Tuesday, January 31, 2017

Heil Trump!/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pido a Ligia que anote el detalle de los productos alimenticios que compra el sábado. Se centra en las frutas y me alarga el papel con 7 de ellos y su lugar de origen: pepino, de México; moras, de Chile; piña, Costa Rica; plátano, Guatemala; palta, también de México; mango del Perú y tomate mexicano. Buscamos los mismos pero producidos aquí, en los Estados Unidos, y no los hallamos. Cierto que aparecen, de cuando en cuando, como paltas californianas, naranjas de Florida y frutillas y otras bayas, tomates… Simplemente que el precio, por ejemplo de las fresas, debe incluir el salario de los que las cosechan, braceros mexicanos o centroamericanos, que a pesar de no ser pagados como lo sería un trabajador local (inexistente), reciben mucho más que los de su gremio al sur del río Bravo.

Trump construyó su imperio de bienes raíces con brazos mexicanos y acero chino. Poco de nacionalista en ello: la plata vale más que la patria, lo sabe bien.

Sin embargo, su péndulo racista va de somalíes a chihuahuenses, fuera de control, secundado en todo, así a escondidas disientan, por los líderes republicanos Paul Ryan y Mitch McConnell, gusanos de cuero duro. Estos individuos, entre una multitud lacaya, y cipaya, sonríen ante la inminente destrucción del sistema democrático de los Estados Unidos, contra lo que pregonan. A decir verdad, demasiado ha aguantado ya esta sociedad cada vez más diversa para caer en el lodo del populismo latinoamericano. El famoso, e infame, slogan trumpista de Make America Great Again tropieza con la burda realidad de la caída de la potencia hacia el Tercer Mundo. Allí, según lo usual, los  amos protagonizarán en el escenario, la riqueza estatal caerá en bolsillo propio y las dinastías han de comenzar a formarse al mejor estilo de Somoza/Ortega y la desfachatez enferma de Evo Morales.

Todavía es temprano para establecer fundamentos monárquicos, pero desde las primarias hasta el triunfo por la presidencia, Donald Trump ha incluido a su progenie, y al millonario hebreo y yerno suyo, Jared, en el espectro del mandato. De ahí a elucubrar hacia Ivanka I, Jared el Primero, Donald el Segundo y Eric el Bravo (mata animales con su hermano en África, de lejos), hay un paso. Habrá que fundir el oro de Fort Knox para trabajar semejantes y tantas coronas. Quizá, en este hipotético y posible futuro, Mitch McConnell (senador casado con la china Elaine Lan Chao, ministro del actual gabinete) haga las veces de solícito eunuco. El rostro lo acompaña.

Ando pegado al televisor porque este tiempo horrendo es fascinante. Olvido por el momento a Evo y Alvarito, insectos de poca monta, para observar lo que pasa y lo que se cocina. Al parecer desde el 20 de enero hay circo cada día. Ya aparece, muy temprano, la trompa alargada del presidente dictando en un lenguaje muy básico sandeces que repite más tarde Spicer, allegado de prensa, de quien ya no muestran los calcetines rosa que usaba en las entrevistas antes de convertirse, creerse, capitán de SS.

Recuerdo las imágenes infernales de El hijo de Saúl, película húngara de László Nemes: lanzallamas, tiros, desnudos, alaridos de mujer en la noche polaca y advierto a los que me escuchan que algo similar se está gestando en los Estados Unidos de Donald I. Lo predijo Kurt Tucholsky en Alemania y no le creyeron. Esos hornos y grupos de sonderkommandos lavando los fétidos rastros de los asesinados viven activamente en la mente de personajes como el alcohólico Stephen Bannon, elevado esta semana al cargo más alto de asesor de seguridad, quienes sueñan con amplios campos de muerte donde se pudran musulmanes y latinos (como extensión de mexicanos).

Por ahora les cuesta. Hay protestas y durísima oposición de la prensa. La perspectiva puede cambiar cuando Trump ponga en línea furibundos conservadores en la Corte Suprema. Viene el tiempo de resistir y atacar. Si retornan los hornos, que pueden, habrá que inaugurarlos con sus creadores antes de que sea tarde.
30/01/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 31/01/2017

Imagen: Graffiti en Atlanta 

Wednesday, January 25, 2017

ombligos literarios

PABLO CEREZAL

Escribo de mí mismo porque no conozco mejor a ningún otro. No sé, puede ser una razón. Tal vez otra sea que escribo de mí mismo por el gusto de remojar mis pies cada día, cual gorrino satisfecho, en mi propio lodazal. Claro, que de satisfacción poca en mis letras... pero de aquellos lodos estos barros -o como sea que se diga-. De hecho, puedo ponerme social y estupendo. O sea, asegurar que escribo de mí porque soy tan poco importante como el pensionista acuciado por el precio de la lechuga, el desempleado a cuya mesa se sientan los buitres del hoy ahora ya, el inmigrante de países y personas que se aferra a la vida aunque esta se disfrace de odio y concertina, el niño cuya frazada huele a factura eléctrica imposible... o aquel otro que no termina de comprender por qué ese cura tan simpático, profesor de religión, le acaricia cuando Dios ya no ilumina y la penumbra engulle la capilla... 

