Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Ray Charles atraviesa las congeladas calles de Aurora; en las colinas el hielo quiso caer por las paredes y se convirtió en cortina transparente. Nunca llegó al suelo.
Cruzo la entrada de unos apartamentos: The Cambrian. En Lowry, que fuera base militar con armas nucleares enterradas en casamatas, crece un asilo de ancianos en forma de L en medio del vapor de frío. Subo por el ascensor a las tres de la mañana. Me siento en el salón de estar, vacío a esta hora. Aunque alguien en silla de ruedas mira por la ventana sin moverse para ver quién entró. Pienso en mi padre, que se hubiera negado a la silla, y al favor de cualquiera. Prefirió morirse con el vozarrón intacto. En su café favorito, en la esquina Ayacucho y Santiváñez, el patrón afirma: murió un patriarca. Si se sigue la calle abajo, hacia el pasado de Cochabamba, una casona guarda la memoria anciana de las sillpancheras hermanas Hilera, en el llamado k'ullku que describía mi padre en ya historia muerta.
Me siento en un salón triste, salón de tres de mañana. Ajados libros en cirílico adornan los estantes. Alguna hora lo llenará de soledades. Miro, igual al inválido estoico, por la ventana. Un Papá Noel de tamaño natural, con las pilas casi agotadas, baila, fantasmal, festejando las navidades. De niño leía, cobijado por los padres, Canción de Navidad, de Dickens. Nunca antes, tal vez en David Copperfield, aprendí tanta tristeza. Este Santa Claus se me hace macabro. Gesticula y canta para los ausentes. De a ratos, alguna cuidadora de ancianos, etíope o somalí, pasa con trapos. Huele a orín, a excremento. Alguien grita en los pasillos ¿en el segundo, tercer piso?
Neil Young canta en un punto cerca de inaudible. Voy con los vidrios del coche abiertos. Ráfagas de quince bajo cero abofetean mi rostro de ambos lados. Me quiero dormir, cabeceo. Despierto sobresaltado y el paisaje se cubre de árboles canosos, de tronco oscuro. Sombras. Les hablo. ¿Eres tú, Joaquín? El hielo debajo de las ruedas suena como cristal quebrado, en una fiesta de despedida, no de fin de año, sino de fin para siempre.
Un mechón de tu pelo. He cambiado la estación. Cumbia sonidera. El listón de tu pelo. Es bailar pena, otra vez, abrazado a una mujer espectro, que nunca se ha ido y nunca permanece. El dormitorio de mis padres está al fondo del pasillo. Miro su puerta desde mi puerta. Diez metros, quizá, pero en esa distancia habitan mujeres de largos vestido y cabello negros. Con el auto he llegado a la intersección de Piccadilly y Hampden, colina arriba. Hay un parque allí, del lado izquierdo, con motivos tradicionales. Unas chozas, teepes indios, muestran siluetas de lo que no existe. La nieve cae, parece que viene de los faroles mortecinos que arrojan los copos. Me he detenido en mi propio western. Desde el Honda Accord imito al postrer cheyenne que mira la fértil hondonada hoy cubierta de mortaja.
Nunca llega la mañana, de Nelson Algren. Me lo dio Joaquín Ferrufino Murillo, el último de los descendientes del ahorcado, hace cuarenta años y recién lo recojo. Lo leo en su hogar, en su cama, con el saco todavía en el perchero, zapatos debajo de la cama, el poncho gris de Sanipaya doblado. Boxeadores polacos de los bajos de Chicago. Le gustaba ese mundo. Me gusta. Nos gusta. Algren revolcaba a Simone de Beauvoir enloquecida de pasión, aferrada a los hombres rudos, aburrida de su pequeño pensador. Culto de la hombría, Joaquín, lo decías mientras estirabas un brazo para alcanzarme Hemingway y las notas de Enzensberger sobre Durruti. Tal vez por eso, cuando me preguntan, el por qué no estoy sentado en una oficina con papeles garrapateados con firmas afirmando lo que soy en la pared detrás, les digo que adoro esta intemperie que me congela los pies y me aisla. Las montañas rocosas de Colorado traen una imagen que podría ser Cochabamba. Espero que se vaya el año y que no vuelva. En medio de la tormenta estoy con mi padre, observado por azorados coyotes que cazan conejos. En la radio suena un blues. Adiós, papá.
29/12/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 30/12/2014
Imagen: Joaquín Ferrufino Murillo
Tuesday, December 30, 2014
Sunday, December 28, 2014
Carol/VIRGINIANOS
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Sí, era ella. Y blonda y sábado y la ciudad.
Besé su boca queriendo besar sus muslos. La veía desde mis negros ojos bigotudos. Tocarla.
Sombras afuera; teléfonos públicos debajo de faroles sin luz. Rubia Carol como un trigal. Rubia Carol como un trigal. Rubia Carol, tercera vez, como un trigal.
Hemos llegado a Bethesda. Aquí vive. Mi mirada la trata en la estación vacía. Mi suerte no es hoy. La creo en la ventana, con pupilas como universos en agua. Tú eres, posible, la que quiero. Tú, aunque no te encuentre o desaparezcas de ayer y para siempre por esas calles que no conozco.
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De VIRGINIANOS, Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991
Sí, era ella. Y blonda y sábado y la ciudad.
Besé su boca queriendo besar sus muslos. La veía desde mis negros ojos bigotudos. Tocarla.
Sombras afuera; teléfonos públicos debajo de faroles sin luz. Rubia Carol como un trigal. Rubia Carol como un trigal. Rubia Carol, tercera vez, como un trigal.
Hemos llegado a Bethesda. Aquí vive. Mi mirada la trata en la estación vacía. Mi suerte no es hoy. La creo en la ventana, con pupilas como universos en agua. Tú eres, posible, la que quiero. Tú, aunque no te encuentre o desaparezcas de ayer y para siempre por esas calles que no conozco.
