ÁLVARO VÁSQUEZ
La
experiencia de leer a Claudio Ferrufino-Coqueugniot es distinta a las de otras
lecturas.
Sus textos,
que formalmente pueden catalogarse como novelas o cuentos, juegan con los
límites, los empujan y fuerzan de la misma forma en que exigen una lectura
atenta, para no perder un guiño, un giro, o incluso una referencia cuya omisión
podría no afectar a la lectura como tal, pero privaría al lector de una nueva
experiencia, adicional a la lectura principal, que suele resultar igual de grata.
Al mismo
tiempo, esa lectura revela (al menos para el suscrito) que hay otra forma de
escribir, una que rescata la voz interna de un flujo de conciencia, pero que no
se aísla del texto principal, y al mismo tiempo lo enriquece con múltiples
referencias (literarias, pictóricas, históricas, y otras), y hago énfasis en el
verbo enriquecer, porque no se trata de datos lanzados por simple parafernalia,
sino de un ejercicio bien pensado que añade valor al texto, que lo complementa
y mejora.
El haber
leído la obra actualmente disponible de CFC me deja muy claro al menos tres
aspectos:
Primero,
que el autor posee una vasta cultura, y no solamente en el aspecto tradicional,
pues aunque en sus textos se adivinan múltiples lecturas y una mente curiosa y
despierta, queda claro que además de libros, su cultura se alimenta de muchos
kilómetros bajo la suela de los zapatos, muchos caminos recorridos y muchos
lugares visitados (cambios forzados de estatus, los llama el escritor en
una entrevista), bebiendo de cada uno de ellos todo lo que puedan ofrecer, y
apropiándose de todo lo que sea necesario. Y aprehendiendo esa cultura, la
acomoda a lo que cada texto exige, con testimonios herederos de vivencias
buscadas en los límites, como la mayoría de sus personajes, respondiendo a un
hambre de experiencias, riesgos y sensaciones que enriquecen sus textos.
Queda claro
también que el escritor es un hombre valiente, con todo lo que ello implica (…con
un cuchillo entre los dientes, escribe sin venderse, dice una ranchera
compuesta en su honor por Emilio Losada, también escritor, autor de la
novela Aviones de fuego).
Su pluma no
solamente no se vende, sino que increpa y cuestiona tanto al poder o a la
autoridad establecida, como a las costumbres, los estereotipos, los convencionalismos
y a la misma historia. No se malinterprete lo dicho, no se trata de uno de esos
provocadores pendencieros que se esconden detrás de un teclado, sino de un
artífice de interpelaciones inteligentes, justificadas y respaldadas con
argumentos y conocimiento, que usa la palabra como arma y la razón como
argumento.
Por último,
Claudio es una persona que sabe expresar de gran manera lo que quiere decir,
tanto en forma como en fondo. Dueño de una prosa elegante y heredero de grandes
plumas (suele mencionar a Schwob, Babel, Tolstoi, Dostoievski y Sholojov entre
los autores que influyeron en su escritura), seduce al lector con sus textos,
lo reta a seguirlo por los múltiples senderos propuestos, lo cautiva.
Entonces,
se tiene a un hombre culto (sabe de lo que habla), valiente (no teme decir lo
que piensa) y que sabe cómo transmitir lo que piensa (escribe muy bien). Rara
vez estas cualidades se encuentran juntas en una persona.
No en vano
se lo compara con Henry Miller, y ya alguien dijo que debería nominarse a
Claudio Ferrufino-Coqueugniot al Premio Nobel de literatura. ¿Exageración?
Según Wikipedia, este premio se otorgará “a quien hubiera producido en el campo
de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal” (mucho de
subjetividad, cierto). Quizá se pueda calificar la propuesta mencionada de
optimista, pero no creo que de irracional.
Es común
escuchar decir que Claudio Ferrufino es el escritor vivo más importante de la
literatura boliviana (algunos piensan que hasta podría eliminarse lo de “vivo”).
Cruzando el Atlántico, Pablo Cerezal, coautor con Claudio Ferrufino de un libro
mencionado líneas abajo, sostiene que Claudio es un literato incómodo…
Claudio no se pliega a los dictados de los poderes establecidos… Claudio
escribe como debe hacerlo quien ama la palabra: mimándola, no como lo hace el
vendedor de letras, el recolector de prebendas y aplausos de ida y vuelta. Tal
vez ahí parte de su grandeza. La obra de CFC recibió
muchos elogios, creo que todos ellos merecidos.
Comparto en
las siguientes líneas, más que reseñas, mínimas referencias a los textos de
narrativa de CFC que pude encontrar en Bolivia. Añado para cada libro una de
las muchas frases que me parecen merecedoras de ser recordadas, incluso sin
considerar su pertenencia a un texto mayor. Tómense estos comentarios como una
humilde y sincera invitación a leer su obra.
El año 1991
se publicó el libro Virginianos, obra que ofrece 81 textos
en 81 páginas, textos breves que podrían leerse “de una sentada” como suele
decirse. Pero es un placer detenerse en la lectura, prolongarla; seguir las
señas que llevan a una pieza musical, una pintura u otro texto que el autor
menciona, búsquedas que resultan siempre gratificantes.
