Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Atraviesan el
cielo dieciocho gansos canadienses, en V de ataque. Y dos más, rezagados: el
poeta y su amada, me digo.
He leído Al sur de las miradas de Pablo Mendieta
Paz (Editorial 3600, La Paz, 2014), con los pies en la nieve del patio, sentado
sobre un tronco cortado de “roble sollozante”, contemplando en las hojas del
arce que cuelga sobre mí, y en el cristal de hielo en la ventana lo que Pablo
menciona en su dedicatoria: la divina proporción. El número aúreo que el poeta
reclama en la irracionalidad de las letras y la construcción de las palabras, buscando
una geometría intelectual en medio de los sentidos.
A veces réquiem,
porque al poeta le gusta andar por entre las sombras filosofales de lo
incierto, y a veces festejo cuando el poeta -otra vez- afirma que copuló de
nuevo en una floresta de vapor. El sexo femenino, la vulva, cueva del destino,
toma en estos versos multiformes bellezas que decidí no anotar, porque el rasguño
del lapicero contra el papel distraería ese momento de triste y jubilosa
nostalgia en que me echó el erotismo un tanto macabro y jovial de sexos
fluorescentes, como ojos, como estrellas, como focos o brasas cuyo fin no es
destruir sino apaciguar la noche.
Hay un péndulo
constante, un rigor que se inclina a derecha e izquierda equidistante, que
hurga en la penumbra y se solaza con el amanecer. Espacio donde el sexo penetra
y ama, pero también donde los escombros penetran, indicando que la lírica, y al
fin la belleza, dormita en recovecos en letargo alerta, contradictorio, lista a
aparecer en el instante y a evaporarse con la luna.
Pablo Mendieta
Paz imagina un fin del mundo, con fecha marcada: el 21, de diciembre el
veintiuno, con los pálidos cuellos de los buitres del Ande rodeados de
crespones quechuas. Hay tanto en esas líneas, lo no dicho que pesa como verso
tras verso de infinito cargado de dolor y amor, de horribles amaneceres y
queridas medianoches, y hasta la tierra como propiedad de uno, el sentido de
pertenecer a algo, se sugiere en gráciles vicuñas en un vaho.
Temo decir poco y
temo escribir demasiado, porque un poema no se puede criticar como vaso de
peltre. Anoto cosas sueltas, no para teorizar sobre las líneas sino para acariciar
las teclas de un piano imaginario donde Mendieta Paz ejecuta allegros y adagios
como solo un músico sabe.
Fagotes ejecutan
el adiós sobre las costillas rotas, dice por ahí. “Se fue pronto, con vaivenes
de penetrante aroma en celo y murmurando alguna verdad. Se fue pronto, como si
sus pechos fueran dos voluntades.”
El Poeta habla de
resonancia. Este gozo musical se sostiene y pervive. Ajeno a la rima no
descarta un ritmo que cabecea insomne como varita de mago o ramillete de palos
de marimba. Tonos oscuros y delicados; tiniebla y rocío. Pablo nos arrastra por
un universo que nos es común y paradójico. Pero no solemos contarlo como él.
Todos estamos llenos de “lutos cósmicos”; todos le susurramos a ella, la eterna:
“He dejado de amarte, mujer”… y sin embargo te amo.
02/12/14
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 09/12/2014
Imagen: Tarjeta de la presentación de Al sur de las miradas
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