Friday, November 29, 2013

Crónicas de perro andante: peculiar manera de caminar el mundo


ELENA FERRUFINO COQUEUGNIOT

Algún tiempo atrás, mi hermano Claudio me comentó que estaba escribiendo un libro de crónicas con “un joven periodista cruceño”. Me emocionó la idea de incursionar nuevamente por el territorio croniquero, que me había fascinado años atrás, cuando me acerqué a las narraciones de la conquista y las peripecias de los contadores de aquellas historias impactantes.

Me entusiasmó también imaginar las crónicas que podría estar urdiendo mi hermano, con su particular manera de recorrer el lenguaje. No sabía nada de su acompañante en esta jornada… Esperé pacientemente.

Cuando recibí el libro, mi sorpresa se agudizó. Tanto el título como la portada me advirtieron ya de un camino accidentado, observado desde los submundos de dos aventureros que, sin duda, ladrarían en voces intermitentes, quizá descarnadas. Seguramente privilegiadas. Privilegiadas, no solo por el genial manejo del lenguaje y del relato sino, sobre todo, destacadas en su condición de testigos y actores de los mundos que desconocemos. De esos otros escenarios donde reptan seres que no acceden a las Ferias del libro, pero que las hacen posibles.

Abrir las páginas del texto significó así una deliciosa –a la vez que brutal- confrontación con los testimonios de estos itinerantes subalternos. Brillantes.

En una suerte de lúcido contrapunto, Claudio y Roberto; Roberto y Claudio nos refieren la cotidianidad de lugares y gentes comunes que sabemos que existen, pero que vemos con muy poca frecuencia: prostitutas, cocaleros, narcos, prisioneros… Las voces de los de abajo –para citar a Azuela- convergen en polifonía con las de los narradores-testigos-protagonistas de cada una de las crónicas.

El texto está dividido en seis estaciones que nos obligan a detenernos en el camino. En cada una de ellas, nos adentramos a un mundo singular desde donde nuestros cronistas movilizan miradas renovadas y tensiones interpretativas, forzando al lector no solo a irrumpir en escenarios extravagantes –por lo feroces- sino sobre todo, a adoptar una suerte de estatuto transgresor que altera, junto con las voces narrativas, los escenarios de crítica y conflicto que dibujan el abrupto panorama textual.

Como lo afirma Darwin Pinto en el prólogo, en Crónicas de perro andante “releemos la realidad y nos sorprendemos… de nuevo. Reinterpretamos, reaprendemos, reentendemos, revemos. Activamos la memoria y echamos a andar la maquinaria del sentido crítico, del putazo indignado ante la barbarie, la corrupción o la maravilla que nos atropella con cascos de caballos salvajes o de bandidos ilustres o de héroes anónimos.”

“Orgullo y vergüenza”, “El poder”, “Entrar donde los demás quieren salir”, “Crónica detrás de la crónica”, “La delgada línea de la vida (o de la muerte)” y “Otras andanzas”, son los nombres que reúnen, de cierto modo, relatos paralelos, representaciones fácticas de historias localizadas en tiempos y geografías que nos resultan familiares, pero que en los hechos cobran rostros nuevos una vez que periodista y novelista los transcurren y los materializan a través del uso magistral de las infinitas posibilidades del lenguaje.

Pues nuestros dos autores no son solamente eximios artífices de la palabra, sino que además confluyen –de manera casi natural- en anacronías y cosmografías que parecen arrancadas de Milton o Capote. Y, en ese afán, nos regalan un texto donde se hermanan periodismo de investigación y literatura, donde los esquemas de representación a los que recurre el discurso narrativo nos permiten reorientar la lectura y repensar los imaginarios instituidos, mediante una puesta en escena que no puede sino comprometernos éticamente, en tanto receptores y depositarios de esta sucesión de testimonios que nos develan mundos surreales y personajes que palpitan en mezcolanza de carne y de palabra.

Transcurrimos así escenarios nacionales, que reconocemos, pero que adquieren nuevas subjetividades: Aiquile y el terremoto; Chito Valle y su hotel inverosímil; putas de toda laya; Evo Morales y Orinoca; Cochabamba y sus poblados; Pongo y el Tipnis… Pero también México, Bosnia, Chile, Cartagena y Aurora. Y choferes. Amigos. Peligros y deleites con que paladeamos cada crónica, cada frase que articula la inusual experiencia de equilibrar la escritura desde dos estilos que, en definitiva, ignoran la rigidez de sus estructuras y favorecen una melodía de lenguajes que se entrecruzan y se confunden en un escenario tan conocido, pero tan original como las propias narraciones que lo constituyen.

Zapatos empolvados, mochilas en desgracia, escenarios despiadados, historias exorbitantes… Instrumentos necesarios para una manera peculiar de caminar el mundo. “Como tuercas que encajan en una misma pieza”, la escritura cómplice de “estos dos hombres traviesos”, como diría Roberto, nos permite sacudir la mirada para transcurrir por cloacas y maravillas en un deleite poco común. El placer insoportable de leer un libro extraordinario. Pablo Cingolani diría que “el efecto de este libro es tan seductor, tan movilizador como misterioso, que uno quisiera que su lectura no acabase jamás. Aquellos que aman la lectura, los devotos del dios de la literatura, tienen en este perro andante a un compañero fiel para seguir la ruta”.

octubre de 2013

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Leído en la presentación del libro, Cochabamba, 10/2013


Tuesday, November 26, 2013

El perro presidente/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot
  
De casualidad -no me interesaba- apareció Cristinita en televisión, la viuda del tuerto que veía los negocios mejor que muchos que tienen los ojos derechos. Lo de “tuerto”, para descargo mío, lo tomo del casi beatífico Mujica, de quien tengo dudas y alguna simpatía. El hecho es que apareció Cristina I, emperatriz del Calafate, potentado de riqueza y poder, pero también de gran tristeza porque su hijito no podrá ser ya heredero, ni su hijita, de la que dijo es “cineasta” y que filmó las pésimas secuencias que comento ahora, tampoco. Menos el engendro que parece carga en vientre. Dinástico fin.

Esta mujer, presidente por la tragedia argentina de jamás superar la lacra peronista, y que junto a su esposo sobrevivió sospechosamente las matanzas del régimen militar, retornaba de una cirugía que le descubrió la calavera. Incluso acostumbrado a la magia del socialismo del siglo XXI, de inmundos chamanes, profecías y alucinaciones, me sorprendí que mostrara una cabellera que envidiaría Janis Joplin; imaginé que el hechicero Choquehuanca le envió ungüento de coca previamente acullicada y que de seguro es la loción capilar más importante del mundo; no hallo otra explicación. O que el nuevo mesías, Moralitos, ejecutó danzas macabras en palacio, con calcetines y calzones de tenista de lujo, porque de awayo no los lleva (picarían en exceso), para que le crecieran los capilares a su madrastra del sur.