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De VIRGINIANOS, Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1991
Tuesday, December 23, 2014
La ¿traición? de Raúl Castro/MIRANDO DE ABAJO
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Cuenta Huber
Matos en sus memorias (Cómo llegó la noche/Fábula-Tusquets, 2004) que cuando
llegó con su columna a la proximidad de Majaguabo, territorio de Raúl Castro,
se asombró de cómo marchaban las cosas allí: todo limpio y eficiente, con
revolucionarios en impecables camisas blancas de manga corta, muy diferentes a
los barbados combatientes que lo acompañaban.
El comandante que
meses después caería en desgracia por supuestos actos contrarrevolucionarios,
tropezó allí con una pantomima semejante a la que le sobrevendría pronto, un
juicio fraguado y ridículo. Raúl Castro, hombre de dos caras, jugaba ya a gran
visir en la modestia de su posición; ejercitaba para un futuro de opulencia que
en su caso de notable burócrata, vislumbraba.
¿Quién les cree a
los Castro la cháchara rebelde? El ejercicio del poder los ha acomodado a ni
siquiera sonrojarse. Con tal retórica agruparon en torno suyo a rémoras de la
especie humana con cargos de presidentes, el peor lastre de América Latina
luego de las dictaduras militares; eso sí, bien decorados de muertos, miles de
tontos útiles que solo sirvieron para reinventar el oprobio.
Ahora Castro
vuelca la mirada hacia el norte, dando la espalda a la nomenklatura criolla del
sur, recordando según narraba Matos esa sospechosa ambigüedad. La bobalicona
argentina, el tenebroso aymara, y los que siguen en la lista, sufren de pasmo
¿Dónde queda ahora el discurso anti-imperial? Aplauden, porque entre la izquierda
aplaudir al amo es cuestión de fe. Pero se sienten aturdidos.
Hay dos jugadas
maestras en la novel relación entre la isla y el continente gringo. Obama movió
sus alfiles para con fuego cruzado aislar a los eunucos de la llamada
revolución cubana (además de expandir mercado). Estos, cavilosos han de
preguntarse si necesitan también hacer aspaviento de paz, amor y fraternidad de
los pueblos. Castro, observando la oscuridad, no propiamente de petróleo, que
comienza a aposentarse sobre Caracas, busca una salida. Pero, según escribe un
columnista brasilero, con armas de peso en mano: el moderno puerto de Mariel,
capaz de albergar buques de gran calado que no pueden cruzar Panamá. Castro lo
ofreció primero a los EUA, pero también a Rusia. Practica una suerte de enroque
que en apariencia lo blinda contra el fracaso. Tiene que, y sabe hacerlo,
venderse al mejor postor. Obsoletos son los tiempos de himnos y banderas rojas,
que se sacan a relucir de cuando en cuando para que la gente no se confunda.
Existe una deuda
histórica, desigual pero deuda, entre los Estados Unidos y Cuba. Es el socio
natural comenzando con la geografía. Las calles de Cuba se pueblan de ilusión,
no porque Washington merezca ovacionarse, pero cualquier cosa supera al hambre
y el puterío que esta trae consigo. Puede ser una transacción beneficiosa. Que
traerá reclamos y juicios, seguro, pero qué otra salida le queda al menor de
los hermanos, el tonto y el debilucho, que apostar a todas las salidas con
ánimos de eternizarse. No juega ya con famélicos idealistas que aceptaban el
castigo en aras de una fantasía. El rival-socio es un tigre de afiladas uñas.
La momia de Fidel
no tiene voz ni voto. Escribe todavía con dotes de gran embaucador. Morirá
rico, sin nadie que le aplaste la cabeza como lo hubiera merecido, al que asome la cabeza, duro con él, Fidel
Fidel. Se salieron con la suya, a punta de pistola sacaron al Che y
desaparecieron a Camilo. Los camaradas del Escambray terminaron de “bandidos”.
Cincuenta años pasaron y del sueño quedan pesadillas, familias de aristócratas
de nuevo cuño, patrones más sofisticados que los brutos de otrora.
Cuando bajé en el
José Martí se me acercaron dos de la secreta que querían “entrevistarme”. En
papel usado, una cara estaba ya impresa, y con diminuto lápiz tajado a navaja,
anotaron a mano el monto de cuánto tenía y dónde pensaba gastarlo. Si hay un
sustantivo que pesa más que el de revolución, es el de dinero. En eso estamos.
22/12/14
Sunday, December 21, 2014
Las banderas negras/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Sobre un monumento, delante del Capitolio, ondean las únicas banderas negras que vi. He conocido a los anarquistas europeos y su tradición. Conozco la CNT de Valencia y la de Madrid, pero no observé banderas en ningún lugar, excepto en unos sobres de correspondencia de la Federación francesa.
En Norteamérica, en tiempos de las grandes marchas de protesta por la guerra en Irak, había columnas enteras de estandartes oscuros, como en las fotografías de París 68. Jóvenes vestidos de cuero negro, con boinas y sombreros, los llevaban. Quizá había excesiva altivez en sus miradas; tal vez intransigencia. Sus publicaciones: folletos y periódicos, tenían una sección en lengua inglesa y otra en español, impresas en Nueva York.
Con trajes negros contrastaban con el fondo mármol del Capitolio. El negro de las banderas no era de luto sino de esperanza.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 13/03/1992
Sobre un monumento, delante del Capitolio, ondean las únicas banderas negras que vi. He conocido a los anarquistas europeos y su tradición. Conozco la CNT de Valencia y la de Madrid, pero no observé banderas en ningún lugar, excepto en unos sobres de correspondencia de la Federación francesa.
En Norteamérica, en tiempos de las grandes marchas de protesta por la guerra en Irak, había columnas enteras de estandartes oscuros, como en las fotografías de París 68. Jóvenes vestidos de cuero negro, con boinas y sombreros, los llevaban. Quizá había excesiva altivez en sus miradas; tal vez intransigencia. Sus publicaciones: folletos y periódicos, tenían una sección en lengua inglesa y otra en español, impresas en Nueva York.
