Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Sobre los
barandales internos del Hotel Chelsea cuelgan cuadros de José Luis Cuevas y los
cuerpos desarreglados de Sid y Nancy. Los creadores crean. Cohen y Dylan, cada
uno en lo suyo. Los asesinos asesinan en las calles del NY de los noventa,
mientras los hombres aman a pelirrojas de largos cabellos que rememoran una
Janis que no conocí pero que percibo en las corvas de movimiento pausado, en la
sonrisa pelirroja, el sexo pelirrojo, vellos desarreglados como los muertos
puestos a secar. No solo en las caderas, en la sonrisa, la voz que imita a la
diva, la tristeza que emana de la eyaculación: la sima después de la cumbre.
Me dormí.
Le debo treinta años al sueño. No me preocupa, porque se lo pagaré con creces
cuando no despierte. Igual a mi padre, digo: no me traigan curas. Pero pónganme
a Palestrina, o misas antiguas, que las notas sacras me tocan igual a las
calladas iglesias. Me escondo detrás de un poste y miro hermosas ortodoxas con
el cabello cubierto besar los pies de los iconos, besarles las manos en
devoción.
Quería
tocar Hotel Chelsea, de Leonard Cohen, y me quedo con el Wild Cat Blues de
Clarence Williams, con Sidney Bechet. Janis no tengo acá. Hay orfandad también
en la calle Clarkson. Espacios vacíos rebalsan de fantasmas: litografías de
peces, una fotografía de mi amigo Milan Gonzales, la imagen de soldado de papá.
Pink
Cadillac, Mercedes Benz. Nubes que se enroscan y tuercen como en Van Gogh o sicodelia.
Delirios de viajes de los que me habla Daniel. En el sótano, el Arcángel está
creciendo hongos alucinógenos. Estarán listos en dos semanas. Es un proceso
arduo que incluye calor, humedad, cuidado de orfebre y de enfermero. Pregunto
si son buenos para la cópula y Omar y Gabriel me descalifican diciendo que no
son para coger, que se trata de un viaje espiritual. Les digo que no tengo las
maletas listas pero que los probaré; me interesa el concepto de los indios
papagos sobre el peyote, el de los tarahumaras. Viajes. Quizá, por ahí, me
acerque a Janis, la visite en la tumba del aire donde quedamos todos, en noche
de luna, desnudos. Con pelos, los hombres lobo no necesitan prendas. Tal vez
allí contradiga a los espíritus y exista un resquicio de amor físico, porque
para conocerme tuve sesenta años sin lograrlo y no me interesa más saber si soy
o no soy, si fui o no, si seré o non seré. Tal vez, como en los sueños de Jim
Morrison me encuentre con mis razas americanas y conjugue lo que los blancos se
empeñan en separar.
Para colmo,
Maurizio me envía una foto tuya, Janis, y ya me pierdo. Trastabillo en guardar
el delicado piave veneciano que me va creando adicción. Los “honguitos” crecen
en el sótano como musgo blanco. Escucho a los vecinos; huelo mota. El mundo de
las 6:52 de la tarde, sábado, con King Oliver ahora.
Jazz viejo
y amor joven. Irreverentes vellos pelirrojos pintan la tarde del Chelsea. Parece
Día de los Muertos nuyorquino y famoso.
27/06/2020
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