Friday, August 31, 2012

Uniformados y poderosos/MONÓCULO


El huracán Isaac paralizó la ciudad de Miami por un día. Su aeropuerto, Meca y delicia de la inmigración y comercio latinoamericanos, es espantoso. Noventa por ciento de aquellos cuya imagen de EUA está en Miami me contradecirán. Acepto que el calor tiene su encanto, sobre todo para ver a las muchachas en cueros, pero aparte de eso, nada. Opinión personal, por si acaso.

La gusanera, como se dio en llamar al exilio cubano, a pesar de que gusanera habita y manda también en la isla, ha convertido la ciudad en feudo. Entonces, volvemos al aeroparque, donde desde el último barrendero, pasando por los preparadores de emparedados de cerdo deshebrado, hasta los agentes de inmigración tienen ese origen. Para mal nuestro, del resto de los desheredados del sur a quienes los bienaventurados nos consideran poco menos que escoria. ¿Qué tanto hace un uniforme para cambiar la psiquis de una persona? ¿Magia de los entorchados? ¿Nostalgia de los heladeros o camareros que uno contempló en su infancia? Cosa rara…

Pasó Isaac, dejando a miles de personas varadas en el recinto gigantesco, a merced, peor por las circunstancias especiales, de los uniformados que “protegen” esta tierra de inmigrantes. Uno puede esperar lo peor: maltrato, desprecio, negligencia, desidia, por parte de los defensores del orden, quienes, al presentarles pasaporte, poco menos que exigen las intimidades del viajero como si ello tuviese que ver con seguridad nacional. Debiesen arrearlos a todos hacia Afganistán para recibir su propia medicina, que aquí inservibles son con sus desplantes, para cualquier cosa.

Necesitaba información y me acerqué a un joven cubano que ni treinta alcanzaría. Uniforme azul, placa dorada de migración. Apenas vio que me acercaba, gritó “stop!” mientras extendía la mano izquierda para detenerme y la otra agarraba la cacha del revolver. Di un paso atrás, porque maricas semejantes conllevan peligro. Le dije que no se asustara, que solamente quería averiguar algo. Y callé, aunque a decir verdad mi deseo era reventarle el lomo a patadas, hacerle tragar las balas, cosa que me hubiese valido Guantánamo y un viaje que -ya lo anoté- me obligaría al detestable trópico.

Agarrar las maletas, arrastrarlas, sentirse del montón al que azotan los amos porque llevan armas, ostentan presidencias, galones, ministerios. Debo a mi padre, felizmente, el asco por los circunstanciales poderosos, y más aún por la francachela de las botas. Pasé veinticuatro años de mi vida escuchando marchas militares en la radio. Uno tras otro, los borricos saquearon el país y nuestro espíritu. Y siguen hoy poderosos, bien pagos y serviles ante el jerarca de turno, con también inteligencia de cuartel.

Cada vez que encuentro a uno de estos, sea del arma u organismo que fuere, se me revuelve el estómago. Y parece que todos son lo mismo, que las baratijas que ostentan en hombros y pecheras causan estragos en su ya desmedrado intelecto. Dicen que en las féminas la reacción es contraria, que los uniformes estremecen este género más que la escarcha del otoño. Ancianas categorías machistas que tal vez sean ciertas y tal vez no.

Escribo porque no puedo descerrajarle un tiro en la cara al importante cubanito, o ir a Chonchocoro y cobrar como se debe a los malvivientes militares presos allí. No sé si será bueno pero somos animales de costumbres, de buenas costumbres, y nos educamos en privado. Pero a ratos un desfase de tanta consideración no vendría mal. Sin embargo el latente riesgo de gustar de aquello frena, no sea que de literato me convierta en vengador.
29/08/12

Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 31/08/2012

Thursday, August 30, 2012

Procesos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Seguimos con la misma historia. Y seguiremos mientras lo permitamos. Ya la triste cháchara de la democracia como pretexto cansa, porque la democracia supuestamente tiene recursos para terminar con el desastre que nos acosa. ¿O estamos presos sin remedio? ¿Del amo iletrado, de los movimientos sociales, del príncipe consorte?

Los procesos contra tres medios de prensa acumulan detalle, no resultan extraños. En algún momento del pasado uno de ellos alegó, para defenestrar a un colaborador, un “código de ética” que olía más a servilismo que a otra cosa. De poco le sirvió. Cuando un régimen acelera camino del fascismo se torna hambriento, glotón, y no repara en actitudes lambisconas; no necesita genuflexiones ya que en apariencia posee todo. Dado el antecedente, no será raro que algunos corran a postrarse a los pies del mandarín, cometiendo, otra vez, un error que nunca paga: cobardía.

Me pregunto qué será de los mastines, llamados columnistas, que entonces se lanzaron como perras en celo ante quien no podía defenderse. Lo lógico estaría en leer hoy sus mismos arrebatos en contra de quien puede literalmente acabarlos, insultar a los mandamases. El contexto es el mismo, racismos y vainas que en el jolgorio han perdido hasta su esencia semántica. No habrá tal. Quizá más intentos de congraciarse con el gobierno; llantos también; promesas y arrepentimientos. En lugar de plantarse y presentar batalla, como puedan, porque caso contrario serán deglutidos.

No hablo de todos. Otros han demostrado, desde siempre, un código real de defensa de la libre expresión, durante las dictaduras y ésta de nuevo cuño. Lástima que no tendrán la cobertura de Assange, al que defiendo pero reprocho haberse echado en brazos de la vedette que se hace llamar presidente de Ecuador. Ahí le hizo el juego a una diferente expresión de la derecha arriesgando la valía de su discurso.

Debemos ser el país con más procesos judiciales en el mundo. Y el más indisciplinado en aceptar y seguir las leyes. África en América, por ejemplificar la absoluta falta de civilidad de sus gobiernos e igual de su población. Todos quieren todo, a la fuerza, y nadie respeta nada. ¿Para qué tener semáforos si las recuas no saben distinguir colores? ¿Para qué constituciones que son cada día violentadas? ¿Para qué país?, sería la pregunta correcta. Una, que si continuamos como vamos puede darnos una abrupta respuesta.

Destrucción, reversión, tierra que se lincha a sí misma, que goza, como su gente, desnudando, golpeando, quemando al inerme. En Bolivia inocentes no hay, solo culpables en un colectivo de “jueces”. Terrible y peligroso. Asocien eso a la ignorancia, pobreza, a la prédica de cancilleres papalisas, presidentes copleros –por decirlo suave-, otros del círculo mágico de millonarios, por y para la “revolución”, rodeados de aura sabihonda cuando en realidad son especímenes de escaso cerebro. Mitos, mitos, mitos.

