JORGE MUZAM
Prólogo
o lo que se estime conveniente (para FEVER)
Hace tiempo
que desde el sur del mundo, la hoy menos ignota Terra Australis, venimos
leyendo con gran admiración al escritor Claudio Ferrufino-Coqueugniot. Boliviano,
americano, universal, todas las categorías le caben con justicia. Hombre
encanecido cuyo bigotón se humedece de niebla frente al muelle de la nostalgia
sudamericana, la infancia cochabambina, la sabiduría de la estirpe heredada
como un trofeo bíblico.
Categorizarlo
carece de sentido, porque todo le incumbe, la memoria, las letras, el sexo, los
amigos, la comida, los aprovechados políticos. Escritor de letras viriles, de
macho que no violenta ni transa su condición legada de mil batallas, de incontables
soles, de todas las escaramuzas y sábanas marchitas de la historia.
A veces la
tristeza le cae encima como una mantarraya desmayada. Y entonces pugna como una
fiera en proceso de asfixia, sobreviviendo siempre por los motivos pretéritos,
por los que dieron sentido a esta marcha aparentemente inútil.
Es hombre
que se desmadeja mientras escribe, que desgrana, que confronta, que palpa, que
incurre en disquisiciones de metapoesía y metaescritura mientras se rasura ante
un espejo resquebrajado, que en lugar de la certitud del rostro, devuelve
claroscuros de soledad de esta época ingrata.
En Fever,
recopilación de años y temas múltiples, está lo que se salió de madre, los
textos outsider, lo que se basta a sí mismo, y cuyo único elemento conector es
la mente del gran escritor cochabambino.
Surgen
poemas como lágrimas, la Cuba que pudo y fue, el ñeque de Playa Girón, la
soledad de los inmigrantes, Babel como una sombra obcecada, los ojos de Ada
Falcón, una puta del Borocotó, las glorias del boxeo, India Summer a domicilio,
los oprimidos de Sienkiewicz, el disgusto por los Kjarkas, Bolivia como una
radio chicharreante en la esquina de la habitación donde manan las letras.
Están también los amigos, los que acompañan virtual o físicamente las horas
inciertas, el retrato y a veces la propia obra, la admiración sincera, el
armario del afecto, la empatía por las tribulaciones y gozos del
oficio. Miguel Sánchez-Ostiz, Ejti Stih, Cingolani, María Cristina Botelho
y tantos otros.
Ferrufino-Coqueugniot
es un caminante de la historia mundial reciente, un actor y testigo, arcabucero
y escriba sin logo ni bandera, solo la valía, el pecho hinflado, la vista en
alto. La historia oficial lo tacharía de rufián subversivo antes de sumirlo en
el olvido, pero la historia oficial está hoy con las alas rotas de tanto montar
aprovechados y sabandijas, de escribas y lenguaraces que endulzan la fiesta del
poder con adjetivos y tergiversaciones rastreras.
El reloj
sigue su inflexible curso. Los fracasos, los dolores, lo que pudo ser, las medallas
del placer, todo es asunto zanjado, que hoy lo que importa es despertar
temprano para volver al trabajo, no sin antes soñar con bellas ucranianas,
esculpirlas con caricias, hacerse eco de aquel deseo indesmarcable circunscrito
a Gogol.
2019
MAURIZIO
BAGATIN
La
fiebre de las palabras
Fever. Fiebre de amor por la palabra, por
la palabra fuerte, por la palabra amada, por el verso de Blake como por
el Götz von Berlichingen de Goethe; Claudio no hace retórica,
en sus palabras no hay dogma, solo fiebre que genera endorfina, memorias y
olvidos que se alimentan y se desnutren; se escribe por necesidad de afecto y
se escribe por resistir. La palabra es causa y efecto, es la ley de Murphy y el
efecto mariposa, es cruz y delicia, la palabra es piedra y arena, barro y seres
humanos. Metamorfosis esencial. Fiebre útil en defensa del cuerpo…
La poesía,
el tango y los gringos, los inmigrantes y la familia, como también
el fútbol, la fiesta (la infaltable fiesta boliviana, la que reúne y
desinhibe…), el cine y la cocina, el rock y el boxeo, los amigos, en fin, la
Historia, este confuso fárrago de sucesos… fiebre de personajes y
de momentos, la vida y la muerte.
Estamos
hechos de nostalgias,
escribe Claudio, nostalgia del ayer, nostalgia de amores perdidos, nostalgias
del todo y nostalgias de la nada; lo que nos duele es siempre el presente, lo
que duele no es el ayer, no es el mañana, lo que duele es el hoy. Mientras
Claudio escribe. Las heridas de hoy, mañana serán las cicatrices de un
diccionario infinito, de una enciclopedia borgeana de todas las Babel
imaginarias, de todas las Alejandrías imposibles. La fiebre de las palabras.
El hombre
común, el hombre que nunca volveremos a ver en nuestra vida, el hombre de la
tabaquería de Pessoa… los libros de los otros, los suyos, toda la comedia
humana. No es literatura individualista, es literatura cargada de experiencia,
de muchas experiencias, de lo vivido, de lo que entra con sangre y con sudor…
tal vez también por eso se escribe poesía, se narran cuentos, se novela… el
poeta se crea, se inventa o nace, o se educa.
La belleza
es una paz feroz, es lo infinito inscribible; lo sublime es el Doríforo de
Policleto, la palabra exuberante, es la poesía.
La fiebre
sigue, la temperatura subirá y tendremos alucinaciones, la quimera encontrará
al hipogrifo, el orden del caos tendrá su alfabeto imaginario y naufragaremos
felices, en el mar de las bellezas, en la fiebre de las palabras.
Septiembre
2019
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Arte de
cubierta por Antagónica Furry
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