Con trajes negros contrastaban con el fondo mármol del Capitolio. El negro de las banderas no era de luto sino de esperanza.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 13/03/1992
Tuesday, December 16, 2014
Una historia familiar
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Jean Coqueugniot, señor de H.., observó los campos. Las almenas recortadas en el humeante paisaje semejaban tijeras rotas. La última rebelión campesina había sido extinguida de los sembrados. Jean Coqueugniot meció su brazo enrojecido de muerte. Apoyado en la mesa no quiso hurtar a las horas su rutina y dormitó. Afuera, el campo permanecía estrecho en su silencio. El hedor de los cadáveres movía su cuerpo ofídico entre las filas de ahorcados. Chirriar de horcas confundido con el graznido de cuervos arrancadores de ojos. Jean Coqueugniot quedó inmutable en la complicidad oscura.
A la mañana el señorío se halló desierto. Todos se marcharon. Jean Coqueugniot, señor de la sangre y la nada, paseaba por los pasillos. Ni toda la piedra labrada del castillo apaciguaba el desasosiego. Contemplaba un horizonte largo como resaca.
Recordó la cruzada, a Raimundo de Saint-Gilles. Estremecióse al pensar en las pieles moras que tomara. Entonces era joven. Ahora, la decrepitud de su raza le había consumido el vigor. Se vistió para el combate. Se puso el yelmo y los guanteletes de malla de hierro. Un perro se acercó gimiento; Jean Coqueugniot lo desnucó... Reunió los animales domésticos. Se sentó con las piernas entreabiertas y procedió a degollarlos, uno a uno. La sangre goteaba de sus faldones como la lluvia que Dios mandó a Faraón.
Se alejó a caballo. En un descanso oyó el viento destrozando los ventanales del hogar. Supo que el demonio se había posesionado. Pensó en su padre, Charles-Claude, y se persignó.
Los campesinos huían ante la siniestra figura salida del pasado. Un hombre marcha solo a una cruzada inexistente y da miedo.
Tibio y agradable día. El brillo de la espada era el rastro de la muerte camino al matrimonio. El hombre cano avanzaba, colgando un gigantesco escudo detrás. Para Jean Coqueugniot el verbo había muerto... quedaba ilusión.
Al cabo de tiempos inmóviles llegó al mar. Pensó que la deslumbrante luz lejana era el oro de los techos de Damasco. Se aprestó para la lucha y hundió el corcel en las aguas. El mar que quería travesar era un pequeño lago alpino, y el oro de las cúpulas de Damasco, el reflejo del sol en un glaciar. Jean Coqueugniot obligó al caballo a dar siete pasos, luego se ahogó...
noviembre, 1985
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 19/08/1988
Jean Coqueugniot, señor de H.., observó los campos. Las almenas recortadas en el humeante paisaje semejaban tijeras rotas. La última rebelión campesina había sido extinguida de los sembrados. Jean Coqueugniot meció su brazo enrojecido de muerte. Apoyado en la mesa no quiso hurtar a las horas su rutina y dormitó. Afuera, el campo permanecía estrecho en su silencio. El hedor de los cadáveres movía su cuerpo ofídico entre las filas de ahorcados. Chirriar de horcas confundido con el graznido de cuervos arrancadores de ojos. Jean Coqueugniot quedó inmutable en la complicidad oscura.
A la mañana el señorío se halló desierto. Todos se marcharon. Jean Coqueugniot, señor de la sangre y la nada, paseaba por los pasillos. Ni toda la piedra labrada del castillo apaciguaba el desasosiego. Contemplaba un horizonte largo como resaca.
Recordó la cruzada, a Raimundo de Saint-Gilles. Estremecióse al pensar en las pieles moras que tomara. Entonces era joven. Ahora, la decrepitud de su raza le había consumido el vigor. Se vistió para el combate. Se puso el yelmo y los guanteletes de malla de hierro. Un perro se acercó gimiento; Jean Coqueugniot lo desnucó... Reunió los animales domésticos. Se sentó con las piernas entreabiertas y procedió a degollarlos, uno a uno. La sangre goteaba de sus faldones como la lluvia que Dios mandó a Faraón.
Se alejó a caballo. En un descanso oyó el viento destrozando los ventanales del hogar. Supo que el demonio se había posesionado. Pensó en su padre, Charles-Claude, y se persignó.
Los campesinos huían ante la siniestra figura salida del pasado. Un hombre marcha solo a una cruzada inexistente y da miedo.
Tibio y agradable día. El brillo de la espada era el rastro de la muerte camino al matrimonio. El hombre cano avanzaba, colgando un gigantesco escudo detrás. Para Jean Coqueugniot el verbo había muerto... quedaba ilusión.
Al cabo de tiempos inmóviles llegó al mar. Pensó que la deslumbrante luz lejana era el oro de los techos de Damasco. Se aprestó para la lucha y hundió el corcel en las aguas. El mar que quería travesar era un pequeño lago alpino, y el oro de las cúpulas de Damasco, el reflejo del sol en un glaciar. Jean Coqueugniot obligó al caballo a dar siete pasos, luego se ahogó...
noviembre, 1985
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 19/08/1988
Thursday, December 11, 2014
Virginianos/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Mi libro comienza un miércoles por la tarde, sobre la única mesa de un departamento en Arlington. Calle Nelson.
1989. Nieve. El abrigo marrón del tío Carlos Coqueugniot me protege. En el bar de la esquina las divorciadas buscan amor, a tientas entre vasos y narices.
Tengo una flamante máquina de escribir. De ella nace Carta a Joan Baez, el primer texto. Lento libro; los artículos se espacian. El trabajo consume los días. El tiempo imposibilita los papeles.