Retornemos, volvamos a las montañas de la burla y la inconsciencia.

Sentada, con el amargo rictus que la caracteriza y que debe resultar fatal en tiempos de amor carnal, saludó a los amados, porque todo pueblo es amado por sus expoliadores. Con movidas de “un mechón de tu cabello” (Adamo), de distintos tintes para ser objetivo, quiebres de voz, algo de ojos vidriados o vidriosos da lo mismo, poses de actriz de reparto, dama de novelón, resurgió de la muerte, como el Bienamado, comandantico  Odorico Chávez, reacondicionado como pajarón en su nueva vida, y lagrimeó. Hasta tuve que escanciarme un trago -difícil decidir entre Zacapa y Matusalén- para no llorar también. Comprendí el efecto narcotizante de la estupidez y el drama, algo utilizado a fondo por Mussolini y perfeccionado por sus actuales secuaces latinoamericanos: el castrati Correa, el sublime Huevo y el mentecato caraqueño, entre varios. Allí, en ese momento, si encontraba alguna papeleta rojica, hubiese votado por la eternidad de los líderes. Pero no la encontré, solo pilas de papel higiénico que me dieron la idea de exportarlas a Venezuela y hacerme rico con ajenas y turbias necesidades de culo.

La Kirchner, como efecto mediático para alelante chusma, se retiró con permiso de la “cineasta” para volver con un simpático perrito y ponerlo en su regazo. Se lo habían traído como promesa a cumplir de parte del amigo difunto, el “comandante eterno”. Dislates van y vienen, el animal se convirtió en tema de la sesión. Hasta resucitaron al pobre Bolívar para decorar con la grandeza de aquel la miseria propia.

Observé, se me irritó la piel con millares de burbujas. Fue en el instante en que el perrico miró a la cámara y guiñó: era el mismo diablo, el comandante ubicuo y versátil cambiando plumas por pelo. Cristinita le echó una admonición cuando le masticaba el mechón plástico. “Dirán que eres chavista”, le advirtió, y se oyó a lo largo del país una exclamación de asombro y júbilo. Chávez, perdón, el perro, sonreía. Los achinados ojos no daban lugar a dudas, era el redivivo, el zombie de la política, dando bienvenida a una princesa que aunque perdida intentará lo imposible para quedarse. Pensé en John Milton, en sus luminosos ángeles caídos, comparándolos con estos pingajos. Opté, para escapar, por cambiar de canal. Rugby de primera, los All Blacks contra Inglaterra. Una mosca revoloteaba alrededor. Llevaba boina roja. No lo puedo creer, suspiré, y la aplasté con un matamoscas anaranjado que creo debo reemplazar porque está viejo.
25/11/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 26/11/2013

Fotografía: "Simón"


Monday, November 25, 2013

Los pechos del mundo/EJERCICIOS DE MEMORIA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

De tanto parimiento el mundo se ha hecho mujer y, como tal, dos pezones suyos, altivos en la cima de los senos, se levantan. Muchas son las naciones a lo largo de la tierra que querrían que sus montañas fuesen esos míticos pechos. Pero unas son demasiado grandes; otras, colinas verdosas incapaces de amamantar algo más que ovejas. Una montaña, para ser madre, requiere imponencia sobre todo. Debe hacer que los labios se sobrecojan en infantil memoria.

En un principio creí haber hallado una de las dos fertilidades: fue cuando contemplé el Chorolque enardecido con nubes que brotaban de su pico como baba celeste. Mas este cerro no perdía en las horas su halo de masculinidad. La decepción de la orfandad se apoyó en mí con descaro... La ruta del altiplano se hizo larga. Cercano a la frontera chilena divisé un amanecer la brillantez del curvado y prominente Sajama. Para el pueblo, el Sajama es macho, “tata”; yo me aseguré de su femenino en los rincones de mi corazón. Alegre en oposición al frío, jugué las pupilas por el seno más lindo que encontrara. Tenía uno.

El azar y la irresponsabilidad me movieron por doquier. En Arequipa, Perú, indagué el sentido de las voluptuosidades esféricas del Misti, volcán apagado. Si bien la sensación no fue tan repentina como ante el Sajama, había encontrado el segundo pecho que buscaba. Con un poco de blancalechenieve me regresé al hogar. Aquella noche soñé que América era el vientre, la madre, la mujer, la esposa del mundo, y que ella hundía su nuca en el Pacífico mientras lavaba los pies atlánticos. La espalda empujaba dos senos, Sajama de nombre uno y Misti el gemelo. Las nieves se derretían lácteas en los dedos de los niños.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 20/02/1988

Fotografía: Misti


Saturday, November 23, 2013

México en Elena Poniatowska/BAZAAR

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Elena Poniatowska, con rostro europeo y apellido de noble polaca es, ante todo, una gran mexicana, quizá la mejor novelista actual de aquel país.

En La flor de lis, a su manera una autobiografía, o las memorias de cualquier niña blanca en el aindiado México, ella deambula por escenarios de recalcitrante afrancesamiento, y, sin embargo, cuando la protagonista, pequeña e inteligente muchachita, se refiere a la tierra mexicana, lo hace con un cariño tan sutil que conmueve.

En Querido Diego, reconstrucción de las cartas de la esposa rusa de Diego Rivera a él, de Europa a México, el desprecio por la ingratitud y el egoísmo del pintor no impiden que a la vez uno sienta en este controvertido personaje toda la grandeza y hermosas contradicciones de la nación de Juárez; como decir: a pesar de todo, México y los mexicanos son maravillosos.

A Elena Poniatowska le llevó casi diez años redactar su novela-biografía de la fotógrafa, amante, mujer, política y revolucionaria italiana Tina Modotti, cuyo destino estuvo íntimamente ligado al México postrevolucionario de fines de los años veinte, al de Cárdenas y al de Trotsky; al de los poetas y escritores Salvador Novo, José Revueltas y otros, y al de sus grandes muralistas. Pero más que recopilación de nombres famosos o de hechos notables, lo que sobresale es ese intimismo deslumbrado y amoroso por el pueblo indio, sus soles y casas, o la alucinación por los volcanes, el Popo y el Ixtla que iluminaron a Malcolm Lowry, antes o después, eso no importa.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), mayo de 1996

Imagen; Escultura mexica de un hombre sosteniendo un fruto del árbol del cacao. 