No sé, ya digo, por qué destrozo el vocabulario recorriendo la cartografía desastrosa de mi cuerpo, y pienso ahora -inevitable- que tal vez lo haga para mostrarlo atractivo a tus labios, qué sé yo. Al final, va a resultar que todo es cuestión de ombligo. Por eso de mirar el propio, lo digo. Y por eso otro de mirarte a ti perdiéndote en sus arrabales.

Dejó escrito Henry Miller algo así como que la vida de cualquier hombre es lo suficientemente apasionante como para poder ser escrita y devorada por millones de lectores. Y es así que sigo fiel a su palabra, único Evangelio al que me asomo con el ánimo de pervertirlo y desprestigiarlo. Por eso admiro a quienes son capaces de crear tremebundas ficciones pero, a medida que el reloj me recuerda el sentido inapelable de su recorrido, recuerdo que me importan -dichas ficciones- poco menos que nada. 

Así que entiendo la literatura como literatura del yo, cada vez con mayor intensidad. Pero jamás lo explicaré como hace quien ha hecho de su vida palabra y de su palabra vida. Hablo de Jorge Muzam... ¿no lo han leído? Pues háganse un favor: lean y, de paso, comprendan por qué no sé escribir más que de mí mismo... que el Maestro lo explica mejor... y desaparece mejor que nadie:

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Literatura del yo por JORGE MUZAM

Habitualmente no me motiva escribir ficciones. Creo en su poder, creo en las técnicas literarias, en ciertas teorías que la sustentan. Pero para mí no pasan de ser mekanos narrativos, ajedrecismos retóricos o circos selectos de palabras camuflando ideas más cercanas a la intuición que al sistema. No siempre fue así. Mi entusiasmo literario juvenil se encauzó por ese lado con resultados no del todo desdeñables, a juzgar por los generosos comentarios de mis lectores de entonces. Recuerdo mi primer cuento. Sucedía en Santiago, a bordo de un bus Nuevo Amanecer. Lo pilotaba un vejete chiflado  y sudoroso bastante enojado con la vida. El relato era contemplativo, introspectivo, plagado de analepsis e inevitablemente triste. La soledad urbana suele ser más gélida para el alma que la soledad rural. Sentía afecto por ese cuento. No sé dónde quedó. Hoy no podría reconstruirlo porque necesitaría mi espíritu de esa edad, y la verdad es que soy muy distinto.

Escribir literatura autorreferencial me salió naturalmente, quizá porque me aburría el juego de disfraces de la ficción, el cambiar nombres, superponer situaciones, crear clímax (la vida nunca tiene un clímax sino reiteradas patadas en la bolas que te mantienen a medio morir saltando)

Nabokov decía que tales inclinaciones eran propias de la primera etapa de un escritor. Deslumbrar a los demás con la propia miseria. Luego el creador se estibaba hacia la sensatez y creaba un universo autónomo donde su yo convivía como uno más de los personajes de ese universo. No lo dijo exactamente así, pero así lo quise entender yo.

Lorena Ledesma, mi mujer, escritora y crítica literaria tan feroz como insobornable, considera a los autorreferenciales como el postre más selecto del voyeurismo intelectual. Porque no solo hablas de ti, de tu desastre mental, sino de quienes te rodean, de quienes te detestan, o te aman. Y seguramente tus apreciaciones serán tan horrorosamente subjetivas como sabrosas de leer.

En lo que narro no suele haber progresión dramática, enseñanzas moralizantes o ideas políticas categóricas. Más que avanzar suelo hundirme, más que levantar ánimos suelo deprimir a mis lectores. Y si algunos se sienten identificados es porque la época es una zorra de mil colas donde nadie sabe a qué diablos aferrarse. Mi realidad autorreferencial es apenas una parcialidad anímica. Un pedacito de la agria torta de mi miseria. Soy mucho peor y mucho mejor de lo que cuento. Rencoroso, pendenciero y abominable con el hijoputismo. Generoso, inofensivo y tierno con los que nunca dañarían a sus semejantes. Potencialmente muy peligroso, indisuadible, he sido mi Frankenstein, médico y monstruo, reconstruido con despojos, he cosido torpemente mis emociones con hilo barato, mis ideas con alambre galvanizado, pero no quiero hablar de eso ahora.