La trivialidad de las horas impide la letra. Limpio el dormitorio; controlo a mi compañero de casa para que no me siga robando la comida. En ese ambiente llamo a la sombra de Tamerlán y exprimo mis sueños. Me obligo a escribir con los ojos cerrados.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 05/03/1992
Imagen: Portada de Virginianos con retrato por Jenny Gubrud.
Mi libro comienza un miércoles por la tarde, sobre la única mesa de un departamento en Arlington. Calle Nelson.
1989. Nieve. El abrigo marrón del tío Carlos Coqueugniot me protege. En el bar de la esquina las divorciadas buscan amor, a tientas entre vasos y narices.
Tengo una flamante máquina de escribir. De ella nace Carta a Joan Baez, el primer texto. Lento libro; los artículos se espacian. El trabajo consume los días. El tiempo imposibilita los papeles.
La trivialidad de las horas impide la letra. Limpio el dormitorio; controlo a mi compañero de casa para que no me siga robando la comida. En ese ambiente llamo a la sombra de Tamerlán y exprimo mis sueños. Me obligo a escribir con los ojos cerrados.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 05/03/1992
Imagen: Portada de Virginianos con retrato por Jenny Gubrud.
Tuesday, December 9, 2014
Pablo Mendieta Paz: el ombligo desnudo y la púa del escorpión
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Atraviesan el
cielo dieciocho gansos canadienses, en V de ataque. Y dos más, rezagados: el
poeta y su amada, me digo.
He leído Al sur de las miradas de Pablo Mendieta
Paz (Editorial 3600, La Paz, 2014), con los pies en la nieve del patio, sentado
sobre un tronco cortado de “roble sollozante”, contemplando en las hojas del
arce que cuelga sobre mí, y en el cristal de hielo en la ventana lo que Pablo
menciona en su dedicatoria: la divina proporción. El número aúreo que el poeta
reclama en la irracionalidad de las letras y la construcción de las palabras, buscando
una geometría intelectual en medio de los sentidos.
A veces réquiem,
porque al poeta le gusta andar por entre las sombras filosofales de lo
incierto, y a veces festejo cuando el poeta -otra vez- afirma que copuló de
nuevo en una floresta de vapor. El sexo femenino, la vulva, cueva del destino,
toma en estos versos multiformes bellezas que decidí no anotar, porque el rasguño
del lapicero contra el papel distraería ese momento de triste y jubilosa
nostalgia en que me echó el erotismo un tanto macabro y jovial de sexos
fluorescentes, como ojos, como estrellas, como focos o brasas cuyo fin no es
destruir sino apaciguar la noche.
Hay un péndulo
constante, un rigor que se inclina a derecha e izquierda equidistante, que
hurga en la penumbra y se solaza con el amanecer. Espacio donde el sexo penetra
y ama, pero también donde los escombros penetran, indicando que la lírica, y al
fin la belleza, dormita en recovecos en letargo alerta, contradictorio, lista a
aparecer en el instante y a evaporarse con la luna.
Pablo Mendieta
Paz imagina un fin del mundo, con fecha marcada: el 21, de diciembre el
veintiuno, con los pálidos cuellos de los buitres del Ande rodeados de
crespones quechuas. Hay tanto en esas líneas, lo no dicho que pesa como verso
tras verso de infinito cargado de dolor y amor, de horribles amaneceres y
queridas medianoches, y hasta la tierra como propiedad de uno, el sentido de
pertenecer a algo, se sugiere en gráciles vicuñas en un vaho.
Temo decir poco y
temo escribir demasiado, porque un poema no se puede criticar como vaso de
peltre. Anoto cosas sueltas, no para teorizar sobre las líneas sino para acariciar
las teclas de un piano imaginario donde Mendieta Paz ejecuta allegros y adagios
como solo un músico sabe.
Fagotes ejecutan
el adiós sobre las costillas rotas, dice por ahí. “Se fue pronto, con vaivenes
de penetrante aroma en celo y murmurando alguna verdad. Se fue pronto, como si
sus pechos fueran dos voluntades.”
El Poeta habla de
resonancia. Este gozo musical se sostiene y pervive. Ajeno a la rima no
descarta un ritmo que cabecea insomne como varita de mago o ramillete de palos
de marimba. Tonos oscuros y delicados; tiniebla y rocío. Pablo nos arrastra por
un universo que nos es común y paradójico. Pero no solemos contarlo como él.
Todos estamos llenos de “lutos cósmicos”; todos le susurramos a ella, la eterna:
“He dejado de amarte, mujer”… y sin embargo te amo.
02/12/14
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 09/12/2014
Imagen: Tarjeta de la presentación de Al sur de las miradas
Comentarios sobre todo y nada/MIRANDO DE ABAJO
Claudio
Ferrufino/Coqueugniot
Acabo de poner en
mi blog un texto del New York Times sobre la maca, planta andina de las
cercanías del lago Junín, Perú. Con la afición china de buscar afrodisíacos en
cualquier variedad vegetal o animal (bajo sospecha de que semejante búsqueda no
habla muy bien del potencial sexual de esa especie oriental, los chinos), la
maca se está convirtiendo en el nuevo tesoro, creando fortunas inmediatas entre
la población nativa que la conoce y cultiva de antiguo. Lo triste, como sucedió
con la goma, es que ya se han cometido actos de piratería biológica, y ahora
crece en suelos del gigante asiático, con lo que ello significa.
Se dice que
comunarios del área vendieron a los visitantes semillas de esta planta que se
parece al rábano y al nabo, con muchos fenotipos que se distinguen por color y propiedades
de las raíces. Eso de las ventas me lleva a algo leído hace poco, referido al
rescate de la illa del ekeko en Berna, Suiza. Las autoridades hablan de que un
maléfico suizo emborrachó a la población local y se llevó la estatuilla.