Los procesos a los medios de comunicación allí quedarán. El objetivo es amedrentar, asustar, y somos un pueblo de fácil cerviz, de cabeza gacha, de violencia impenitente y cobarde, de masa, de anonimato, de lo hago pero no fui. El gobierno ha de conseguir lo que desea: acallar, silenciar, suavizar la crítica. ¿Hasta cuándo? Hasta decir no. Año que pasa, año que vamos quedándonos atrás, hasta llegar al límite que nos haga inalcanzables, desahuciados.
25/08/12

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 30/08/12

Wednesday, August 29, 2012

Lo abrupto y lo sutil/VII ENCUENTRO DE ESCRITORES IBEROAMERICANOS


Introducción
Claudio Ferrufino-Coqueugniot


Amor, sexo y violencia en la literatura es un parámetro que la abarca toda. Hasta en las más extravagantes o alocadas elucubraciones de los literatos, hallaremos casi con seguridad alguno de tales temas, explícito o subyacente. Tomemos el Quijote, por ejemplo, que fuera de dar las pautas de la novela moderna es universo de discusión infinita: ética, política, social, individual, humana. ¿Podríamos calificarla de novela de amor? ¿Por qué no? Actuando Alonso Quijano, de principio a fin, en su andanza de desgraciado desfacedor de entuertos, no deja de dar o pedir enviar noticias de sus aventuras a su princesa en el Toboso. Incluso, así fuese ello parodia del amor, como su personaje lo es de las novelas de caballería, depende del lector la interpretación, y no faltará quien se retuerza de placer y romanticismo en la hidalguía y altivez del malhadado héroe que jamás deja de pensar en su inventado e imposible idilio.

Discutíamos cierta vez, hace décadas ya y en medio de chichas no propiamente analíticas, sobre si La Ilíada era un poema. Poco importan los rótulos, que ese libro dictado por el poeta ciego ha sido para mí el non plus ultra de la palabra, recitada entonces, impresa hoy. El sitio de Ilión comienza con sugerencia de sexo y escenas de violencia. Quizá también de amor.

Sin entrar en detalle, sabemos que el Pélida rumia su ira en las carpas cerca de las cóncavas naves. Es el último año de la guerra, aún incierta, y Aquiles se niega a pelear, enojado porque el rey de reyes, uno de los Atridas que comandan la expedición, Agamenón, le ha arrebatado a Briseida, hermosa mujer botín de guerra. La sevicia, lujuria, deseo irrefrenable que el rey de Micenas siente, pone en riesgo toda la expedición griega, que llenó el Ponto de naves flotantes hasta el infinito, con el fin de rescatar a Helena, víctima y actriz auspiciante de esta tragedia mito-histórica que relata la eterna disputa entre Oriente y Occidente, que se remite al rapto de Europa, repite con Helena, y la revancha del este, se vuelve a plasmar con Alejandro el Grande, reaviva con Atila en el río Tisza, en la puzsta húngara, en un ir y venir que incluso abrigarían los tanques de Guderian en carrera por la estepa y el retorno de Zhukov y su llamado a que no olvidasen los soldados rusos el por qué estaban allí, a puertas de Germania. Siglos de conflicto, en apariencia nacidos de un mito, para intentar explicar lo que la antigüedad hacía inexplicable, y miles de páginas que lo rememoran con viñetas de heroísmo, dolor, amor, sexo y violencia, desde Heródoto que es historia pero también literatura, hasta Amin Maalouf y su tétrica descripción del desastre de las cruzadas; de uno y otro lado del Bósforo, del mar Negro, cualquier frontera imaginativa que ha ido moviéndose de acuerdo a los acontecimientos.

Pero el sitio de Troya en voz de Homero no es solamente entrechocar de armas, como no lo es Noruega en Borges, hablando de las Eddas nórdicas, en prosa o verso. La Ilíada es también un delicioso pasaje etnográfico, inmortalidad para decenas de pueblos que sin él no hubiésemos escuchado existieron. La notable locura de Schliemann fue creer al vate y seguir sus huellas en tierra a través de las páginas, convirtiendo el mito en realidad, así no estuviese cierto, o no en su totalidad. Desenterrar los restos de Troya no fue solo un remover de piedras y garantizar autenticidades. Su legado humano se refiere al drama de las ambiciones, miedos y deseos de los hombres, de la caverna a los palacios teucros, a la torva faz de Agamenón, que resultó no ser Agamenón, en máscara de oro en Micenas, pero que daba asidero a lo que contara Homero, que hubo una hermosa Helena, y que por ella se mataron los hombres; de la angustia del rubio Menelao, esposo y rey de Esparta, que en el campo argivo acumularía pesadillas pensando en el sexo que el hermoso Paris tenía con la cautiva dentro de los inexpugnables muros.  

Aquiles ¿enamorado?, y dolido, dispensa un tiempo extra a los troyanos. Gracias a argucias de los gobernantes, bien pronto toma de nuevo las armas para sentenciar el fin. De cierta manera todo estaba ya predestinado, pero la dinámica de combatir el destino nos caracteriza como hombres. Sabe que va a morir, y cómo, y cada uno de los héroes juega un rol ya dispuesto, pero ni hombres ni dioses se ponen de acuerdo e intrigan, engañan, embaucan para continuar la matanza y conseguir sus objetivos o dorar la vanidad. Tríadas de amor y de pasión en el fragor de la guerra: Aquiles-Briseida-Agamenón, Alejandro-Helena-Menelao; apenas se acuna la Odisea, que merece tema aparte. Apasionamientos que traen consigo violencia inusitada, impropia de guerreros, cuando cebados con los despojos de Ilión, son mujeres y niños los que sufren la ira invasora, ajena a cualquier decoro o siquiera respeto a los dioses y sus templos. Quienes libaban y sacrificaban prometiendo ahora profanan. Ayax de Oileo violará a Casandra en el altar de Atenea, y el resto de las troyanas será sacrificado y repartido entre los vencedores. Eurípides (en Las troyanas) relata en voz de Hécuba, madre de Héctor, ante el cuerpo de su nieto: “Ahora que la ciudad ha sido tomada y destruidos los frigios, tenéis miedo de un niño pequeño. No alabo el miedo de quien teme reflexionar”.

Además, y para entrar en un tema no mencionado pero que aviva tanto sexo como amor: el erotismo, La Ilíada guarda uno de los pasajes más eróticos de la literatura. Pena para mí que no recuerdo el por qué -algo de castigar a unos y premiar a otros entre los rivales-, labor pedestre de las divinidades de entonces, y que tiene a la pareja olímpica, Juno y Júpiter, Hera y Zeus, en situación nada ambigua. Juno decide distraer al padre Jove para impedir un triunfo troyano. Utiliza recursos de mujer, no de diosa, e incita al supremo a dormir o recostarse juntos. Lo arrastra a una nube y Homero no dice más. En el campo se revierte la suerte y los aqueos reclaman victoria. Tenía como nueve años cuando lo leí, y aunque he olvidado a los que perecieron esa jornada en la batalla, nunca olvidé lo “otro”, una dulce sensación que se elevaba por encima de la muerte.