Tuesday, November 19, 2013

Míster coca/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ángel Parra cantaba en una de aquellas inolvidables canciones, Soldadito de Bolivia, de un míster dólar que regalaba muerte a sus lacayos bolivianos. El tiempo trastrocó el panorama. Ahora, del supuesto lado en que el cantante se ubicaría, un míster coca gobierna un feudo que ni siquiera se hubiesen imaginado los mejores secuaces del imperio: propiedad privada, compartida por federaciones cocaleras de semianalfabetos, lujuriosos y vanidosos ricos que siguen viviendo, a pesar de la riqueza, como cerdos. El poder descarado del dinero y la consecuente extensión de ese poder en el terror del machete pendiendo sobre una sociedad casi cómplice.

Míster dólar y míster coca, caras de una misma moneda, sombras pesadas y poderosas que mandan el camino a seguir de las naciones. Ambos señores ávidos de impunidad y oro, por encima de cualquier criterio moral y con una retórica de libertad, igualdad, fraternidad similar, mientras les convenga. Estados Unidos entonces; el narcotráfico hoy. Aquellos por los viejos oligarcas; estos creando nuevos.

Pero seguimos con la cháchara del cambio, la revolución, a pesar de la obviedad del asunto. Lo que vivimos hoy es un inmenso negocio ilegal, donde si bien las migajas se extienden bastante, el costo como país será letal, sin la capacidad de reponernos a la velocidad de vecinos ricos, sin la capacidad, posiblemente, de reponernos nunca.

Las huestes malignas, los orcos según los llama un lúcido bloguero nacional, han encontrado en los resultados de estudios sobre la hoja “sagrada”, el incentivo para arrasar con parques nacionales y tierras aborígenes. Pero en ello hay culpa colectiva: intelectuales con veleidades de pueblo que mastican la insufrible pasta; orientales, cruceños y benianos, que también “bolean” influenciados -e inconscientes- por la existencia de una subcultura del narco que crece y se afirma en nuestro territorio. Como si rumiar fuera la constancia de existir y ser.

Este imperio es con mucho más peligroso que el otro al norte. Porque en él no hay prisioneros, ni controversias ni suspicacias. Igual al fundamentalismo islámico, en el narco todo se castiga con la muerte; el individuo desaparece, se lo toma en cuenta solo en lo utilitario de su condición para mantener el status quo. Los amos invisibles, entre los que están financistas, banqueros, gobiernos, aparte de los zares locales, no toleran preguntas.

Bolivia, que siempre vivió al filo de este fenómeno, como productor de la hoja, ahora habita en el fondo del saco, y ni napalm ni masacres u otros medios que se usen para combatirlo servirán de mucho. Siendo un pueblo que se alimenta de mitos, que vive de discursos y falsedades, toma el asunto a la ligera. El razonamiento es simple: mientras recibamos algo, cualquier cosa, estamos bien. Filosofía de mendigos que sueñan con misses universo, copas del mundo, centrales nucleares y bolivianos en el espacio. Y se lo creen. Más que onanistas, oniristas, pero en mal sentido.

Conversando con un grupo de colombianos, españoles, mexicanos, irlandeses y tejanos el fin de semana, enumerábamos las virtudes del pueblo boliviano, que son muchas. Gente amistosa, alegre, fiestera, porque en fin esas son cualidades que ayudan a vivir mejor de alguna forma. Y luego lo incomprensible, el historial eterno de caudillos y ladrones; el hambre; la miseria; la negligencia en educar. Y hoy la sombra. Míster coca como ente abstracto pero no irreal; míster coca personalizado en un tipo avieso con un entorno de aquelarre.

“Regalo de míster dólar”, cantaba Ángel Parra refiriéndose a las armas que USA proveía a los milicos para “matar a su hermano”. Regalo de míster coca hoy, para matarnos a todos… menos a los monarcas.
18/11/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 19/11/2013

Imagen: Caricatura de Naranjo/2008. De Combate al narco-Caricaturas políticas (Blog Mexicanos en USA) 

Monday, November 18, 2013

Notas para nuestras crónicas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Crónicas de perro andante es un hijo extraño. Producto de la época, entre dos autores que jamás se han mirado a la cara en persona. ¿Es eso posible? Coordinar historias, confrontarlas, concatenarlas de algún modo, para dar como resultado un heterodoxo conjunto de crónicas entremezcladas con prácticas literarias suele ser difícil incluso trabajándolo hombro a hombro.

Un feliz mano a mano virtual, que ha dado como resultado un libro que tal vez todavía no se valore en su justa magnitud, pero que en su día implicará un hito por el que querrán transitar –y lo harán- nuevos periodistas y literatos bolivianos con otras búsquedas, todas válidas.

Agradezco la bonhomía de un compañero como Roberto Navia Gabriel, talentoso y humilde, difíciles características para andar juntas. Estas páginas nos unen y nos alegran.

Al maestro Mariano Baptista, como siempre, gracias.  

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Leído en la presentación del libro, FIL La Paz, 2013   

Friday, November 15, 2013

Sabuesos y trotamundos

Haydee Nilda Vargas Guerrero

El pasado 12 de octubre se presentó en la Feria del Libro de La Paz , “Crónicas de perro andante” escrito por Roberto Navía Gabriel, premio Ortega y Gasset 2007 en Periodismo y Claudio Ferrufino Coqueugniot, premio Casa de las Américas de novela 2009 y premio Nacional de Novela en 2011.
Cuando tuve el libro de los escritores andantes recordé que en algún momento había escuchado decir que el periodista escribe lo que debe y calla mucho de lo que sabe y entonces me picó la curiosidad por explorar en las 288 páginas los misterios que encerraba. 
Al pasar sus páginas encontré crónicas a contrapunto entre el periodista y el novelista en 42 textos de la historia reciente acerca de lo cotidiano e insólito, lo extraño y oscuro que palparon los autores del libro en ambos lados de nuestra luna. Más en ese lugar oscuro, poblado de fantasmas e indeseables, o el hoyo negro a donde han caído personas insospechadas.
¿Quién no conoce la historia de Chito Valle, la maraña que oculta el negocio de la coca o el destino incierto de los inmigrantes en Argentina y Brasil? Conocemos la periferia de los hechos, sólo vemos el rostro de la barbarie, no hemos tocado sus entrañas. El libro invita a releer esa realidad, a fijar la vista y conciencia en los que a pesar de la desgracia siguen o desean seguir adelante.
La crónica “El periodismo necesita un médico” es una reflexión sobre la necesidad de corregir los errores del periodismo, ante la inminente pérdida de interés en el diario impreso en relación a la televisión y redes sociales de comunicación, que se adelantan a la publicación de la noticia. El libro rescata el oficio del periodista desde la trinchera y al mismo tiempo escribe la historia de Bolivia en la era tecnológica, pero de involución humana.
Así lo comprobamos cuando leemos los tres breves relatos de “El gusto de invadir territorios” en un retorno constante a las aberraciones del pasado con las argucias de un político y la insistencia de un infeliz a sentar presencia en la frontera con el Paraguay, a pesar de los demonios naturales que le quitan el agua, o las incursiones nocturnas procedentes del país vecino que matan sus reses a tiros.
El título del libro responde a la actividad profesional de Roberto Navía que viaja continuamente arriesgando el pellejo, pero con el ánimo del sabueso en busca de la historia con final feliz o aquella que encierra una ciudad oculta, donde aparentemente no pasa nada, aunque todos se jueguen cada día “la última carta de sobrevivencia”. El libro, sin embargo, se complementa con las historias de la experiencia del novelista trotamundo Claudio Ferrufino. Ambos recrean la realidad que les ha tocado vivir desde puntos de vista diversos y con un estilo  muy personal.
Los dos hicieron un “duetto” de antología. Nos impresionan, nos sacuden y a veces nos llenan de furia porque van desenredando el hilo de los hechos y lo tensan gradualmente hasta crisparnos los nervios como sucede en “La ciudad oculta”, “La ciudad de la furia”, “Los ángeles de la guarda” y “El cuervo Jalisco”, por citar algunas.
Roberto Navía y Claudio Ferrufino recogen testimonios de primera mano, pero a su vez, interpretan los hechos con ojos del profesional de la palabra, y finalmente nos cuentan  de la única manera que saben hacerlo, con talento. Cada crónica, una tras otra, es una prueba del acertado camino que están siguiendo, de un tiempo a esta parte, los escritores de Bolivia. 

