Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Diez años después
retomo el tema de Falluja, ciudad mártir. El 2004 la comparaba, recordando el
filme de Pontecorvo, con Argel. Consideré entonces que el sitio de la ciudad
por las tropas norteamericanas era un punto de inflexión en la guerra. Lo fue,
a su modo: victoria pírrica de Washington.
Recuerdo cuerpos
desmembrados de contratistas estadounidenses colgando de los puentes. Y miles
de muertos civiles. Era el siglo XXI y parecía 1942.
Hoy, 2014, los
yihadistas sunis del grupo Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS, siglas
de la organización en inglés) se han apoderado de Falluja. Combaten en Siria y
han sido desafiliados por al-Qaeda por desavenencias internas, pero siguen muy
activos en la guerra civil allí y desplegando una agresiva escalada militar en
suelo iraquí.
En enero de este
año ingresaron en Falluja, y se están expandiendo por pueblos alrededor. El
ejército de Bagdad, de mayoría shiíta, no tiene la confianza de la población. Que
ellos se encargaran de barrer al Estado Islámico sería motivo de desaprobación
y revuelta. Por eso, y me recuerda lo que sucede hoy en Michoacán, México, con
los grupos de autodefensa, gobierno y líderes tribales han acordado que la
reconquista de la ciudad sea llevada a cabo por las tribus locales, armadas y
entrenadas por el ejército y con asesoría e inteligencia norteamericanas.
Resulta extraño, porque en Falluja, en tiempos de la ocupación, si bien la
resistencia era sobre todo de facciones insurrectas, el combate tomó el cariz
de una guerra de liberación, con participación activa de los habitantes en
contra de los invasores.
El enemigo de
ayer se transformó en amigo. Asunto circunstancial, o la elección del mal
menor. Sabemos que Estados Unidos está en el Asia central no por motivos
ideológicos. Su presencia se debe a los recursos naturales. Durante la
administración Bush aquello se decoró con una, no falsa pero sí confusa,
cruzada religiosa: choque de teocracias de oriente y occidente. Pero el meollo
es económico.
Assad continúa en
Siria porque occidente se lo permite. A pesar del genocidio y un gobierno
criminal que debiera ser juzgado y ahorcado, es aún utilitario, el muro de
contención de fuerzas que cambiarían decisivamente el panorama de la región y
el mundo. El conservadurismo israelí se regocija con esta profusión de muertos.
Sus rivales se matan entre sí, y no existe perspectiva mejor. No baja la
guardia, sin embargo, por lo que pudiese ocurrir.
Tanto ISIS como
las tribus son sunitas. La mejor opción es que la purga sea “fraterna”, sin
intervención, o no muy explícita, de los otros. El plan es que se vaya
recuperando la ciudad barrio por barrio, en lucha que ha de ser cruenta y
cruel. Arista del conflicto generalizado en el mundo islámico entre dos grupos
contrapuestos y un tercero, apéndice considerado infecto, del terror de al-Qaeda
y de sociedades similares, incómodas para todos.
El ejército
acordonará la ciudad, para que nadie entre o escape. El resto, a lo que se han
comprometido los jerarcas tribales, será labor de desinfección. La CIA y el
Pentágono colaboran en logística y venden armas por valor multimillonario a
Irak. Enfrente se parapeta un rival con dos mil combatientes fuertemente
armados, para quienes la muerte por la fe es redención.
Complejo
horizonte. Dentro de la guerra siria hay conflictos secundarios entre grupos
opositores, entre islamistas los más feroces. Las primaveras árabes comenzaron
a opacarse con la subida de los fundamentalistas. Hoy el poder se reagrupa, como
en Egipto, en un núcleo sólido que a fuerza tendrá que convertirse en
dictatorial. La inestabilidad iraquí clama por una solución semejante. Y Túnez,
incluso con los acuerdos firmados recientemente que dan alguna esperanza, no
está libre del mismo destino.
Falluja, como
hace diez años, es un termómetro a punto de reventar.
09/02/14
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Publicado en El Día (santa Cruz de la Sierra), 11/02/2014
Fotografía: Combatientes del Estado Islámico de Irak y el Levante en el poblado iraquí de Sulayman Beg, distrito de Duz Khormato.
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