Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Me dije: a ver si
puedes no pensar y menos escribir acerca del par esperpéntico que cabalga a
pelo sobre las hirsutas crines de la patria. ¿A pelo?, no, qué error, si estos
las van de elegantes y virtuosos. Cerré el ordenador, no miré los diarios;
eludí comentarios y enlaces referidos al tema, y la semana pasó tranquila, con
los avatares cotidianos como debe ser.
La validez de
ejercitar voluntaria ceguera suele no aguantar la crítica, pero como
profilaxis, e incluso remedio, no tiene par. A ratos, cuando sean reflexión o
ira lo que me inclina a hablar, siento que he caído en su juego, atrapado por
la estulticia colectiva que es donde se alimentan y procrean estos célebres célibes
y hasta hoy nunca cesantes tiranos. Ellos, en apariencia el yin yang andino,
aunque son uno u otro solamente, porque de bueno no hay nada; ni interrelación
de opuestos, ni complementariedad, unión, etcétera, únicamente comercio, donde
la pieza a vender y usufructuar es un pedazo de geografía el doble de tamaño
que Francia y habitada por comedores de hojas, más ávidos aún que los blancos macacos japoneses, rojirrostros, que degluten cuanto les viene al paso en la
niebla de su entorno.
Pero, bueno, enumerando
los positivos valió la pena. Pude ver cine, películas turcas con paisajes de
belleza inverosímil, considerando con tristeza que en mi propio país ya ni se
puede caminar por el campo. Uno va en busca de aroma de eucalipto y termina
rociado con gasolina, amarrado con alambre de púas, golpeado, humillado,
escupido, bañado en baba verde que chorrea de los labios de los según el
presidente pacíficos hermanos (¡!) y, finalmente, si suerte hay, ejecutado en
una horca que llega a ser liberación. Porque caer en manos de los hermanos, así
con esta tosca rima, suele ser fatal, y de larga penuria. Pero -parafraseo-
“nosotros”, y ese nosotros quiere decir “ellos”, así separándose de nosotros
nosotros, somos pacíficos, contemplativos, amantes de la naturaleza, incapaces
de perpetrar fechorías, de tender emboscadas, de copular y de hacer parir.
Nosotros los del Espíritu Santo aymara parecemos corderos dispuestos al
matadero aunque digan que somos manada de perros disfrazada de borregos.
Leí. El Atlas
memorioso de Borges, caminando entre columnas irlandesas y volando en globo.
Norman Mailer en la gloriosa novela, aunque la gloria es miseria allí, Los
desnudos y los muertos. Música, de retorno a la Sodade de Cesarea Evora, los
Olimarareños, y calypso de los años 20 en, por supuesto, Trinidad. Cuánto, en
lugar de escuchar la plática inconclusa e incongruente del cabecilla, y las
necedades del lugarteniente, típico tuerto en país de ciegos. Pero, me repito,
perder el tiempo tiene su razón, y hay que ocuparse de individuos que apuestan
a eternidad porque alrededor suyo contemplan yermo, paja brava, tolares,
arbustos achatados sobre los que parece fácil reinar. Alguien tiene que
enfrentarlos, poner un muro donde choque su vanidad y rebote para caérseles
encima como vómito infecto.
Aprendices de
chamanes pero hábiles pajpakus. Iguales a su fraterno venezolano-colombiano, a
quien sus compañeros de curso llamaban el “platanote” por su tamaño: Nicolás
Maduro, que luce como salido del medioevo en su variopinta capacidad de hallar reliquias
de santos, de uno en particular: del sabanero Chávez.
Semana memorable,
ajeno al peinado mujeril de Morales y a los ademanes que mejor ni comento del
otro. Corto una tajada de cheddar y la introduzco en pan blanco para acompañar
el café que humea. Afuera el cielo se ha puesto gris. Amenaza nieve. Me
arrebujo en ropas de invierno y pienso en De Quincey, el comedor de opio.
Vacaciones.
04/11/13
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 05/11/2013
Foto: Macaco japonés
Deliciosa entrada. Lo mas "literatoso" que te he leido, Claudio, con respecto a la farsa plurinacional y las cuitas de nuestro pais. Esto parece escrito con espinas porque duele ser parte de esta realidad. Reflexiones sangrantes hacen falta en una sociedad carcomida por los nuevos zanganos y demas aprovechados. Te envidio el cheddar. Ah, esa combinacion entre queso maduro y un cafe tinto es insuperable, uno de mis vicios. Un abrazo.
ReplyDeleteInsuperable, bien dicho, José, sobre todo en un contexto que deja de lado a esos ignorantes fanfarrones, incluso los supuestos letrados, para permitirnos disfrutar del ocio. Recuerdo El derecho a la pereza, de Lafargue, yerno de Karl Marx. Mejor un cheddar que el Idi Amin aymara, amo de todos los camélidos de la tierra y los alacranes.
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