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Publicado en Literatura boliviana en vitrina (España), 10/2013

Thursday, November 14, 2013

Un libro, un filme, un disco


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

UN LIBRO

Ilia Ehrenburg/Un escritor en la revolución (Segundo libro de Memorias)

Memorias que importan, porque a partir del año 17, con un verano que duró una década, la literatura rusa cambió para siempre. Ehrenburg relata que las tropas de Wrangel detuvieron al poeta Osip Mandelstam; paradójico que quienes lo mataron fueran los bolcheviques del 30. Ehrenburg partía hacia Europa de la estación de Finlandia; Lenin llegaba por allí.
Esenin, Meyerhold, Maiakovski. Los obuses anunciaban la muerte. Muchos creyeron que la vida.


UN FILME

El buey/Sven Nykvist (Suecia, 1991)

El sombrío realismo escandinavo en su mejor momento. Péndulo entre la vida y la moral. Matar un animal para sobrevivir al hambre puede convertirse en pesadilla porque atenta al rígido código de los devotos.


UN DISCO

New York/Lou Reed, 1989           

Individualidad concentrada y talentosa. Lou Reed experimenta y crea un extraordinario álbum. Inaugura, con precisión cronológica, mi emigración a EUA. Invierno del 89. Por los muelles corre el hielo. New York en la cassetera nocturna.

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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 10/2013

Imagen: Portada de Un escritor en la revolución, Joaquín Mortiz, México



Tuesday, November 12, 2013

La desmitificación de la izquierda/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En la juventud no había otra opción lógica, y honesta, que pertenecer a la izquierda. Nací el 60, y desde el 64 hasta el 80, todo mi tiempo de formación, viví bajo dictadura militar. Por eso, cuando la bandera rojinegra del sandinismo entró en Managua, festejé como si de mí y de mi tierra se tratasen. Un ejemplo, de cientos.

Eludí, y no me reprocho, ser títere de facciones. Ser “orgánico”, como se decía entonces, no formó parte de mis creencias. Detesto las estructuras verticales; acepto las del trabajo por necesidad, pero ese es tema aparte. Saqué a mis padres el orgullo de la individualidad, y lo que me contaban, siendo niño y adolescente, nunca cayó en saco roto. Lo procesé, aprendí, y definí mis propias conclusiones. Recuerdo el relato de papá, que apenas había conseguido un puesto luego de la Revolución Nacional, como funcionario público, a quien cada vez que se anunciaba una asonada falangista, u otros asuntos de ficción o realidad, sacaban de cama, le daban un fusil y conminaban a defender el “proceso”. De inmediato, perspicacia e inteligencia le anunciaron de qué se trataba. Eso de convertir al individuo en colectivo, en recua, no iba con él. Devolvió el fusil, les dijo que fuesen a tomar por culo, y renunció. Más vale la angustia de sobrevivir con modestia que la caricia de un amo.

Hoy, en Bolivia, dicen que la izquierda, el pueblo, están en el poder. De ser verdad vamos mal. Porque los feudos que se han contagiado en América Latina, cuyo origen se funda en la dinastía Castro, desmienten lo que leí en los libros. Aunque bien anunciaba Bakunin, más de cien años atrás, que con el triunfo de las ideas de Marx sobrevendría esto. Desarreglado, indisciplinado y caprichoso, el ácrata de Premujino tenía una profunda visión que soslayaba el espejismo. No se equivocó: en la cuna del marxismo duerme un monstruo totalitario. Claro que de ahí a llamar marxistas al cocalero y su consorte hay distancia mayor a un abismo. Las bandas cocaleras y demás manadas de mulos serían, en un gobierno comunista, material de primera para el paredón. No alcanzarían las balas.

Mencioné al sandinismo. Gocé, no me avergüenza, del asesinato de Somoza padre, Tacho, en las páginas de Sergio Ramírez. Fue feriado cuando un bazooka hizo volar a Tachito en Paraguay. Recorté esa noticia de primera página y aún duerme en mis archivos. Ahora resulta que el comandante sietemesino, Daniel Ortega, desea reavivar el dinástico escenario de aquellos malandrines. Me pregunto si de algo sirvieron las sangres, el inconmensurable dolor de Nicaragua, para que un corrupto y fantasmal “héroe” se encarame en provecho propio sobre las osamentas de los ingenuos y las víctimas. Si alguna vez la palabra izquierda significó progreso, liberación, paz, igualdad, hoy modela justamente lo contrario.

Observo a los delegados de las FARC en La Habana, el ciego y sus congéneres, el otro embelesado con las Harley Davidson, la gringa que cree que con nalgas se alcanza el paraíso social… y me digo que de triunfar y entrar en el proceso político colombiano, los individuos mencionados iniciarán otra carrera monárquica. Se repartirán el poder de reyes y príncipes entre ellos y mandarán los muertos al carajo. A eso se reduce la izquierda latinoamericana, a hábil sociedad de pillos. ¿Que lo que digo me pone en convivencia con Uribe? De ninguna manera.