La experiencia anglosajona

El horror, lo oscuro, habita las mejores páginas de esta literatura. La herencia suele afirmarse que viene de prácticas profanas y tenebrosas de los antiguos pueblos que poblaban las islas. Lo recibieron sus descendientes norteamericanos, donde también se acunó una notable escritura del “mal”. Las condiciones socioeconómicas de la época en que se desarrolla su período clásico por decirlo, es el siglo XIX, y tiene que ver con paredes negras de humedad, salarios de hambre, maquinaria pesada, humo y contaminación. Toma características de feroz patetismo en Dickens, y se desarrolla hasta la materialización de la violencia, el crimen como arte en otros autores. La figura de Thomas De Quincey sobresale con mérito. Este escritor que fumaba opio los sábados por la noche y salía a observar al populacho, cuyo día libre era justamente ese, explicitó con matices de incluso cierto heroísmo para el perpetrador, los asesinatos de Williams en la Londres de 1813. Escuchó, sobrecogido, que en algún momento una de las víctimas sintió los pasos del asesino y oyó como golpeba la puerta. Luis Loayza, en un bellísimo prólogo a la obra, anota:

“De Quincey ha hecho suya la escena atroz del crimen asumiendo el propio terror y esta es la emoción que nos comunica. No hay duda que para ello tuvo que vencer una profunda resistencia y bastaría señalar que entre los crímenes y la narración median más de cuarenta años: la imaginación asimiló, fue enriqueciendo lentamente sus materiales. Disponemos además en este caso de un documento precioso que nos permite acercarnos al origen del proceso creador. En el Macbeth, después del asesinato de Duncan, resuenan unos golpes a la puerta; la escena había intrigado desde niño a De Quincey, quien no acertaba a explicarse el efecto que le causaba y la recordó de inmediato al enterarse de los golpes a la puerta de la casa asolada por Williams.”

También anota el prologuista que Del asesinato considerado como una de las bellas artes tiene deuda con Una modesta proposición, de Jonathan Swift, el mismo de Los viajes de Gulliver, que a modo de combatir el hambre y la superpoblación de niños irlandeses sugirió asarlos y comérselos. Por supuesto que tremenda propuesta no debiera considerarse de forma literal, aunque, conociendo la ambigüedad de los literatos isleños, en ambas orillas del mar de Irlanda, y continentales ya cuando se afincan en América, podríamos preguntarnos por qué no.

La sofisticación de la violencia en las letras locales alcanza un pináculo con los famosos asesinatos cometidos por William Burke y William Hare en la segunda década del XIX. El nombre del primero incluso alcanzó notoriedad de verbo, para explicar un tipo de muerte que el individuo practicaba en sus andanzas. Asfixia y/o estrangulamiento para obtener cuerpos que serían entregados a un notable doctor universitario, Knox, ávido estudioso de la anatomía humana. Burke & Hare fascinaron a los creadores de entonces y posteriores. Robert Louis Stevenson se inspira en ellos para escribir El ladrón de cadáveres, que leí en mi juventud bajo el título de El desenterrador, con la salvedad de no mencionar a la famosa dupla y solo adquirir como inspiración el entorno y el contexto de aquellos hechos en Edimburgo.

Burke y su socio Hare solían invitar a sus víctimas a departir tragos de whisky en la covacha que habitaban. Se cuenta que el interés sobre todo del señor Burke estaba en averiguar detalles de la vida del elegido, a quien se eliminaba en el momento preciso en que el relato alcanzaría una suerte de epílogo. La conversación, inconclusa, terminaba con la vida, lo que daba espacio de fantaseo y especulación acerca del, o los, posibles finales de una interesante narración. Pero los seres humanos nos parecemos demasiado, y más pronto que tarde, los relatos van asemejándose más y más. De allí, los socios decidieron ser expeditivos y no tanto líricos. Terrible, pero no falto de poética oscura y un aprecio indudable del oficio propio.

Ese es el punto que toca a Marcel Schwob, que, francés y judío, se apasionó por la literatura del otro lado del canal, considerándose un discípulo del gran Stevenson. Schwob, en su inolvidable Vidas imaginarias, reinventa con ironía y fineza el periplo de los señores Burke y Hare, haciendo énfasis, de acuerdo a la tradición de De Quincey, en la profesionalidad y arte de los asesinos, lamentando a su vez el epílogo, casi no queriendo dar término a una carrera artística de tan interesantes características. ¿Elogio de la violencia? ¿Apología? O simplemente ficcionalizar y embellecer en forma algo tan trivial como el asesinato en las sociedades industriales de entonces. Relato preciosista, tomando -podríamos sugerir- partido por la eficiencia -en lo que fuere- aparte de la subjetividad añadida al desempeño de un oficio riesgoso, brutal pero sutil al mismo tiempo.

Dylan Thomas, seis décadas después, resucitará los hechos. Ya es el tiempo del cine y la concisión prima para plasmarla en imágenes. El relato del poeta galés servirá de guión en un filme posterior. El año pasado, en forma de comedia, tal vez como lo deseaba Schwob, comedia negra, se estrenó una nueva versión cinematográfica en Inglaterra, sociedad tan afecta al policial y a los detalles y entretelones de ese arte tan antiguo de matar.

Recordando a Burke y Hare, y dada la explosión del gremio de estranguladores, cogoteros en la jerga boliviana, en la multitudinaria y nativa ciudad de El Alto, me pregunto si algún autor nacional tendrá el valor de desarrollar en forma de ficción drama semejante. Las condiciones no se dan, por supuesto, para hacer interpretaciones que no sean de orden moral sino estético. Creo que la sociedad enterraría para siempre a sujeto tal, y terminaría su carrera literaria con prontitud y quizá en circunstancias no muy agradables según vemos las carácterísticas de esta extraña época. De todos modos, y valga de referencia, Wilmer Urrelo, en Hablar con los perros, se aproxima a un tema cercano, el secuestro de mujeres, en La Paz-El Alto, con fines de lucro y explotación, además de otros asuntos candentes y prohibidos como la antropofagia. Pablo Cingolani, en un reciente y antológico texto de crónica, Bandidos en la frontera, explica parcialmente el negocio de la trata de personas y destina, por haberlo visto, esas víctimas que aparecen en las páginas de Urrelo a los lavaderos de oro en la región de Apolobamba, la vieja Carabaya incásica donde ya se explotaba la maldición amarilla. Casi afirmar, desearlo por supuesto en términos de denuncia, pero también de arte literario, que Bolivia anda necesitando, en estilo y género que fuere, la aparición de otra Vorágine, como la de José Eustasio Rivera, o alucinaciones históricas, tipo José Asunción Silva, sin obviar la modernidad del tiempo que vivimos, pero sin desdeñar un universo de incomparable riqueza, crueldad sin límites, cegueras popular y gubernamental, y lo multifacético de nuestro carácter.


De la mano de Anthony Burgess

La naranja mecánica fue inmortalizada por el cine, cosa que el autor británico Anthony Burgess, quien la escribió, tomaba con sentimientos encontrados. Por un lado significó un despegue económico sin precedente en su carrera; por el otro, y lo diría con dejo de tristeza, lo suplantó como creador, dejando el mérito del tema y su incuestionable controversia, muy adecuada al período, en manos del cineasta Kubrick, que sin necesidad de repetirlo, hizo, a su manera, otra obra de arte tan válida como la original. Ni mejor, ni peor.