No sé exactamente adónde voy con este chisporroteo de palabras. Escribo por defecto, compulsivamente, airadamente. Soy consciente de que tal arbitrariedad narrativa me puede conducir a un limbo despoblado de lectores, algo parecido a lo que le ocurrió a Juan Emar y Mauricio Wacquez, extraordinarios escritores chilenos que caminaron siempre al borde del abismo de la experimentación. Sin embargo, a Foster Wallace, digresionista, payaso y cirujano del alma herida, parece no haberlo afectado. 

Respecto a qué tipo de realidad narramos, me quedo con las palabras del argentino Juan José Saer: "Nuestra percepción es fragmentaria. Simplemente realizamos una síntesis. Algunos la llaman racional, yo prefiero llamarla imaginaria, porque solo una parte es percepción, y la otra es recuerdo e imaginación. El realismo literario pretende que la realidad es perfectamente perceptible en su totalidad a través de los sentidos y de la razón; que el tiempo tiene una dirección determinada. Yo pienso que cuanto más realista es una literatura, menos se parece a la realidad. La más irrealista de todas es la novela realista y lineal".

Las formas para hablar de sí mismo pueden ser múltiples. Diarios, memorias, autobiografías, frases sueltas, ficción pura, o especulativa. Mo Yan, Nothomb, Hrabal, a veces Auster, Murakami, Philip Roth y Karl Ove Knausgård suelen escribir autorreferencialmente. Mis admirados amigos Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Miguel Sánchez-Ostiz, Ricardo Mena y Pablo Cerezal, mi compañero de fórmula, Claudio Rodríguez Morales, o ese sacerdote del cosmos que es Pablo Cingolani en las alturas de La Paz. También Carver, Bukowski, Bertoni y Rodrigo Lira a través de sus poemas. Con todos me siento hermanado. Es posible que haya muchos otros tan buenos como ellos, y autorreferenciales, pero no es posible conocerlo todo. De alguna forma siempre se habla desde la ignorancia.

Hay casos como el de José Donoso en que para hablar de sí mismo necesitó disfrazarse, construir un edificio narrativo de cimientos muy firmes para recién ahí prestarle su ropa y su ser a un personaje secundario, como sucedió en El lugar sin límites. Pero Donoso también llevó un diario secreto, guardado celosamente incluso de sus familiares, un diario con intenciones psicoanalíticas que no pensaba mostrar en vida. Pero como siempre estaba urgido por dinero, no tardó en venderlo a la universidad de Iowa. Parte de esos diarios fueron revisados por su hija Pilar para escribir Correr el tupido velo. Lo que se aprecia en esos diarios es al escritor desnudo, temeroso, egoísta, envidioso, homosexual, paranoico, errático, muy inseguro, aspectos que ocultó en su vida pública.

Hay otros que necesitaron una parafernalia mayor para desglosarse, como el enmascarado Fernando Pessoa, monstruo mitológico de 72 cabezas...

A García Márquez le preocupaba la sobreexposición. Convertir su vida privada en objeto de escrutinio público. En algún momento manifestó: "Es como si te pillaran con los pantalones abajo".

William Faulkner fue explícito al respecto, como queda consignado en el prólogo de sus Cartas Escogidas«Estoy chapado a la antigua y soy además un tanto lunático —había escrito a Malcolm Cowley—. No me gusta que mi vida y mis asuntos privados puedan ser utilizados por todos aquellos que puedan pagar el precio que está marcado en el libro, o porque tienen un amigo que lo compró y se lo va a prestar». Y: «Mi ambición, como persona reservada que soy, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir como algunos isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias y mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió».

Julio Ramón Ribeyro, en cambio, escribió sus diarios con una intencionalidad claramente literaria. Hombre generoso, quiso que sus ideas estuvieran disponibles para los futuros aprendices de escritor, o para quien quisiese transitar por esas palabras cimentadas por una vida de duro trabajo. Si aún no podemos conocer por entero su obra es simplemente por el egoísmo especulativo de su viuda. 

Nubes negras avanzan hacia el sur. Esporádicos truenos retumban en las paredes rocosas del Malalcura. Llueve sin parar. Imagino la perplejidad de las plantas ante esta primavera desvanecida. Entre mis papeles viejos encuentro una frase de Pascal Quignard que me seduce como para finalizar este texto: "Escribir es desaparecer".