Pamplinas, mentiras, los originarios borrachos se la cambiaron por monedas, por
trago o por simple lameculismo. Cómo nos gusta eso de victimizarnos; siempre
queremos dar la imagen del pobre indiecito humillado y aprovechado. Caperucita
roja… Nos cae de perillas, para un discurso que toca y retoca el tema y que de
pronto, cuando las circunstancias son propicias, se torna violento, agresivo.
Luego recula y retorna al pobrecito.
Siguiendo en los
Andes, en este rincón espectacular y abominable del mundo, paso a La Paz, hoy
ciudad maravilla. No podía ser de otra manera si el presidente es casi como Linda
Evans, la Mujer Maravilla de la Liga de Superhéroes, con la salvedad de que el
único de esas características en nuestra región es el infatuado Morales. Mal
por quienes creen que esta farsa de votos crea alguna mínimamente palpable
realidad. Sacan a relucir el teleférico y etcéteras, alimentando el mito que el
masismo no ha hecho más que acrecentar en todas las áreas, privándonos de
conocimiento y análisis, jugando sobre deseos insatisfechos y complejos.
Me gusta La Paz.
Mi madre decía que hedía. París también hiede, sobre todo en Montmartre donde
uno va dando saltitos para evitar enlodarse en mierda de perro. Es, como toda
urbe, contradictoria. No la conozco tanto como para adelantar juicios. De lo
poco visto, y ya obsoleto porque me alejé hace más de dos décadas, conservo
buen recuerdo, incluso de su miseria que el tiempo dora de espejismo. Sin embargo no perdería un minuto en entrar a dudosos sitios para votar por algo en
lo que no creo. Todas las ciudades tienen algo para maravillar al visitante, y
todas para ser vilipendiadas por sus propios habitantes.
Antes de salir al
trabajo, mi esposa habla sobre los presos de Guantánamo que Uruguay ha recibido
como “favor” a los Estados Unidos, aunque ya Mujica abrió la boca para comentar
sobre derechos humanos e implicar que estos tipos quedarán muy pronto sueltos.
Odio la idea del centro penitencial norteamericano en Cuba, cámara de tortura,
pero talibanes, militantes de isis o cualquier fundamentalista, sea hebreo,
persa o árabe, no despiertan la menor simpatía en mí y menos compasión. Son
ellos los que están volcando el siglo hacia la morosa letanía religiosa de
tiempos de la Noche de San Bartolomé. Son el enemigo, diga lo que diga Mujica
que aún no me convence a pesar de su frugalidad.
Me alegró el
premio para Juan Goytisolo.
Detesto la idea
de que con rapidez vamos internándonos en la espiral del narco. Miro en la
televisión peruana perros rellenos de cocaína, sonrientes traficantes.
Mi hija Emily va
a graduarse en Historia, materializando un insatisfecho deseo de su abuelo
Joaquín. Hará un postgrado en curatoría de museos.
Desde mi pared
una gran máscara punu, de Gabón, me observa con ojos achinados. Decorativo
mortuorio, pienso, antes se apoyaba en un rostro descompuesto. Hoy adorna.
08/12/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 09/12/2014
Imagen: From Wonder Woman issue 7, Winter 1943
Monday, December 8, 2014
Un parque para el poeta/CUADERNOS DE NORTEAMÉRICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Había terminado la guerra del Golfo Pérsico. Norteamérica era orgullo. Los muchachos se cubrían de banderas. En las tiendas, juguetes burlones con el rostro de Saddam Hussein desaparecían de los estantes; gran éxito de venta.
George Bush decidió entonces congraciarse con los árabes moderados. No importaban los muertos de Irak; no los habían matado. Se murieron solos, enterrados en sus casamatas.
Inauguró un hermoso parque, en Washington, frente a la embajada británica. Al inicio del parque pusieron una fuente, y, allí, una escultura-busto del poeta libanés Khalil Gibrán, cuyo nombre llevarían los jardines. Asistió el presidente en persona y habló del amor, de las líneas bellas de Gibrán que eran tan, tan ajenas a él.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 08/12/1991
Había terminado la guerra del Golfo Pérsico. Norteamérica era orgullo. Los muchachos se cubrían de banderas. En las tiendas, juguetes burlones con el rostro de Saddam Hussein desaparecían de los estantes; gran éxito de venta.
George Bush decidió entonces congraciarse con los árabes moderados. No importaban los muertos de Irak; no los habían matado. Se murieron solos, enterrados en sus casamatas.
Inauguró un hermoso parque, en Washington, frente a la embajada británica. Al inicio del parque pusieron una fuente, y, allí, una escultura-busto del poeta libanés Khalil Gibrán, cuyo nombre llevarían los jardines. Asistió el presidente en persona y habló del amor, de las líneas bellas de Gibrán que eran tan, tan ajenas a él.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 08/12/1991
Friday, December 5, 2014
Dire Straits o el 20 de agosto/VIRGINIANOS
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
"Julieta, cuando hacemos el amor, sueles llorar". Si acaso mi cuerpo te duele el corazón, me arrojaré por la ventana e iré muriendo para no sufrirte más. Y si acaso cae agua de tus ojos porque estás feliz con mis brazos de árbol, entonces caeré agua de mi lengua en tu boca, esperándonos.
Dire Straits es la música del 20 de agosto. A ratos agota mis sábanas. Ahora sopla paz y el calor se va. Siento la piel del aire en mí. Mi ropa sobre la silla indica el trabajo de esta noche. Necesito dormir pero hay música. Con ella miro las horas de antes, las del 87 y antes. Miro mis maletas para París, mi rostro de veintiséis años y mi amor. Es tiempo antiguo en las guitarras. Las noches de la calle con árboles y velas en la habitación. Dire Straits es alma pero es distancia; ese público que aclama ha envejecido conmigo. Esta tarde que principió alegre se ha hecho melancólica.
No escucho sonar tus pies descalzos por el piso de madera, Elke, como cuando ibas al baño. No te oigo, Francine, que llegas de Inglaterra y encuentras tu cama cubierta de flores, de chocolates y un collage.