Alguien ya lo escribió, que quien peor mal hizo a la izquierda fue Hugo Chávez, el pajarón desquiciado y ratero del cual el azar nos liberó. Ni hablar de Morales y GL (en iniciales porque este comediante parece salido de un “soap opera” norteamericano, léase DallasDinastía, etc.). El término es obsoleto; lo abrumó y enterró la mentira. Hay que desecharlo del lenguaje político porque después de estos carece de sentido. Tal vez así podamos inventar uno nuevo, barriendo la mugre. Demasiado cansancio de apóstoles, hastío de profetas.
11/11/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 12/11/2013

Imagen: El Lissitzky/Tributo a Lenin, 1920 

Monday, November 11, 2013

Raymond Chandler, el policial literario

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Decía Chandler que lo importante no era relatar el asesinato en sí, sino qué hacía, pensaba, preocupaba a, la víctima en el instante previo. Escribo de memoria y rememoro a medias, pero algo como que el muerto ni siquiera veía llegar la muerte: estaba ensimismado en atrapar un clip de metal sobre una mesa… Eso elude la categorización de subgénero que ha castigado al relato policial y lo convierte en literatura a secas. Esta transición contó con dos nombres: Dashiell Hammett y Raymond Chandler, siendo este último, con su búsqueda de la forma, el de estilo más rico y logrado.

Chesterton hablaba del policial -lo cita Frank MacShane- como la “primera y única forma de literatura popular en la que se expresa algún sentido de la poesía de la vida moderna”. Raymond Chandler se convierte en su maestro y alterna su educación clásica, formal, inglesa, con la jerga popular americana en un péndulo incesante entre ironía y crudeza.
07/13

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Extractos del texto se publicaron en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra) para el aniversario de Chandler.

Fotografía: Raymond Chandler



Sunday, November 10, 2013

Muerta Ciudad Viva o la (re)escritura de los márgenes


ELENA FERRUFINO COQUEUGNIOT

“Se acomodó en el vano de una puerta, al frente del Mercado Calatayud, en la esquina de Uruguay y Lanza. Había sido terrible noche, borrascosa, bebiendo la más infame chicha que vaya uno a saber cómo sube los pasadizos del cerro San Miguel. Seguía mareado”.

Comienza así la nueva novela de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, instalando a sus lectores frente al panorama que servirá de recurso y guía a lo largo de un recorrido convulsionado y marginal a través de una Cochabamba que existe. Que está ahí, pero que no vemos. La ciudad como cuerpo y como monstruo se perfila y se construye en cada página, en cada frase.

Cochabamba se transforma en tema, en hilo conductor del relato. Es el escenario donde transcurren las historias alucinadas; alucinantes del personaje principal que nos engulle –violento- en un remolino de pestilencia, alcohol y sexo. Es en este escenario ambulante a la vez que permanente, donde el narrador nos sumerge no solo en los márgenes de la literatura, sino en los extramuros de la convención social, lejos de la ortodoxia de escribas dóciles y timoratos.

A tiempo de deconstruir los imaginarios urbanos tradicionales, Ferrufino-Coqueugniot erige la impresionante presencia de lo citadino marginal, al obligarnos a deambular con él los escenarios más sórdidos de una ciudad que bulle y se agita bajo la fuerza de una voz que viola toda interdicción preestablecida al representar –con lenguaje atroz- temas como el erotismo –el sexo-, la muerte y el alcohol. La condición humana y el furor salvaje que la prefigura.

Cada palabra que estructura la novela nos apremia a cruzar la línea de la razón; del establecimiento literario, social y moral. El transcurso del personaje principal –que no tiene nombre- resulta en un cúmulo de fechorías que nos sacuden a lo largo de los 62 relatos que conforman la novela. Cada una de estas anécdotas ha sido cuidadosamente organizada bajo una numeración aparentemente sin sentido. Son siete los grandes puntos de confluencia, desde donde el narrador dibuja escenarios sórdidos y truculentos. Hidra de mil cabezas que se enrosca alrededor de los temas recurrentes: la ciudad, la chicha, el sexo y el lenguaje.

En este decurso, cada segmento narrativo va y viene en una suerte de remolino que transita del uno al dos; del cero al tres; del uno al cuatro, al siete… como en desenfrenado arranque de un punto al que retornamos obsesivamente y del cual partimos una y otra vez al ritmo que nos impone el relato en este universo ilimitado, a la vez que esquivo y manoseado.

Claudio nos ofrece el espectáculo de una ciudad nauseabunda, donde mujeres y mendigos; borrachos y ladrones desfilan ante el lector provocando repulsión mezclada con una suerte de fascinación ante este escenario de transgresión sistemática, donde el vértigo familiar y elemental ante lo prohibido se convierte en goce perverso, permitiendo que lector y protagonista se revuelquen –juntos- en las calles de lodo mezclado con mierda. En los pasadizos secretos de una Cochabamba que repta ante la seducción del pecado.

Muerta ciudad viva puede leerse como la representación de lo irregular; de lo que está en los bordes, fuera de los márgenes; de lo que quebranta toda noción de normalidad. Es una novela densa. Dura. Organizada en torno al estilo único de su autor, que recurre a la esencia del lenguaje y la estructura narrativa para lograr el artificio del mal; del trastorno de los esquemas mentales, sociales y morales de una sociedad que vive en contradicción permanente. De una ciudad de plazas y eucaliptos, mientras en sus entrañas confabulan estremecimiento y terror. Exceso. Vértigo. Desenfreno.

El relato se focaliza generalmente en el narrador que es, además, actor principal en esta bacanal prostituida de palabras. De vez en cuando, la voz narrativa se hace eco de la tercera persona, en un intento del protagonista por verse a sí mismo, en el propio espectáculo que vislumbra su desmesura. Desde esos espacios, nos transcurre a través de una suerte de genealogía familiar, casi como en un bildungsroman, desde donde podemos percibir los estadios de su aprendizaje. De su deambular por los territorios del agravio.

Nos adentramos así en su infancia, conocemos a su familia, sus amigos; caminamos su casa, saboreamos la leche con toddy que le prepara su madre y atestiguamos la evolución de una angustia que empuja al personaje cada vez más lejos en su derrotero hacia el exterminio y la maldición que, en esencia, delatan su nihilismo esencial.

Los barrios del sur, el Cerro San Miguel, los alcoholes del Mercado “La Pampa”, el campo, los alrededores de Cochabamba son solo algunos de los recovecos por donde nos adentramos, en penumbra, sin brújula ni guía, hacia el estremecimiento y la repugnancia. Pero no estamos solos. Como es habitual en la pluma erudita de Ferrufino-Coqueugniot, reconocemos a Bataille, Sade, Apollinaire y Adamo, entre tantos otros. Las chicherías pasan de infames a gloriosas, cuando Joyce, Barthes o los Doors rechinan en seducción inexorable.

