Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cada día leo tu última carta, la del catorce de mayo, como si fuese el Evangelio. Acabo de apurar un café negro con cheesecake que preparó mi hija. Me he sentado a transcribir textos de escritores que admiro pero antes reviso el archivo de tus misivas y tus primeras postreras líneas. Muy rápido se ha ido todo desarrollando y estoy en vigilia de un largo viaje decisivo. Por supuesto iré a buscarte, no siguiendo huellas, porque no las hay, sino en tarea de descubrimiento. Gracias a la tecnología voy recorriendo rincones de tus calles, conociendo detalles, fotografiando. A la sombra de tanto árbol de Poltava.
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de Lviv hermosa, es algo que me debo también, pero antes a la cuasi sombría
parte del oriente. No arrojaré flores a los rusos, caminaré por encima de sus
tumbas como Atila, que no crezca hierba de sus despojos, así fueran jóvenes,
inocentes, obligados, no me interesa.
Descanso en
el panteón griego, en la cima de una colina de Poltava. He visto, e imagino, la
estrategia sueca contra Pedro el Grande, las huestes del atamán Mazepa.
Barricadas en forma de canastas. Los moscovitas nunca perdonaron eso a Ucrania.
Lo sé, y tanto más, y a veces converso con ucranianos que desconocen su historia.
Cosa común en cualquier lado. Por ello me quedo pensativo esperando el crepúsculo,
oteando callejas que se encienden una a una por si apareces. Hay dos trenes que
nos esperan, según deseos tuyos. Uno iría desde Kiev a Varsovia, a Berlín, a Zúrich,
terminando en París que has decidido ver cuanto antes. El otro saldría de la
capital rumbo a Budapest, de allí a Múnich, a Estrasburgo y otra vez París.
Estábamos en los jardines del Luxemburgo Sainte-Beuve, Petrus Borel y yo. Estoy
en este moderno teatro helénico de Ucrania central con Gogol y Sholem Aleichem.
Contigo, siempre contigo, pidiéndote recordar los versos de Shevchenko que
aprendiste en la secundaria. Luego te pones vestido negro, aretes de estrella y
te vistes de noche.
“El amor
tiene un acentuado sabor a vidrio”. René Char.
La copa de
vino camina por el salón, se diría que es caniche rojo y enano. Me distraigo.
Al darme vuelta te miro y pregunto quién eres porque belleza no vi tal. El vino
ladra, el perro duerme. Un par de cuadros demasiado grandes en la pared del
café. En algún momento te desnudas y calzas sencilla polera clara. Tus senos
abiertos y protegidos por sostén azul. Sonríes. Ya te he dicho que nadie sonríe
así, ni Venus escogida por Alejandro Priámida, ni Diana cazadora con liebres en
el hombro camino al reino de los dioses.
Sueño
despierto. Abro las imágenes del teléfono con esperanza del “Putin asesinado”.
Ya viene pero me voy poniendo impaciente. El buscador de eternidad, sin
filosofía alguna, será flagelado, masacrado según costumbre de su pueblo.
Boyardos devorados por perros, zares estrangulados por parientes, carne picada
de otrora poderes absolutos, el sótano de Ekaterinburgo. Ingleses y franceses
tuvieron “decencia” de afilados metales, cirugía política; más allá de los
pantanos anida otra cosa, el instinto básico del lobo. Los vio Alejandro el
Grande; los vio Heródoto. Escitia era un lugar muy grande del mundo. Todavía lo
es y terrible.
Pero
dejémonos de sangre. Recuerdo que escribiste, ante mi augurio del fin del
conflicto, que al fin podrías vivir como un ser humano y no como un animal.
Tiempo que llega, con duras dificultades, seguro. Podremos escondernos del
calor bajo robles al lado del Vorskla, con tu famosa mermelada de grosella
negra extendida sobre el pan. Retorno a lo bucólico, gritos de aves y cigüeñas
de largas patas anidando en grupo en las chimeneas que sobrevivieron. Frío
kvass si no quieres cerveza. Hacia el este las nubes se tiznan de lluvia.
Veo una hermosa
casita amarilla cubierta de hiedra.
Salto por
la ventana. El nazareno caminó encima de las aguas, yo floto en el aire con
alegres pasos de klezmer que me asocian a Chagall. No te animas a realizar un
viaje allí a ver si siguen pululando cabras verdes y gallos aéreos. Demasiado
presente el dolor. Y aunque parezca una barbaridad escondo mi libro de Iván
Bunin de ti. De Rusia nada; de Bielorrusia tampoco.
Preparábamos
el encuentro con bombos y sonajas. Te dije que alistaras un traje cosaco rojo,
botas negras y sable real. Vino la muerte de mi hermana, llegó la pandemia,
vino la guerra y los años pasaron con más de mil doscientas cartas. En ese
período leí a Olga Tokarczuk, algo más de Claudio Magris, al extraño M.
Aguéiev; escribí sin pausa, breves textos rumiando al mismo tiempo la novela
del Arcángel. Hoy estuve con Jesús y dijo que pensaba que el “buey” estaba
muerto. Podría ser, traía a la muerte colgada de sus espaldas, con un corto
látigo de tortura y los ojos idos cruzando el Bravo a Tamaulipas.
Contemplo
el verde edificio de la izquierda. Contrasta con tu abrigo oscuro. Podría ser
que en 1920 se viera igual. Tengo que revisar la historia para ver si entonces
por aquí merodeaba el hetman Kornilov, o Majnó, o Petliura. Me apasiona
saberlo. Se agota el silencio que sigue a medianoche. Tus párpados cierran el
día, la historia. Mañana todavía despertaremos al grito de sirenas, a ese
lúgubre aullido de los drones en el cielo. Da miedo, hechicería del tiempo,
soberbia humana. Aquí no se inventó nada. El espectro Viy ya traía ello
consigo, y había doncellas de fina belleza que volaban al atardecer con escobas
produciendo sonido similar. Cierro tus párpados de nuevo y quisiera ser dios.
Decía
Milosz en una carta mencionando a Proust que “Hay por supuesto la búsqueda de
una realidad que quedó sepultada con el pasar del tiempo”. ¿Habla Czeslaw Milosz de nosotros,
Irina? Ojalá que no. Tal vez mañana tenga noticias tuyas. Es posible que no y
no importa. Si he combatido dolores de olvido antes de preparar mi viaje,
martirios que ni la morfina extinguió, no voy a quedarme ahora atado de manos.
Poltava no es muy grande y la recorreré de extremo a extremo, igual que hacía
en la Cochabamba de mi juventud cuando no había un peso en el bolsillo y el
aire estaba viciado de alcohol. Desde un hotel con ventana, yo que viví treinta
y cinco años de noche, podré darme cuenta de cómo se agita la ciudad cuando el
hombre duerme. Allí haré mis planes y diseñaré mis sendas. Sé que al fondo
estás tú, sonriente, entre ropas de arco iris.
11/09/2024
Precioso, Claudio. Ojalá se cumpla el reencuentro.
ReplyDelete¡Gracias, Daniel! Haré lo posible porque así sea. ¡Abrazos!
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