Me adueño del
título de un filme israelí donde se presenta a un grupo de desalmados que hacen
lo que les da la gana y doran sus acciones con meliflua y engañosa retórica. Lo
traslado a la política, a los dos países en los que he dividido mi vida:
Bolivia y Estados Unidos, gobernados ahora (ahora en uno y muy pronto en el
otro) por estos perros salvajes que buscan satisfacer sus pasiones, deseo,
angurria, vanidad y todos los pecados mortales en uno.
Que entramos a
otra época no hay duda, aunque si desdoramos los aditivos circunstanciales, la
decoración casual, veremos que siempre hemos estado en lo mismo. En Europa
parece que retornó el tiempo del fascismo pero, contemplando América Latina todavía
sujeta a regímenes “populares y progresistas”, no hallaremos punto de
diferencia entre la vileza de la derecha y el asco de la izquierda. Atronadoras
debiesen ser, pero son pífanos, las voces de protesta de aquello que se ha
venido en llamar la Acracia multitudinaria e indefinida. Caldo de cultivo,
quizá, pero donde el sabor no ha optado aún por ser picante o meramente dulzón.
Quedan dos
semanas y un poco para que Donald Trump se siente con voluminosas nalgas en la
silla presidencial de los Estados Unidos. Ayer hizo expulsar de un campo de
golf de su propiedad a un escritor que osó hablar “mal” de él en una biografía.
Ha llegado la hora de confirmar o no la solidez de las instituciones del norte,
famosas (merecido en cierta medida) por su inflexibilidad y su apartidismo. El
desafío estará sobre todo en la libertad de prensa, que desde una Corte Suprema
que el déspota delineará según su criterio, andará en la cuerda floja de un
mundo a punto de caer en un tercermundismo antes detestado.
En Bolivia, Morales
el emperador, falso indio y falso en general, secundado por el eunuco
semiletrado pero parlanchín, ajusta el calendario para poner una fecha
tentativa a sus designios: 2025, sabiendo que el número implica solo un detalle
embustero en la apuesta por la eternidad.
Miraba la marcha
hacia Santiago de Fidel Castro Ruz, ya muerto, y la urna en la que cabía su
persona era como para un enano. Tan poco somos y cuánto nos creemos. A
Santiago, en Oriente, donde la revolución no la hizo él sino otros, ya olvidados,
denigrados, presos, fusilados.
Decía Lou Andreas
Salomé en un filme viejo a un orate Nietzsche que su tiempo había llegado.
Implicaba el del Superhombre que la historia acabó por arrasar. Llega el tiempo
de los Enanos, sin insulto hacia ese grupo humano de características propias y
de iguales derechos, pero no encuentro otro adjetivo que describa la pequeñez
de lo que nos aguarda, una, hay que saberlo, cargada de sangre. Trump al norte,
poderosísimo; Morales al sur: parodia del hitlerismo. Personajes con la misma
peluca. Tiempo de los pelucones, de los peluquines, del novelón y matones de
cantina. El planeta tuvo que pasar tres mil años de llamada civilización para
parir estos engendros. La tristeza no es solo mía.
Ya que estamos en
esto del cine para desenmascarar a los proxenetas del fin del mundo, recuerdo
la fílmica mexicana y Amores perros.
Perros salvajes suelen tener amores perros. En esa diatriba peligrosa e
inconsecuente nos hemos enfrascado, y de este amor de dentelladas y lomos
despellejados no extraeremos ni el placer de un buen coito. Al contrario, el
gusto será el de un plato ya deglutido y regurgitado; nos darán de comer lo que
ya disfrutaron y desecharon.
Retomo entonces a
Malatesta, a la pirotecnia, a, tal vez, la violencia moderada por la razón. Las
nuevas páginas todavía ansían tinta; la sangre también sirve para escribir.
02/01/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/01/2017
Imagen: Ang Kiukok
Preciso y contundente. Gracias!
ReplyDeleteGracias, Elizabeth.
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