Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Nostalgia de escribir acerca de otras cosas. Eso traen las horas con la tardía
nieve de abril derritiéndose en arroyuelos corrientes, fríos, embarrados. Deseo
de lavarse las manos, no porque uno se haya involucrado en la mugre del
“peguismo”, infatigable en nuestras sociedades, y menos en las deudas de favor
hacia cualquiera, sino por asco. Pero no deber a nadie nada, ni disponer de un
puesto con cabos ligados a un accionar político, no libera de la necesidad de
opinar, de indignarse, de ser soez y hasta liviano en el análisis. El peso
radica en la constancia que se deja que no todos somos borregos y que hay gente
a la que no le aficiona el chicote.
Cuando contemplo
a la flor y nata de la presidencia, las presidencias bolivianas, agachar no
solo la cerviz sino las corvas, con ánimo de recibir palmadas del amo en turno,
en el pretexto de una acción “patria” sin ninguna consecuencia, me alegro de
estar sentado con un humeante café y un postre de bayas silvestres, mirando
irse la nieve sin rumbo y sin director. Triste ha de ser el destino de quienes
consideran que deben ser presencia a como dé lugar. Y no digan que a eso se
reduce el arte de la política porque no es cierto. Opciones, quizá, de los
mediocres, o de los que intentan eternidad, lo cual es para mí mediocridad
absoluta.
Estamos en
temporada de fútbol, de grandes copas internacionales, de eliminatorias
mundialistas. La tecnología nos ha puesto al alcance a los maestros de la
pelota, pero hasta en este campo que debiese ser de completo entretenimiento,
asoma el fantasma de los caudillejos, vicios, taras y demás. El Plurinacional,
así con mayúscula, esgrime medallas y ponchos para dorarse con la fama de un
pequeño y glorioso jugador. A cambio recibe una palma sudada y pies descalzos
que abofetean su condición de semidiós. Bolivia, que pierde con mucha pena
todo, se aferra a una tapada del arquero nacional ante el considerado mejor
futbolista del mundo. Se rememora, como hecho imperecedero, que Raldes, de la
selección boliviana, increpó e insultó al genio de marras. Hay la percepción
general de que estos dos hechos intrascendentes y circunstanciales, nos acercan
a una ilusión que recreamos a diario y que nos impide crecer. Dicen que Antonio
Cervantes, Kid Pambelé, puso con sus puños dorados a Colombia en el mapa del
mundo, a la par que Gabriel García Márquez; que le quitó al país el complejo de
inferioridad. Bolivia intenta con Galarza y Raldes lo mismo. Espejismos.
Por eso Evo
Morales es imbatible, porque nadie ha difundido con tal éxito el nombre del país.
La tragedia nuestra consiste en aceptarlo, tal vez para siempre, porque sin él
volveríamos a caer en el vacío. Cuán falso. Las grandes obras y los grandes
personajes se tejen de a poco, sin forzarlos. Vienen con la madurez de los
pueblos, no con la fanfarria del momento.
Un periodista
futbolero, o politólogo del fútbol, tiene pesadillas con mis exabruptos, mis
vómitos los llama él. Se autocalifica de plurinacional y estronguista. Qué le
queda en el primer caso (el segundo pasa). Cabría recordarle, informarle
-mejor- ya que no se recuerda lo que no se lee, que el viejo William Blake
anotaba con certeza que “los tigres de la ira son más sabios que los caballos
del placer”. Dicho en popular: que putear enriquece, que una pizca de rebelión
borra del mapa a los sirvientes.
Redundar, qué
pesadilla. Pero tan difícil sacarse de encima a los pajaritos y a los amautas
que se meten hasta en la sopa, que se termina escribiendo sobre ellos, contra
ellos. San Tuerto y San Huguito predican desde el más allá o más acá (todavía
no se han localizado las coordenadas geográficas), mientras sus vástagos
retozan en sus despojos.
La nieve corre,
se derrite. Lo único concreto; lo importante.
11/4/13
_____
Publicado en
Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 12/04/2013
Fotografía: Abbas
Kiarostami, 1974-2008
Redundancia en la historia, en las alimañas y en sus actos viles. Redundancia en la corajuda minoría: en sus denuncias, en su constancia, en su legado. Ciclos son finalmente, los ritmos y compases con que dirige y permite la Naturaleza en su exquisita redundancia. Y nada más cierto: q Putear enriquece a toda aquella redundancia, con los más bellos, memorables e indelebles acordes. Música para los oídos.
ReplyDeleteSaludos cordiales, estimado Claudio.
Nos asiste el derecho a la puteada, estimado Achille. Tú y yo lo tomamos bien a pecho, como debe ser, así sea exponiéndonos a los grititos hipócritas y desafinados de quienes sabemos. No son importantes, pero no por ello vamos a permitirles hacer lo que les venga en gana. Arremetemos con trinquetes y carajazos. Saludos.
ReplyDelete