Y las mujeres. Pelirrojas y rubias. Morochas y extranjeras… Todas ellas en común desmesura, urdiendo sus cuerpos en lasciva vía de acceso a lo imposible. Una tras otras se suceden nalgas y vulvas en furibunda orquesta libidinosa que condice con una experiencia casi mística del exceso. A través de los artilugios del lenguaje, el autor logra matrimoniar sexo y alcohol en un magistral uso de una suerte de sacrificio “sagrado”, por lo indómito.

No hay figuras, ni lugares coherentes en este libro. Ante nosotros se ofrece el espectáculo de lo imposible que nos arrastra en precipicio homicida. Golpea uno a uno nuestros prejuicios y nos desnuda ante nuestras propias posibilidades de arriesgarnos a lo extremo, a la transgresión, a la muerte. Nos encontramos frente a una larga confesión; a la representación de una “experiencia interior”, a lo Bataille. Una meditación universal desde la que el narrador nos hace cómplices de una alucinada voluntad de destrucción de sí mismo. Fraternizamos con el escritor corrompido y compartimos con él la esencia de su maldición.

Pero eso no es todo. La novela –como toda la obra de Claudio- constituye también un poderoso recurso crítico a la sociedad boliviana. A las taras de un país que es tan hermoso como truculento. Saboreamos geografías idílicas, así como paisajes del averno. Exploramos las enormes contradicciones de una sociedad que bebe, fornica y come sin tregua. Sin piedad.

Piques macho, qhallus, sillp’anchos y carnes suculentas alternan con chichas y alcoholes; con callejones y oscuridades que facilitan la aniquilación y el delirio. En esa búsqueda constante por exceder los límites Ferrufino-Coqueugniot nos regala la escritura como huella originaria que se ofrece a sí misma como sacrificio y como transgresión. Como muerte.

Como diría Guillermo Ruiz Plaza, en Muerta Ciudad Viva, Claudio es fiel al arte de la heterodoxia. “Nos ofrece en esta nueva entrega una larga risa fúnebre y un intenso ensayo moral –despojado de tesis y además rico en experiencias- acerca de ese ‘monstruo mañudo y engañoso’ que es la ciudad y también, sin duda, el escritor de ficciones”.
Por el arte. Por la vida.

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Texto leído en la presentación de Muerta ciudad viva en la FIL, Cochabamba, 03/11/ 2013
Publicado en Revista OH (Los Tiempos/Cochabamba, 10/11/2013

Imagen: Chaïm Soutine/La res desollada


Thursday, November 7, 2013

¡arde Cochabamba! / ¡arde Madrid!


Pablo Cerezal

...como ya acostumbro (aunque intuyo ser ignorado), aviso que lo mejor de esta entrada es la música que, nuevamente, se encuentra al final (a ver si así alguien me lee)... 

Cochabamba esconde en sus bolsillos de escarnio y propaganda monedas de basura y billetes de podredumbre, con que poder adquirir una salteña de saldo y una entrepierna de uso y abuso. Pasear ciertas calles de la ciudad, al albur de las farolas en huelga y los horarios ingratos descubre un tropel de desperdicios que difícilmente puedan desaparecer antes del día siguiente, cuando las caseras  inicien la danza somnolienta del adecentamiento. Cuando el gallo aún no sabe que lo es y las prostitutas sumergen en la turbulencia gélida de una ducha apresurada los lodos de sus cien batallas. Será entonces que el mercado comenzará a tomar forma del barro en que quedó desecho la noche anterior, cuando los despojos y el estiércol apócrifo amenazaban con sumergirlo todo en una marea de abrazos de mugre y adioses mal suspirados.

Arde Cochabamba, podría pensar el inexistente lector de estas líneas retorcidas en regueros de cochambre. O quizás no. Porque, de primeras, es difícil imaginar la basura que ya forma parte del pavimento y el caminar ciudadano ardiendo en pira funeraria de suciedades y melancolías. La basura, cuando es parte del paisaje, caso de arder, sólo logrará desmantelar la ciudad y eso no, no lo deseamos los que en ella habitamos.

Pero tampoco deseamos conservar la basura en nuestras casas. Mejor su descanso dominical de barrenderos en huelga y gatos famélicos. 

Es, ahora que el regreso, temporal pero inminente, a Madrid me muerde los talones, que gusto de gastar los de mis zapatos contracturados por los meandros de suciedad y abandono de la ciudad de Cochabamba. Marearme en el hedor de estiércol y verdura sin sentido de La Cancha, al anochecer, y navegar su brillo de navajas calcinadas y vísceras a medio fermentar, como aquel navío ebrio de Rimbaud en la epopeya del sexo y la celebración de los oponentes. Olfateo cual lobuno engendro los efluvios de la chicha desperdiciada en marea de vómitos que amenazan con naufragar las calles más sureñas de este Planeta Sur que hoy me habita, aquí, en Cochabamba, perdido en el laberinto de cerrojos oxidados y miradas ídem del Mercado de La Cancha, más bien del tropel de mercados que dan vida a este monstruo multiforme que los cochabambinos que no lo pisan se enorgullecen de cacarear como el más grande de toda Latinoamérica... yo no lo sé, sólo lo paseo en la penumbra del riesgo y la anochecida que nos ha de tragar a todos.

Y todo podría arder, en confetti o desperdicio, esta noche sin más luna que la del ojo de cristal del mendigo borracho que pretende amancebarme a su conversación de chicha putrefacta y harapo deslumbrante.

Pero no arde, no, y un Madrid en que la basura sí comienza a calcinarse al amparo de la revolución mínima de unos barrenderos, operarios de la limpieza ajena, que ven peligrar sus puestos de trabajo de sobras e inmundicia. Porque el Ayuntamiento de la capital de esa España que sepultó en los Andes que hoy me rodean los huevos putrefactos de la cruz y el látigo, ha decidido que están de más un buen puñado de esas personas que se encargan de limpiar el culo a la ciudad mientras sus habitantes duermen. Y ellos, cansados, con su aroma a sardina descompuesta como única bandera pirata y revolucionaria de una revolución fracasada de antemano, han decidido incendiar en basura las calles de la ciudad: incendiar su basura.

Al fin, creo, no se me hará tan patente como temía el cambio de continente. Pero, para no olvidar las pequeñas diferencias e inapreciables concomitancias, acompañará mi viaje el velero glorioso de la prosa quebrada y prístina de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que me ha reconciliado con la literatura en estos días de paseos desmemoriados y memoria equívoca en que me pierdo por lo más perdido de la ciudad que, durante año y medio, he habitado sin darme cuenta de hasta qué punto me habitaba ella a mí.