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Publicado en VIRGINIANOS (Cochabamba, Los Amigos del Libro, 1991)
"Julieta, cuando hacemos el amor, sueles llorar". Si acaso mi cuerpo te duele el corazón, me arrojaré por la ventana e iré muriendo para no sufrirte más. Y si acaso cae agua de tus ojos porque estás feliz con mis brazos de árbol, entonces caeré agua de mi lengua en tu boca, esperándonos.
Dire Straits es la música del 20 de agosto. A ratos agota mis sábanas. Ahora sopla paz y el calor se va. Siento la piel del aire en mí. Mi ropa sobre la silla indica el trabajo de esta noche. Necesito dormir pero hay música. Con ella miro las horas de antes, las del 87 y antes. Miro mis maletas para París, mi rostro de veintiséis años y mi amor. Es tiempo antiguo en las guitarras. Las noches de la calle con árboles y velas en la habitación. Dire Straits es alma pero es distancia; ese público que aclama ha envejecido conmigo. Esta tarde que principió alegre se ha hecho melancólica.
No escucho sonar tus pies descalzos por el piso de madera, Elke, como cuando ibas al baño. No te oigo, Francine, que llegas de Inglaterra y encuentras tu cama cubierta de flores, de chocolates y un collage.
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Publicado en VIRGINIANOS (Cochabamba, Los Amigos del Libro, 1991)
Wednesday, December 3, 2014
Tres narradores bolivianos contemporáneos
Julio Meza Díaz
Desde el Perú la literatura boliviana actual es todavía un territorio por explorar. Se conoce casi únicamente la obra de Edmundo Paz Soldán y se pasan por alto los trabajos de otros autores de importancia. Esta situación no ha sido la misma siempre. Durante la primera mitad del siglo XX hubo un vivo intercambio entre ambos países. Los libros partían de Buenos Aires, pasaban por La Paz y luego enrumbaban hacia Lima. Este trayecto posibilitó la aparición de las vanguardias en Puno y creó un canal de diálogo entre escritores de diversas nacionalidades, los cuales coincidían en búsquedas estéticas renovadoras e idearios políticos que centraban su atención en las masas marginadas y oprimidas.
En este contexto quizás los casos más representativos fueron los de Carlos Oquendo de Amat y Gamaliel Churata. Ambos mantuvieron una relación estrecha con Bolivia, en donde llegaron incluso a sufrir persecución por su compromiso político. Churata fue el más activo. En 1918 fundó en Potosí, junto con el crítico y novelista Carlos Medinaceli, la revista Gesta bárbara, la que exhibió un perfil modernista y reconoció al diplomático y poeta Ricardo Jaimes Freyre como a una de sus influencias. Esta publicación fue importante. De acuerdo con Arturo Vilchis Cedillo, autor del estudio sobre Churata titulado Travesía de un itinerante, los escritores que se agruparon en torno de Gesta bárbara “sacudieron la literatura [boliviana]. La denunciaron en sus puntos ciegos, atacaron sus fetiches. Iniciaron a algunos nuevos escritores, revisaron los nuevos valores literarios”.[1]
En la actualidad las circunstancias han variado. El intercambio descrito ha menguado drásticamente. Se ignoran algunos cambios en la narrativa boliviana. Por ejemplo el hecho de que frente a la larga tradición de novelas realistas centradas en los problemas nacionales se abren paso textos de distinto cariz. Se están escribiendo obras que toman el legado de la reflexión sobre lo social para diseñar universos estéticos independientes. También se están elaborando ficciones sin rasgos asociados a Bolivia. Esta literatura ha sido analizada en el artículo El futuro llegó hace rato. Panorama de la narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI de Magdalena González Almada y ha recibido el nombre de desmarcada.[2]
De entre los autores que apuestan por estas vertientes se han escogido a los que quizá poseen las trayectorias más interesantes. Cabe aclarar que no se pretende reducir la literatura boliviana contemporánea a lo esbozado en este artículo. Lo que se intenta es más bien despertar el interés del lector hacia una literatura rica en matices y de gran calidad.
Homero Carvalho Oliva
Santa Cruz, 1957. Es poeta, cuentista y novelista. Ha conseguido varios premios. Entre ellos los siguientes: Latin American Writers Institute 1989; Nacional de Cuento 1995, por Historias de ángeles y arcángeles; Nacional de Novela 1996, por Memoria de los espejos, y 2008, por La maquinaria de los secretos; y Nacional de Poesía 2012, por Inventario nocturno. Fue seleccionado por Julio Ortega en la antología El Muro y la intemperie: el nuevo cuento latinoamericano. Su obra apunta hacia la reflexión sobre la realidad social boliviana. Sin embargo con La maquinaria de los secretos[3] ha logrado el bosquejo de un universo inusual.
Escrito con una prosa que juega a discurrir entre el ensayo y la ficción, este texto cuenta la historia de Zacarías Rocha, agente del servicio secreto boliviano que ejerce el oficio de “analista del lenguaje”[4] y es “responsable de la investigación lingüística bajo el lema de que las palabras son el mayor instrumento de poder creado por el hombre”.[5] Zacarías está cerca de pasar al retiro y rememora algunas de sus acciones a lo largo de su carrera. Se expone así cómo tras las bambalinas del poder se ha manipulado los avatares de la política boliviana de las últimas décadas. Los métodos empleados para tal fin han sido perversos y sin embargo no carecen de cierta cuota de humor. Por ejemplo Zacarías no encuentra mejor forma de derrumbar la moral de los políticos exiliados de los años 70 que haciendo “lanzar rumores dizque de buena fuente”[6] entre sus novias que los esperan en Bolivia, quienes terminan por creer en los chismes e inician otras relaciones. La misma ironía se manifiesta cuando se describe el modo delirante en que se emplea la tecnología para fisgonear. Se dice al respecto: “Hay tantos aparatos […] que en el Centro de Inteligencia, los más sofisticados y de última generación llevan anotado su nombre y su función, tal como hicieron los pobladores de Macondo cuando les atacó el virus de la amnesia”.[7]
La conciencia analítica de Zacarías es infatigable. Constantemente somete los eventos de la realidad a rigurosos análisis silogísticos. Desde su perspectiva incluso el azar se erige como consecuencia del cálculo. Empero un hecho quiebra la frialdad de su mirada. Conoce a Enrique Fuentes, un joven polígrafo que pone en aprietos al gobierno desde sus textos periodísticos, los cuales firma con diversos heterónimos. Aunque ayuda a neutralizar a Enrique empujándolo a la paranoia, Zacarías empieza a cuestionar la tarea del servicio de inteligencia. Su duda es castigada por una nueva generación de agentes, la cual ha logrado conseguir el poder absoluto.