Muchas veces la premura por publicar, o por no perder un contrato de edición, hace que el escritor ceda en asuntos esenciales, como estructura de texto, personajes, etc. Le sucedió a Burgess con esta novela, que para su edición norteamericana fue reducida a veinte capítulos, desechando uno. Stanley Kubrick se basó en esa versión para el filme y la razón está en la diferencia que en la edición inglesa original el último capítulo sugiere a un personaje redimido, que reflexiona, madura y abandona por voluntad propia sus para el resto nefastas actividades. En el incario, el Estado obligaba a sus habitantes a contraer matrimonio, para incluirlos en una maquinaria que debía funcionar. La idea es similar, la de un momento en donde el frenesí juvenil, singularmente violento en este caso, da paso al tiempo inexorable y sus condicionamientos, que si bien tornan una existencia en aburrida, permite al otrora rebelde y pecador sobrevivir, mientras sobreviven sus congéneres. Ello desmitificaría el ambiente abrupto, jocosamente extremo, casi horroso, de las páginas de La naranja mecánica, quitándole atractivo. Un personaje redimido no vende tanto como uno recalcitrante y reincidente. En Kubrick, la historia de Alex, la forma en que la termina en la cinta, deja en evidencia el retorno del pandillero a las andadas. Luego de una traumática “cura”, de la que sale impedido incluso de escuchar la Novena de su amado “Ludwig van”, se lo muestra mirando de reojo, con sonrisa cómplice, extasiado por los timbales de Beethoven. Ha vuelto a ser.

Burgess se cuestionaba qué era mejor para una sociedad. Someter a los ciudadanos a un lavado de cerebro, consciente y generalizado, llevaría al individuo a comportarse entre el colectivo según las reglas, mecanizando un sistema que reduciría el crimen, la conducta antisocial, pero que también arriesgaría su poética, el libre albedrío, que, querrámoslo o no, va a tener aristas como las de Alex y su gang. Ese veto a la libre expresión individual podría acarrear la consecuencia de terminar con creatividad y arte, que suelen venir a veces de situaciones y acciones disasociadas con lo que la cordura social permite o avala. Pero ¿es el delito una forma de libre expresión, resultado de ella, hijo espurio del pensamiento liberal?

Los matices difieren. Don Quijote y Alex representan dos facetas de un mismo rostro, el de aquel que se niega a engrosar el montón. Los motivos no interesan. Dado el caso se los podría diseccionar de a uno. El castigo por una conducta que pone en riesgo el “buen vivir”, máxima engañosa que han hecho suya hoy algunos gobiernos de supuesta izquierda, es parecido: cárcel, manicomio, clínica siquiátrica, paredón, destierro, desaparición. Allí encuentro el no oculto gusto del maestro Schwob por los caballeros Burke y Hare, rebeldes que desenmascaran la sociedad inglesa, hipócrita y explotadora, adueñándose de sus mismos métodos, permitidos para el Estado y prohibidos para el común. Fenómeno muy particular en los Estados Unidos de América, en donde el criminal y el antisocial se elevan al heroísmo, todavía aunque en menor grado hoy, en contra de la policía, los federales, los agentes del orden. No era extraño, en los setentas, que se aplaudiera en el momento en que Dillinger, el Enemigo Número Uno, en la pantalla, burlaba a sus perseguidores y se quedaba con el dinero. Bonnie y Clyde, Charles Manson, John Gotti, Capone por supuesto, llenaron el imaginario de la gente como expresiones de la frustración y la angustia rebelde, de la posibilidad de enfrentarse al monstruo. En ellos, el hombre de a pie veía, y ve, a los que de alguna manera se cobran por su difícil existencia. Paradójicamente, no sucede cuando es un banquero, un multimillonario el que estafa al fisco. La reacción entonces se alinea con la de las normas establecidas.

Los métodos “científicos” que se utilizan para reencauzar al personaje de Burgess, y que peligrosamente se asemejan a los que manipulan los totalitarismos, son fallidos. Hay sociedades que se manejan dentro de límites muy establecidos. Eso les permite crecer, desarrollarse, innovar. Pero, por lo general, países semejantes tienen leyes que regulan incluso al poder del Estado. La práctica del brainwashing no puede evitar explosiones individuales. Al contrario, mientras más se aplica, mayores, más numerosas las reacciones. Incomprensibles, se las denomina, cuando son tan obvias que no hay donde perderse.

Burgess cita a Orwell y Huxley, apuntalando aquello de si debe permitirse a un ente abstracto como el Estado, adueñarse de las vidas de otros. Supongo, volviendo a la novela y para no dejar cabos sueltos, que una redención personal vale, si es decidida en absoluta libertad. Eso lo observarán, señalarán, críticos, lectores, mientras el autor, Anthony Burgess, no se lo plantea de entrada; de acuerdo a su noción de escritura, evita hacer un esbozo completo de la obra. Comienza según algunas pautas y luego la narración sigue su propio camino. Por tanto sería aventurado arriesgar la opinión de que se escribía una novela sobre la violencia, a pesar de que la historia de Alex y sus muchachos recrea un evento personal en la vida del escritor donde su esposa fue atacada. Las consideraciones, preguntas, y posibles respuestas son posteriores.


La masacre de Aurora y algunas consideraciones sobre ficción y violencia

Hace unos días, en el estreno, a medianoche, del reciente filme sobre Batman, el hombre murciélago, el caballero de la noche, ocurrió una masacre. En un cine, el más cercano a casa en la ciudad de Aurora donde vivo, adyacente a Denver, Colorado, un individuo compró su boleto, pidió permiso para salir, llegó a su automóvil, se vistió como quien suponía era a partir del momento, y, por una puerta de escape previamente forzada, entró de vuelta a matar.

Pongámonos en escena. Cuando el asesino arroja unos cartuchos de humo, el público piensa que es parte del espectáculo. Más de alguno al empezar los tiros lo seguiría pensando. Es que Aurora a momento de cerrarse las puertas había dejado de ser. Era Ciudad Gótica ahora en la sala de un multicine. Embrujo colectivo que muestra aspectos muy representativos de la sociedad norteamericana. El cómic siempre fue acá un fenómeno de masas, acrecentado cuando se hizo cine. Tradición literaria popular, resultado y creadora de una psiquis particular del norteamericano medio, la del héroe cuya misión es salvar el mundo. Superman es el epítome del hombre en la América que les pertenece. Clark Kent lo retrata, de perfil bajo, trabajador, amable, tierno, y, cuando se necesita, implacable en su lucha contra el mal. Esto chocaría con lo dicho anteriormente acerca de que el Malo es el héroe y no al revés. En el caso de Superman, imagen emblemática del bien habría cierta confrontación, diferencia que se borra cuando el concepto que unifica las partes es el de individuo en contra de algo, sea el gobierno, organizaciones criminales, invasores extraterrestres, etc. La acción individual es la acción “americana”, y bajo ello se fundó esta sociedad. El caso de Batman es distinto, porque su carácter es algo ambiguo; aunque trabaja a favor de la ley y el orden, no es bien visto por sus representantes: suerte de expatriado necesario, útil en momentos en que el riesgo desborda la capacidad, pero cuestionable. Quizá por eso su traje oscuro, y moverse de noche, enmascararse como un ladrón, a diferencia de su par y también miembro de la Liga de Superhéroes, el de rostro luminoso que vuela con una gran S en el pecho.

