Claudio Ferrufino-Coqueugniot
A Alicita hija
Abriré, en
el treinta aniversario de mi amada y admirada hija Aly, una botella de vino que
guardé treinta años. La primera de tu edad, la última de mi tiempo acá. Le
dije: nunca me fui en tres décadas y tiempo es. Ya vuelan solas, hace mucho, tú
y Emily. Iré, desvencijado y roto, a las conquistas que todavía puedo lograr.
Me he cargado de misiles contra las asechanzas y, escondida por ahí, hay
todavía una rama de palma. La guerra ha sido eterna, el sueño en el sentido
práctico de dormir estuvo ausente. No sé cómo se llamaría en las mitologías
diversas el dios del sueño pero alguno existirá. Morfeo, morfina que aseguran
da descanso. El nombre del dios o la diosa de las batallas sí los tengo claros.
Minerva y Huichilobos, Huitzilopochtli, más cercano a mí en piel y fisonomía
que la rubia espadachina.
Let it Be. She is standing right in front of me, speaking
words of wisdom. Escribí
cierta vez a un amigo místico: de revolucionarios nos hicimos padres. Les dejo
a ustedes, a ti, Aly querida, la revuelta que en mí fue derrota. Desilusión. Me
abandoné en el vértigo del desenfreno, isla desolación, y allí me alimenté de
cuerpos humanos para no morir. Salí gordo y caminando a trancos cortos pero
jamás me aburguesé. Si el tiempo trae vinos finos y una mujer bella como pecado
veremos si sucumbo. En realidad será desidia si perezco, no soy Lucifer para
hundirme en el abismo ¿De qué le sirvieron las alas? ¿Para escaparse del dios?
Suena una
canción a las tres cuarenta de la tarde. Es julio veinticuatro del veintitrés.
Se abre el Libro del Esplendor. La madre echada sobre sus polluelos del Zohar. La
escuché en un cuarto compartido con mi hermano algún día de los años setenta.
Armando estaba con los Beatles en grabadora de carrete, yo leía a Verne. Los
padres resonaban como canciones por el resto de la casa, las hermanas parecían
ilusiones a través de los cubos de cristal. Vuelvo a aquellas ruinas, sobre
ellas se ha levantado un castillo de promesas. Two of Us. Desaparecieron los molles hembra y macho del patio de
atrás, los k’uyus que quedaron de ellos y donde se sentaba a leer papá. El
cometa Kohoutek se hundió hacia occidente. Sin su luz quedamos a oscuras. He
visto otros, por meses, al amanecer de largas épocas, como una raya malcriada
sobre un horizonte ébano. Fue el tiempo cuando los aviones cayeron porque los
golpeaban las torres, creo. Malhado había traído aquello. Conducía por la
avenida Alameda hacia la ciudad de Aurora. El cometa y yo, tan solos siempre, a
ratos un muerto salía a pasear. Otros gritaban imitando a zorros en el
cementerio de Fairmount. Un hombre desnudo leía a oscuras el Denver Post en un
balcón cuajado de plantas. Otro cubierto de momia bajaba por la Forest Street y
se escondía en los vanos de tristes edificios de apartamentos donde habitaban
los rusos. Abría la puerta de casa, me sacaba las botas y a mirar si dormían,
hijas, que padre había traído pan y huevos y el desayuno sería caliente y
cálido y los piececitos descalzos sonreirían casi como cupidos.
Let it Be.
Alex, tu
esposo, prepara la fiesta. Yo apareceré con diez kilos de puerco al horno,
cocido en jerez. Y ensalada rusa, mi ya famosa que vendía por kilos cuando tuve
empresas de comida. Además del vino de treinta, un ron guyanés de dieciséis
añejado, cerveza bávara de trigo del rey loco, Ludwig. Dos salsas picantes, la
que mis sobrinos bautizaron “morsa” porque es mi invención y los bigotes. Se
alinean en el refrigerador cebollines, apio, perejil, tomates, pimentón,
huevos. Afuera papa, cebolla y ajo, arveja y zanahoria enlatadas. Pimienta
negra, comino, sal marina, mejorana y algo más. Achiote y cúrcuma para el color.