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De VISLUMBRES DE EL DORADO (blog del autor), 25/01/2017

Fotografía: Pablo Cerezal


Tuesday, January 24, 2017

La Casa Negra/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Negro es el color asociado al mal. Vendrá de la noche que trae miedo. Claro que en el ¿desarrollo? de la humanidad sirvió para catalogar incluso razas: el negro lo es porque carga pecado…

¡Qué difícil ha de ser para Donald Trump tener el busto, bien negro, del doctor King en la Oficina Oval, esa donde se decide la supervivencia del mundo! Por ahí se dijo que la figura había sido removida; luego reapareció. Sería una pésima jugada política hacerlo. Estará mirando el santo que no era muy santo y sí humano, desde la espalda del peluquín infame que se posesionó del lugar, cómo marcha el país, que ya, a tres días de su inicio, ha comenzado a desfilar con paso de ganso. No mejor muestra que el pequeño secretario de prensa, exaltado nazi de calcetines rosados, mintiendo de manera flagrante acerca de la famosa e inexistente mayor multitud “jamás vista” en la posesión del 20 de enero y atacando a la prensa.

Trump es Cristinita Kirchner, Evito Morales, el tenor Correa, el nuevo Somoza: Ortega, los Castro y el resto multiplicado por cien. Los populistas del siglo XXI, los del fin del mundo, quedan opacados ante la avalancha de su misma retórica en un país poderoso, armado con bombas nucleares. Las características que los hacían “únicos”, a los del sur, viajaron hacia el norte dejándolos en su limitado y triste mundillo tercermundista. A lo sumo podrán aspirar a recibir la venia del rubicundo caudillo de los Estados Unidos y echarse a los pies para recibir bendición.

Este cambio geográfico de un mismo discurso, de la exacta copia en el trato de la información, en el temor a la prensa y las libertades, en el racismo que va de un lado y del otro, muestra que la infatigable “izquierda” latinoamericana no había sido más que burdo plagio del maestro de todos, del de Trump, Lula y Morales: Adolfo Hitler.

Ya es difícil bregar con las opulentas oligarquías en nuestros países arrasados por miseria, sequía, polución, para tener el serio problema de un caótico, con visos de travieso en el peor sentido, plan de destrucción masiva, más dramático y peligroso que la locura del líder norcoreano y la guerra del Oriente Medio: el sacrificio del mundo a través de la liquidación de la protección medioambiental. Los números que maneja el novato presidente de USA para convencer a las multinacionales de trabajar de manera local son aterradores porque oferta el total descontrol en cuanto a regulaciones ambientales, el olvido de derechos laborales y cuanto pueda venir de ello. Todo bajo la estúpida mirada de la mitad de la población votante que todavía cree en hadas -armadas de carabinas- y en que la llegada de este al parecer último y auténtico Anticristo traerá por fin el paraíso, blanco e iletrado, mugriento y perezoso.

Los periódicos norteamericanos calificaron de “oscuro” el discurso inaugural de Trump. Se viene, deducen, la guerra económica, una en la que los que saldrán peor parados serán los trabajadores que votaron por él. Claro que el hombre tiene oficio en el arte de manipular y juega con las emociones de gente en cierto sentido desesperada. Pero la economía se maneja por encima de subjetividades. Trump lo sabe, decreta para sí mismo y el entorno billonario alrededor. Por un tiempo podrá mantener la figura de que se está logrando algo, meses en que las ganancias de los ricos alcanzarán enormes figuras, hasta que se caiga y retorne a la cruda realidad del fracaso. Para entonces, si las instituciones en apariencia sólidas no se defienden, habrá llegado el momento de resbalar hacia la sima como país.

The Donald, hombre con distintivo corte de cabello, así como Hitler era reconocido por el flequillo, entró a una mansión construida por esclavos en mármol blanco en ironía infinita. Si ha de quedarse allí, y cuánto, no sabemos. Solo que el viento parece cambiar de trayectoria y los blancos bloques de los muros transformarse de pronto en mármol negro.

23/01/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 24/01/2017

Tuesday, January 17, 2017

Disquisiciones acerca del derecho a ser puta/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Lo principal: el desastre que comienza el viernes con la entronización de su majestad Donald Trump el Único. Luego, la ausencia de su mujer, eslovena escultural y desnuda, ya con matices de vieja excavando concavidades de ojo y barriguita inconcebible, inevitable y triunfal.