Regreso, en breve, a "casa", a enmendar el dictado pornográfico de los periódicos con mis onanismos de guerrillero absurdo y perdido. Pero, sobre todo, regreso para zambullirme en la basura sentimental del abrazo amigo y el beso fraterno mientras la basura real, la que despreciamos y otros nos recogen, arde en las calles de un Madrid que se me hará, seguro, desconocido e incierto. Como Cochabamba, como Bolivia, Latinoamérica y ese El Dorado que algunos vinieron a buscar antes que yo y del que, lo lamento, pocos vislumbres he podido registrar. De momento, porque... volveremos.

Madrid, sí, eso ya lo sé: nunca volverá a ser lo mismo. Afortunadamente, como dijese el Poeta: queda la música...

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Publicado en el blog Vislumbres de El Dorado, de el joven Cerezal, 06/11/2013
                                             

Amargura en Cochabamba



RICARDO BAJO H.

Muerta ciudad viva (Editorial El País) es la última novela de uno de nuestros mejores escritores, Claudio Ferrufino Coqueugniot, Premio Nacional de Novela en 2011. Con su particular estilo narrativo —repleto de pesimismo existencial, escatologías, rock, sexo y humor negro— Ferrufino regresa a los 80 revolucionarios en un ejercicio nostálgico de aquellos locos y maravillosos años de la universidad.

Muerta ciudad viva es un retrato descarnado de Cochabamba, con un fuerte dejo de amargura; es un diario cansino y crepuscular de días y noches de vísceras y vino; son las memorias de un aspirante a escritor despistado.

La nueva obra de Ferrufino no está a la altura de sus dos novelas anteriores (El Señor don Rómulo y la excepcional Diario secreto) pero a ratos sus capítulos fragmentados funcionan como agresivos relatos cortos, puñetazos certeros directamente al hígado.

Viajes hacia ninguna parte en el micro D nos muestran la otra cara de la Llajta (como en la película El olor de tu ausencia); una galería de personajes desesperantes son maltratados por la chicha infame (el alcohol, tan presente en nuestras letras); remembranzas de comidas que devuelven a la infancia; y adrenalina de pequeñas guerras de baja intensidad recorre la obra.

Ricardo Bajo H. es periodista.
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Publicado en La Razón (La Paz), 07/11/2013
Imagen: Pablo Picasso/Sin título, 1971


Wednesday, November 6, 2013

"Adoro las ciudades con todas sus máscaras". Entrevista con Alex Aillón sobre MUERTA CIUDAD VIVA



ALEX AILLÓN VALVERDE

1.-El título de tu última obra Muerta ciudad viva, nos lleva a una primera pregunta ¿cuál es la ciudad a la que te refieres? ¿Cómo ha sido tu relación con las ciudades en las que has vivido? ¿Sientes que esta es una novela urbana?

Es Cochabamba, en una faceta que no desdice su belleza y bucolismo, pero que vive al margen. Por eso, a ratos, el personaje es capaz de oler los eucaliptos, mirar los cerros. Hay una ciudad que vive, y él en ella, y otra que lo mata. No es un asesino real, o una región suicida, aunque lo parezca a través de sus oscuridades, las cuales se podrían explicar por fenómenos sociológicos, económicos, pero no se trata de eso el asunto, más bien de la percepción exacerbada del individuo ante un ente abstracto que semeja presente en la realidad.

Adoro las ciudades, en todas sus máscaras, y Cochabamba entre ellas, la soleada y plácida que disfrutamos, la sombría que oscurece y muchas veces no amanece más.

Novela urbana, con ese dejo rural que nos queda de nuestra historia, pre y post revolución nacional. La ligazón del cochabambino con el campo sigue siendo muy estrecha.


2.- Cómo ubicas tú último libro en el contexto de toda tu obra ¿Cuál es el momento en qué decides escribir esta novela?

Estaban las ganas, desde hace mucho. Creo que es una novela largamente pensada que encontró el resquicio preciso para materializarse. Sigue, al menos en estilo y espíritu, una línea de penumbra, dolor y brutalidad que habita en mis anteriores libros.

3.- El Exilio voluntario es en buena parte una construcción de la memoria, de tu posición como escritor inmigrante en Estados Unidos, ¿Muerta ciudad viva cuánto tiene de autobiográfico?

Muerta ciudad viva es la contraparte local de El exilio voluntario. Cronológicamente su argumento precede a aquel de la emigración. Diré que El exilio comienza donde se acaba Muerta ciudad, a pesar de que no hablamos de los mismos personajes. Hay circunstancias relatadas en el nuevo libro, que aparecen como circunstancias efímeras en la novela, también urbana, del boliviano en USA. ¿Lo autobiográfico? Bastante. Pero el escritor se apropia como suyas de otras vidas y experiencias, lo sabemos. Hay mucha gente que habita en el personaje central, sabiéndolo o no.

4.-Ramón Rocha Monroy, quien ha presentado estos días tu novela en la Feria del Libro de Cochabamba ha dicho que pocos escritores hay en Bolivia y el mundo que tengan el imaginario doloroso, escéptico y rebelde de Claudio. Y que para ubicarte habría que leer a Petronio, Rabelais, Lautréamont, Bukowski, Henry Miller, Celine, Cioran y Jaime Saenz. Dime Claudio ¿con cuál o cuáles de ellos te identificas más y por qué?

Bueno, son todos autores que he leído y disfrutado en su momento. Creo que todos ellos comparten algo de lo que se relata en el libro. Ramón habla del dolor, la rebeldía, el escepticismo. Lo encuentras en cada uno de ellos. Lo sombrío y lo amargo también.

5.- Por último, en qué trabajas ahora y cómo lo trabajas, cuál es tu método general de escritura, esto ha cambiado con los años?

Varios proyectos de novela, algunos tan antiguos como una década. El hecho de írseme cerrando espacios como columnista, me da -espero- el tiempo para dedicarme a obras de ficción. No tengo método; lo he dicho en otra ocasión, escribo cuando puedo, cuando la lucha por la supervivencia y las obligaciones cotidianas lo permiten. Pienso que eso le añade algo de sal.

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 05/11/2013

Foto: Aly Ferrufino-Coqueugniot


Tuesday, November 5, 2013

Vacaciones (de los) plurinacionales/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me dije: a ver si puedes no pensar y menos escribir acerca del par esperpéntico que cabalga a pelo sobre las hirsutas crines de la patria. ¿A pelo?, no, qué error, si estos las van de elegantes y virtuosos. Cerré el ordenador, no miré los diarios; eludí comentarios y enlaces referidos al tema, y la semana pasó tranquila, con los avatares cotidianos como debe ser.