La maquinaria de los secretos es una novela realista que deviene en el trazado de una distopía.
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cochabamba, 1960. Ha sido poeta y autor de prosas breves en un primer momento de su carrera literaria. Luego deriva a la novela, género con el que ha alcanzado importantes distinciones, los premios Casa de las Américas 2009, por El exilio voluntario; y Nacional de Novela 2011, por Diario secreto.[8] El 2013 ha publicado junto a Roberto Navia el libro de no-ficción Crónicas de perro andante y la novela Muerta ciudad viva.
Quizá su larga experiencia de vida en el extranjero (reside en Denver, Colorado, desde 1989) lo ha conducido a diseñar textos en donde la idea de lo nacional se desdibuja y se convierte en el telón de fondo sobre el cual se profundiza en los caracteres de los personajes. Esta es la dinámica de Diario secreto.
Esta novela luce una prosa elegante salpicada de eruditas referencias a personajes históricos de trayectoria sanguinaria. El protagonista posee evidentes rasgos psicopáticos. Narra algunos episodios de su vida. Cuando niño disfrutaba torturando a los sapos de un estanque colindante a su casa, en el colegio dirigía una suerte de pandilla que coaccionaba a los más pequeños y durante su juventud acostumbraba beber y gatillar episodios de violencia extrema. Ya de adulto consigue manipular a los demás fingiendo minusvalía en una silla de ruedas. Viaja mucho, sobre todo siguiendo el rastro de sus amantes. Lejos de Bolivia comenta: “Esta ciudad tiene olor melancólico. ¿Y cuál el olor a melancolía? Tiene olor, y color. No me pertenece, sin embargo, a pesar de que algo debo decir para escenificar lo que veo y lo que siento”.[9] Sigue reflexionando para concluir sobre su propio terruño: “Las calles llenas de automóviles; los manzanos ya asoman pequeños frutos. No me pertenece, repito, mas tampoco aquella ciudad que llamo mía”.[10]
Junto a las confesiones del protagonista se suceden también las de varios personajes. La mamá, el papá, el condiscípulo, entre otros, dan sus palabras sobre el accionar del protagonista. En ocasiones lo juzgan con severidad pero también lo comprenden, justifican y hasta celebran. El condiscípulo es quien muestra mayor entusiasmo. Luego de abandonar Bolivia se ha convertido en oficial del ejército norteamericano. Monologa recordando a su compinche de infancia: “Qué hubieras hecho, amigo, con la vida atenazada entre tus dedos, la de los otros. Nos habríamos divertido. Las invasiones son violentas y porosas, dejan escurrir mucho, filtrarse más”.[11]
Pese a sus acciones perversas el protagonista no genera repulsa porque conjuga su necesidad de sangre con humor negro. Curiosamente las sonrisas que provoca convierten al lector en silencioso cómplice. Al respecto una escena es bastante gráfica. El protagonista se encuentra conmovido por haber terminado la escritura de un libro de versos. Se encuentra en un estado casi religioso. De pronto se cuelan las voces de alguien que se ahoga en la piscina de al lado. Se fastidia por la interrupción. Toma un palo y termina de hundir a quien reclama auxilio. Momentos después, reposando en su cuarto, piensa en lo sucedido y concluye lacónicamente: “Soy un poeta (...). Incomprendido”.[12]
Salpicar la responsabilidad de la sangre es un recurso que se emplea también para cerrar la novela. Al desear y contentarse con la muerte del protagonista el lector se convierte de modo simbólico en otro asesino.
Sebastián Antezana
México D.F., 1982. Llegó a La Paz cuando era muy niño y en esa ciudad desarrolló su vocación literaria. Con su primer libro, La toma del manuscrito, obtuvo el premio Nacional de Novela 2007. Su más reciente publicación es El amor según,[13] novela del 2011 que ha alcanzado dos ediciones.
Antezana busca de modo explícito construir una obra descontextualizada. En El amor según el único territorio es la conciencia de Zimmer que sufre y se cuestiona por la repentina desaparición de Mariana. Ambos son esposos. Zimmer es policía, Mariana fotógrafa. Ella ha elaborado una obra artística reconocida aunque perturbadora. Usa como modelos a niñas a quienes maquilla de forma insinuante. A cierto tipo de público dicha audacia no le ha agradado. Mariana quizás ha sido víctima de la intolerancia. Quizás se ha liado con algún amante (como sucedió en el pasado) y ha decidido irse. Zimmer baraja todas las posibilidades.