Apareció en las primarias republicanas algo, también en la contienda que derrotó a Clinton. La ejercitaron con miseria en dotes de orador hembra y se burlaron del fracaso de su siempre menor condición de inmigrante. Después desapareció. Algún tabloide la mostró desnuda; otros semidesnuda, con pezones amarronados de amplia sombra, no de aquellos chicos y puntiagudos que parecen lápices. Allí comenzó su declive, la penumbra de un exilio cercano pero obvio, además de la imposición de que dijese que era su voluntad el alejamiento y que la educación de su hijo, el ambiente, la escuela, etc., para mantenerla al margen. Claro, si supuestamente Melania Trump ejerció de meretriz en sus días italianos, como tantas mujeres de Europa del Este castigadas por la historia y con el único recurso de su cuerpo, no quedaría bien con el conservadurismo del partido del elefante, el de la moralidad sin tacha, de las armas descontroladas y atrocidades semejantes. No podían ellos, pacatos e hipócritas, permitir que la figura en cueros de Melania se mezclase con el ropaje “decente” de las matronas de la antigua-nueva “América”. La hicieron a un lado. En su lugar depositaron la vil pero rubia y bastante Barbie hija: Ivanka, a pesar del inocultable eslavismo de sus rasgos físicos porque viene de checa, como la segunda es eslovena.

Ha lugar, conociendo el historial perverso y pervertido del presidente que viene, el de la sospecha infame en cuando a Ivanka. Lo ha dicho él mismo, que si no fuese su hija… el pecado, Electra… bueno. Otra historia será cuando se disipen las nubes de la tormenta. Por ahora esperemos que la Primera Dama legalmente constituida se asome al menos al baile inaugural. Como Cenicienta le corresponde, así la guarden después en caja metálica de galletas para evitar la vergüenza.

Lo tragicómico de todo es que los Estados Unidos que se creyó no solo el policía del mundo sino el ejemplo moral de la humanidad se cebe en el pasado de la esposa para ocultar que no vivimos en una sociedad de azahares. Aquí lo que prima es la actual realidad de que el país no tiene ningún asidero moral para dictar cátedra a nadie. Acaban de colocar en el sitial más alto a un delincuente de variados perfiles: violador, pervertido, abusador, ratero, embaucador, estafador, traidor y tantos sustantivos y adjetivos como quepan en un currículo de abominaciones. Ya no pueden, nunca más, justificar arrebatos guerristas, intervenciones, asesinatos, cambios de gobierno después de esto. Y no lavan, por supuesto, la mácula imborrable que se extiende por su sociedad escondiendo a una mujer que con todo derecho de supervivencia vendió real o supuestamente el culo. Ese es un pecado venial comparado con los del magnate, quien, además, impondrá sobre el planeta sus esquemas libidinosos y retorcidos hasta alcanzar el clímax a que su estupidez apunta: la destrucción general completa.

Al inicio la mujer me cayó pesada. Hizo comentarios tontos sobre el marido que, luego, diseccionándolos descubrían un elemento concreto y peligroso de su carácter. Hace meses que no se la ve, ni a su hijo, de rostro eslavo y de lengua eslovena según dicen. Este delfín pequeño ha sido por igual avasallado por los hijos mayores de Trump, de similares gustos delictivos.

Como en los cuentos familiares medievales da la impresión de que aquí hierve una caldera de conspiraciones, ambición, lujuria, avaricia. Estados Unidos piensa que alejando a la mujer que mostró las entonces apetecibles nalgas en público se lava las manos; se equivoca. Al fin la sociedad corrupta se destapó y entonces cambian las reglas del juego, en cualquier arena.

16/01/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 17/01/2017

Monday, January 16, 2017

El cardenal y los libros/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Revivo Virginia. El aire de verdes hojas y un cardenal, ave de árbol frente a mí, al balcón de tubos metálicos, blanco color desgastado.

No se oye a los vecinos. Jamás los he oído; mejor. Mi silla y los maderos agrietados del piso son el rumor del domingo. Y el pájaro salta rojo rojo entre las ramas.

Muevo el café. Si una galleta cae al suelo será para las ardillas, para la gris que se descuelga desde el tejado cuando me voy.

Mesa redonda. Sol filtrado por pinos y alerces nuevos. Conmigo, los únicos libros que traigo de Cochabamba: Borges y Emily Dickinson. Uno me enseña Nueva Inglaterra, me hace leer a Henry James; Dickinson trae a mi hija, entre sábanas blancas como sus vestidos. Virginia, domingo; cardenal y libros.

Norma Barrientos telefonea. Su voz de dos años me imagina Virginia, los días de casa sin muebles, de alcoholizados vehículos que corren a Nueva York, detrás del espejo.

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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 21/05/1992

Imagen: John James Audubon, 1808

Saturday, January 14, 2017

Sáenz...