Fiesta de cuchillos, desarreglo que antecede a la belleza, al sabor. La segunda
salsa es un pique colombiano, no la haré picante para que contraste con la
furia de los serrano/habaneros de la morsa. Mis fiestas iban diluyéndose en la
memoria de los amigos pero las renovaré este sábado. Fanfarria de muchedumbre
popular, como me gusta, callejera, diversa, colorida, con ritmo de bailanta y
de a ratos nostalgia de bolero: Bienvenido Granda, Daniel Santos, a quienes ya
nadie escucha. “Perdón, vida de mi vida…”. “Por alto está el cielo en el mundo…”.
Pero alegría, Cali, música pachuca, taquirari, litoraleña, soca, reggae, ska, R
&B, tango, folk y rock and roll. Punk de los falsos profetas: Bad Roaches y
Fat Vultures entre otros mayor famosos. Mientras tanto, mientras escribo, me
baño en santidad con misas de Johann Nepomuk Hummel siendo que peco tanto en
verbo. Las papas de piel roja hierven, añado un poco de sal y pruebo la cocción
con filo. Me hace frío en las piernas porque suelo escribir en calzones, sin
esposa que ordene vestirse, izquierda derecha march. Encima de la mesa
volúmenes de Viaje alrededor de mi cuarto
de mi querido Miguel Sánchez-Ostiz, y La
tumba de Lenin, de David Remnik, que recomendaba hace poco a un amigo. Monumental disección del sovietismo
ruso. En la portada del libro de Miguel estoy yo en marcapáginas en el
escritorio del infinito universo del autor, colgando de un alfiler.
Pues,
Alicita, treinta años juntos, a pesar de tu rápida y pronta independencia
porque eres mujer de armas tomar, como tu abuela y las que te antecedieron en
nuestra sangre, tres décadas sumando al futuro que para lloriqueos
sentimentales tendremos el gélido nicho un día en que Dios descansó. Te veo
jovencita, con David Bowie en el ipod, camino de Lyon, buscando huellas de los
Coqueugniot, en Lisboa absorta de fado y Pessoa. Tuyo el mundo. Lisboa vio a
Emily también, como Quetzaltenango (Xela) y Ojinaga, las cuevas tarahumaras y
la Barranca del Cobre. Eso me causa alivio, me da alas para volar como el ángel
que soy, cargando trompetas de Jericó.
Déjalo ser, Let it Be. Nos dejamos ser el uno al otro sin interferencias, con llanto pero sin
nunca qué haré sin ti, porque con ti o sin ti nos manejamos. Sangra el corazón
pero resiste. Valor. Ahora vienen siete minutos de King Crimson, el alma vuela
por la ventana y deja el acero descansar.
Los dedos
escritores huelen a cebolla de verdeo picada. La polera se ha impregnado de
ajo. Vida; la vida es vasta estando ebrio de ausencia decía Paul Valéry.
Siempre caminé entre la ausencia y la muerte, escribía mi hermana Elena ante
mis recuerdos de París y de Québec. ¿Dónde está la mujer por la que lloré? El
martillo le ha machacado la cabeza para transformarla en viejita que ríe, casi
como una pesadilla nórdica. Río, viejo también, no he perdido el don de la
burla.
Demasiado
devaneo para un simple cocinero. Calza el mandil y a trabajar, deja la
transfiguración del verbo a Cioran, oye a Kerouac leyendo sus poemas mientras
trozas los tallos de celery. En la pared detrás de mí festeja un kusiyo y en el
refrigerador entre el conjunto de magnetos de ciudades visitadas sonríe un
charro bigotón de excelente dentadura y guitarra; bienvenidos a Houston, la
rica.
Pizca de
sal, apenas estragón para que no desequilibre el resto. Agua amarilla de
pimientos jamaiquinos. Tiene mi hija que tener la mejor comida que jamás tuvo,
pondré grande amor en ello. Sin remordimiento ni melancolía pienso que con
gusto volvería a mis treinta, no para solucionar nada sino para cometer los
mismos errores y pecar lo mismo, en la repetición está el gusto. Repete,
repete…
27/07/2023