Estos elementos parecieran los de una novela negra pero conforman más bien la epidermis del texto. En El amor según reverbera una prosa de intenso lirismo que apunta al asedio de distintos tópicos sobre el amor, la ausencia y la distancia. El amor se aborda como la fusión de la pareja: “Sólo con Mariana había podido ser el que quería ser. Se había entregado completamente, piensa, si es que eso era posible. Había tratado de olvidarse de Zimmer y pensarse en dos”.[14] La ausencia se vincula a la angustia ante el vacío: “Esto no puede ser posible, Mariana tiene que estar en algún lado. Si no está muerta tiene que estar en algún lugar, ocupar algún espacio”.[15] La distancia se entiende como el dolor que se cierne sobre los implicados: “Mariana no es escandalosa sino triste, se dice, triste sobre todo porque él la ama, pese a todo, pese a una profunda cotidianidad. La ve entonces sola, alejada, viva, extrañándolo también”.[16]
Zimmer termina por aceptar lo inexplicable en la desaparición de Mariana. Va más allá de los tópicos. El amor según se torna entonces en un recorrido existencial hacia la nada.
Julio Meza Díaz
(Publicado originalmente en una versión resumida en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 11).
* En la primera imagen, Gamaliel Churata.
1] VILCHIS CEDILLO, Arturo. Travesía de un itinerante. Puno: Universidad Nacional del Altiplano, 2013, p. 55.
[2] GONZÁLEZ ALMADA, Magdalena. El futuro llegó hace rato. Panorama de la narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI. En: Revista 88 grados. La Paz: Revista 88 grados, 2014, año 1, n° 2, enero, pp. 16 y 17.
[3] CARVALHO OLIVA, Homero. La maquinaria de los secretos. Santa Cruz de la Sierra: La Mancha, 2009, 191 p.
[4] Ibídem. p. 12.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem. p. 98.
[7] Ibídem. p. 100.
[8] FERRUFINO-COQUEUGNIOT, Claudio. Diario secreto. La Paz: Alfaguara, 2011, 229 p.
[9] Ibídem. p. 45.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem. p. 142.
[12] Ibídem. p. 24.
[13] ANTEZANA, Sebastián. El amor según. La Paz: El Cuervo, 2012, 101 p.
[14] Ibídem. p. 43.
[15] Ibídem. p. 47.
[16] Ibídem. p. 86.
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Del blog LA QUE SE MUERDE LA OREJA, 17/05/2014
Tuesday, December 2, 2014
Cambio de frente/MIRANDO DE ABAJO
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Es obvio que las
condiciones de los mercados internacionales de materias primas están variando.
La desaceleración china, la mayor producción de petróleo norteamericana, y
otras, obligan a países en desarrollo o a dictaduras monoproductoras a cuestionarse.
Rusia e Irán se ponen de algún modo en la cuerda floja. Algo que conviene,
hablando del petróleo, a los sauditas, que ven en Persia el enemigo principal.
Sus reservas les permiten hacer la vista gorda en la caída de precio del crudo.
Pueden aguantarlo sin mayor problema. No sucede con Venezuela donde el
entusiasmado monigote llamado Maduro se cree con dotes de profeta, a pesar de
que todo indica que tendrá que arreglárselas como fakir acostado en clavos.
Evo, el
Bienamado, debiera preocuparse de la casi debacle del estaño y otros minerales.
Es sabido que los achachilas no tienen mayor poder tecnológico como para
acelerar, mejorar, o transformar producciones mineras. Aparte que están los
cooperativistas, en su mayoría delincuentes que amenazan el legado
medioambiental de todos y que se enriquecen a cambio del voto y cuitas
secretas. La retórica insulsa de adjetivos y manos en el aire de García no
bastan para sostener un país, a pesar de ser este Bolivia donde con un poco de
baile y abundante trago se mantiene a los brutos en reserva activa.
Pero existen
decorados, bambalinas que tanto gustan a este pueblo, tanto como los
entorchados, y que el gobierno sabe manejar tan bien. En eso, hay que reconocerlo,
actúan con inteligencia; han comprendido que la idiosincrasia local no va con
análisis ni razonamiento sino con morenadas. Decorados son el teleférico, las
canchas de fútbol, el juicio de La Haya. Sin embargo, incluso acá, tiene que
llegar el momento en que la caída de las exportaciones nos afecte, a pesar de
que el dinero extra, el del narco, se acrecienta por lo popular y revolucionario
de este negocio. No importa, en la lógica masista, ser esclavos de alguien o
algo mientras pague. Dada la verticalidad de los orígenes, de eternos curacas,
amos, dirigentes, Bolivia ve la servidumbre, el pongueaje -incluso mental- como
tradición. Por eso nunca llegaremos a la luna, a pesar de que siempre ganemos
en torneos folklóricos.
¿Exigirá eso un
cambio de frente? Lo dudo. Bolivia se maneja como un sindicato cocalero. Al no
haber disensión, confrontación, lo oscuro se esconde tras falsos matices,
biombos que los nuevos colonizadores ponen para los nuevos indios, con
florecillas, idílicos paisajes, grama sintética en el frío cabrón del Ande, y
mucha retórica de hermanos y hermanas y fotos de los jefes juntos simulando un
matrimonio feliz. Total, a momento de hundirse el barco, estos ya se aseguraron
naves fuera de borda para huir, no aquellas ficticias chinas que nos compraron,
y cobraron. Decía Lanata ayer en su programa, por mencionarlo, que el Papa
viajaba en avión comercial, mientras que Kicilof y otros rateros argentinos lo
hacían en multimillonarios jets privados. Habría que mandar registro de cómo lo
hacen aquí los pobrecitos indígenas, como el viceministro de descolonización en
Suiza a tiempo de recuperar el ekeko, mientras compraba con su séquito lo
último del capitalismo para exhibirlo en casa, de vuelta, bien cubierto de
plástico.
No cabe esperar
nada. Se seguirá apostando a La Haya, juego en el que caen hasta intelectuales
con algún valor -no hablo de Mesa-. De todos modos, nos acostumbramos desde
siempre al hambre tanto como a la limosna. Con caricias, compadreríos y
bastante chicote, esta recua seguirá andando ajena a la historia y a la
modernidad.
12/01/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 02/12/2014
Fotografía: Moreno antiguo de la fraternidad Los Catedráticos de Achacachi
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