa trashumando la tierra.
Susan Richards,
autora inglesa, relata en su notable Lost
and Found in Russia (Vidas en un panorama post-soviético) que la amiga
ruso-alemana que la acogía había conocido (en la URSS) la naranja, el fruto, ya
bien entrada en edad. Sucedió que un tren de naranjas del Asia Central que atravesaba
esa región del Volga descarriló. La nieve cubría el paisaje y el espectáculo de
la avalancha colorida sobre lo blanco chocaba. El cargo se destinaba a la élite
del Partido, porque el pueblo de a pie, incluso en una zona que en su tiempo
había sido pródiga, y hoy destruida por el poder soviético (para romperle el
espinazo a la minoría germana), jamás había conocido, y menos disfrutado, un
cítrico.
Disfruté, en
Cuba, opíparos desayunos que incluían hormas enteras de roquefort. Cuando
hablando con un literato local le sugerí que me parecía indecente que
comiésemos así cuando se racionaba a la población, me contó que “cuando estaban
los rusos” llegaban delicias de todo el mundo para satisfacer su demanda y
hacerles buena la estadía. Hablando de quesos, dijo que un desayuno soviético
en la isla contaba al menos con una variedad de siete de ellos. Agarré el
cuchillo y esparcí el cremoso color azul del roquefort sobre el pan francés. Al
lado había jamones, salchichas, camarones, langostinos, frutas de todo tipo,
papas tostadas, sopas, verduras frescas, tres cuatro calidades de pan,
galletas, jugos, leche verdadera, café verdadero, té. El aire era ameno. Afuera
corría el viento sobre la hermosa bahía de Cienfuegos; afuera, si me alejaba
del hotel, de inmediato, pobladores se acercaban y me pedían la camisa, mis
zapatos, el lapicero que sobresalía del bolsillo ¿no tiene un chicle para
regalarme? No soy desagradecido, que mucho agradezco a la bella Cuba, pero digo
lo que vi. Élites y míseros ¿En qué se diferencian entonces izquierda de
derecha, unos de otros?
Un pintor
venezolano me reclama airado que cómo oso hablar como hablo de su revolución.
Reflexiono; a veces es bueno dominar los impulsos de zaherir a las personas, a
los tontos para quienes el análisis está más lejos que la luna y que se guían
quizá por instintos venales, incluso tal vez ingenuos, ofuscados y ciegos. Lo
intento calmar. Sucede que el razonamiento es algo que muchas personas no han
encontrado. Difícil que las haga cambiar de posición, si esta, como es el caso,
no pasa de espejismo, patología militante, pero que sienten la estocada de la
razón no hay duda.
Hay la mala concepción
de que América Latina abraza hoy el cenit del pensamiento revolucionario hecho
gobierno. A los ilusos de Europa les encanta creerlo, en primer lugar porque no
tienen que sufrirlo en carne propia. Y a los nativos, basándose en
estadísticas, les subyuga “saber” que forman parte de un proceso altruista. Las
cifras muestran que se redujo el número de pobres. Puede ser, y felizmente; la
clave está en cómo se disminuyeron, porque la única forma válida debe ser la de
proveer fuentes de trabajo. El asistencialismo, la limosna, además de
tendenciosos no sirven. Los bonos no educan para el progreso sino para la
inercia. Proveer de tal manera es inhabilitar. Crear dependientes, más
peligrosos que con adicción cualquiera, para quienes el Estado es padre y Dios,
y por quién darán la vida para proteger sus miserables prerrogativas, mientras
los jerarcas reciben vagones de naranjas, envíos de roquefort, o se compran
hummers, visitan Disneylandia, ostentan relojes y collares de cientos de miles
de dólares como lo hace la dinastía Chávez, gracias a la actitud reaccionaria
de aquel individuo bocón y cantador que se hacía pasar por comandante del
pueblo. Esas son pendejadas, diga lo que diga el pintor.
29/04/13
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 30/04/2013
Imagen: Escena del filme Sweet Movie, de Dusan Makavejev, 1974