PABLO MENDIETA PAZ

 Claudio Ferrufino-Coqueugniot ha escrito un excelente texto sobre Jaime Sáenz. Con el tono magistral y talentoso de un escritor insuperable, Claudio -así como lo ha hecho en tantos retratos de personajes-, posee la virtud de aproximar a los lectores al ámbito mismo donde se desarrolla el relato, a tal punto que uno, con todos los sentidos puestos en la brillante narración, se sumerge en ella como si fuera parte activa, como si se moviera en el escenario. Y es en ese momento, por tanto, cuando asoma una vivencia muy singular: el protagonista -en este caso Jaime Sáenz-, está entre nosotros; escuchamos nítida su áspera voz, le damos la mano y tratamos de encontrar en su mirada -algo perdida detrás de unos gruesos anteojos- al hombre que despierta los más grandes interrogantes como persona, como escritor y personaje principal de tanta y apasionante fábula creada a su alrededor. Es entonces cuando el relato deviene en imágenes tan intensas y plenas de luz, que el lector, guiado por la maestría de un escritor como Claudio, conoce y reconoce lo íntimo, lo recóndito, lo esencial de un personaje rebelde y apasionante. Y así, estuvimos con él...

Enlace al texto: http://lecoqenfer.blogspot.com/2010/02/jaime-saenz-en-cochabamba.html


Tuesday, January 10, 2017

Estados Unidos: sentencia de muerte/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Pareciera que hablamos de caciques latinoamericanos, y no. Es Trump, “The Donald”, en unos días presidente jurado de los Estados Unidos que trae a este país, desde el ala “derecha” (ya que sus socios del sur dicen venir de la “izquierda”), desasosiego y quizá fin.

Keith Olbermann, comentarista deportivo convertido en icono de opinión política, es bien claro, dirigiéndose a quienes votaron por Trump. Les dice que no va a hablar de políticas, programas, sino de la enfermedad de este hombre que va a dirigir los destinos de trescientos millones de personas y que tiene el gordo pulgar apuntando al botón del Armagedón, la guerra nuclear.

Basta leer, prosigue, la inconsistencia de sus “trinos” en Twitter para concordar en que el individuo no está en sus cabales. Toca a los republicanos, y pronto, removerlo de la presidencia, antes de que el cielo (esto es mío) se cubra de arrepentimiento por acaecidas e irreparables desgracias.

Trump lo que más ansía es ser reconocido por su “clase”, entendiéndose como soltura en el lenguaje y gestos, impecable urbanidad, cultura. Lejos de allí el hombre, con dinero y ligado a otros sujetos billonarios como él, pero con las típicas características de un patán de tres por cuatro, seguido por crías de igual índole, y de yerno un ortodoxo judío de dudosa honradez y vanidad de sobra. Ricos nacidos de la astucia, tal vez del trabajo, pero sobre todo del impenetrable color turbio de las finanzas que no tienen ni alma ni escrúpulos.

Obama, con la suavidad trágica que lo caracterizó en política internacional, negro como es (esto devastadoramente todavía importante en EUA), siempre se presentó como un sofisticado caballero. Resulta que el representante de la “escoria blanca”, el “cuello rojo” destinado a levantar el supuesto muerto espíritu de América, no tiene el nivel de los antiguos esclavos. Dice que se rodea de hombres de alta calidad, cuando la realidad presenta una bandada de buitres financieros que esquilmarán la nación hasta su agonía y que, a la larga, o bien corta, arrasarán con los idiotas iletrados que creen en ilusionistas de feria, en vendedores de elíxires que asoman con carromatos por el Far West donde todos cargan armas y se creen por ello protegidos contra fortuna y cuervos. Sin olvidar la Biblia…

Hoy un interesante reportaje del NYT recrea charlas con seguidores de Trump en la Luisiana rural acerca de la intromisión rusa para favorecer al candidato republicano. Resulta extraño que un país de semejante potencial económico tenga una gran mayoría de gente que apenas puede leer y escribir, así sea titulada en cualquier cosa. El nivel de educación en Norteamérica muestra ser en realidad muy bajo. Saliendo de las urbes encontramos ese país profundo que describía Joe Bageant y que muestra una galería de no muy notables personajes, donde religión, matonismo, drogadicción y alcohol han fundado una base desgraciada y vil de habitantes que se considera superior al resto del mundo y que apenas balbucea su propio idioma. Han quedado relegados en atavismos, anacronismos, desdorados brillos que el populista Trump pule para iluminar una efímera fata morgana sin futuro.

