Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Se ha vuelto un
juego macabro, más que ridículo. En Bolivia no existe democracia; jugar a que
sí ni siquiera alcanza la talla de sueño: pura ilusión. El partido gobernante
ha hecho lo que sabe, nadie esperaba otra cosa, y la mal llamada oposición solo
forma parte del ya decidido engranaje. En realidad, los opositores apuestan a
que por cualquier enlace fortuito puedan participar del expolio, del
despilfarro, con la conciencia “limpia” de haber tratado de evitarlo.
Debemos ser
honestos. La democracia, nos quedó grande. No hay discusión
político-ideológica, no hay pensamiento ni creación, todo gira en torno al
provincialismo que ha explotado el MAS (no otra cosa sabía hacer con sus
limitaciones de inteligencia), al manejo de lugares comunes y discursos
estructuralmente (y gramáticos) de extrema pobreza. Líderes perfectos para un
perfecto país. La supuesta intelligentsia, que siempre se queda muy corta
comparada con afuera, ha visto bien ejercer de sirvienta. La vergonzosa
actuación de ex mandatarios y otros nos da la pauta, y la clave, de lo que
pasa: ausencia total de recurso humano. Somos un carromato que se arrastra por
el lodo, tirado por bueyes o por ciudadanos qué más da, si es lo mismo.
¿Qué corresponde
a un pueblo en semejante situación? Luchar, o, lo que resulta sencillo,
adecuarse al rol de mirón y de pongo, uno asociado con lo otro. Una tercera
opción, que requeriría de poderoso estómago y frialdad de hielo, está en dejar
que las cosas sucedan, que la situación actual, cuya eternidad no la garantiza
ningún achachila, ni Tupak Katari que estás en los cielos, se decante y permita
el asomo de otra obsesión, de otro jerarca antediluviano en una cultura que no
aprendió a escribir. En el país de los asnos la mula es rey y ley.
Quizá se deba
insuflar una gota de optimismo, creer que no vivimos una tragedia sino un
carnaval, que la mascarada tiene que servir para divertirse. Lo que quede luego
de la fiesta, si algo queda, que se lo reparta el más fuerte. Total, de
canibalismo se ha fundado Bolivia, y no hablo de Ayo Ayo y su emblemático
sangriento folklore, hablo del día a día, de lo real confuso y lo real
insólito, de la falta de conocimiento que tenemos de nosotros mismos y del
eterno vagar en la oscuridad por la incapacidad de producir un fuego.
¿Primitivos,
cavernarios? Llámenlo como quieran pero no lo cataloguen racialmente porque no
sirve. Desde el servil Rodríguez Veltzé hasta el prometeico y mandón cacique
que ha jurado chicotear al que se desvíe del camino, todos somos iguales, mal
endémico: bolivianos, bolis, bolitas, boludos, o como nos digan porque nada
estará de más y cada epíteto podrá ser justificado con un argumento. No es
cuestión de indios ni de razas malditas. Esta sombra llamada país guarda el
rango de mancha colectiva. Lo sociológico o antropológico que lo explique
tendrá que caer en obsoletos lombrosianismos. No veo por dónde lo sepamos
explicar con claridad. La abarca o la corbata son elementos de camuflaje, no
otra cosa. Hay un conjunto diverso, y no es el mejor, hermanado por la
estulticia y parido contra natura.
Hasta el MAS con
el aura hipotética de eternidad no es original. A Evo Morales y la banda de
rejuntados los inventaron otros, de afuera, muchos que hoy quieren lavarse las
manos. Por ahí hay un jesuita de dudosa sexualidad y confirmada apetencia por
los aymaras; también vascos fracasados en fuga con ánimo de otra Conquista;
europeos mezquinos y bizcos, que ven todo de costado. Zoológico informe,
retrato cubista, que sin concepto puso los ojos donde debían ir las orejas y la
boca en el trasero. Experiencia social o experimento, salió a las patadas. El
monstruo ahora tiene vida propia y tal vez fallezca de muerte natural. Sirve
como material de ciencia-ficción. Puede producir locura o indiferencia. Ese, el
voto válido, elegir cómo vivir en el desastre. El otro, el voto en las urnas,
inútil. Mejor enviarlo a Maduro como solidaridad revolucionaria, al paraíso
carente de papel higiénico.
29/09/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 30/09/2014