Pareciera que
hablamos de caciques latinoamericanos, y no. Es Trump, “The Donald”, en unos
días presidente jurado de los Estados Unidos que trae a este país, desde el ala
“derecha” (ya que sus socios del sur dicen venir de la “izquierda”),
desasosiego y quizá fin.
Keith Olbermann,
comentarista deportivo convertido en icono de opinión política, es bien claro, dirigiéndose
a quienes votaron por Trump. Les dice que no va a hablar de políticas,
programas, sino de la enfermedad de este hombre que va a dirigir los destinos
de trescientos millones de personas y que tiene el gordo pulgar apuntando al
botón del Armagedón, la guerra nuclear.
Basta leer,
prosigue, la inconsistencia de sus “trinos” en Twitter para concordar en que el
individuo no está en sus cabales. Toca a los republicanos, y pronto, removerlo
de la presidencia, antes de que el cielo (esto es mío) se cubra de
arrepentimiento por acaecidas e irreparables desgracias.
Trump lo que más
ansía es ser reconocido por su “clase”, entendiéndose como soltura en el
lenguaje y gestos, impecable urbanidad, cultura. Lejos de allí el hombre, con
dinero y ligado a otros sujetos billonarios como él, pero con las típicas
características de un patán de tres por cuatro, seguido por crías de igual
índole, y de yerno un ortodoxo judío de dudosa honradez y vanidad de sobra.
Ricos nacidos de la astucia, tal vez del trabajo, pero sobre todo del
impenetrable color turbio de las finanzas que no tienen ni alma ni escrúpulos.
Obama, con la
suavidad trágica que lo caracterizó en política internacional, negro como es
(esto devastadoramente todavía importante en EUA), siempre se presentó como un
sofisticado caballero. Resulta que el representante de la “escoria blanca”, el
“cuello rojo” destinado a levantar el supuesto muerto espíritu de América, no
tiene el nivel de los antiguos esclavos. Dice que se rodea de hombres de alta
calidad, cuando la realidad presenta una bandada de buitres financieros que
esquilmarán la nación hasta su agonía y que, a la larga, o bien corta,
arrasarán con los idiotas iletrados que creen en ilusionistas de feria, en
vendedores de elíxires que asoman con carromatos por el Far West donde todos
cargan armas y se creen por ello protegidos contra fortuna y cuervos. Sin
olvidar la Biblia…
Hoy un
interesante reportaje del NYT recrea charlas con seguidores de Trump en la
Luisiana rural acerca de la intromisión rusa para favorecer al candidato
republicano. Resulta extraño que un país de semejante potencial económico tenga
una gran mayoría de gente que apenas puede leer y escribir, así sea titulada en
cualquier cosa. El nivel de educación en Norteamérica muestra ser en realidad
muy bajo. Saliendo de las urbes encontramos ese país profundo que describía Joe
Bageant y que muestra una galería de no muy notables personajes, donde
religión, matonismo, drogadicción y alcohol han fundado una base desgraciada y
vil de habitantes que se considera superior al resto del mundo y que apenas balbucea
su propio idioma. Han quedado relegados en atavismos, anacronismos, desdorados
brillos que el populista Trump pule para iluminar una efímera fata morgana sin futuro.
La población
rural de Luisiana entrevistada alude al hacking
ruso como asunto sin importancia, bienvenido incluso si gracias a eso Trump es
hoy presidente. Increíble en el corazón de la marmita del patriotismo
insensato, aquella de banderas unionistas y confederadas por igual, de rezos y
superioridad blanca. Pronto se pondrán a endiosar a los chinos, si estos se
dignan en aras de su interés de decorar al payaso para satisfacerlo y
mantenerlo al margen. Margen flojo por supuesto ya que hablamos de un
impredecible niño bobalicón. Pronto estos campesinos idiotizados navegarán los
secos ríos de la miseria. Lo dudoso es que se den cuenta del por qué, y que no
son los mexicanos (que mantienen viva con su trabajo, legal e ilegal, la
seguridad social que les asegura al menos el pan) los culpables.
09/01/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 10/01/2017
Imagen:
1 Riber Hansson (Suecia)
2 Christo Komarnitski (Bulgaria)
3 Osmani Simanca (Brasil)
4 Luo Jie (China)
Imagen:
1 Riber Hansson (Suecia)
2 Christo Komarnitski (Bulgaria)
3 Osmani Simanca (Brasil)
4 Luo Jie (China)
Elocuentes postales de la Norteamérica profunda que resultan difíciles de creer, dado que estamos en plena era de la información y estas estampas ya deberían ser cosas del pasado. Tus descripciones me hacen evocar inevitablemente paisajes, sucesos, escenas de esa magnífica serie conocida como Carnivale, un onírico relato sobre los pueblos del oeste, donde se entremezclaban la realidad con las supersticiones, todo bañado en las enseñanzas y creencias bíblicas. Aquello estaba ambientado en los penosos años treinta. Parece que todo sigue igual en este siglo, que los atavismos y temores no se han superado. Saludos.
ReplyDeletePoco ha cambiado, José. La introducción de la tecnología ha servido con sentidos prácticos, únicamente, no para comprender la dinámica de un mundo en frenética transformación. Los pueblos rurales de EUA siguen soterrados en el oscurantismo medieval, a pesar de poseer microondas y camionetas último modelo. Ahí se nutre Trump, en la simpleza perruna, agresiva también, de esa gente. Saludos.
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