La población rural de Luisiana entrevistada alude al hacking ruso como asunto sin importancia, bienvenido incluso si gracias a eso Trump es hoy presidente. Increíble en el corazón de la marmita del patriotismo insensato, aquella de banderas unionistas y confederadas por igual, de rezos y superioridad blanca. Pronto se pondrán a endiosar a los chinos, si estos se dignan en aras de su interés de decorar al payaso para satisfacerlo y mantenerlo al margen. Margen flojo por supuesto ya que hablamos de un impredecible niño bobalicón. Pronto estos campesinos idiotizados navegarán los secos ríos de la miseria. Lo dudoso es que se den cuenta del por qué, y que no son los mexicanos (que mantienen viva con su trabajo, legal e ilegal, la seguridad social que les asegura al menos el pan) los culpables.
09/01/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 10/01/2017

Imagen: 
1 Riber Hansson (Suecia)
2 Christo Komarnitski (Bulgaria)
3 Osmani Simanca (Brasil)
4 Luo Jie (China)

Sunday, January 8, 2017

Fuego en Tartaria

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Retiro de la pared la Carta de Asia (junio 1723) de Guillaume Delisle, geógrafo primero del rey de Francia, para ubicarme en el contexto terrenal de la Rebelión de los tártaros, de Thomas de Quincey (1830), literatura que relata historia, la recrea en mucho sin saberla en detalle creando una obra de ficción histórica notable, breve e intensa, la de la huida de los calmucos del oriente del Volga hacia las fronteras de la China. Liberarse de Rusia, era el lema, en una historia de intrigas entre el khan y un pariente suyo que se consideraba relegado de un puesto que por origen debía pertenecerle.

Diáspora genocida que causará un cuarto de millón de muertos por las penurias del viaje, el constante asedio cosaco, kirguiz y bashkir hasta llegar a orillas del Gobi para ser recibidos por el Hijo del Cielo con los brazos abiertos. Se levantarán columnas allí en medio de la nada recordando la hazaña tártara y la benevolencia china.

El pretexto para devorar este libro del comedor de opio inglés, que no conocía hasta leer un texto de Pablo Cingolani al respecto, me sirve para desentrañar el misterio de este mapa que poseo con fortuna. De un metro de largo y sesenta centímetros de altura, comienza en el cuerno de África, Abisinia y Somalia, hasta el Japón y las islas del Mar del Sur, toda la tierra con formas extrañas. Abajo el Mar de las Indias y al norte el Mar Glaciar, Nueva Zemlia. El centro destaca la parte que nos interesa en el libro, la Tartaria moscovita, la Gran Tartaria, la Tartaria independiente, la china, etc. 

Turquestán, el reino de Astrakán, el del Gran Tibet; los desiertos pequeño y grande por donde huyeron los calmucos y el de Chamo o Gobi como una frontera impasable hacia el este, con el reino de Tebetchinga al norte, los mugales negros en la parte oriental y Tangut y Chensi al sur. No olvidemos que la Carta de Delisle es de 1723, y el hecho narrado por De Quincey comienza en 1771.

Cincuenta años de guerra constante; calmucos que servían al zar o la zarina en su momento en contra de pueblos belicosos de origen turco, los mismos, como los bashkires, que se lanzarán a segar cabezas rebeldes siendo parte del castigo ruso. Volvemos al mapa: calmucos blancos a orillas del Caspio, rodeados por la extraña descripción del geógrafo de “bandas errantes” de cosacos, dedicadas sin duda al pillaje y extendidas por toda el Asia Central. Calmucos negros más hacia el norte en los límites bashkires, del reino de Kazán y hordas como la de Ablai, mongolas, obstáculo hacia la más lejana Siberia y bastante cerca de los kirguizes.

Dice Luis Loayza en el prólogo del libro hablando de aquellas divisiones de ficción y no ficción, que en una “estimamos la originalidad, el poder de invención; en la otra exigimos la veracidad, el rigor objetivo”, no se aplican a De Quincey. Y cómo, si a partir de un hecho real el poeta transmigra por su emoción y su fantasía hacia mundos que imagina y que sin embargo no cesan de existir como concretos. Prosigue Loayza: “En su obra, la parte de ficción es casi insignificante, mientras lo que se llamaría la no-ficción –las memorias, las biografías, los ensayos históricos o filosóficos- son una creación imaginaria: dicen la verdad pero una verdad suya, una “verdad sospechosa” lo cual, según Alfonso Reyes, es una buena definición de la literatura”.

No todos los calmucos de Rusia huyeron con el khan Oubacha y el intrigante y celoso primo Zebek Dorchi. De estos dos, el “bueno” sobrevivirá y será acogido por el emperador de la China; el otro, acorde con una ley natural que castiga la ignominia, terminará muerto. No la totalidad, decimos, porque los que habitaban el oeste del río Volga no tuvieron tiempo de hacerlo. Hoy, siglo XXI, todavía sus descendientes viven en una república autónoma, parte de la Federación Rusa, con sus propias leyes y religión budista. Esa Kalmukia (a poca distancia de lo que fue Stalingrado) recuerda el inmenso drama de sus parientes.