El asesino ha penetrado en los arcanos de la ficción. Existe una vida paralela a su normal de estudiante graduado, de novio, de amigo, compañero de curso. La literatura, en uno de sus géneros, lo ha arrebatado hacia un mundo en el cual las cosas se dirimen de otro modo, no con lo prosaico del día a día sino con la grandiosidad de lo épico, en circunstancias brumosas, futurísticas, allí donde, otra vez, el individuo como tal será capaz de grandes acciones, ya sea enfrentar al Mal, o al Bien. Esa exhibición de estreno es el portal para penetrar al otro lado, dejando la impudicia de la vida cotidiana de lado. Al instante en que se cierran las puertas no hay retorno. En su caso, aparentemente, el personaje que lo había seducido y dominado era The Joker, el Guasón, y la batalla sería entre él, vilipendiado por la multitud que idolatra al enmascarado, y el mundo. Antes de que llegue Batman él habrá dado su lección. Lo demás no cuenta.

Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, hace un inteligente análisis del por qué de los asesinos en los Estados Unidos, los que cometen masacres o los que van anotando unidad por unidad a sus víctimas. Volvemos a Anthony Burgess y el lavado de cerebro, que es extensivo y subyacente en Norteamérica, que se da de a gotas desde que nacen y prosigue en cada estadio de crecimiento, sobre todo en la escuela. Van conformando una sociedad de denunciantes, que combate ésa, unas décadas más vieja, que añora a los grandes criminales y que fue resultado de la Gran Depresión.

A partir de la Segunda Guerra Mundial los EUA alcanzan su época dorada. Hay un pequeño recule de rebelión en los años 60 con el movimiento hippie, que se absorbe pronto. Ahora hay un país rico y poderoso que proteger, y comienza a lavarse el cerebro, aunque sus raíces son tan antiguas como el calvinismo y estuvieron de eterno presentes. Pero ese sistema no es perfecto y la mejor muestra está en estas individualidades que en el rato menos pensado y de quien menos se esperaba, pierden la compostura y enloquecen de la peor manera. Últimos resabios de rebelión, según Paz, en una sociedad controlada y policial.

El caso de Holmes en Aurora cae dentro de ese marco, con la salvedad de que se añade el punto de la ficción. Rebelión también sería abandonar lo terrestre para vivir un cuento de hadas. No es raro, pero en su caso, extremo.

Pensé que la masacre no nos había tocado por ningún lado, hasta que el domingo nos enteramos que el hijo veinteañero de una amiga mexicana casada con coreano, quien estaba en la segunda fila, recibió dos tiros. Uno que le atravesó la rodilla, y el otro que entrando por el glúteo, con un orifico de entrada de media pulgada, cortó la uretra y destrozó el bajo vientre. Podríamos haber estado allí; siempre vamos. Queda a diez minutos de casa. Entonces seguro que no estaría hablando de este modo, ni diciendo que a pesar de lo terrible del hecho, no puedo como escritor, impedir quedar fascinado del alcance de la ficción y de su capacidad de crear realidades, incluso espantosas como ésta. Es que para mí, el cine es también literatura.


Misceláneas

Elegí el titulo de Lo abrupto y lo sutil, con una idea distinta a la que finalmente he redactado: digresiones acerca de temas y autores. Al no ser ensayista cabal, y nótese lo de cabal, prefiero no entrar y perderme en divagaciones teóricas o filosóficas que no me llevarían a mucho. Comento, opino, dejo volar la subjetividad por encima de mis libros y películas. El hecho de vivir aislado en un lugar como Aurora, donde cada diez años hay un crimen horrendo que la repone en el mapa, todos cerca de casa tal vez por la diversidad de su entorno, o por un omen que se aloja por allí, en los pasadizos de la carretera 225, me preserva de los avatares del mundo literario (mi amigo Igor Quiroga sería más drástico y diría la canalla literaria), y sus demandas. Hay autores que viven para ofrecerse en los mercados, como mangos maduros o tunas punzantes; no es mi caso y elijo la calma de crecer como ramita de albahaca o planta de cicuta, rodeado de pequeños placeres, la lectura el principal, aunque en derredor se anden acuchillando los negros, se madreen los carnales, o el Guasón baje de una nave semi-espacial y extermine a los vecinos.

Buscar y hallar los temas tratados aquí: amor, sexo, violencia en la literatura no cuesta esfuerzo. Como dije al principio, como la vida, los escritos están plagados de los tres elementos, unos más que otros, desde distintas perspectivas, coloreados a la manera de sus autores. Es al lector a quien toca conversarlos, encontrar los vericuetos que casi seguro el escritor ni siquiera sospechó, porque escribir forma parte del inconsciente colectivo, y, a pesar de que por lo general se sigue un esbozo previo, la palabra sigue rumbos independientes y destapa u oculta cosas ajenas al creador o su estructura previa. No en Paulo Coelho o Isabel Allende... que son por demás previsibles.

Hay tantos géneros, maneras de escribir un texto. Tantas las formas de interpretar una realidad concreta u onírica, que si queremos establecer un patrón de medida, o hallar una reglamentación en cuanto a la aproximación literaria a temas tan amplios como los propuestos, estaríamos trashumando la nada. Hace poco conseguí una obra que es ya un clásico: Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso. La contratapa afirma que es una gran novela histórica, pero no tiene la estructuración de tal, aunque el argumento tratado sea de hechos sucedidos durante la dictadura argentina. Testimonial entonces, sí y no, ficción y realidad, así lo ficticio de los nombres oculte personas de carne y hueso. Lo que vale es su calidad de texto literario sumada a la memoria del tiempo que no se debe nunca perder. La guerra sucia, como la han calificado, abunda en violencia extrema, pero no por ello abandona los elementos de ternura que nos diferencian, cuando en la novela, por ejemplo, conversan un represor y un reprimido, luego del desastre; hay llanto acerca de lo ilógico de tan detestable carnicería. El represor le dice al otro que sabe que “ustedes” van a la larga a vencer, porque son mejores que “nosotros”. Tremenda ilusión; ellos y aquellos, tocante al poder, semejan gemelos.

El sexo, y la violencia en el Marqués de Sade han llenado libros de elogio y psiquiatría. Hace decenas de años que no lo leo, pero la impresión que tuve del divino marqués no fue la de orgías sangrientas sino la de moral. El hombre alegaba, utilizando armas por cierto muy dañinas entonces, por una sociedad que terminara con lo hipócrita y servil de la época, dominada por patrones, jueces, militares y curas, pilares de la iniquidad y desigualdad desde el inicio de los tiempos. Su ataque fue brutal, como lo fue su castigo, condenándolo al incluir su nombre en el vocabulario con una palabra que implica maldad. Su vida privada no interesa. Su literatura es explícita en su afán de destruir lo que nos separa.