Como
muestra, una cita sobre la relación entre poesía y música: …Tal vez
porque el sonido hace vulnerables los muros de la palabra.
El
señor don Rómulo,
su primera novela, se publicó el año 2003, luego de haber obtenido la segunda
mención en el prestigioso premio de novela Casa de las Américas. Obra que,
revisando la historia familiar del autor, repasa también la historia del país a
través de personajes que retratan magistralmente una época.
Una frase
que revela la personalidad de la voz narradora: Amar es igual a comer. Acabado
el acto entre el hombre y la comida no queda otro vínculo que el sabor, el
olor, la memoria del placer.
Como obsequio adicional, nos brinda uno de los finales más irreverentes y
provocadores de la literatura nacional.
El año
2009, la novela El exilio voluntario ganó el premio
Casa de las Américas. Texto con evidentes rasgos autobiográficos, retrata la
vida de un migrante boliviano en EE.UU., mostrando las dos caras de la moneda
del exilio, que forzado o no, cuestiona los cimientos de la personalidad de
quien enfrenta una nueva realidad (el individuo se fragmenta, que no es lo
mismo que romperse, dice el autor al respecto). La calidad de la narración
evita que el texto caiga en lugares comunes o en maniqueísmos que suelen presentarse
al tratar este tema.
La voz
migrante de esta novela se consuela pensando algo que muchos sentimos en la
soledad: Cuando no se tiene personas se recurre a la música.
Ferrufino
Coqueugniot gana el Premio Nacional de Novela el año 2011 con su Diario
secreto, que da voz a un personaje enfermizamente cruel, que fascina al
lector mientras comparte con él fragmentos de sus recuerdos, cuya única
coherencia viene dada por la naturalidad con que comete actos atroces a lo
largo de toda su vida. Personaje que en algún momento parece interpelar al
lector, cuando dice: Y vas a ayudarme. No porque me pesen las cosas que
hago, sino para convencerte de que no somos diferentes, tú y yo.
Mostrando
una faceta distinta de su trabajo, la de cronista, y en coautoría con Roberto
Navia Gabriel (dos veces ganador del premio Rey de España) el año
2013 CFC presenta el libro Crónicas de perro andante, en el
que manteniendo su estilo de escritura, ofrece varias crónicas repartidas en un
amplio espectro temporal, geográfico y temático. Una de mis favoritas, Todas
las noches la noche, con un final impresionante: … la primera
vez que visité un juzgado me compré un terno, zapatos, y asistí elegante. El
ujier que iba a leer en voz alta el número de ingreso de mi caso, me pregunta
si soy el abogado defensor. No, replico, yo soy el criminal.
El mismo año
se publica Muerta ciudad viva, novela con
vertientes autobiográficas, ficcionales y rescates de otras lecturas. Hay quien
sostiene que quien protagoniza la novela es la propia ciudad, aunque el
narrador/protagonista se presenta como estudiante, contrabandista, matón o
indigente, buscándose siempre en el alcohol, la violencia y el sexo. Aunque
esta novela se publicó cuatro años después de El exilio voluntario,
al leerla se siente que fue escrita (o concebida, al menos) antes. Así parece
confirmarlo el siguiente fragmento: Le digo lo que planeo, que he de
viajar… a buscar una vida dura hasta el momento en que me sienta capaz de
llamarla a mí. La redención por el castigo. Abandonar la comodidad de la
tragedia alcohólica.
En la FIL
2015 se presentó en Bolivia el libro Madrid-Cochabamba (cartografía
del desastre), libro escrito a cuatro manos con el español Pablo
Cerezal (autor de dos grandes novelas, Cuadernos del Hafa y Breve
historia del circo, esta última ambientada en Bolivia). Obra basada en el
contrapunteo de dos grandes voces que nos llevan por universos de música,
literatura, sexo, noche y muerte, de la mano de un lenguaje que (me robo la
frase de Willy Camacho) sorprende y deleita por su vuelo literario.
Luego de leer el libro, escribí en FB: No conozco Madrid, ni
España, ni Europa, pero las crónicas-recuerdos de Pablo Cerezal en Madrid-Cochabamba me
mostraron una ciudad que no me resultó ajena, y sí por momentos casi familiar.
Sí conozco Cochabamba, pero la ciudad de los textos de Claudio Ferrufino Coqueugniot
la conozco apenas por encima. De todas formas, a través de un lenguaje mucho
más “mío”, no solamente sentí cerca a Cocha, sino que me recordé en esos
sitios, aunque nunca haya estado en ellos.
Ferrufino-Coqueugniot
dice que este libro es hermoso en su dureza, en su desazón, en su a
ratos tremendismo y a momentos simple afrenta al buen gusto y la moral, dirán.
Libro
especial. Se volvió uno de mis favoritos. Su relectura fue tan placentera como
la primera.
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De ENTRE
LETRAS (blog del autor), 12/02/2019
De
INMEDIACIONES, 14/02/2019