Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
A fines de los
ochenta, un viajero tomaba un tren chino hacia el Turquestán. Destino: Kashgar,
la mítica ciudad uigur, a orillas del desierto al que se entra y nunca se sale,
el Takla Makan. Ya habrá tiempo de dedicarle unas líneas al precioso libro de
Stuart Stevens Night Train to Turkistan;
ahora solo nos fijamos en un detalle utilitario.
El coche comedor,
tan congelado en su interior como el frío afuera, burdo y pretencioso según se
presentaban los socialismos de entonces, tenía al lado de cada mesa un lema:
SERVIR AL PUEBLO. Esa patraña, infundio fútil de la dictadura asiática,
continúa hoy, veinte años después, arrollando las libertades en el mundo. Se la
utiliza con la misma brutalidad y falta de imaginación en la resaca boliviana
de las izquierdas, con un supuesto teórico marxista (gente fácil para el mito,
los bolivianos) que la avala entre comillas. Si hubiese que ubicarlo en un
contexto, diría que el tal sabio es a Marx lo que Corín Tellado a Cervantes.
El lío está en
que el hambre, la desocupación, hasta la idiosincrasia en gente que ha sufrido
esclavitud y atraso por siglos, convierten a los hombres en presa fácil de un
discurso que se presenta con serpentinas y frijoles. A nada, siempre es mejor
algo, y, en el inconsciente colectivo se aferra el pecado de creer que de una
manera u otra debe existir quien mande. Gente que desconoce lo horizontal y
clama por verticalidad, el chicote del amo y la lengua sobre él.
Observo en televisión
a un barbado califa, el mandamás del grupo ISIS que tanto da que hablar en el
momento, maldito sea su nombre. Discursea en Irak, tierra tomada. Detrás suyo
hay un ventilador eléctrico, porque hasta al califa se le sobrecalientan los
huevos. Lo paradójico es que individuos semejantes, que reclaman el retorno del
oscurantismo, se sirvan de elementos occidentales (ventilador) para sus fines.
¿Por qué no poner, digo, a un par de negros desnudos agitando hojas de palma?
Falta coherencia. El discurso sale fácil, la retórica se amolda con soltura a
la estupidez, pero los hechos difieren del verbo.
Mírese a los
boligrandes y a los bolichicos de Venezuela, nadando en oro. Cada día salen a
luz desfalcos inconmensurables y se sabe que los adalides de la revolución
invierten justo donde no debieran… en el imperio. A los pobladores: garrote y
harina pan previa identificación dactilar, mientras los jerarcas cuentan
dólares con máquina porque no les alcanzan las manos. Esos, los facinerosos
socialistas del siglo XXI, ponen la figura del payaso Chávez al lado de
Bolívar. Llegará el día en que habrá que exhumar al muñeco de cera y fusilarlo
en público para escarmiento. Luego tirar la inmundicia a los perros.
Servir al pueblo.
De esto se le inunda la bocota al cacique local, la estrella de Orinoca, el
sempiterno futbolista número diez de la selección mundial. Chivito preñador.
Decía Navia en una crónica, que las putas de Chapare definían a Evo Morales
como “culeadorcito” pero amarrete. Ahora tiene más para gastar y dudo que
alguien le cobre. Su estatus de gallo va en pos del cetro que aún detenta
Rafael Leónidas Trujillo en el infierno. Emula a Stroessner (léase a Leandro Mazzini
en Coluna Esplanada) en sus trampas
“democráticas” y es el niño mimado del Fondo Monetario Internacional; adalid
del capitalismo salvaje que no reconoce fronteras, derechos humanos o laborales,
y que destroza el medio ambiente con ferocidad de enemigo.
Sean el barbón de
Irak o el barbón de la isla, los calvos Putin y Lukashenko, o el lampiño
nuestro… califas, mallkus, dioses vienen del mismo costal: metafísica para las
masas, el dinero es nuestro.
Burda como el
tren chino camino del fin del mundo, Cristina Kirchner ríe a veces -hiena- y
llora también, porque la ternura de servir al pueblo, alimentar a los
pobrecitos, hace llorar.
01/09/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 02/09/2014
Imagen: El "califa" Baghdadi
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