Sería enumeración sin fin la nuestra, para rescatar instantes literarios con la temática que nos atinge. Georges Bataille, en poemas póstumos, descubre una faceta de esa que consideramos la más dulce de las artes escribientes, donde junto a la pasión que despierta el amor, se funden sexo y escatología, sin olvidar la violencia. Faltos de lírica amorosa, quizá, pero no ausentes de lo que suele ser el más ávido motor de la historia. Sigue allí, supongo que todavía vivo, el poeta español Leopoldo María Panero, soterrado en la prisión de un hospicio, o libre en la profunda soledad del ermitaño. Cómo saberlo, en un camino que envolvió también a Robert Walser y fue connotado y difundido en el caso del autor alemán Oskar Panizza, el gran hereje, artista que en El Concilio de amor destroza los fundamentos hipócritas de la Iglesia, y se burla con despiadada violencia e ironía de los iconos religiosos, para quien María virgen no era más que una puta desquiciada y Jesús un pobre diablo lloroso y dominado. Eso bajo el pretexto de la aparición de la sífilis en Europa. Le costó. Luego de procesos y cárceles decidió recluirse en el manicomio, desde donde escribió lúcidos párrafos autobiográficos designándose a sí mismo como “el enfermo”.

¿Qué perseguían Valentine Penrose y Alejandra Pizarnik en detallar las abominaciones de Erzébet Bathory, la condesa sangrienta? Carece esta mujer del peso socio político del otro gran monstruo, el príncipe valaco conocido como Dracul. Todavía en él, deslindando posibles desviaciones de personalidad, queda el pretexto de haber sido violento en una época violenta, extremo porque cabía a la necesidad de supervivencia. El Drácula romántico, exquisito en el Nosferatu de Herzog es posterior, invento del gótico y respuesta a distintas apetencias y tiempos. Pero Bathory, aceptando la carga enfermiza de la aristocracia a la que pertenecía, nos es todavía desconocida y sigue despertando controversias y encanto entre artistas de diferentes medios. Por asociación, recuerdo unos párrafos de Ivo Andric en Un puente sobre el Drina, sobre el que escribí en mi juventud y que describían con lujo de detalles algo que llamaríamos el arte de empalar. Sofisticación, brutalidad, insoportables. Pero seguimos abriendo esos libros y leyéndolos. Su espanto no logra desterrarlos de nuestra biblioteca.

Alonso Quijano, Aquileo, el cojo John Silver, Dimitri Karamazov, Raskolnikov, Martín Fierro, el vengador de Sin City, Boggie el aceitoso, Batman y la materialización del Joker somos todos. Como Eugenia Grandet, Madame Bovary, Catalina de Médicis, las heroínas de la novela gráfica japonesa, la infame Ana Karenina o Effi Briest. Complejos, contradictorios, crueles, desencantados y sórdidos, a la vez que tiernos, hidalgos, apiadados y afectuosos. Capaces de amar, poseer  y matar. Abruptos y sutiles. Siempre.

Aurora, julio del 2012

Leído en el VII Encuentro, 8/8/2012, Cochabamba

Imagen 1: Aquiles y Patroclo
Imagen 2: Thomas De Quincey en un dibujo contemporáneo
Imagen 3: Afiche de La naranja mecánica
Imagen 4: Batman
Imagen 5: Ilustración de Santiago Caruso para La condesa sangrienta (Pizarnik)

Concourse D


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Aquí, ante esta marea de gente a la que observo, me pongo a pensar cuánto aguantaría escondido en el aeropuerto de Miami hasta que supieran que me he convertido en inquilino. Con dinero en el bolsillo tal vez pasara una temporada sin ser descubierto. Parece una ciudad. Aunque no, no sería posible, porque es ciudad cubana, y en oposición a la indiferencia y hasta inocencia gringa, los barrenderos, sandwicheros, guardias y demás paisanos, se pasarían la voz de que un ente extraño ha invadido sus dominios de polvo y grasa, y me entregarían a las autoridades, con revuelo mayúsculo en estos tiempos de guerra antiterrorista sin fin.

Pero miro los rincones. Alguno habrá fuera del lente de las cámaras. Hay que contar, además, con la ineficiencia y la excesiva sociabilidad de los isleños, que entre hablar de guisados y mameyes, y comadres en la tierra de allá, que acá se convierte en muy cercana, permitirían por desidia en exceso familiar que entre baños, restaurantes, cafés y escalinatas ocultase el cuerpo a miradas incómodas.

Creo que la idea vale, para desmitificar el delirio de impenetrable seguridad que Norteamérica se ha echado encima. Nada puede blindarse a todo; nada, a pesar de que la población latina que sirve al gobierno de USA en el aeropuerto de Miami haga todo por congraciarse con quien le da de comer como a perrito faldero.

Cuestión de anotar en papel un presupuesto, de, con simple aritmética, luego de un estudio de precios de comida al interior, llegar a un resultado de gastos diarios multiplicados por los días que se planea estar, antes de salir a la prensa y dar bravuconadas noticiosas de que el sistema tiene un agujero mayor que el de ozono arriba, y que tarde o temprano terminaremos asándonos al sol, o al calor de los atentados árabes en su otra inútil como espeluznantemente boba lucha entre comillas.

¿Fantasías? Lo llamaría aburrimiento, después de nueve horas de aguardar por un avión que me lleve a Bolivia, justo en 6 de agosto, casi perdiendo el desfile militar que adoraba de niño y que hoy me causa la inmensa gracia de saber que desfila un ejército que ni gana en la coscoja.

No lo aceptaría, ni aun a nombre de la batalla contra el poder y los regímenes policiales. El estar por días, digo, en este espacio que tiene de todo para sobrevivir, si lo pagas, pero que no permite un atisbo de ternura. Cierto que con un ordenador de falda, conectado, las voces amigas no faltan ni siquiera en un gigantesco aeropuerto deshumanizado. Pero el olfato es un sentido muy especial y necesitado, y los computadores no cargan consigo los aromas de los otros, y sin olor, cualquier voz cansa, suena como programa televisivo que se ha visto mucho y se suele predecir. Otra cosa es que quien diga algo mueva el cabello, y suelte con él los aires de perfume que atesora el cuello, la sutileza de la lavanda, la frescura del jazmín. Hablando con mujeres, se supone. Pero a la nariz me llega la fritura del aceite de chile, que los latinos del Manchú Wok no escatiman para dorar sus stir fry. El queso que se derrite sobre la carne desmenuzada de un sándwich estilo Filadelfia.

Creo que mejor dejo de lado mi protesta política, mis aficiones de solitario, y me alisto para un largo viaje donde quieran dios o el diablo no me toque un sujeto parlanchín de compañía. Porque yo, como Chinua Achebe, prefiero, cuando viajo, la libertad del sueño, de la observancia, la meditación o la lascivia, en un Miami pleno de jovencitas y mujeres maduras que aseguran que el trópico se les pegó a la piel y que no habrá ya de soltarlas. Lo muestran con desenfado, el color ése, de ron, para alegría de los sentados, varados, expectantes pasajeros que lo único que ansían ya es salir de aquí.
05/08/12 

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Publicado en Revista Extra (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 26/08/2012
Foto: Aeropuerto de Miami



Tuesday, August 28, 2012

Un irreverente en la literatura nacional



Entrevista de María José Ferrel

Claudio Ferrufino-Coqueugniot. La literatura, la filosofía y la vida de un escritor 'ermitaño', a quien le interesa la experiencia como parte de la literatura.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot es un personaje que un periodista y cualquier ciudadano debe conocer en persona. Más allá de los clichés políticos, es un hombre que parece haber vivido y experimentado todo lo que dice y a la vez el conocimiento que emana de su boca solo es comparable con los libros que ha leído y todas las diferentes "literaturas" que han pasado por sus manos. Ferrufino-Coqueugniot habló sobre la novela negra, el amor, el sexo y la violencia en el pasado VII Encuentro de Escritores Iberoamericano, celebrado en Cochabamba. Acompañado con unas "Taquiñas", conversa sobre los entretelones de su obra, cuánto le interesa la experiencia humana y la soledad de su escritura.


