Claudio Ferrufino-Coqueugniot
A esta altura las fechas ya dejaron de ser símbolos. El tiempo existe; cumpleaños, bodas y más son hitos de una espiral que tuvo principio y tiene fin. Al diablo boberías como vida eterna. Hay que gozar del presente y del recuerdo.
El reloj marca 10:22. Tengo el compromiso de una columna de prensa. Desde la mañana he leído textos de aquí y de allá, periodistas que tienen la lengua tan larga como los brazos a tiempo de acariciar a los amos. Se me vino el exabrupto y quiso convertirse en tinta, pero la mañana, primera de invierno formal, brilla. Pío Leyva y Los Kimbos cantan una pieza más vieja que mis pesares y alegrías juntos ("Francisco Guayabal"). Una fotografía de Edward Curtis muestra jinetes navajos al paso ante la magnitud del Cañón de Chelly, en 1904. El ámbito de mi cuarto se ha convertido en catedral, y la mirra del silencio se extiende por aquello que podría impedir la felicidad de este día.
Dejo de lado a líderes de bronce y a gobernantes de chocolate -parafraseo parcialmente a alguien-. Se esfuman los monigotes del poder local y mundial; el ritmo vértigo de un merengue dominicano barre con las liviandades de la política y seca las babas de los lameculos, mientras los navajo, al paso, se sumergen en quizá la única infinidad posible: la de la naturaleza, donde el engendro humano es un punto ni siquiera referencial.
Hay engendros queridos, sin embargo, como el sobrino Omar, Omarcito, que matrimonia a Ester en un sábado que lleva ya dos días de viejo y espera de siglos del hombre por compañía, por soslayar lo predispuesto. Y cartas... de una mujer alemana que fue y que siente también el martilleo de los nostalgiosos días o años cuyo alivio son los hijos, el viento, el agua, los cuadros de Max Pechstein mirando el brillo del lago de Constanza que se me escurrió en bamboleo de décadas.
Y cartas... de un lector ignoto en la flor del desierto: Las Vegas, que critica con soltura y dignidad mi probable ignorancia en algunos temas. Me gusta saber que lo que digo sirve a alguien, así sea para reaccionar y clarificar. No creo tener la verdad absoluta, como dice que la tienen los aymaras, aunque si fuera tal, un poco me tocaría porque si de algo no estoy seguro es de la suma de mis sangres que, entre las nativas, se entremezclan en esa difusa frontera que une y separa a Inquisivi y Ayopaya, donde murieron los míos, y mataron, cuando el sol brillaba como hoy, quemaba, y en las hondonadas penaban los muertos.
21/12/09
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Publicado en Opinión/Cochabamba, 22/12/09
Imagen: Edward Curtis/Cañón de Chelly, 1904
Wednesday, December 23, 2009
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La poética disquisición de un maestro. Fuerte abrazo, querido amigo.
ReplyDeleteGracias, Jorge. Me gusta este texto. Me alegro que a ti también. Abrazos.
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