Wednesday, January 4, 2017

Perros salvajes/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me adueño del título de un filme israelí donde se presenta a un grupo de desalmados que hacen lo que les da la gana y doran sus acciones con meliflua y engañosa retórica. Lo traslado a la política, a los dos países en los que he dividido mi vida: Bolivia y Estados Unidos, gobernados ahora (ahora en uno y muy pronto en el otro) por estos perros salvajes que buscan satisfacer sus pasiones, deseo, angurria, vanidad y todos los pecados mortales en uno.

Que entramos a otra época no hay duda, aunque si desdoramos los aditivos circunstanciales, la decoración casual, veremos que siempre hemos estado en lo mismo. En Europa parece que retornó el tiempo del fascismo pero, contemplando América Latina todavía sujeta a regímenes “populares y progresistas”, no hallaremos punto de diferencia entre la vileza de la derecha y el asco de la izquierda. Atronadoras debiesen ser, pero son pífanos, las voces de protesta de aquello que se ha venido en llamar la Acracia multitudinaria e indefinida. Caldo de cultivo, quizá, pero donde el sabor no ha optado aún por ser picante o meramente dulzón.

Quedan dos semanas y un poco para que Donald Trump se siente con voluminosas nalgas en la silla presidencial de los Estados Unidos. Ayer hizo expulsar de un campo de golf de su propiedad a un escritor que osó hablar “mal” de él en una biografía. Ha llegado la hora de confirmar o no la solidez de las instituciones del norte, famosas (merecido en cierta medida) por su inflexibilidad y su apartidismo. El desafío estará sobre todo en la libertad de prensa, que desde una Corte Suprema que el déspota delineará según su criterio, andará en la cuerda floja de un mundo a punto de caer en un tercermundismo antes detestado.

En Bolivia, Morales el emperador, falso indio y falso en general, secundado por el eunuco semiletrado pero parlanchín, ajusta el calendario para poner una fecha tentativa a sus designios: 2025, sabiendo que el número implica solo un detalle embustero en la apuesta por la eternidad.

Miraba la marcha hacia Santiago de Fidel Castro Ruz, ya muerto, y la urna en la que cabía su persona era como para un enano. Tan poco somos y cuánto nos creemos. A Santiago, en Oriente, donde la revolución no la hizo él sino otros, ya olvidados, denigrados, presos, fusilados. 

Decía Lou Andreas Salomé en un filme viejo a un orate Nietzsche que su tiempo había llegado. Implicaba el del Superhombre que la historia acabó por arrasar. Llega el tiempo de los Enanos, sin insulto hacia ese grupo humano de características propias y de iguales derechos, pero no encuentro otro adjetivo que describa la pequeñez de lo que nos aguarda, una, hay que saberlo, cargada de sangre. Trump al norte, poderosísimo; Morales al sur: parodia del hitlerismo. Personajes con la misma peluca. Tiempo de los pelucones, de los peluquines, del novelón y matones de cantina. El planeta tuvo que pasar tres mil años de llamada civilización para parir estos engendros. La tristeza no es solo mía.

Ya que estamos en esto del cine para desenmascarar a los proxenetas del fin del mundo, recuerdo la fílmica mexicana y Amores perros. Perros salvajes suelen tener amores perros. En esa diatriba peligrosa e inconsecuente nos hemos enfrascado, y de este amor de dentelladas y lomos despellejados no extraeremos ni el placer de un buen coito. Al contrario, el gusto será el de un plato ya deglutido y regurgitado; nos darán de comer lo que ya disfrutaron y desecharon.

Retomo entonces a Malatesta, a la pirotecnia, a, tal vez, la violencia moderada por la razón. Las nuevas páginas todavía ansían tinta; la sangre también sirve para escribir.
02/01/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/01/2017

Imagen: Ang Kiukok





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