¿En qué momento Claudio Ferrufino-Coqueugniot decide empezar en la literatura?
Yo escribo desde pequeño. Escribí poemas y cosas así. La literatura en realidad ha sido parte de mi vida sin imponérmela. En ningún momento decidí ser escritor y no sé si me considero escritor. Escribo y siempre lo voy a hacer, publique o no publique.
Puedo ver una película, hablar con la vendedora de dulces algo que me interesa y de lo que sale un texto, ¿no? Generalmente, como soy muy ecléctico y gran lector, no solo de literatura, sino también  de muchas cosas como economía, sociología, política y etnografía, me gusta mezclar en mis textos todo eso y empiezo a ubicar la historia de la dulcera, por darte un ejemplo, en un contexto social, geográfico y contexto temporal histórico. Me gusta jugar así, por el gusto de escribir como una actividad para entretenerme.


¿Puede vivir de la literatura, hablando de rédito económico?
Mi segunda novela, "El exilio  voluntario", sí me ha dado un dinero extra, pero jamás he intentado vivir de la literatura ni de lo que escribo. Nunca en la vida he cobrado por un artículo para periódico o revistas porque no lo necesitaba y porque me parecía indecoroso e indecente recibir un dinero por un escrito, prefiero regalarlo. Entonces vivo de otra cosa que no es literatura, siempre he vivido de otras cosas. Me ha gustado hacer de todo, he sido estibador y  mozo de restaurante porque creo que la esencia de la vida está en la gente común y en lo popular. Yo me nutro mucho de eso, no soy el escritor que va a vivir en el ghetto negro de Washington con la idea de escribir. Al contrario, voy a ganarme la vida y para integrarme a una sociedad tan distinta a la mía que me enriquece y si luego de una experiencia similar a esa de la que salió "El exilio voluntario" deseo escribir sobre eso, lo hago y si no, no, pero no es el escritor buscando la experiencia; al contrario, es el ser humano buscando la vida. Eso es lo que hago y si escribo o no sobre eso lo decidirá el azar

Sobre la literatura en Bolivia, ¿cree que existe una nueva generación?
Se está escribiendo más y creo que la globalización ha influido positivamente en que el escritor boliviano esté buscando más temas y que haya  ampliado sus perspectivas. Ahora, si es una generación que va a perdurar como una generación literaria no lo sé, porque es muy diversa. Cada uno por su lado, no hay una estilística propia generacional y va yendo hacia el tema del marketing.
El mercadeo es terrible, es lo que está acabando con la literatura en el mundo. Hay una especie de cuoteo por países. España domina la empresa editorial de lengua española y es la que se decide qué se publica y cuándo. Está dando espacio a un grupo de jóvenes que es lo que llamaríamos entre comillas "la nueva generación" que está escribiendo sobre temas que quizás pueden parecer insulsos, muchas veces, completamente sin sentido. Bueno, el cuoteo es terrible. ¿Cuánto espacio se puede dar a un país como Bolivia? ¿Cuántos autores bolivianos van a ser permitidos como un éxito producido por la editorial en España, cuantos? ¿Uno, dos? Eso es terrible y no es criticar a uno en este caso sino que es terrible cómo somos manipulados por el mercado de una manera espantosa.

¿Qué piensa del academicismo con respecto a la literatura, cómo ve a la literatura nacional?
Entras a un círculo que es parte del mercado editorial del cual es difícil salir. Es diferente en el caso de los escritores anglosajones  que no tienen este prurito del latinoamericano por ser doctor. El escritor anglosajón es muy diferente, puede vivir al lado de tu casa y estar haciendo jardinería y ser un escritor que es candidato al Nobel. Hay mucha más modestia y mucha más decencia incluso, decencia de ser lo que son: primero un hombre  y luego escritores. Mi consejo siempre a los escritores jóvenes es el consejo que Máximo Gorki le dio a Isaak Babel, cuando Babel, el gran escritor  judío ruso, le dijo que quería ser sobre lo que necesitaba hacer. Gorki le dice: “Andate al mundo y cuando regreses escribe”. Y es lo que hace Babel y nos deja dos obras gigantes en la literatura universal. Lo que le falta al escritor boliviano es un poco tener los huevos de irse a ser lavaplatos a Argelia o mercenario en Ruanda o cosas así, hay que vivir, hay que apostar por la vida y si eres escritor estás apostando por la literatura.

Muchos critican desde la política su literatura. ¿Qué le molesta a Claudio Ferrufino-Coqueugniot de la política en la actualidad?
No solo de la política boliviana actual, yo escribo hace 30 años columnas políticas de opinión  y si revisaras mi blog por ejemplo puedes encontrar una crítica a Bush tanto o peor a la de Evo Morales, tanto que me dijeron que me cuidara y en algún momento yo sé que estuve en listas de tipos a ser observados por el FBI.
Mis diatribas contra Bush y el Gobierno republicano son tremendas, y lo de Evo Morales no es diferente. Yo soy un individualista, una persona que no puede soportar que alguien se arrogue el derecho de pensar y actuar por ti. Si es indio, si es blanco, si es boliviano, norteamericano de izquierda o de derecha, me cago, no me importa. Yo voy a oponerme a ellos siempre. Me digan facho, me digan comunista, pueden pensar lo que les dé la gana, soy un hombre que opina y siempre voy a opinar.

¿Es Claudio Ferrufino-Coqueugniot un hombre de izquierda y un columnista de derecha?
Esos términos ya son obsoletos y si vamos a meternos dentro de esos cánones yo soy y siempre he sido un hombre de izquierda y justamente por ser un hombre de izquierda discrepo con todo lo que está ocurriendo en el país. Aquí no ha cambiado nada, hay algunos cambios que eran imposible que no vinieran y que no son hechura de Evo Morales, como la inclusión del indígena en la vida nacional. Ese era un devenir histórico imposible de no suceder. Estuviera Goni, Evo o cualquiera. Por supuesto, el Gobierno del MAS ha sido el catalizador y esa inclusión que está siendo dificultosa ahora es un avance. Pero lo que ocurre a nivel gubernamental, el expolio, el estupro nacional en este Gobierno como con Goni o con Barrientos o con cualquier de ellos, es la misma mierda, aquí no ha cambiado nada. Todo esto de Cristinita la millonaria, el millonario Chávez, el imbécil de Correa, eso no es revolución, eso es un retroceso en el proceso social, de verdad.