Hago como De Quincey y me pierdo en las posibilidades de la literatura con el pretexto de la historia. Elucubro acerca de Astrakán, de Saratov que fue calmuca y luego alemana, en plena Rusia. Con Delisle descubro nombres que ya no se encuentran en la virtualidad moderna, que no desaparecieron gracias a un papel colorido, ajado, que no sé por qué razón tiene en colores destacados a Persia, Laos y Japón.

Busco en Google las hordas de Taifa Jalbadois, Kontascini, Kasania, sitas en la estepa sin ningún resultado. Nombro el reino de Usurtai o de Calka y me refiere a un libraco viejísimo y voluminoso de Antoine-Augustin Bruzen de La Martinière donde anota que según Marco Polo “Calacia” era una villa de idólatras donde había unos pocos nestorianos con tres iglesias; sujetos al gran Cham y tejedores en lana blanca de hermosos textiles. Allí donde se pierde ya la historia y comienza el infatigable mundo de los sueños.

03/01/17

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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 08/01/2017

Wednesday, January 4, 2017

Perros salvajes/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me adueño del título de un filme israelí donde se presenta a un grupo de desalmados que hacen lo que les da la gana y doran sus acciones con meliflua y engañosa retórica. Lo traslado a la política, a los dos países en los que he dividido mi vida: Bolivia y Estados Unidos, gobernados ahora (ahora en uno y muy pronto en el otro) por estos perros salvajes que buscan satisfacer sus pasiones, deseo, angurria, vanidad y todos los pecados mortales en uno.

Que entramos a otra época no hay duda, aunque si desdoramos los aditivos circunstanciales, la decoración casual, veremos que siempre hemos estado en lo mismo. En Europa parece que retornó el tiempo del fascismo pero, contemplando América Latina todavía sujeta a regímenes “populares y progresistas”, no hallaremos punto de diferencia entre la vileza de la derecha y el asco de la izquierda. Atronadoras debiesen ser, pero son pífanos, las voces de protesta de aquello que se ha venido en llamar la Acracia multitudinaria e indefinida. Caldo de cultivo, quizá, pero donde el sabor no ha optado aún por ser picante o meramente dulzón.

Quedan dos semanas y un poco para que Donald Trump se siente con voluminosas nalgas en la silla presidencial de los Estados Unidos. Ayer hizo expulsar de un campo de golf de su propiedad a un escritor que osó hablar “mal” de él en una biografía. Ha llegado la hora de confirmar o no la solidez de las instituciones del norte, famosas (merecido en cierta medida) por su inflexibilidad y su apartidismo. El desafío estará sobre todo en la libertad de prensa, que desde una Corte Suprema que el déspota delineará según su criterio, andará en la cuerda floja de un mundo a punto de caer en un tercermundismo antes detestado.

En Bolivia, Morales el emperador, falso indio y falso en general, secundado por el eunuco semiletrado pero parlanchín, ajusta el calendario para poner una fecha tentativa a sus designios: 2025, sabiendo que el número implica solo un detalle embustero en la apuesta por la eternidad.

Miraba la marcha hacia Santiago de Fidel Castro Ruz, ya muerto, y la urna en la que cabía su persona era como para un enano. Tan poco somos y cuánto nos creemos. A Santiago, en Oriente, donde la revolución no la hizo él sino otros, ya olvidados, denigrados, presos, fusilados. 

Decía Lou Andreas Salomé en un filme viejo a un orate Nietzsche que su tiempo había llegado. Implicaba el del Superhombre que la historia acabó por arrasar. Llega el tiempo de los Enanos, sin insulto hacia ese grupo humano de características propias y de iguales derechos, pero no encuentro otro adjetivo que describa la pequeñez de lo que nos aguarda, una, hay que saberlo, cargada de sangre. Trump al norte, poderosísimo; Morales al sur: parodia del hitlerismo. Personajes con la misma peluca. Tiempo de los pelucones, de los peluquines, del novelón y matones de cantina. El planeta tuvo que pasar tres mil años de llamada civilización para parir estos engendros. La tristeza no es solo mía.

Ya que estamos en esto del cine para desenmascarar a los proxenetas del fin del mundo, recuerdo la fílmica mexicana y Amores perros. Perros salvajes suelen tener amores perros. En esa diatriba peligrosa e inconsecuente nos hemos enfrascado, y de este amor de dentelladas y lomos despellejados no extraeremos ni el placer de un buen coito. Al contrario, el gusto será el de un plato ya deglutido y regurgitado; nos darán de comer lo que ya disfrutaron y desecharon.

Retomo entonces a Malatesta, a la pirotecnia, a, tal vez, la violencia moderada por la razón. Las nuevas páginas todavía ansían tinta; la sangre también sirve para escribir.
02/01/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/01/2017

Imagen: Ang Kiukok