La validez de ejercitar voluntaria ceguera suele no aguantar la crítica, pero como profilaxis, e incluso remedio, no tiene par. A ratos, cuando sean reflexión o ira lo que me inclina a hablar, siento que he caído en su juego, atrapado por la estulticia colectiva que es donde se alimentan y procrean estos célebres célibes y hasta hoy nunca cesantes tiranos. Ellos, en apariencia el yin yang andino, aunque son uno u otro solamente, porque de bueno no hay nada; ni interrelación de opuestos, ni complementariedad, unión, etcétera, únicamente comercio, donde la pieza a vender y usufructuar es un pedazo de geografía el doble de tamaño que Francia y habitada por comedores de hojas, más ávidos aún que los blancos macacos japoneses, rojirrostros, que degluten cuanto les viene al paso en la niebla de su entorno.

Pero, bueno, enumerando los positivos valió la pena. Pude ver cine, películas turcas con paisajes de belleza inverosímil, considerando con tristeza que en mi propio país ya ni se puede caminar por el campo. Uno va en busca de aroma de eucalipto y termina rociado con gasolina, amarrado con alambre de púas, golpeado, humillado, escupido, bañado en baba verde que chorrea de los labios de los según el presidente pacíficos hermanos (¡!) y, finalmente, si suerte hay, ejecutado en una horca que llega a ser liberación. Porque caer en manos de los hermanos, así con esta tosca rima, suele ser fatal, y de larga penuria. Pero -parafraseo- “nosotros”, y ese nosotros quiere decir “ellos”, así separándose de nosotros nosotros, somos pacíficos, contemplativos, amantes de la naturaleza, incapaces de perpetrar fechorías, de tender emboscadas, de copular y de hacer parir. Nosotros los del Espíritu Santo aymara parecemos corderos dispuestos al matadero aunque digan que somos manada de perros disfrazada de borregos.

Leí. El Atlas memorioso de Borges, caminando entre columnas irlandesas y volando en globo. Norman Mailer en la gloriosa novela, aunque la gloria es miseria allí, Los desnudos y los muertos. Música, de retorno a la Sodade de Cesarea Evora, los Olimarareños, y calypso de los años 20 en, por supuesto, Trinidad. Cuánto, en lugar de escuchar la plática inconclusa e incongruente del cabecilla, y las necedades del lugarteniente, típico tuerto en país de ciegos. Pero, me repito, perder el tiempo tiene su razón, y hay que ocuparse de individuos que apuestan a eternidad porque alrededor suyo contemplan yermo, paja brava, tolares, arbustos achatados sobre los que parece fácil reinar. Alguien tiene que enfrentarlos, poner un muro donde choque su vanidad y rebote para caérseles encima como vómito infecto.

Aprendices de chamanes pero hábiles pajpakus. Iguales a su fraterno venezolano-colombiano, a quien sus compañeros de curso llamaban el “platanote” por su tamaño: Nicolás Maduro, que luce como salido del medioevo en su variopinta capacidad de hallar reliquias de santos, de uno en particular: del sabanero Chávez.

Semana memorable, ajeno al peinado mujeril de Morales y a los ademanes que mejor ni comento del otro. Corto una tajada de cheddar y la introduzco en pan blanco para acompañar el café que humea. Afuera el cielo se ha puesto gris. Amenaza nieve. Me arrebujo en ropas de invierno y pienso en De Quincey, el comedor de opio. Vacaciones.
04/11/13

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 05/11/2013

Foto: Macaco japonés

Monday, November 4, 2013

The Wild Side, recordando a Lou Reed

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Francine bailaba desnuda. Cantaba: “Take a walk on the wild side”, y hacía movimientos con las manos. Botellas de vino sobre el mantel. Rojas manchas. Las ventanas de aquel apartamento interior llevaban modestas cortinas. En la parte delantera del edificio las hordas adenistas vitoreaban quién sabe qué. Lou Reed se repetía a sí mismo. Fantasmas de colored girls coreaban chuchu, chu chu, y no sé si la música inventaba aquella mujer, o de los labios de Lou Reed, tirados hacia delante, crecía un sexo profundo y húmedo como la muerte.


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Publicado en el blog HAY VIDA EN MARTE, 02/11/2013

Imagen: Anton Emanuel Peschka/Semidesnuda reclinada, 1925



Saturday, November 2, 2013

Lou Reed, el sobreviviente suicida


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El crítico Dave Hickey lo llama así, en una suerte de ferviente epitafio.

“Sobreviviente suicida”, toda una contradicción, o una filosofía de vida de habitar en el extremo de la muerte, por mano propia, mientras se sabe que se crea, se inventa, funda, recuerda e reinventa la existencia, por mano propia. Dios y el Diablo, al mismo tiempo, conjuncionados y fraternos. Así era, y lo será, la música de este artista notable, neoyorquino por antonomasia y rebelde ejemplar.

Con The Velvet Underground -y Nico, la cantante alemana que le puso voz de misterio a las composiciones de Reed y de John Cale-, al lado de Andy Warhol y su legendaria Factory, había la impresión de que fuesen apéndices de un ambicioso proyecto artístico que dirigía el pintor. Nada más errado. Caminaron juntos; quizá usufructuaron la fama de Warhol para hacerse un espacio. Pero la experimentación y la música se deben a ellos, como la historia lo demostró. The Velvet semeja un lunar intimidatorio, individualista en el género del rock. Ajeno a las veleidades del mercado y la fama, su legado es con mucho mayor al de tantos grupos que pulularon en el “verano del amor”, en lo efímero y poco sólido del “Flower Power”.

No hallaremos hits, super éxitos, en la musicografía de Lou Reed. Creo que Walk on the Wild Side, su canción de travestistas, adictos y sexo oral, de su primer album solo (Transformer, 1972) llegó a la posición 40. No tiene importancia, como no la tuvo para el artista que podía pasar del ensayo de sonido más extremo a dulces canciones de amor.

La aparición de New York, disco genial, en 1989, muestra como un artista de culto de fines de los años 60, seguía siéndolo veinte años después. No hablamos de una permanencia por ejemplo como la de los Stones. Mick Jagger y la “banda más grande del mundo”, continuaron haciendo entretenimiento fuera de su época de oro; Lou Reed continuó experimentando. Su legado musical abarca un espectro tan vasto como el del punk, el rock alternativo, el new wave, la música minimalista y sigue la cuenta… 

Pete Townshend, de los Who, decía que el punk le había salvado la vida al rock ‘n’ roll. En uno de los orígenes de ese imprescindible salvamento está Lou Reed, cuyos gustos musicales se remontan a los conjuntos vocales de doo woop, al negro y seminal R&B, pre-Beatle, valga aclarar, sin ánimo desmitificador.
10/13

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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 02/11/2013

Fotografía: Lou Reed