Entonces, ¿es una suerte de exotismo latinoamericano izquierdista desde los 'progres' europeos?
Yo quisiera ver a los holandeses o españoles con Evo Morales de presidente, veríamos si piensan lo mismo. Es un paternalismo,  es la vuelta al colonialismo, “ah que lindo, por fin nuestros indiecitos están hablando. Son "nuestros indiecitos”. No es ese hombre que por su mismo proceso histórico haya llegado a esto, no, es una dádiva de la izquierda o la pseudo izquierda europea hacia nosotros. Lo que no se está comprendiendo en Bolivia todavía  y se va a entender en las próximas dos décadas es el fenómeno del narcotráfico y la permisividad del Gobierno al respecto. Lo que va a dejar el narcotráfico no es una revolución, no es un proceso de cambio, no es una bonanza, ni bienestar económico para todos, aquí lo que van a quedar van a ser ruinas y si hablamos de los indígenas cualquier pervivencia de culturas indígenas originarias van a ser destruidas por el narcotráfico completamente.

El Invitado

Ricardo Bajo
Periodista

Extracto 'Razones  por qué me gusta la novela de Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Me gusta su ritmo, lo vertiginoso, las frases cortas y punzantes.
Me gusta su humor y su pasión desenfrenada por el sexo, como salvavidas del pobre inmigrante, del inmigrante pobre.
Me gusta sus “sentencias”, sus frases para subrayar y quedarse: “cuando uno no tiene personas, se recurre a la música”, “las putas refugian las penas del inmigrante”, “no somos bolivianos entonces, no somos nada”, “extraño pueblo el nuestro, en apariencia tan nacionalista y tan chaqueteador cuando no debe”, “el viaje de un inmigrante hombre consiste en tres cosas: hambre, sexo y trabajo”…
Me gustan sus odios y sus amores, los de Carlos Flores, los de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, contra Clancy y Bush, contra los gringos pelotudos y los bolivianos más pelotudos por copiones y provincianos, por “estar” a favor de los negros compañeros de laburo, de los cuates, de las nostalgias de calles y pueblos lejanos y sus olores. Por sus añoranzas de Cochabamba, de La Paz, de Punata y Cliza. Y de las peleas en la plazas vallunas.
Me gusta por la nostalgia que resuma (que siento yo como exiliado voluntario también).
Me gustan sus referencias de ametralladora, sus guiños de cinéfilo, de amante de la música (de Neil Young a Dylan, de los Stones a los Beatles, de Totó la momposina a los irlandeses y kurdos), de los parques y los museos.
Me gusta su tristeza de blues o de bossa nova, su rabia contra la máquina de coro punkie, su alegría y alboroto de boliche rockero. Su cadencia de cueca de exilio sufrido y triunfador.
Y me gusta sobre todo porque cada página que avanza la novela se pone más buena. Y porque normalmente me pasa al revés, el entusiasmo me suele durar hasta la página 30.

Publicado en Día 7 (El Día/Santa Cruz de la Sierra), 26/08/2012 

Friday, August 3, 2012

Trivialidad/MONÓCULO



Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me retrasé, que es palabra decente para decir olvidé, el texto para el diario de mañana. No es que una columna de opinión necesite de un gigantesco intento intelectual, pero al menos algo de preparación. Ahí cuento con la ventaja de que puedo escribir casi lo que quiera, que la trivialidad del panorama nacional, sobre todo el oficial, ofrece caldo riquísimo para preparar cualquier plato: soso, picante, dulzón, amargo. Escribir sobre Bolivia, y no se lo tome a insulto porque representa una realidad concreta y presente, es tan sencillo como sacar del armario el marimacho y cavar las papalisas del patio. Que no sembró mi mujer –aclaración válida- para seguir los consejos del canciller sobre la lujuria intrínseca de este tubérculo, sino por razones netamente agrícolas y experimentales. Que a unos les sirva para el estómago y a otros para el bajo vientre es cuestión de elección política, ni más ni menos.

El domingo festejamos el cumpleaños de mi hija menor. Si algo he aprendido a apreciar en los años que sobrepasan la juventud, es el sabor del ron, puro, como lo sugieren los especialistas, pero también en Cuba Libre con una pizca de limón. De gusto tal, inevitablemente, tenemos que pasar al dilema de la Coca Cola. Dimes y diretes, desmentidos, asnadas y mesnadas expresadas y aleccionadas, sobre esa bebida que representa el capitalismo, el avasallamiento, etcéteras, pero que tiene un irremplazable sabor. Si en el bar plurinacional me traen un Havana Club, 7 años, mixturado con mocochinchi, habrán destapado un foco de sedición, porque se lo tiraría por la cabeza. Tanto se ha convertido ese trago en una representación cultural del siglo XX, que no solo se canta en los viejos calypsos de Trinidad, sino que se lo ofrece, al módico precio de casi cinco dólares, un cuarto del salario de un empleado público en la isla caribeña, con Coca Cola de verdad, en los lujosos patios del Hotel Nacional de La Habana, solo para exclusivos que pueden y tienen, y privativo, por no decir prohibido, para los locales a quienes se oferta una bebida similar (TuCola), que algunos consideran de calidad infecta e imposible para el gusto cincuentañero del Rum and Coca-Cola sobre el que cantaban en 1945 las Andrew Sisters.

Es que todo se ha trivializado. De pronto los mayas aparecen cómplices de la conspiración contra la Coca, Cola porque la otra es cantar distinto, y resulta que sus ahaus y katunes sirven de pretexto a representantes de un pueblo pregonado más antiguo que ellos para determinar el fin de un estadio y el principio de otro ¡en el mundo!, y enseñar los misterios de la en verdad misteriosa por fantasmal fuente de sus saberes. Que nos libre Dios, o la papalisa, en esta juntucha de necedades en la que nos hemos convertido, donde amautas sagrados cargan como prosaicos cargadores material y producto del tráfico de droga, a no ser, y eso pronto nos lo dirán, que somos ignorantes y no conocemos los vericuetos de la sabiduría eterna y sus engañosos caminos para alcanzar la gloria ancestral, eso sí, sin faltar buen whisky, satélites, bemebés, hummers, ternos de lujo, y, seguro, a escondidas, Coca Cola para la elite mientras la chusma pelea a sangre y fuego por el mocochinchi que no alcanza ya que nadie cultiva los pobres duraznos por la exagerada actividad con secadoras portátiles en otro rubro, ajena a la producción de aquella bebida comunitaria.

Lo dije, basta rascar un poquito en la superficie para hallar temas que darían libros en volúmenes mayores a los de la biblioteca de Alejandría, que es donde se quemaron, y por eso ya no hay, los secretos de la desmesura plurinacional. Mientras tanto digiero, porque no me gusta su sabor, un trozo de papalisa. Lo apuro con Coca Cola, por las cualidades de plomero que le atribuyó el Profeta (no el de Gibrán) cuando se alinearon las estrellas en Tiquipaya, aunque en realidad eran tres focos de 40 watts que entre el polvo zapateado parecían los ojos de la Vía Láctea.
02/08/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 03/08/12 

Imagen: Goya/Capricho #38 (Brabísimo), 1796-1797